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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Talentos y Tensiones Bajo los Reflectores

El martes por la tarde, el campus era un torbellino de energía, con estudiantes que corrían entre clases y carteles de colores pegados en cada pared. El sol empezó a bajar, pintando el cielo de un naranja que se reflejó en los edificios de cemento. Estaba sentada con Sofía en una banca del patio, comiendo un sándwich mientras ella revisaba su móvil, que no paraba de vibrar con notificaciones.

—¿Has visto esto? —dijo, dándole la vuelta a la pantalla hacia mí. Era un cartel digital de una “Noche de Talentos” organizada por el club de artes, esta misma noche en el auditorio pequeño—. Música, poesía, baile, lo que sea. Suena divertido. Deberíamos ir.

—¿Otra noche fuera? —protesté, limitandome a limpiarme las migas de la camiseta—. Sofía, apenas sobreviví la fiesta del viernes. Y tengo un ensayo que entregar.

—Siempre tienes un ensayo. —puso los ojos en blanco, guardando el móvil—. Venga, Lucía, es solo un par de horas. Además, el club de artes siempre hace cosas interesantes. Podrías inspirarte para tus poemas. O, no sé, encontrar al amor de tu vida en el escenario.

—Eres ridícula —contesto, pero no podía evitar echarme a reír—. Vale, pero si es un desastre, te culparé.

—Trato hecho. —Sofía sonrió, victoriosa, y continuamos comiendo, con el ruido de la ciudad qué se colaba desde las calles cercanas: cláxones, risas, y el zumbido de una moto.

La idea de otra salida me ponía nerviosa, pero no podía negar que necesitaba un respiro. Desde la fiesta, mi cabeza era un desastre: Javi y su confesión, Nicolás y sus palabras crípticas en el supermercado, Adrián y sus fotos que parecían ver más de lo que mostraban. No había vuelto a cruzarme con él desde el sábado en las escaleras, pero el edificio de enfrente, con la puerta 23, me observa cada vez que habría mi ventana, como si supiese algo que yo no.

El auditorio pequeño estaba lleno cuando llegamos, con luces tenues y un escenario improvisado cubierto de cables y micrófonos. Habían sillas desordenadas, estudiantes amontonados en el suelo, y un aroma a palomitas y refresco qué flotaba en el aire. Sofía encontró un sitio cerca del frente, y nos apretujamos entre un grupo de chicos que discutían sobre quién debería ganar el primer acto.

—Esto va a ser épico —dijo Sofía, mientras me robaba una palomita de la bolsa que había comprado en la entrada—. Mira, ya empezó.

El primer acto era una banda de tres chicos que tocaban una versión acústica de una canción indie que no reconocía. No son malos, pero mi atención se desvío cuando veo a alguien moverse en el fondo del escenario, ajustando un reflector. Es Adrián. Llevaba una camiseta negra y jeans, con el pelo castaño revuelto como si hubiese estado trabajando todo el día. Estaba conversando con una chica del club de artes, apuntando algo en el techo, y su postura relajada contrastaba con el caos del evento.

—¿Ese no es tu vecino sexy? —murmura Sofía, y me da un codazo que casi me hacia tirar las palomitas.

—No es sexy —siseo, aunque sentía las mejillas ardiendo—. Y baja la voz, por favor.

—Ajá, claro. —Dice Sofía riéndose, pero luego se cayó cuando el siguiente acto, una chica recitando poesía, subió el escenario.

La noche avanzaba con una combinación de talentos: un chico que hacía malabares, una bailarina que casi derriba el micrófono, y un dúo que cantaba fuera de tono pero con tanto entusiasmo que todos aplaudieron. Estaba empezando a relajarme, incluso a disfrutar, cuando un alboroto en la entrada me sacó de mi trance. Es Kassandra, ingresando como si fuese la estrella del evento, con un top brillante y el pelo platino suelto. Estaba riéndose, rodeada de un grupo que incluía a Bruno, el capitán de fútbol, y un par de chicas que no reconocía. Su presencia llenaba el espacio, y sentía un eco de la incomodidad de la fiesta, de esa imagen en el callejón qué aún no borraba.

—Qué sorpresa —susurra Sofía, con una voz que destilaba sarcasmo—. Kassandra nunca pierde la oportunidad de ser el centro de atención.

—Ignórala —contesto, aunque mis ojos seguían a Kassandra mientras se sentaba en la última fila, todavía riéndose con Bruno. Me pregunto si Nicolás está aquí, pero no lo veía, y una parte de mí se alivió.

El evento seguía, pero mi atención se dividió entre el escenario y Adrián, que parecía y desaparecía en el fondo, ayudando con luces o moviendo equipos. No sabía por qué me importaba tanto, pero cada vez que lo veía, podía sentir un nudo en el estómago, como si estuviese a punto de caer por un precipicio.

Cuando terminó un acto de comedia que hizo reír a todos, había una pausa para reorganizar el escenario. Y Sofía se levantó para ir a comprar más refrescos, dejándome sola, y opte por estirar las piernas. Caminé hacia el fondo del auditorio, buscando un poco de aire, cuando tropecé con un cable y casi me caigo. Pero antes de que eso sucediera, una mano me agarró del brazo, estabilizándome.

—Cuidado, vecina —dice una voz familiar, y levanté la vista para encontrarme con Adrián. Estaba a centímetros de mí, con una sonrisa que hacía que mi corazón se saltara un latido. Sus ojos oscuros brillaban bajo las luces del auditorio, y el aroma a madera y algo crítico me envolvió.

—G-gracias —balbuceo, y me enderezo rápido—.No vi el cable. Soy un desastre.

—No eres un desastre. —Dice riéndose, y luego me suelta el brazo pero sin apartarse—. Estos eventos son un caos. Solo estoy ayudando a aque no se incendie nada.

—¿Tú organizaste esto? —pregunté, buscando algo que decir para no verme como una idiota.

—No, solo echo una mano. —Se encogió de hombros, metiéndose las manos en los bolsillos—. El club de artes me pidió ayuda con la logística porque, bueno, saben que tengo experiencia con eventos. Pero prefiero estar detrás de escena que en el centro.

—Como en tus fotos —se me escapó, y quería darme un golpe a mi misma. ¿Por qué dije eso?

Adrián levantó una ceja, claramente sorprendido. —¿Viste la exposición? No sabía que estabas ahí.

—A-sí, ayer. —sentía mis mejillas ardiendo—. Tus fotos son... increíbles. La de la calle con los charcos, esa me encantó.

—Gracias, Lucía. —Dijo mi nombre con una suavidad que me descolocaba—. Esa es una de mis favoritas. La tomé en una noche de lluvia en Lisboa. A veces, las cosas más simples son las que más cuentan.

Quería preguntarle más, sobre Lisboa, sobre sus viajes, sobre cómo veía el mundo a través de su cámara, pero la chica del club de artes lo llamó desde el escenario, y él se disculpó con una sonrisa.

—Nos vemos por el vecindario, ¿sí? —dijo, antes de alejarse, dejándome con el corazón en la garganta.

Regreso a mi asiento, con la cabeza dándome vueltas. Sofía volvió, con un refresco en la mano y una sonrisa sospechosa. —¿Qué fue eso? ¿Hablaste con el fotógrafo sexy?

—No es sexy —repetí, pero mi tono sonaba débil, y Sofía se reía como si hubiese ganado la lotería.

El evento terminó con una banda que tocaba una versión punk de una canción pop, y todos aplaudían como si fuera el fin del mundo. Optamos por salir al aire fresco de la noche, con la ciudad brillando a nuestro alrededor: luces de neón, cláxones, y el eco de risas. Kassandra y su grupo pasaron cerca, pero no nos miraron, y me encontraba agradecida por eso.

De regreso en el piso, me senté en mi cama, con el cuaderno abierto y la ciudad susurrandome afuera. Escribí, permitiendo que las palabras cayeran como gotas de lluvia:

“𝑼𝒏 𝒆𝒔𝒄𝒆𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒑𝒆𝒅𝒊́,

𝒖𝒏𝒂 𝒎𝒂𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒃𝒂.

𝑳𝒂 𝒄𝒊𝒖𝒅𝒂𝒅 𝒈𝒖𝒂𝒓𝒅𝒂 𝒔𝒖𝒔 𝒍𝒖𝒄𝒆𝒔,

𝒚 𝒚𝒐 𝒏𝒐 𝒔𝒆́ 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐 𝒂𝒑𝒂𝒈𝒂𝒓𝒍𝒂𝒔.”

Cerré el cuaderno y observo por la ventana, donde el edificio se enfrente, con la puerta 23, estaba oscuro. Adrián estaba ahí, en alguna parte, y la idea me hacía sentir un vértigo que no quería nombrar. La ciudad no dormía, y yo tampoco, atrapada en un poema que aún no termino.

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