Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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El Quinto Día
La noche se desvanecía lentamente en el horizonte, mientras el bosque milenario aún respiraba bajo la bruma de la madrugada. Hojas perladas por el rocío temblaban ante la más leve caricia del viento, y los cantos de las criaturas ocultas entre las ramas tejían un cántico triste y ancestral. Allí, entre árboles tan antiguos como el mundo mismo, caminaban dos figuras agotadas: Vorn y Samael, hijos de mundos opuestos, hermanos por destino.
Cinco días habían pasado desde que la elfa Giant les impuso el reto de atravesar el Bosque de las Sombras. Cinco días sin descanso real, sin rumbo claro, guiados apenas por la esperanza de que sobrevivirían un día más. La luz apenas alcanzaba a filtrarse entre las copas, dejando franjas doradas sobre sus rostros llenos de polvo y sudor.
—No podemos seguir —dijo Vorn, jadeando—. Es imposible. Como mucho, tenemos un día más de camino... si acaso pudiéramos descansar.
Samael, cuyo rostro pálido revelaba una profunda extenuación, asintió con pesadez. Su armadura parecía haberse convertido en una prisión de hierro.
—Incluso con monturas... ya no puedo. Esto... esto es una locura.
Fue entonces cuando una rama crujió cerca. Ambos, más por reflejo que por energía, giraron al mismo tiempo con las manos en sus armas.
—¡Ya basta! ¡No más sorpresas! —gritaron al unísono, agotados.
Y entonces rieron. Por primera vez en días, rieron. Una risa rota, desgastada, pero sincera. El vínculo entre ellos comenzaba a forjarse a fuego lento. Pero la risa se desvaneció al ver que no estaban solos. Desde la espesura, una docena de centauros emergieron como una marea silenciosa. Altos, orgullosos, musculosos, portaban lanzas talladas en hueso de dragón y arcos tan antiguos como el bosque.
El líder, de crines plateadas y torso marcado por cicatrices, se adelantó. Su voz, grave y profunda, resonó como un eco entre los árboles.
—Esta tierra no es lugar para niños —dijo—. ¿Están lejos de casa?
Samael alzó el martillo con dificultad.
—No creo que tengamos oportunidad esta vez. Estoy demasiado agotado... esta armadura pesa como una montaña.
—Y mis dagas me pesan como si fueran hechas de piedra lunar —añadió Vorn, con una sonrisa torcida.
El centauro los miró, entre curioso y condescendiente.
—Mi nombre es Amenadiel. No somos salvajes, pero tampoco confiamos en un paladín y un asesino, mucho menos después de lo ocurrido en sus ciudades natales.
Ambos se tensaron. El corazón de Samael dio un vuelco. Vorn frunció el ceño.
—¿Qué pasó con nuestras ciudades? —preguntaron al unísono, el tono de preocupación evidente.
Antes de que Amenadiel pudiera responder, los árboles se agitaron y una figura elegante y temible apareció: Giant, acompañada de su guardia de élite. Su mirada de hielo recorrió el claro.
—Amenadiel, ¿qué haces con estos humanos? ¿Vas a romper el pacto?
—No. Solo quiero ayudarlos. Pero también interrogarlos. Necesito saber qué hacen en nuestro bosque sagrado.
Vorn bufó…
—Antes de que esta loca con orejas puntiagudas quiera matarnos, dejemos algo claro: estamos cansados, no podemos pelear, y solo queremos salir de este bosque.
—Sí —añadió Samael—. Y si piensan matarse, háganlo, pero háganlo lejos. No tengo energía para enfrentar más locura.
Giant chasqueó la lengua, disgustada…
—Eligieron su propia muerte al fallar en su promesa.
Pero Amenadiel intervino.
—No somos salvajes como los orcos. Démosles hospitalidad. Deben saber lo que ha ocurrido en el mundo más allá de este bosque.
Tras unos segundos de tensión, Giant cedió, con una mueca desdeñosa.
—Son tu responsabilidad. Pero al caer la noche, los quiero fuera. El olor a guerra se hace cada vez más fuerte.
Los centauros escoltaron a los muchachos a un campamento escondido entre raíces y lianas. Hogueras pequeñas ardían tenuemente, y cántaros de agua clara y frutas silvestres adornaban las mesas. Por primera vez en días, comieron. Bebieron. Se sintieron humanos otra vez.
En la carpa central, Amenadiel habló mientras limpiaban las armas de los jóvenes:
—Les contaré lo que el viento nos trajo.
Samael se adelantó…
—¿Qué pasó con la Ciudadela de la Luz?
—¿Y la ciudad de los asesinos? —añadió Vorn.
Amenadiel se tomó un momento antes de responder. Luego, con voz grave y contenida:
—La Ciudadela de la Luz ha caído ante las garras de Hazrral. Fue arrasada. El Gran Maestre murió. Los arcángeles fueron vencidos. Ya no queda nada.
Samael se puso de pie de un salto, sus ojos al borde del llanto.
—¡No es posible! ¡El Gran Maestre... él no podía ser derrotado!
—Déjame terminar, hijo de Yahveh —interrumpió Amenadiel—. El Reino de las Sombras ha comenzado. Y la ciudad de los asesinos también cayó. Hazgol, el carnicero, tomó sus calles. Alastor está prisionero. El Gremio fue destruido.
Vorn no podía hablar. Un nudo de rabia y dolor le cerraba la garganta.
—¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo puede saber todo eso alguien que vive oculto entre árboles?
—El bosque escucha, Vorn. Las aves nos traen noticias. El viento susurra las tragedias de los hombres. Y ahora, la guerra marcha sobre toda la tierra. Los reyes llaman a sus ejércitos. Los demonios cruzan portales. La larga noche ha comenzado.
Samael se sentó de nuevo. Su alma temblaba…
—Entonces, ¿qué debemos hacer?
—Tú, Samael, debes empuñar el martillo de tu Gran Señor. Y tú, Vorn, debes portar las armas de tu Rey Caído. Peleen. Peleen aunque el mundo arda.
Los jóvenes permanecieron en silencio. Cargaban sobre sus hombros un destino que no pidieron.
—Sus armas están limpias. Sus corazas reparadas. Montarán dos ciervos del bosque. Giant no les causará daño... yo me encargaré.
Horas después, mientras abandonaban el bosque, vieron a Giant esperando. Samael se tensó.
—¿Qué querrá ahora? ¿Matarnos por diversión?
—Habla con ella —dijo Vorn—. Ya más no podemos perder.
Giant se acercó lentamente…
—Amenadiel me contó todo. Los juzgué mal. Tomen esto —dijo, entregando un cuerno tallado en madera negra—. Cuando llegue el día, suenen este cuerno. Los elfos oscuros marcharán con ustedes. Perdónenme.
Y desapareció entre las sombras…
—Creo que le gustas —dijo Samael con una sonrisa.
—Cállate —respondió Vorn, guardando el cuerno.
Salieron del bosque justo cuando el suelo comenzó a temblar. Delante de ellos, un mar de hombres, armaduras resplandecientes, estandartes al viento. La guerra estaba en marcha.
—Todo está por estallar —murmuró Vorn.
—Sí... pero aún no es nuestro momento. Sigamos. Hay más por descubrir, y demasiados que quieren matarnos —respondió Samael.
Y así, el Quinto Día llegó a su fin.
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