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ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

Status: En proceso
Genre:Acción / Comedia / Aventura / Amor prohibido / Malentendidos / Poli amor
Popularitas:1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»

Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.

En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.

«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Invitación no Rechazada

El edificio dormía la siesta de media tarde cuando Don Pepe, con su característica camisa hawaiana dos tallas más pequeña, se acomodaba en su silla de vigilante. Sus ojos, expertos en detectar el más mínimo movimiento sospechoso, se entrecerraron al ver a Ernesto charlando con Rosario en el pasillo del tercer piso.

—¡Ajá! —murmuró para sí mismo, inclinándose tanto en su silla que casi pierde el equilibrio—. Esto es más interesante que las telenovelas de María Alejandrina.

La conversación entre Ernesto y Rosario se desarrollaba en el pasillo como una danza sutil y peligrosa. Ella apretaba los libros contra su pecho, haciendo que su blusa escolar se tensara ligeramente, mientras sus caderas se balanceaban con ese vaivén hipnótico propio de una adolescente que apenas descubre su poder de seducción. Cada vez que Ernesto movía las manos explicando algún concepto matemático, Rosario ladeaba la cabeza, exponiendo la suave curva de su cuello, y sus pestañas aleteaban como mariposas traviesas.

—Entonces, si tomas el ángulo así... —Ernesto trazaba figuras invisibles en el aire, y Rosario se inclinaba hacia adelante, fingiendo interés en la geometría mientras sus labios se curvaban en una sonrisa que prometía más dudas que respuestas.

—¿Así? —preguntaba ella, mordisqueándose el labio inferior y girando su cuaderno en un ángulo imposible, lo que obligaba a Ernesto a acercarse más de lo necesario para corregir la posición.

Don Pepe, desde su punto de observación, sentía que sus ojos saltaban de sus órbitas como los de un personaje de dibujos animados. El lápiz que sostenía entre los dedos se partió en dos cuando vio a Rosario "accidentalmente" rozar el brazo de Ernesto al pasar una página.

—¡Virgen del amor hermoso! —murmuró, limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo que hacía juego con su camisa hawaiana—. Esto no es trigonometría, ¡esto es trigono-erotría!

La escena continuaba con una tensión casi palpable. Cada vez que Ernesto señalaba algo en el libro, Rosario encontraba la manera de crear un pequeño roce, un contacto aparentemente casual que enviaba escalofríos visibles por la espalda del hombre. Sus movimientos, que cualquier observador casual podría interpretar como los de una estudiante entusiasmada, tenían ese toque de coquetería adolescente que hacía que Don Pepe se abanicara frenéticamente con una revista vieja.

—Y si aplicamos este teorema... —la voz de Ernesto se quebraba ligeramente cuando Rosario se inclinaba más de lo necesario, su perfume juvenil mezclándose con el aroma a tiza y papel nuevo.

—Mmm... —murmuraba ella, jugando distraídamente con un mechón de su cabello—. Los teoremas son tan... complicados.

Don Pepe, quien para este momento había desarrollado un tic nervioso en el ojo izquierdo, observaba cómo la "inocente" sesión de tutoría se convertía en una masterclass de seducción adolescente. Cada movimiento de Rosario parecía calculado con la precisión de un matemático: un paso aquí, una inclinación allá, un "tropiezo" que la hacía apoyarse en el brazo de Ernesto con una gracia que desmentía su aparente torpeza.

Mientras tanto, en el apartamento 3B, Marta se removía inquieta en el sofá, con el teléfono entre las manos como si fuera una brasa ardiente. La luz de la pantalla iluminaba su rostro sonrojado mientras leía por decimoquinta vez el mensaje de Arturo: "¿Has visto el nuevo café que abrieron en la esquina? Tiene un nombre tan pretencioso que te haría reír 😊"

Su cuerpo reaccionaba de forma traicionera ante cada notificación. El suave vibrar del móvil enviaba corrientes eléctricas por su espina dorsal, y el sonido característico de WhatsApp la hacía morderse el labio con anticipación. Sus dedos, inquietos como mariposas nocturnas, flotaban sobre el teclado virtual, rozando apenas las letras sin atreverse a presionarlas.

—Solo es un café —susurró para sí misma, mientras cruzaba y descruzaba las piernas, buscando una posición que apaciguara el hormigueo que subía por sus muslos—. Solo un estúpido café con un nombre ridículo.

Pero no era solo un café, y ella lo sabía. Era Arturo sugiriendo un encuentro casual, era la promesa velada de risas compartidas y miradas que duraban dos segundos más de lo apropiado. Era ese juego peligroso que llevaban semanas jugando, donde cada mensaje inocente ocultaba un subtexto que la hacía sonrojarse hasta la raíz del cabello.

Se levantó del sofá, caminando descalza por el apartamento mientras el teléfono seguía en su mano como una extensión de su cuerpo. El espejo del pasillo le devolvió la imagen de una mujer que apenas reconocía: mejillas sonrosadas, pupilas dilatadas, y una sonrisa tonta que no podía controlar. Su bata de seda se había aflojado durante su inquieto paseo, revelando más de lo que una mujer casada debería mostrar, incluso a su propio reflejo. Se estremeció al notar lo expuesta que estaba, recordando la sesión de cuidado personal íntimo de esa mañana, una rutina de belleza que ahora parecía premonitoria.

Tres puntos aparecieron en la pantalla. Arturo estaba escribiendo de nuevo. El corazón de Marta dio un vuelco y sus dedos se crisparon alrededor del teléfono. La espera se hacía eterna, cada segundo un pequeño tormento dulce que la hacía contener la respiración.

"¿Sabes qué? Estoy aquí ahora mismo. El café se llama 'Le Petit Désir'... 🙈"

Una risa nerviosa escapó de sus labios mientras un escalofrío recorría su espalda. Sus dedos cobraron vida propia sobre el teclado:

"Me encantaría... digo, me encantaría reírme del nombre 😊"

En cuanto presionó "enviar", una oleada de calor invadió su cuerpo. Se dejó caer de nuevo en el sofá, abrazando un cojín contra su pecho como si pudiera amortiguar los latidos desbocados de su corazón. La familiaridad creciente con Arturo la inquietaba y excitaba a partes iguales, como un vino dulce que subía lentamente a la cabeza, nublando su juicio pero intensificando cada sensación.

El teléfono vibró una vez más:

"¿Te espero? ☕"

Marta cerró los ojos, consciente de que cada respuesta la llevaba un paso más cerca de cruzar una línea que no estaba segura de querer cruzar. Pero sus dedos ya estaban escribiendo, su cuerpo ya había tomado la decisión que su mente aún debatía:

"Dame cinco minutos para cambiarme... 😊"

1
Alba Hurtado
se ve excitante vamos a leer que pasa con la vecina del tres b
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