Bajo la lluvia es una historia de romance y pasión que surge de un encuentro inesperado. Mariana, marcada por un pasado complicado, conoce a Samuel, un hombre enigmático que despierta en ella emociones olvidadas. Sin embargo, cuando su exnovio reaparece, el amor se ve amenazado por los fantasmas del pasado. Entre secretos, deseo y decisiones, ambos deberán enfrentar lo que realmente significa arriesgarse por amor.
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cap:20
La noche se deslizaba lentamente sobre el horizonte, mientras Samuel y Mariana caminaban juntos por la orilla del mar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas era como una melodía que llenaba el vacío entre ellos, un vacío que antes estaba lleno de gritos, mentiras y resentimiento. Pero ahora, en ese momento, parecía que todo lo que habían vivido se desvanecía. Solo quedaban ellos, sus respiraciones entrelazadas, el suave roce de sus manos, el murmullo del viento acariciando sus rostros.
Era una calma extraña, después de tanto caos. Todo lo que había pasado entre ellos, las traiciones, los secretos, las huellas de la pasión que se habían transformado en heridas, parecían ahora como ecos lejanos. A veces, el amor podía sanar incluso las cicatrices más profundas, y eso era lo que Samuel y Mariana comenzaban a entender en ese preciso momento.
Samuel había estado guardando sus sentimientos durante tanto tiempo, luchando contra sí mismo, contra su propio miedo a entregarse, a amar de nuevo. Pero algo había cambiado en él desde que había vuelto a verla. A pesar de todo lo que había sucedido, había una chispa que aún brillaba entre ellos, una conexión tan fuerte que ni el tiempo ni el dolor podían borrarla.
—No te pido que todo sea perfecto, Mariana —dijo Samuel, rompiendo el silencio mientras sus ojos fijos en el mar reflejaban una mezcla de arrepentimiento y esperanza. —Sé que no soy un hombre fácil de amar. He cometido errores. Pero te prometo que no quiero perderte otra vez.
Mariana lo miró con intensidad, sus ojos brillando con la misma determinación. En su corazón, no había espacio para más dudas. Había sido una batalla interna constante, el miedo de entregarse por completo, de caer nuevamente en un amor que podría romperla. Pero en ese momento, la decisión era clara. Samuel había sido parte de su vida desde el principio, y aunque el camino que habían recorrido juntos había sido tortuoso, no podía imaginarse una vida sin él a su lado.
—No me pides nada, Samuel —respondió ella, su voz suave pero firme. —Solo quiero estar aquí, contigo. No te pido promesas, solo que estemos juntos, ahora, en este momento.
La respuesta de Mariana hizo que el corazón de Samuel latiera más rápido. Ella no le exigía nada. No le pedía que cambiara o que fuera perfecto. Solo quería estar a su lado, con todas sus imperfecciones, con todo lo que habían sido. En ese instante, entendió que el amor no se trataba de buscar la perfección, sino de aceptar a la otra persona con todos sus defectos, de aprender a amar incluso las cicatrices que habían dejado los errores cometidos.
El viento levantó un poco más fuerte, y las olas del mar brillaron bajo la luz de la luna. Sin pensarlo, Samuel dio un paso hacia ella, acercándose más, hasta quedar frente a frente. Sus ojos se encontraron, y por un momento, el mundo a su alrededor desapareció. Solo quedaban ellos, el uno para el otro.
Sin una palabra más, Samuel levantó una mano y acarició suavemente el rostro de Mariana. Ella cerró los ojos, sintiendo su toque como un bálsamo, algo que calmaba todas las tormentas que había llevado dentro. En ese instante, el dolor, la tristeza, los miedos, todo parecía desvanecerse.
—Te he amado siempre, Mariana —dijo Samuel, su voz temblorosa, pero sincera. Sus palabras no eran solo un susurro al viento; eran la confesión de todo lo que había guardado en su corazón durante tanto tiempo. —Desde el primer momento, incluso cuando no lo supe, te amé.
Mariana abrió los ojos, encontrándose con la sinceridad en los suyos. No necesitaba más. Aquellas palabras eran el cierre a todos los miedos, a todas las dudas que había tenido. El amor que sentían el uno por el otro no era perfecto, pero era real, y eso era lo que importaba.
Con una sonrisa tímida, pero llena de esperanza, Mariana lo abrazó, cerrando los ojos mientras sentía su calor, su latido, como si, de alguna manera, todo lo que había sucedido los hubiera llevado hasta allí. Al rodearlo con sus brazos, sentía que, aunque el pasado no podía borrarse, al menos había una posibilidad de redención. De comenzar de nuevo.
—Siempre te he amado, Samuel —respondió ella, con la voz quebrada por la emoción. —No importa lo que haya pasado, siempre estaré a tu lado. Porque esto… —hizo una pausa, buscando las palabras exactas—. Esto es lo que siempre quise.
Samuel sonrió, esa sonrisa tranquila que había aprendido a tener solo en los momentos más sinceros. El viento jugaba con su cabello, y la luna iluminaba sus rostros. Nada más importaba ahora. Ni los errores, ni las tragedias, ni los secretos. Solo quedaba el presente, ese instante en el que, finalmente, podían ser sinceros el uno con el otro.
Se separaron un poco, y en un gesto impulsivo, Samuel besó a Mariana. Un beso suave al principio, lleno de promesas no dichas, de momentos compartidos. Era un beso que lo decía todo, un beso que sanaba las heridas de los años pasados, un beso que sellaba lo que habían sido y lo que, por fin, podían ser.
Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron suavemente, y por un segundo, el mundo alrededor se desvaneció. Ya no había nada más que ellos dos, el amor, el mar y la luna. El final de su historia no era realmente un final. Era solo el comienzo de algo nuevo.
—Te amo, Samuel —susurró Mariana, mientras sus ojos se cerraban, permitiéndose por fin descansar en la paz que tanto había deseado.
Samuel la abrazó con fuerza, sabiendo que este era el único momento que importaba. Todo lo demás se desvanecería, porque al final, lo único que quedaba era el amor que se habían prometido el uno al otro.
El final no era el final de su historia, sino el inicio de algo más hermoso, más profundo, más verdadero. Y aunque el futuro era incierto, juntos sabían que podían enfrentarlo.
El amor siempre encuentra su camino.