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Los Que Imitan

Los Que Imitan

Status: En proceso
Genre:Terror / Apocalipsis
Popularitas:427
Nilai: 5
nombre de autor: jose yepez

En un mundo donde la posición del ser humano en el planeta se ve amenazada por intrusos desconocidos que intentan ocupar su lugar, este diario que acabas de encontrar contiene en el las voces de aquellos que no quieren quedar en el olvido

NovelToon tiene autorización de jose yepez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

02/05/2026

Emily

No dormí anoche. Cada pequeño crujido, cada golpe del viento contra las paredes de metal oxidado me hacía saltar.

Pasé horas sentada en el suelo, con la guitarra apoyada contra mi costado y el cuchillo temblando en mi mano. El mango ya gastado por el uso se clavaba en mi palma, pero no lo solté. No podía.

A ratos me parecía escuchar pasos afuera.

A ratos, voces que no eran humanas.

Tal vez era mi imaginación. Tal vez no.

Lo cierto es que el silencio no era reconfortante. Era una trampa. Una calma que parecía aguardar a que me relajara para devorarme.

Cuando los primeros rayos de sol entraron por las rendijas oxidadas, supe que era hora de moverme. El silencio era demasiado perfecto, demasiado espeso. Como si el mundo contuviera el aliento. Con cuidado, abrí la puerta del silo. El exterior me recibió con una calma fingida. No había huellas en el barro. No había señales de que alguien —o algo— me hubiera seguido. Pero eso no me tranquilizó.

El aire estaba frío, cortante. Mis músculos, entumecidos por la tensión, protestaban con cada movimiento. Aun así, avancé con cautela. Cada sombra parecía moverse en el rabillo de mis ojos. Cada tronco caído parecía esconder algo más. Me sentí como un animal herido, encorvado, alerta, desconfiado de todo lo que respiraba a mi alrededor. El bosque no era solo un lugar. Era un adversario. Un laberinto de ramas, sonidos lejanos, y secretos que no debía tocar.

El bosque se fue aclarando a medida que caminaba hacia el norte. La vegetación era más espaciada, la luz del sol entraba en haces largos y dorados entre las hojas. El aire era más limpio aquí. Menos olor a muerte, más olor a tierra mojada y savia. Había un murmullo sutil que me recordaba que la vida aún latía, aunque fuera tímidamente, entre las grietas de este mundo destruido.

En la distancia, vi algo que me hizo detenerme: un grupo de ciervos.

Animales reales. Vivos.

No imitadores.

No copias.

Me agaché de inmediato, escondiéndome detrás de unos matorrales. Los observé largo rato. Sus movimientos eran erráticos, naturales. Uno movía la oreja al percibir un sonido lejano, otro saltaba nervioso, otro simplemente pastaba, ajeno a todo. Me sentí absurdamente emocionada. Como si estuviera presenciando un milagro.

Era como ver un recuerdo en movimiento.

Una parte del mundo que aún no había sido corrompida.

Mis ojos se llenaron de lágrimas sin que me diera cuenta. No era tristeza, exactamente. Era una mezcla confusa de alivio, nostalgia y esperanza. Me sentí viva. No completamente a salvo, pero sí viva.

Y eso me dio fuerzas.

Seguí caminando con renovada determinación. El paisaje se hacía más abierto, con colinas suaves que rompían la monotonía del bosque. Cerca del mediodía, encontré una vieja estación meteorológica en lo alto de una colina. La estructura metálica aún se mantenía en pie, aunque el óxido le había robado el brillo y las escaleras crujían como si fueran a colapsar bajo mis pies.

Subí a su torre, aferrándome a los pasamanos helados. Cada escalón era un acto de fe. Desde la cima, la vista era impresionante: un lago pequeño brillando bajo el sol, como un fragmento de cielo caído. Y más allá, una estructura de concreto a orillas del agua.

Tal vez una planta de tratamiento.

Tal vez algo peor.

Pero para mí, en ese momento, era un destino. Una meta.

Decidí dirigirme allí. Era un refugio visible, y aunque eso implicaba riesgos, también me ofrecía algo que hacía tiempo no tenía: una meta. Un punto en el horizonte que no era pasado ni pérdida. Algo hacia lo que caminar. Algo que podía significar un paso más lejos del dolor.

Caminé hasta que las sombras se alargaron, pintando el suelo de figuras alargadas y extrañas. A medida que me acercaba, la estructura crecía ante mí, revelando su deterioro: grietas en las paredes, ventanas rotas, un portón metálico caído de lado. Pero aún estaba en pie. Aún ofrecía un techo.

La estructura resultó ser más sólida de lo que parecía desde lejos.

Forcé la puerta lateral, la empujé hasta que se abrió con un gemido agudo y metálico. Una vez dentro, cerré la puerta con una viga de metal oxidada que arrastré con esfuerzo. Me atrincheré en una esquina del edificio, rodeada de polvo, cables sueltos y ruina.

Ahora escribo desde un rincón polvoriento. El lugar está vacío, pero aún guarda vestigios de su propósito: mapas en las paredes, instrumentos oxidados, grafitis viejos con frases como “No entres solo” y “La luz no siempre guía”. Las palabras me ponen nerviosa, pero también me intrigan. ¿Quién las escribió? ¿Por qué?

Mañana intentaré estudiar esos mapas. Quizá pueda trazar un camino mejor hacia las montañas. Quizá pueda encontrar un lugar donde aún quede algo de humanidad. Tal vez, incluso, alguien que no haya olvidado cómo vivir, cómo ayudar, cómo tocar una guitarra sin que eso sea visto como una amenaza.

Hoy, aunque estoy sola, no me siento vencida.

Vi vida.

Vi algo real.

Eso me basta por ahora.

Y si el mundo aún guarda fragmentos como ese, quizás aún no está perdido.

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Eloi Martinez
Tu forma de escribir te envuelve en ese escenario , seguiré leyendo.
♡お前のペンデハ♡
🤩¡Tu novela me tiene enganchada! No puedo esperar para leer lo que sucede después.
Đông đã về
Tu historia es mágica, los detalles y la trama me hacen querer más🧚‍♀️
Koichi Zenigata
Impactante capítulo
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