Sipnosis
En la cosmopolita ciudad de Busan, tres vidas se entrelazan en un inesperado triángulo de emociones. Joon-Ho, un humilde maestro de matemáticas, lucha por equilibrar su pasión por la enseñanza con las limitaciones de su origen. Durante una conferencia, su vida da un vuelco al conocer a Han Soo-Yeon, una encantadora profesora de arte y dueña de una acogedora biblioteca. La conexión entre ellos es instantánea, aunque sus mundos parecen demasiado lejanos para unirse.
Mientras Joon-Ho intenta conquistar el corazón de Soo-Yeon, no se percata de los sentimientos de Mi-Ra, una de sus estudiantes, hija de una familia adinerada y atrapada en un amor no correspondido por su maestro. Desde hace meses, Mi-Ra guarda en secreto lo que siente, pero la creciente cercanía entre Joon-Ho y Soo-Yeon pone a prueba su paciencia y valentía.
Entre las lecciones de la vida y las barreras que impone la sociedad, "Oh, ¡Maestro! Quiéreme" explora los conflictos del amor prohibido, las
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Borrador
Mi teléfono vibró. Un mensaje de Mi-Ra apareció en la pantalla junto a una foto con mi camisa puesta.
Apreté los dientes, apagando el teléfono sin responder.
No sé ni por dónde empezar. Estoy sentado aquí, en este maldito restaurante, con Soo-Yeon enfrente, mirándome como si todo estuviera bien en el mundo, mientras mi teléfono vibra en el bolsillo por quinta vez. Ya sé quién es. Mi-Ra. Esa chica no tiene límites.
Intento concentrarme en lo que Soo-Yeon dice, pero mi cabeza está a kilómetros de aquí. Todo empezó como algo pequeño, solo tutorías para ayudarla con sus matemáticas y yo conseguir un poco más de efectivo. Nunca vi venir lo que se convirtió después. Nunca vi venir que Mi-Ra se colara en mi vida como un huracán, desordenando todo a su paso.
—¿Joon-Ho? —La voz de Soo-Yeon corta mis pensamientos.
La miro, tratando de sonreír, pero se siente falso. Claro que lo es. Mi-Ra está ahí, en mi cabeza, en mi teléfono, en mi casa, usando MI ropa y amenazando con arruinar todo si no juego según sus reglas.
—¿Sí? Perdón, estaba pensando en el trabajo.
Ella sonríe, esa sonrisa dulce que me hace sentir culpable, como si estuviera cometiendo un crimen solo por estar aquí y no contarle la verdad.
—Deberías relajarte. Este tiempo juntos es para eso, ¿no?
Sí, claro, "relajarse". Como si eso fuera posible cuando hay una bomba de tiempo esperando explotar en mi bolsillo.
Mi teléfono vibra otra vez, y esta vez no puedo ignorarlo. Lo saco y, ahí está: una notificación de Mi-Ra. Abro el mensaje sin pensar, como si mis manos tuvieran vida propia.
"Me siento muy cómoda aquí. ¿Seguro que no quieres regresar? Te haré muy feliz."
La foto adjunta me golpea como un puñetazo. Ahí está ella, en mi cama, usando mi camisa azul favorita, sin… Dios. ¿Por qué no puede simplemente parar?
Apago el teléfono, lo dejo boca abajo sobre la mesa y me paso una mano por el cabello. No puedo permitir que esto siga. Tengo que ponerle un alto. Pero cada vez que lo intento, Mi-Ra encuentra una forma de doblarme, de manipularme con esa mezcla de inocencia y peligro que la hace tan… imposible de ignorar.
—¿Todo bien? —pregunta Soo-Yeon, inclinándose un poco hacia mí.
—Sí, solo… mensajes del trabajo.
Ella asiente, pero puedo ver que no me cree del todo. No es tonta. Sabe que algo me está molestando, pero no tiene idea de qué.
La cena termina, y de alguna manera logro convencer a Soo-Yeon de que no vayamos a ver la película. Le digo que tengo un dolor de cabeza, y ella, siendo tan comprensiva como siempre, no insiste. La dejo en su casa, sintiéndome como el peor hombre del mundo.
Cuando llego a mi departamento, lo primero que noto es que la luz de mi habitación está encendida. No debería estar encendida. Respiro hondo antes de abrir la puerta, y ahí está ella, acostada en mi cama dormida, con mi camisa puesta y nada debajo, abierta como si mi cama fuera la suya.
La toco por el hombro tratando de mantener mis sentidos cuerdos, el hombre más fuerte caería arrodillado frente a ese escenario virginal.
—¿Te divertiste con Soo-Yeon? —pregunta Mi-Ra, con una sonrisa ladeada, al abrir lentamente los ojos y tocando sus partes como asegurándose de que la vea.
No respondo. Solo camino a la puerta y cierro la puerta detrás de mí mientras cruzo los brazos.
—¿Qué haces aquí, Mi-Ra? Vístete, te llamaré un taxi.
—Esperándote, obviamente. Puedes llevarme —Se estira sobre la cama, dejando que la camisa que lleva puesta (MI camisa) se deslice un poco más hacia arriba, hasta su ombligo, dejando ver más de lo que debería.
—Tienes que irte. No puedes seguir haciendo esto.
Ella se ríe, un sonido suave pero afilado que me pone los nervios de punta.
—¿Y quién va a detenerme? ¿Tú? —Se sienta, apoyándose en sus manos sin cerrar las piernas, con esa mirada que dice que sabe exactamente cómo controlarme.
No respondo y evitó mirar su hermoso jardin. No sé qué decir.
—Vamos, Joon-Ho. Relájate. —Se pone de pie y camina hacia mí, sus pasos lentos y calculados. Antes de que me dé cuenta, está frente a mí, demasiado cerca.
—Mi-Ra, esto tiene que parar.
—¿Por qué? —pregunta, con esa voz suave pero desafiante. Su mano sube, rozando mi camisa, y yo retrocedo un paso.
—Porque esto no está bien. Yo… estoy comprometido.
Ella se ríe de nuevo, pero esta vez hay algo oscuro en su mirada.
—¿Y crees que eso me importa? Ya te lo dije, no me importa que estés con ella. Solo quiero mi parte de ti.
—Esto no es un trato, Mi-Ra.
—Claro que lo es. —Da otro paso hacia mí, y esta vez no retrocedo. Estoy demasiado cansado, demasiado frustrado.
—Tienes que irte. Ahora.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es peligrosa, llena de algo que no puedo describir.
—¿Y si no quiero? —pregunta, desafiándome.
Cierro los ojos, respirando hondo, tratando de no perder la calma.
—Por favor, Mi-Ra. Solo… vete.
Por un momento, parece que va a hacerlo. Pero entonces, su mano sube hasta mi rostro, y me obliga a mirarla.
—No tan rápido, Joon-Ho. ¿Qué hay de mis fotos? ¿Qué harías si alguien más las viera?
El miedo se instala en mi pecho. Lo sabía. Sabía que esto terminaría en una amenaza.
—¿Qué quieres? —pregunto, mi voz apenas un susurro.
Ella sonríe, triunfante.
—Lo mismo que siempre: a ti—me dijo poniendo una tarjeta de un hotel en mi bolsillo—El fin de semana que viene, te espero y más te vale no faltar. No necesito tutoría está semana así que no vengas a mi casa.
Esa noche, no duermo. Mi-Ra finalmente se va, pero no sin antes asegurarse de que su presencia quede grabada en mi mente, en mis cosas, en todo lo que soy. Me siento atrapado, incapaz de ver una salida.
Soo-Yeon merece algo mejor que esto, pero ¿cómo puedo explicarle todo lo que está pasando sin destruirla? ¿Sin destruirme a mí mismo en el proceso?
Al día siguiente, en el trabajo, Min-Ho me pregunta por qué estoy tan distraído. Invento una excusa, algo sobre demasiada carga laboral, pero sé que no me cree. Mi madre también lo nota cuando me lleva café a mi habitación esa tarde.
—Hijo, ¿todo está bien? —pregunta, con esa voz suave que solo las madres tienen.
—Sí, mamá. Solo estoy cansado.
Ella no insiste, pero sé que no está convencida.
El siguiente día, estoy de nuevo en la universidad, tratando de concentrarme en mis clases, pero cada vez que cierro los ojos, veo a Mi-Ra, en mi cama, con mi camisa, con esa sonrisa que me persigue incluso en mis sueños.
No puedo seguir así. Tengo que encontrar una forma de terminar esto, de recuperar mi vida. Pero cada vez que lo intento, Mi-Ra me recuerda que ella no juega limpio, y yo… yo no sé si soy lo suficientemente fuerte para ganar este juego.
Al llegar a casa, se dejó caer en la cama, mirando el techo. No podía seguir así. Algo tenía que cambiar, pero no sabía cómo salir del lío en el que se había metido.
A la mañana siguiente, mientras se preparaba para su día, el peso de todo lo sucedido no lo dejaba concentrarse. Kang Min-Ho lo observó desde la puerta del baño.
—Hyung, ¿seguro que estás bien? Pareces... distraído últimamente.
—Estoy bien, solo trabajo. —respondió Joon-Ho con un tono cortante que no dejaba lugar a más preguntas.
Min-Ho frunció el ceño, pero no insistió. Sin embargo, cuando llegó al salón de clases, Joon-Ho no pudo evitar sentirse observado. La tensión seguía aumentando, y sabía que Mi-Ra no había terminado con él. Su amenaza seguía colgando sobre su cabeza, lista para caer en cualquier momento.