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LA NOCHE DE LAS BRUJAS

LA NOCHE DE LAS BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Equilibrio De Poder / Demonios / Ángeles / Poderosas criaturas sobrenaturales
Popularitas:3.7k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.

Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.

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CAPITULO DIECIOCHO

La marca Zentyal, ¿quién no conocía aquella marca que se decía escondía un poder demoníaco? Los Zentyal eran algo poco común, un mito, una leyenda que pocas veces había sido confirmada. Se trataba de un grupo de personas cuyo poder estaba más allá del promedio de magia habitual; eran portadores de un poder tan grande que podían destruir todo a su paso.

La leyenda decía que existía una esfera de cristal que contenía la serpiente roja del diablo, una entidad que recorrió la tierra en busca de almas que poseer, una serpiente con un poder supremo. Se decía que ni todos los dioses juntos podían sobrepasar el poder de la serpiente roja. Un día, la serpiente fue atrapada por un grupo de cazadores que deseaban aprovecharse de su poder, pero la serpiente no lo permitió. Se encerró a sí misma en una esfera de cristal con un hechizo que hizo que el planeta se moviera, como si un meteorito lo hubiera impactado.

Durante mucho tiempo, muchos aventureros, vampiros, brujas y hechiceros intentaron descifrar aquel hechizo que la serpiente había utilizado, pero ninguno lo consiguió. Hasta que un día, en medio del bosque, una persona consiguió descifrar aquel hechizo, lo que hizo aparecer la esfera frente a él. La tocó y, poco tiempo después, en su mano apareció la marca roja de una serpiente.

Tiempo después, plasmó el hechizo que hizo aparecer la esfera en las páginas de un libro, el cual hechizó para que no se vieran sus letras. Aquel libro pasó de mano en mano a lo largo del mundo, con la suerte de que nadie sabía el gran secreto que contenía en sus páginas.

Este relato de la serpiente roja y la esfera de cristal se convirtió en una advertencia y una fascinación para todos aquellos que practicaban la magia. La posibilidad de encontrar la esfera y convertirse en un Zentyal, o de liberar el poder demoníaco que contenía, era una tentación que muchos no podían resistir. Sin embargo, el precio a pagar por tal poder era alto, y el mundo vivía con la constante amenaza de que alguien, en algún lugar, pudiera desatar de nuevo el poder de la serpiente roja.

Ivelle se levantó, sintiendo un intenso picor en su brazo. Pasó sus uñas por el lugar, tratando de aliviar el ardor, pero este solo se hacía más fuerte. Confundida y asustada, levantó la manga de su Pijama para observar su piel. Sus ojos se abrieron de par en par al ver una marca roja en forma de serpiente que se estaba formando en su brazo. El picor se intensificaba con cada segundo, como si algo estuviera escribiendo la marca desde el interior de su piel.  Con el corazón acelerado, jadeó, tratando de comprender lo que estaba ocurriendo. La situación le parecía irreal, como una pesadilla de la que no podía despertar. Se levantó rápidamente de la cama y, con pasos tambaleantes, se dirigió al baño. Cerró la puerta tras de sí, encerrándose en un intento de escapar de la extraña realidad que la acechaba. Se apoyó contra el lavabo, mirando su reflejo en el espejo, pero su atención se centró rápidamente en su brazo.

El dolor se hacía más insoportable, como si una cuchilla afilada recorriera su carne con una velocidad impresionante. Ivelle sintió sus piernas temblar y, sin poder sostenerse más, cayó al suelo del baño. Las lágrimas corrían por su rostro mientras veía cómo la marca se desarrollaba ante sus ojos. Letras extrañas y símbolos arcanos surgían en su piel, componiendo un patrón intrincado que parecía tener vida propia. La marca de la serpiente en su brazo era una visión de pesadilla.

—¿Pero qué acaba de suceder? —Ivelle miró la marca en su brazo y sintió un nudo en el estómago. No era asco lo que sentía, sino un miedo paralizante. No entendía qué era lo que ahora llevaba en su cuerpo, una marca que le ardía como nunca antes. La puerta sonó, sacándola de su aturdimiento. Ivelle levantó rápidamente la mirada hacia la entrada del baño.

—¿Quién es? —preguntó, su voz temblorosa.

—Ivy, ¿te encuentras bien? Huelo a... sangre... —La voz de Raquel sonó desde el otro lado de la puerta. Siendo vampiro, Raquel nunca dormía. Su voz se volvió ronca al mencionar la sangre, y sus ojos comenzaron a cambiar, alternando entre un color negro profundo y un rojo intenso.

Ivelle tragó saliva, sus pensamientos eran un torbellino. La presencia de Raquel, aunque familiar, le provocaba más ansiedad en ese momento. Miró de nuevo la marca en su brazo, sus dedos temblando mientras pasaba la mano sobre la serpiente, sintiendo el calor que irradiaba.

—Raquel... no sé qué me está pasando... —dijo, su voz apenas un susurro.

—Déjame entrar, Ivy. Necesito ver qué está ocurriendo —insistió Raquel, su tono de voz más urgente.

Ivelle dudó por un instante, pero luego se levantó, sintiendo cómo sus piernas temblaban bajo su peso. Con manos temblorosas, giró la cerradura de la puerta y la abrió lentamente. Raquel entró de inmediato, sus ojos escaneando el baño antes de posarse en el brazo de Ivelle. Al ver la marca, sus ojos se abrieron con sorpresa y horror.

—Por todos los dioses... ¿Qué es eso? —murmuró Raquel, su voz apenas audible.

—No lo sé... apareció de repente. —Ivelle señaló la serpiente en su brazo, que parecía moverse bajo su piel. — No entiendo qué es lo que significa.

Raquel dio un paso adelante, sus ojos todavía cambiando de color mientras examinaba la marca de cerca. Extendió una mano hacia el brazo de Ivelle, pero se detuvo justo antes de tocar la marca, como si temiera una reacción.

—Esto es... más antiguo de lo que puedas imaginar. Esta marca... tiene un poder que no debería existir en nuestro mundo. Ivy, necesitamos ayuda. Esto es algo muy serio —dijo Raquel, su voz firme pero cargada de preocupación.

—¿Qué es eso?

—Es la marca demoníaca, de la serpiente roja. Ya no se habla mucho sobre esa leyenda como se hacía hace años, pero sigue teniendo un poder ominoso en las conversaciones. Se dice que tiene un poder maligno y que quien la porte... debe ser alguien con una mente muy fuerte para no dejarse dominar por ella... Creo que debemos hablar con el profesor de Historia Antigua. Él es el único que podría saber qué hacer en estos casos, pero... creo que no hay una solución. Jamás se mencionó una forma de deshacerse de la marca, Ivelle.

Ivelle asintió, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de su mente. La seriedad en la voz de Raquel y la gravedad de la situación eran inconfundibles.

—¿Estás segura de que no hay nada que podamos hacer? No puedo vivir con esto en mi brazo... —dijo Ivelle, con la voz temblorosa.

Raquel suspiró, con un gesto de compasión en su rostro vampírico.

—No lo sé, Ivy. Pero el profesor es nuestra mejor esperanza. Si hay alguien que pueda ayudarnos a entender y quizás encontrar una solución, es él.

Ambas se miraron un momento, compartiendo un sentimiento de incertidumbre y temor. Ivelle nunca había imaginado que su vida se vería envuelta en algo tan oscuro y peligroso como una marca demoníaca. Pero ahora estaba frente a ella, retorciéndose en su brazo como un recordatorio constante de que algo antiguo y maligno había elegido su cuerpo como su nuevo hogar.

—Vamos, Ivy. No tenemos tiempo que perder —dijo Raquel, extendiendo la mano hacia Ivelle.

Ivelle tomó la mano de Raquel con decisión, sintiendo el apoyo y la fuerza que la vampira le ofrecía en ese momento de angustia. Juntas, salieron del baño y se dirigieron hacia la oficina del profesor de Historia Antigua, en busca de respuestas que esperaban encontrar antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, en el pasillo se encontraron con nada menos que Freya, cuya mirada estaba llena de odio. Ella miró a su prima y luego a Ivelle, quien trató de esconder su brazo detrás de Raquel para que Freya no lo viera, pero ya era demasiado tarde.

Freya mostró su perfecta dentadura, manchada de sangre. Raquel conocía bien esa vista. Su prima había asesinado a alguien, pero en ese momento no era tiempo de pensar en eso. Tenían que encontrar la manera de salir de ahí sin que Freya se diera cuenta de la marca en el brazo de su amiga.

—Vaya, querida prima —dijo Freya con un tono de voz cínico y lleno de burla—. Pensé que estarías en la mansión y no en este lugar... Sabes, quiero hablar con ella —señaló a Ivelle—. Tenemos muchas cosas que resolver... La muerte de mi prometido no puede quedar impune. Ya que la miserable escoria de Asher no quiso deshacerse de ella, yo lo haré.

De sus uñas salieron unas largas y afiladas garras destinadas a ser enterradas en el cuello de Ivelle.

—Te aseguro, amiga mía, que tu muerte no será dolorosa.

Cuando Freya se lanzó hacia ella, Raquel se interpuso, provocando que las garras se clavaran en su estómago. No salió sangre, ya que al ser vampiro, Raquel no la tenía. Su mirada se encontró con los ojos de su prima, los cuales tenían un rojo intenso.

—¡Ivelle, lárgate de aquí! —gritó Raquel, sosteniendo los brazos de Freya para que no pudiera alejarse.

Ivelle miró a Raquel por unos segundos antes de comenzar a correr lejos de ellas. El corazón de Ivelle latía con fuerza mientras buscaba desesperadamente una salida. No sabía hacia dónde ir, pero no podía quedarse allí mientras Raquel enfrentaba a su prima. Detrás de ella, escuchó los sonidos de la lucha entre las dos vampiras. Los gruñidos y golpes resonaban por el pasillo mientras Ivelle se adentraba más en el laberinto de pasillos de la academia. Cada paso la alejaba más del peligro inmediato, pero su mente no dejaba de repetir las últimas palabras de Freya. El miedo y la confusión nublaban sus pensamientos. No sabía si debía buscar ayuda, regresar con Raquel o simplemente esconderse hasta que todo pasara. Mientras tanto, la marca de la serpiente en su brazo pulsaba con intensidad, recordándole que algo oscuro y peligroso había despertado en su interior.

Ivelle se detuvo en un rincón oscuro del pasillo, jadeando por el esfuerzo y el miedo que la embargaban. Apoyó la espalda contra la pared fría y levantó la manga de su pijama para examinar la marca en su brazo. La cabeza de la serpiente estaba grabada justo debajo de su muñeca, con ojos negros como el abismo que parecían observarla con malicia propia. Los colmillos de la serpiente estaban expuestos en una mueca feroz, como si estuviera lista para morder en cualquier momento, y de su boca parecía emanar un humo negro que se desvanecía en la piel de Ivelle. El cuerpo de la serpiente se enrollaba alrededor de su brazo, cada escama delineada con precisión macabra. Las escamas eran irregulares y dentadas, dándole un aspecto casi metálico, como si estuvieran hechas de cuchillas afiladas en lugar de piel. A medida que la serpiente se enroscaba hacia arriba, las escamas parecían cambiar de forma y tamaño, dando la impresión de que la criatura estaba viva y en constante movimiento.

A lo largo del cuerpo de la serpiente, había símbolos arcanos y runas que se iluminaban con un brillo rojizo intermitente, como si estuvieran respirando al unísono con Ivelle. Estos símbolos parecían pulsar con energía oscura, proyectando una sensación de malestar y peligro inminente. El final de la cola se bifurcaba en dos puntas afiladas que se clavaban en la piel de Ivelle, como si la marca estuviera sujetándola y no tuviera intención de soltarla. Cada vez que Ivelle miraba la marca, sentía un escalofrío recorrer su columna vertebral, y el ardor en su brazo se intensificaba, recordándole constantemente la maldición que ahora llevaba consigo. Era una marca de poder, pero también de condena, un recordatorio de que estaba conectada a algo antiguo y terriblemente peligroso.

— ¿Qué es esto? —susurró Ivelle, incapaz de apartar la mirada de la marca. — ¿Por qué me salió esto? — Ivelle miró de nuevo la marca en su brazo y sintió un nudo en la garganta. Ella no podía dejar a Raquel sola, pero también sabía que no podía hacer nada para ayudarla en ese momento.

— Yo podría explicarte qué es —escuchó a su lado. Soltó un grito sonoro que fue callado por la mano de Asher sobre su boca—. No grites. No es ni el momento ni el lugar para hacerlo. Sígueme. Prometo que no te haré nada. Solo quiero saber cómo fue que esa marca dio a parar en tu brazo.

El corazón de Ivelle latía con fuerza, mezclando el miedo con la confusión. No sabía si debía confiar en Asher, pero en ese momento, no tenía muchas opciones. Asintió lentamente, y Asher retiró su mano con cautela. Ivelle le miró a los ojos, buscando alguna señal de sus intenciones, pero lo único que vio fue una seriedad profunda.

— Vamos —dijo Asher en voz baja, indicándole que le siguiera.

Ivelle siguió a Asher por los pasillos oscuros de la academia, tratando de mantenerse a la par de él mientras su mente daba vueltas tratando de comprender lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo era posible que Asher supiera algo sobre la marca? ¿Y por qué la estaba ayudando ahora? Caminaron en silencio durante varios minutos, alejándose de la zona donde Raquel y Freya seguían enfrentándose. Finalmente, llegaron a una pequeña sala de estudio abandonada al final de un pasillo poco transitado. Asher cerró la puerta tras ellos y se volvió hacia Ivelle.

— Ahora podemos hablar con calma —dijo Asher, sus ojos escudriñando los de Ivelle.

— ¿Qué sabes sobre la marca en mi brazo? —preguntó Ivelle, tratando de mantener la calma a pesar del nerviosismo.

Asher se acercó a ella y observó detenidamente la marca. Su expresión se tornó grave mientras examinaba cada detalle de la serpiente roja.

— La marca de la serpiente roja es una antigua maldición —comenzó Asher lentamente—. Se dice que es el sello de una entidad demoníaca muy poderosa. Aquellos que la portan están conectados a esa entidad, y suelen verse afectados por el poder y la influencia oscura que conlleva.

Ivelle tragó saliva, asimilando la información con dificultad. Todo parecía tan irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla.

— ¿Hay alguna manera de deshacerse de ella? —preguntó Ivelle con desesperación.

Asher frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello, pensativo.

— No es fácil —dijo finalmente Asher—. La mayoría de los registros antiguos sugieren que una vez que la marca aparece, es difícil de eliminar. Pero existen ciertos rituales y hechizos que podrían ayudar. Sin embargo, son extremadamente peligrosos y complicados de realizar… ¿Tocaste la esfera?

— ¿De qué esfera hablas? —preguntó Ivelle con confusión.

Asher se sentó sobre una mesa, cruzando los brazos.

— Tocar la esfera de la serpiente es la única manera en la que esa marca puede aparecer —continuó Asher—. Tuviste que haber tocado la esfera para tener esa marca… Sabes, hice tanto por buscar la esfera, cambié de lugar hasta llegar a esta academia y me parece gracioso que la esfera te haya elegido a ti en lugar de mí o mis compañeros que hicimos hasta lo imposible por invocarla.

Una sonrisa cínica apareció en su rostro.

— Tienes mucha suerte de que la marca ahora esté en tu brazo, pero sabes qué, quiero hacer algo. Quiero que la marca pase a mi brazo. Buscaremos la manera de hacer que desaparezca de tu brazo y aparezca en el mío, o te juro que acabaré con tu vida como lo hizo Freya con tus… —Asher fue interrumpido cuando la puerta se abrió de golpe, revelando a una enojada Raquel.

— Vaya, Raquel. Es un gusto verte —dijo Asher, acercándose a Ivelle y despidiéndose con un beso en la mejilla, aunque antes de separarse, susurró en su oído—. Recuerda mis palabras, brujita hermosa.

Raquel observó la escena con los ojos entrecerrados, claramente desconfiada. Asher la miró con una mezcla de indiferencia y provocación, antes de caminar hacia la puerta sin apartar la mirada de Raquel. Al pasar junto a ella, se detuvo un momento y le dedicó una sonrisa irónica antes de desaparecer por el pasillo.

— ¿Qué demonios está haciendo aquí? —preguntó Raquel con voz contenida, clavando sus ojos rojos en Ivelle.

Ivelle se sintió incómoda bajo la mirada de Raquel, pero trató de explicarse rápidamente.

— Raquel, yo… no sabía qué hacer. Asher apareció y… me dijo que podía ayudarme con la marca.

Raquel frunció el ceño, sin apartar la mirada de Ivelle.

— No confíes en él, Ivelle. Asher tiene sus propios intereses, y no creo que sean precisamente para ayudarte.

— Pero Raquel, ¿qué más podía hacer? No sé qué hacer con esta marca, y él parece saber algo al respecto —respondió Ivelle, sintiéndose atrapada entre la espada y la pared.

Raquel suspiró y se acercó a Ivelle, tomando su mano con suavidad.

— Lo entiendo, Ivelle. Pero Asher no es alguien en quien deberías confiar tan fácilmente. Tienes que tener mucho cuidado.

Ivelle asintió lentamente, sintiendo la tensión en el aire. Raquel siempre había sido protectora con ella, y ahora más que nunca, parecía estar dispuesta a protegerla de cualquier amenaza, incluido Asher.

— Lo sé, Raquel. Gracias por estar aquí —dijo Ivelle, sintiendo un nudo en la garganta.

Raquel la abrazó con fuerza, transmitiéndole su apoyo silencioso.

— Estoy aquí para protegerte, siempre. Vamos a encontrar una manera de lidiar con esta marca, juntas —dijo Raquel con determinación.

Al día siguiente, Ivelle entró al comedor y se sentó junto a Seth, quien parecía que no había comido en días. A los pocos minutos se unieron los gemelos y Zaois, quien estaba concentrado en un libro sobre sexualidad reproductiva. Ivelle lo miró de reojo, pero decidió no decir nada y se concentró en jugar con su comida. Percy notó el estado de su amiga, pero pensó que se debía a lo sucedido con sus padres, por lo que no preguntó qué le ocurría, solo la animó a comer mientras él hacía lo mismo. Ivelle le regaló una sonrisa forzada que Percy intentó devolverle con cariño.

— Es rico — dijo Percy con una sonrisa —. Es una mezcla entre chocolate blanco y leche de cabra.

Ivelle frunció el ceño ligeramente.

— ¿Sabes que la leche de cabra no es mi favorita? — respondió con honestidad.

Percy rió suavemente y le tendió la cuchara con un poco de helado.

— Pero sé que te gusta cuando es con chocolate. Anda, prueba un poco.

Ivelle tomó la cuchara con duda y probó el helado. El sabor la sorprendió gratamente.

— Oh, sí, tienes razón. Es delicioso — admitió, sonriendo.

De repente, alguien entró por la puerta del comedor. Era Vante, quien lucía igual de imperturbable que siempre. Ivelle dirigió su mirada hacia su hermano y rápidamente se levantó para ir hacia él. Pero antes de que pudiera abrazarlo, Vante se lo impidió y le soltó:

— ¿Sabías que nuestra hermana estaba embarazada?

Ivelle no respondió de inmediato, pero su mirada le dio la respuesta que necesitaba.

— Veo que sí. Ninguna de las dos tuvo la confianza suficiente para decírmelo. Qué patético —añadió con amargura—. Ya he reportado el caso de nuestros padres. Dicen que fue un vampiro quien los mató, pero que no encontraron el ADN del vampiro, parece que pudo eliminarlo.

Ivelle se quedó mirando a su hermano, sintiéndose culpable y aliviada al mismo tiempo. Culpable porque no había podido contarle sobre su embarazo y aliviada porque Vante estaba de vuelta y podía ayudarla a afrontar lo que había sucedido con sus padres.

— Lo siento, Vante. No queríamos preocuparte —dijo Ivelle con voz apagada.

Vante suspiró y finalmente abrazó a su hermana.

— Ya no importa. Vuelve con tus amigos. Nos vemos después — dijo Percy, y antes de que ella pudiera responder, él se marchó, dejándola parada en medio del comedor.

Ivelle se quedó inmóvil, observando cómo Vante se alejaba por el pasillo. Un suspiro escapó suavemente de sus labios antes de regresar a su mesa. Se sentó con un semblante deprimido que no pasó desapercibido para los presentes. Zaois, conocido por su falta de emotividad y sentido del humor, soltó un chiste que logró arrancarle a Ivelle una risa leve. Poco a poco, la tensión de la conversación previa se disipó y el ambiente se relajó de nuevo.

Ivelle empezó a comer despacio mientras los gemelos compartían anécdotas. Horas después, se encontraba en el salón donde algunos alumnos practicaban. Estaba sola, concentrada en dominar el aire. Aunque era experta en este elemento, su mente no estaba en calma, y todos sus intentos fallaban. Percy apareció y se apoyó en la puerta, notando la tensión de la chica, quien no se había dado cuenta de su presencia. Al ver que Ivelle parecía al borde de las lágrimas por la frustración, se acercó y dijo:

— No lo lograrás si sigues tan tensa. Tus brazos están demasiado bajos —corrigió la posición de sus brazos—. Tus piernas están demasiado separadas; deben estar bien juntas. Y tus manos no deben estar cerradas en puños, deben estar relajadas, Sirena. Hazlo nuevamente.

Ivelle respiró hondo y siguió las indicaciones de Percy, relajando sus brazos, juntando sus piernas y abriendo sus manos. Sus músculos se aflojaron y su mente comenzó a enfocarse en el control del aire que la rodeaba. Con cada respiración consciente, sentía cómo el flujo de energía se volvía más suave y controlable. Percy permaneció a su lado, observando en silencio mientras ella intentaba de nuevo. Esta vez, los movimientos eran más fluidos, más precisos. Ivelle cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de libertad que el aire le proporcionaba. No había más tensiones ni distracciones, solo ella y el elemento que había dominado durante años.

Después de unos minutos, Ivelle abrió los ojos y sonrió levemente a Percy. Él asintió con aprobación.

— Eso es mejor. Recuerda mantener la calma y la concentración. Puedes hacerlo —le dijo con voz tranquila. — Confío en ti.

Ivelle sonrió, se acercó a Percy y lo abrazó, rodeándolo con sus brazos. Percy correspondió al abrazo y besó su cabello mientras lo acariciaba con ternura. Ambos se quedaron unos momentos en silencio, disfrutando de la cercanía y la intimidad que compartían. Después de un momento, Percy se separó ligeramente para mirar a Ivelle a los ojos. Ella levantó la mirada hacia él, sintiendo la conexión profunda entre ellos. Era extraño, pero ninguno de los dos quería entender lo que sucedía. Simplemente querían estar ahí, mirándose el uno al otro.

En ese momento, en silencio, parecía que todo el mundo exterior había desaparecido. Ivelle y Percy estaban juntos, conectados por algo mayor que ambos, y no necesitaban decir nada. Estaban finalmente en un lugar donde no tenían que preocuparse por nada, ni pensar en el futuro, solo ser.

Era precisamente lo que Ivelle más necesitaba en ese momento, y Percy lo sabía. Ivelle sonrió, dejando ver su característica sonrisa de conejo, recordando cómo se habían conocido. Fue de una manera muy divertida; ella había sido perseguida por un perrito pequeño y él la ayudó, dándoselas de héroe. Todo eso cuando tenían cinco años de edad.

— Gracias por estar siempre ahí para mí, Percy —susurró Ivelle, con voz suave pero llena de gratitud.

— Siempre, Ivelle. Siempre estaré contigo —respondió Percy, besando su frente con ternura.

Ambos se abrazaron de nuevo, disfrutando del momento y de la certeza de que estaban juntos, conectados por un vínculo que había perdurado desde su infancia hasta el presente.

— ¿Seguirás practicando? —preguntó Percy con curiosidad.

— No. Me dieron ganas de estudiar. ¿Vamos? —respondió Ivelle, sonriendo.

— Claro que sí, Sirena.

— ¿Desde cuándo soy sirena?

— Siempre lo has sido. Estoy esperando más que nadie tu transformación.

Ivelle rió suavemente ante el comentario de Percy. Lo tomó de la mano y juntos salieron del salón de práctica, dejando atrás el aire controlado y la energía que flotaba en el ambiente.

— ¿Puedo preguntar qué sucede con tu hermano? —preguntó Percy con delicadeza.

— Mmm, Vante está un poco raro. No sé si es por lo que pasó con nuestros padres o es otra cosa, pero él tampoco quiere confiar en mí —se encogió de hombros—. No sé qué hacer, pero ahora no quiero pensar en eso, ni en eso ni en nada. Quiero tener la mente en blanco.

Percy asintió comprensivamente, sintiendo el peso de la preocupación de Ivelle por su hermano. La tomó de la mano con suavidad.

— Entiendo. Estoy aquí para lo que necesites, Ivelle. Si alguna vez quieres hablar o simplemente estar en paz, estoy aquí —dijo con sinceridad, mirándola con cariño.

Ivelle le sonrió con gratitud y apretó la mano de Percy.

— Gracias, Percy. Saber que estás aquí significa mucho para mí.

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Alexaider Pineda
me encanta este inicio ,tienes un gran talento
dana hernandez
Solo con este texto, empiezo a amar el libro 😍
Lourdes Castañeda
hola, podrías tradicirnos el francés, para saber que dice, muchas gracias y está muy buena la historia.
Rimur***
Retiro lo dicho anteriormente, ya no entendi nada.
Rimur***
No hablo francés pero creo que de momento entiendo lo que dice.
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