Amantes A Través Del Tiempo

Capítulo 18

A partir de ese momento, la vida de Sofía, Alejandro y Lucas se convirtió en una ardua lucha por superar los desafíos que les había impuesto la cruel realidad. Pero lejos de rendirse, se enfrentaron a ella con una determinación inquebrantable.

Cada día, Sofía y Alejandro se sumergían en el aprendizaje de nuevas técnicas y estrategias para brindarle a Lucas el mejor apoyo y estimulación. Asistían a terapias, observaban con atención a los profesionales y se esforzaban por crear un entorno seguro y enriquecedor para su hijo.

Lucas, por su parte, demostraba una fortaleza y una perseverancia que llenaban de orgullo a sus padres. A pesar de las dificultades, el pequeño se esforzaba por aprender y adaptarse, superando obstáculo tras obstáculo con una valentía que los dejaba sin aliento.

En cada logro de Lucas, por pequeño que fuera, Sofía y Alejandro encontraban la fuerza para continuar luchando. Ver cómo su hijo desarrollaba habilidades alternativas para compensar sus discapacidades, o cómo lograba adquirir nuevos aprendizajes a su propio ritmo, les recordaba que nada era imposible cuando se tenía el amor y el apoyo incondicional de una familia.

Una tarde, mientras Alejandro se encontraba en una reunión con los terapeutas de Lucas, Sofía recibió una llamada que la llenó de angustia.

—¿Sofía Gutiérrez? —preguntó una voz desconocida al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo —respondió, con el corazón acelerado.

—Soy la trabajadora social del centro de rehabilitación —dijo la mujer, con seriedad—. Necesito hablar con usted sobre un asunto importante relacionado con Lucas.

Sofía sintió que un nudo se formaba en su garganta.

—¿Qué ocurre? —preguntó, con desesperación—. ¿Le pasó algo a mi hijo?

La trabajadora social suspiró, pareciendo incómoda.

—No, Lucas está bien —respondió, con cautela—. Pero tengo que informarle que hemos recibido una denuncia de posible negligencia en su cuidado.

Sofía sintió que el mundo se le venía abajo. ¿Negligencia? ¿Cómo podían acusarlos de algo así cuando todo lo que hacían era luchar por el bienestar de su hijo?

—¿Qué? —exclamó, con indignación—. Eso es imposible. Alejandro y yo nos hemos dedicado en cuerpo y alma a cuidar de Lucas.

La trabajadora social pareció incómoda.

—Entiendo su reacción, señora Gutiérrez —dijo, con tacto—. Pero tenemos que investigar la situación y asegurarnos de que Lucas esté recibiendo los cuidados adecuados.

Sofía sintió que las lágrimas de rabia comenzaban a brotar de sus ojos.

—¿Quién ha presentado esa denuncia? —preguntó, con la voz temblorosa.

—Lamento no poder darle esa información —respondió la trabajadora social—. Pero le aseguro que tomaremos todas las medidas necesarias para proteger a Lucas.

Sofía apretó el teléfono con fuerza, sintiendo que el miedo y la indignación la consumían.

—Esto no puede estar pasando —murmuró, con desesperación—. Alejandro y yo somos los mejores padres que Lucas puede tener.

La trabajadora social suspiró, pareciendo genuinamente afectada.

—Entiendo su angustia, señora Gutiérrez —dijo, con empatía—. Pero debo insistir en que coopere con nosotros durante la investigación. Es por el bienestar de su hijo.

Sofía sintió que el mundo se le venía abajo. ¿Cómo podían acusarlos de negligencia cuando todo lo que hacían era luchar incansablemente por Lucas?

—Está bien —aceptó, con la voz entrecortada—. Haremos lo que sea necesario. Pero quiero que sepa que Alejandro y yo somos los mejores padres que Lucas puede tener.

La trabajadora social pareció entender su angustia.

—Le creo, señora Gutiérrez —dijo, con suavidad—. Pero debemos seguir el protocolo por el bien de su hijo. Estaremos en contacto.

Sofía colgó el teléfono, sintiendo que las lágrimas rodaban por sus mejillas. ¿Cómo podían acusarlos de algo así? Ella y Alejandro habían entregado su vida entera a cuidar de Lucas, a brindarle todo el amor y la atención que necesitaba.

En ese momento, Alejandro entró en la casa, notando de inmediato la angustia en el rostro de Sofía.

—¿Qué ocurre, mi amor? —preguntó, acercándose a ella con preocupación.

Sofía lo miró, con los ojos llenos de lágrimas.

—Alejandro... —murmuró, sintiendo que el miedo la invadía—. Nos han acusado de negligencia en el cuidado de Lucas.

Alejandro la miró, incrédulo.

—¿Qué? —exclamó, con indignación—. ¿Cómo pueden decir eso? ¡Nosotros somos los mejores padres que Lucas puede tener!

Sofía se aferró a él, sollozando.

—No lo sé —susurró, con desesperación—. Dicen que tienen que investigar, y que van a tomar medidas para proteger a Lucas.

Alejandro la abrazó con fuerza, sintiendo que la rabia y la impotencia lo invadían.

—Esto no puede estar pasando —murmuró, con la voz entrecortada—. Hemos dado todo por nuestro hijo. ¿Cómo pueden acusarnos de algo así?

Sofía se aferró a él, temiendo por el futuro de su familia.

—¿Y si nos quitan a Lucas? —sollozó, con angustia—. ¿Y si deciden que no somos capaces de cuidarlo?

Alejandro la miró con determinación, tomando su rostro entre sus manos.

—Eso no va a pasar, Sofía —afirmó, con firmeza—. Vamos a luchar con uñas y dientes por nuestro hijo. Nadie nos va a arrebatar el derecho de cuidarlo.

Sofía asintió, secando sus lágrimas.

—Tienes razón —murmuró, sintiendo que la esperanza renacía en su corazón—. Vamos a demostrarles que somos los mejores padres que Lucas puede tener.

En los días siguientes, Sofía y Alejandro se enfrentaron a un verdadero infierno burocrático. La trabajadora social los citaba constantemente para interrogarlos, y parecía dudar de cada una de sus respuestas.

Ambos se esforzaban por mantener la calma y demostrar su compromiso inquebrantable con el bienestar de Lucas. Llevaban a cabo cada terapia al pie de la letra, mantenían un registro meticuloso de los cuidados que le brindaban y exponían con detalle todos los esfuerzos que hacían por ayudarlo a superar sus discapacidades.

Pero la incertidumbre y el miedo de perder a su hijo los atormentaban constantemente.