Logan es un joven empresario destinado a heredar la dirección de la empresa familiar, pero hay una condición: debe estar casado. Seguro de cumplir el requisito, anuncia a su padre que pronto presentará a Irina, su novia, y le pedirá matrimonio durante el cumpleaños de su madre. Sin embargo, su mundo se desmorona cuando descubre que Irina lo engaña con su mejor amigo. Herido y lleno de rabia, un accidente de auto lo lleva al hospital, donde su vida toma un giro inesperado.
Cuando su padre le exige respuestas sobre su supuesta novia, Logan improvisa desesperadamente y señala a Emma, una joven y amable enfermera, como su prometida. Ahora, debe convencerla de participar en su farsa para salvar su futuro profesional.
Lo que comienza como un acuerdo temporal pone a prueba los corazones de ambos. ¿Podrán mantener la mentira sin caer en el juego de las emociones? Entre secretos, atracción y el riesgo de perderlo todo, Logan descubrirá si es posible volver a creer en el amor.
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No, gracias
Emma se disculpó suavemente con Logan antes de entrar al baño. Cerró la puerta tras de sí y dejó que el agua caliente cayera sobre su piel, aliviando los restos del cansancio acumulado tras su largo turno. Mientras tanto, Logan permaneció en la sala, observando su entorno con detenimiento.
El lugar era modesto pero acogedor. Las paredes estaban decoradas con fotos familiares y pequeños cuadros pintados a mano que, aunque se veían sencillos, le daban un aire personal y cálido al espacio. Una mesa de madera gastada ocupaba el centro del comedor, y sobre ella había un florero con margaritas que comenzaban a marchitarse.
Logan, desde su silla de ruedas, se permitió esbozar una leve sonrisa. Había algo reconfortante en aquel ambiente, algo que contrastaba completamente con la fría opulencia de la mansión en la que vivían temporalmente, o en si propio departamento, al cual esperaba regresar apenas pudiera ponerse de pie nuevamente. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció rápidamente al escuchar la voz de Emma al salir del baño.
—Estoy lista, Logan. Podemos irnos.
Él giró su silla hacia la puerta del baño, y cuando la muchacha salió, envuelta en ropa cómoda y con el cabello aún húmedo recogido en una coleta, simplemente asintió con la cabeza.
—Vamos, entonces—dijo con un tono neutral, haciendo un gesto hacia la puerta.
Ambos salieron de la casa y subieron al automóvil. El trayecto hacia la mansión transcurrió en silencio, pero no era un silencio incómodo. Emma miraba por la ventana, mientras Logan parecía absorto en sus pensamientos. Aunque no dijo nada, no pudo evitar notar lo agotada que aún lucía ella, a pesar de haber descansado.
Cuando llegaron a la mansión, Susan fue la primera en recibirlos. Estaba en la entrada, como si hubiera estado esperando su regreso. Su rostro se iluminó con una sonrisa al ver a Emma.
—¡Emma! —exclamó, acercándose para abrazarla con calidez—. Qué bueno verte de vuelta.
Emma, aunque algo sorprendida por el gesto, correspondió al abrazo con una sonrisa tímida.
—Gracias, Susan.
Antes de que Emma pudiera explicar su ausencia, Logan intervino, adelantándose a las preguntas de su madre.
—Emma terminó su turno y fue a su casa a dormir —explicó, manteniendo un tono calmado pero firme—. Supongo que olvidó por un momento que ahora vive aquí.
Susan ladeó la cabeza, mirando a Emma con comprensión.
—Eso es completamente entendible —respondió—. Trabajas mucho, y después de un turno como ese, cualquiera necesitaría descansar. No te preocupes, querida.
Emma sintió un alivio inmediato al escuchar la amabilidad en el tono de Susan. Era un contraste tan marcado con William que no pudo evitar sentirse un poco más cómoda.
—Gracias, Susan. Prometo que no volverá a suceder —dijo Emma con sinceridad.
Susan le tocó el hombro con gentileza.
—No te preocupes por eso. Ahora ven, ambos deben estar hambrientos. Hice algo ligero para almorzar.
Logan, aún en su silla, asintió.
—Iremos en un momento, mamá.
Susan se retiró hacia el comedor, dejando a Logan y Emma solos por un momento en el vestíbulo.
—Gracias por cubrirme —dijo Emma en voz baja, mirándolo con algo de gratitud.
Logan la miró de reojo, su expresión era difícil de leer. Finalmente, murmuró:
—No fue nada. Pero trata de recordar dónde se supone que vives ahora.
Aunque sus palabras parecían duras, su tono no lo era tanto. Emma asintió, sin molestarse por el comentario. Sabía que, a su manera, Logan estaba tratando de mantener el orden en medio de toda la presión que ambos enfrentaban.
Con un gesto, Logan señaló el camino hacia el comedor.
—Vamos. Mi madre no nos dejará en paz hasta que nos vea comer.
Emma rió suavemente, siguiendo su indicación. Aunque la mansión podía sentirse sofocante, había algo en Susan que hacía que todo pareciera un poco más llevadero
Después de un almuerzo tranquilo, gracias a la insistencia de Susan, Logan y Emma subieron a la habitación. Eran casi las tres de la tarde, y el ambiente en la mansión estaba calmado, una pausa inusual en medio de las tensiones habituales.
Emma ayudó a Logan a trasladarse de su silla de ruedas a la cama, un proceso que él insistía en hacer por sí mismo, pero que ella supervisaba con cuidado. Una vez acomodado, Logan se inclinó hacia adelante y comenzó a masajear sus piernas con movimientos lentos y concentrados.
La muchacha, que estaba organizando la ropa en el clóset, se detuvo al notar su expresión. Había algo en su rostro, una mezcla de incomodidad y resignación, que la llevó a acercarse.
—¿Te duelen? —preguntó con suavidad, sentándose en el borde de la cama.
Logan levantó la mirada, sorprendido por la pregunta. Dudó un momento antes de asentir brevemente.
—Un poco —admitió, como si le costara reconocer cualquier debilidad.
Emma lo observó, y sin pensarlo demasiado, ofreció:
—Puedo ayudarte. Un masaje tal vez alivie el dolor.
El gesto espontáneo y amable de Emma chocó contra la barrera de orgullo de Logan. Su expresión cambió al instante, volviéndose dura.
—No, gracias—respondió con firmeza, apartando las manos de sus piernas como si quisiera evitar cualquier tipo de ayuda.
Emma parpadeó, desconcertada por su brusquedad, pero no se dejó intimidar.
—Logan, no tiene nada de malo aceptar ayuda. Es algo físico, no una cuestión de orgullo.
—Ya dije que no, Emma —replicó, esta vez con un tono más cortante—. No necesito que hagas nada. Estoy bien.
Ella suspiró, apartando la mirada por un momento para calmarse. Sabía que detrás de esas palabras no había solo rechazo, sino miedo y frustración. Logan odiaba sentirse vulnerable, y su cuerpo ahora le recordaba constantemente sus limitaciones.
—Está bien —respondió finalmente, levantándose con calma. Sin embargo, antes de alejarse, añadió—: Pero en dos días tienes tu cita con el médico. Tal vez después de eso te dé instrucciones para que puedas trabajar en tus piernas y reducir el dolor.
Logan la miró de reojo, como si quisiera responder algo mordaz, pero se contuvo. La idea de la cita médica lo ponía ansioso, pero también sabía que Emma tenía razón.
—Lo sé —dijo en voz baja, desviando la mirada hacia la ventana—. Veremos qué dice.
Emma lo observó por un momento más, intentando descifrar la mezcla de emociones que pasaban por su rostro. Había algo en Logan, algo que parecía un muro impenetrable, pero que a veces mostraba pequeñas fisuras.
—Si necesitas algo, estaré aquí —dijo antes de girarse hacia el escritorio que había en la habitación.
Logan no respondió. En su interior, una parte de él quería aceptar la oferta, pero la otra, la parte que había decidido construir barreras, se lo impidió. Prefirió el silencio, dejando que Emma volviera a lo suyo mientras él cerraba los ojos, intentando ignorar el dolor en sus piernas y, quizás, en su orgullo.
Maldito logan espero que te quedes solo.
Emma aguanta que más da ya no intentes entenderlo porque te trata peor que zapato viejo.