Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 16 A LA ENTRADA DE EFROM
El aire nocturno en las afueras de la capital era fresco y cortaba la piel, un alivio bienvenido después de los días de viaje agotador.
El campamento se había establecido en una colina, un punto estratégico que ofrecía una vista clara del camino que habían dejado atrás.
El olor a tierra húmeda y a pino flotaba en el ambiente, mezclándose con el humo de las hogueras y el aroma salado de la carne asada.
Ciento veinte caballeros se movían con una eficiencia silenciosa, cada uno con su tarea asignada.
Algunos limpiaban sus armaduras bajo la luz de las antorchas, haciendo que el metal destellara en la oscuridad.
Otros afilaban sus espadas, el sonido metálico de la piedra contra el acero, una banda sonora constante y monótona de la guerra.
El mapa, extendido sobre una mesa improvisada con dos barriles y una tabla de madera, era el centro de atención.
Había sido hecho en pergamino por el Barón Joel, un hombre de confianza del duque, y señalaba los puntos del viaje, tal como Erik los había indicado.
La ruta estaba trazada con una precisión que rozaba lo obsesivo: se desviarían del camino al paso del río, entrarían a través de las montañas de Nari, y al cruzarlas, el bosque de Efron estaría al frente.
Atravesarían durante 2 días y medio si el clima les ayudaba, y al salir, volverían al camino real directo a las fronteras del reino de Deira.
El primer lugar de asentamiento sería el pueblo de Dímana, que había sido altamente afectado por los bárbaros, luego se desplazarían a Irgam y por último a Siriam
El Príncipe Miler, su rostro tenso por la preocupación, se encontraba también discutiendo las posibles rutas.
Se preguntaba cómo podía Cork saber por dónde dirigirse.
El bosque de Efron no era cualquier bosque; era un lugar legendario, un laberinto de árboles centenarios y misterios ocultos. No era la primera vez que el duque se internaba en sus profundidades, pero esta vez era diferente.
Ciento veinte caballeros se desplazarían al bosque por primera vez, y solo podían confiar en el duque Erik.
Erik, sin perder de vista la preocupación del príncipe, le dijo: "Ya hemos pasado las montañas de Nari... Si seguimos la ruta y nadie se desvía, no tendremos problemas."
"¿A qué nos podemos enfrentar?" interrogó Miler.
"Es un bosque misterioso, Príncipe. No dejéis que os engañe, o perderéis la cordura," respondió Erik, su voz baja y seria.
"¿A qué os referís?" inquirió Miler, su curiosidad mezclada con el temor.
"Se dice que allí viven las ninfas, dueñas y señoras del bosque, que se aprovechan de las emociones del ser humano, desviándolo del camino hasta desaparecerlos. Se valen de ilusiones y voces," puntualizó Erik.
"¿Y cómo pretendéis que no escuchemos o veamos si debemos mirar hacia dónde nos dirigimos?" respondió el príncipe.
El Barón Joel, viendo la preocupación en los ojos del príncipe, se acercó para tranquilizarlo. "Su Majestad, el duque Erik y la caballería cercana, serán los encargados de guiar a los caballeros. Nosotros seremos su vista, pero deberán hacer caso omiso a lo que escuchen."
"¿Qué queréis decir?" preguntó nuevamente el príncipe.
"Que deberán cubrir sus ojos mientras pasemos por el bosque... Así no habrá ningún riesgo de perderse, Su Majestad," respondió el Barón Joel con una seguridad inquebrantable.
El duque Erik se retiró para dar instrucciones a los caballeros sobre el paso por Efron, pero el príncipe Miler seguía intranquilo. Conocía las historias, transmitidas por su padre y por hombres que habían regresado del borde del abismo: el bosque era un lugar de cuidado, y quien se adentraba en sus profundidades, no salía nunca.
El barón, quien se quedó con él, le dijo: "No debéis temer."
"No es temor, Barón... son demasiados hombres a los que sus familias les esperan," respondió el príncipe, su voz cargada de un genuino pesar.
"Su Majestad debe saber que en la guerra se pierden vidas, y los caballeros están dispuestos a darla por la seguridad de sus familias... El príncipe no debe ser blando... siempre se perderán vidas... Además, estos hombres no le temen a la muerte, sino al deshonor de llegar a casa derrotados," respondió el barón.
Joel conocía al príncipe desde que se unió a las misiones a los dieciocho años. Había notado que el príncipe tenía un corazón muy débil para la guerra, y esto siempre le había disgustado a Erik, quien amaba estar en un campo de batalla.
La personalidad de ambos chocaba: Erik no tenía misericordia con sus enemigos, era sanguinario, mientras que el príncipe era todo lo contrario.
Aunque Erik jamás le faltaba el respeto al príncipe ante la caballería, era notorio el ambiente entre ellos.
La caballería no movía una herradura sin la orden del duque, y siempre ante las órdenes del príncipe, pedían la aprobación del duque.
Estos eran los pensamientos del Barón Joel: ¿cómo podría gobernar el futuro rey si sus hombres no le tenían confianza?
"Decidme, Barón Joel, ¿qué nos garantiza que no se pierdan vidas en el bosque?" preguntó Miler.
"Mi Señor, el duque conoce bien sus profundidades... es como si él pudiera conectarse con el bosque... de niño vivió dentro de él," respondió el barón con total seguridad.
"Al parecer, no me queda más que confiar también en el Duque de Cork y rogar a los cielos que salgamos con vida de allí," manifestó el príncipe, la resignación en sus ojos.
Horas después, el duque había terminado de dar instrucciones a los caballeros. Muchos se encontraban descansando, otros apostando.
Erik estaba a las afueras de su tienda afilando su espada de manera tranquila, con una paz que Miler no podía comprender.
El príncipe lo observaba a lo lejos, preguntándose qué tipo de vida había llevado el duque para ser tan diferente a él.
Recordó el pasado, cuando lo conoció. Su padre lo llevó a palacio a la edad de doce años. No permaneció mucho tiempo, pero fue suficiente para que Miler supiera que Erik siempre había sido de pocas palabras. Las únicas que mencionaba era su deseo de ir a la guerra.
El Rey Evan buscó persuadirlo de su petición de ir a la batalla tan joven, pero Erik estaba más que decidido. El Rey intentó que desistiera de su locura, pero era imposible. ¿Cómo podría un niño ingresar a la guerra y sobrevivir? Sin embargo, debido a espías dentro del palacio que tenían una sola orden, acabar con la vida del príncipe heredero para dejar sin linaje al reino de Deira, la situación cambió.
Estos intentaron cegar la vida del príncipe a la corta edad de diez años. Erik, con una audacia que sorprendió a todos, acabó con la vida de uno de ellos delante de los ojos del príncipe, sin mostrar ni un ápice de clemencia. Estas acciones llevaron al Rey a concederle su deseo.
El príncipe Miler volvió a verlo cuando ya se había hecho mayor, a la edad de dieciocho años, el tiempo en que debía ingresar a la caballería y hacerse cargo de la tropa.
Pero al llegar, un nuevo entrenamiento fue ordenado por Erik. El príncipe Miler no objetó su orden; reconocía su autoridad, ganada en batallas. Así que empezó su entrenamiento oficial con los caballeros de más alto rango. Y solo hasta los veinte años del príncipe, Erik le permitió ser de la caballería. Si no cumplía las condiciones físicas, no le permitía ser parte de sus hombres y mucho menos estar a cargo de ellos. Le había dejado claro que para él no existían los títulos en la batalla, era la fuerza física y la voluntad lo que se necesitaba para formar parte de sus filas.
A pesar de que el príncipe Miler fue entrenado por los mejores en las caballerizas del palacio, para el duque Erik no era suficiente.
Pasaron dos largos años de intenso entrenamiento de cuerpo a cuerpo con los mejores de la caballería.
Miler debía derrotar a sus mejores hombres, uno por uno; ese sería su pase al reconocimiento como segundo al mando. No fue para nada fácil. Su orgullo y linaje fueron pisoteados. No existía ningún respeto por él; era tratado como uno igual o de menor categoría.
El príncipe trabajó poco a poco, ganándose su lugar y respeto. Venció a todos, excepto a uno: el Duque de Cork, quien lo venció fácilmente. De manera honorable, el príncipe reconoció su posición de mando superior en los caballeros.
...^^autora^^...
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