Una Segunda Oportunidad

***Narra Jared***

No puedo dejar de sentir toda esta frustración y esta tristeza.

Sé más que nadie la cantidad de errores que cometí con Irina.

Pero la amo, la amo y no puedo dejar de amarla, desde que me dejó, todo en mi vida ha ido cuesta abajo, mi humor es cuestionable, duermo más en mi oficina que en mi propia casa, siento que me he quedado sin eje y que mi vida es un completo desastre.

Mi madre está volviéndome loco con la idea absurda de que rehaga mi vida con Lilianne, desde su accidente, lo único que hace al verme es hablar de eso, alegando que es el momento de retomar las cosas donde habían quedado.

Por ejemplo, hoy organizó un almuerzo familiar, convenientemente Joseph no pudo presentarse y ella tenía un ligero malestar, por lo que me encuentro sentado frente a una muy efusiva Lilianne, lleva un vestido diminuto que parece pegarse a su cuerpo como una segunda piel y se inclina adelante mostrando su escote exageradamente, me limito a disfrutar de la comida en mi plato.

- Me da gusto que podamos disfrutar juntos de un almuerzo… Sé que poco a poco nos iremos acercando nuevamente –dice estirando su brazo para tomar mi mano\, pero la retiro educadamente antes de que pueda tomarla.

- Lilianne\, no es mi intención hacerte sentir mal o herir tus sentimientos\, pero debes entender que lo que hubo entre nosotros en el pasado\, es solo eso para mí\, pasado\, no es algo que quiera reanimar.

- Éramos felices juntos\, teníamos planes para casarnos algún día.

- Sí\, pero la vida dio un giro\, tú te fuiste\, yo me casé… no solo me casé\, me enamoré de Irina.

- Es porque no te has dado la oportunidad de volver a estar conmigo –se pone de pie y se acerca a mí\, se sienta en mi regazo- Solo debes dejarte llevar\, tocarme\, besarme\, soy la misma mujer de hace cuatro años.

- Pero yo no soy el mismo hombre –me levanto dejándola de pie- Espero termines de disfrutar tu almuerzo –no aguanto un segundo más.

Me voy a casa de Joseph, el me recibe a regañadientes, desde nuestro regreso de Madrid ha estado actuando extraño, está enojado por la separación entre Irina y yo, más aún cuando se enteró que por fin había firmado el divorcio.

- Hermano\, te ves como la mierda –dice y asiento porque sé que tiene razón- Deberías estar trabajando justo ahora\, no aquí tomándote un whiskey\, a las cuatro de la tarde.

- No me jodas\, por favor\, tengo suficiente en mi plato justo ahora para que vengas a darme sermones.

- Bien\, debo irme\, quedas en tu casa\, no acabes con mi reserva de alcohol –asiento y él se va.

Unos minutos después comienza a sonar un teléfono, no es el mío, me doy cuenta que Joseph dejo su celular sobre la mesita y me dispongo a ignorarlo, hasta que veo su nombre en la pantalla.

- Joseph\, voy a decirle todo a tu hermano\, tienes razón\, él debe saberlo.

Siento curiosidad por saber eso que suena tan importante, pero ella aguarda la respuesta de mi hermano y sé que cuando le responda, va a colgar.

- ¿Saber qué? –ella no responde.

- Jared…

- ¿Qué es lo que debo saber?

El silencio del otro lado de la línea se ve interrumpido por la voz de un hombre, es Theodore, y esta con Irina, están cenando, me invaden los celos al pensar en ella sola con él, en el tocándola como yo lo hacía, como quisiera hacerlo.

- Jared solo… escucha\, necesito hablar contigo.

- Estás cenando con él… Debe ir en serio contigo\, ya entiendo\, eres libre Irina.

- Jared\, no es así.

- Si es eso lo que debías decirme\, pues no te preocupes\, me doy por enterado.

Cuelgo el teléfono y estoy a punto de lanzarlo al otro lado de la habitación, cuando recuerdo que no es mi teléfono, que ni siquiera me llamó a mí, prefirió llamar a mi hermano en lugar de llamarme directamente.

Me termino mi trago y seguido de ese un par más antes de irme a casa, me voy caminando porque estoy demasiado alterado como para siquiera pensar en conducir, mi casa está lejos y a mitad de camino termino llamando a Trevor para que me busque y me lleve a casa.

Llego y entro directo a mi habitación, está intacta, tal y como ella la dejó, entonces pido a Mildred una caja y comienzo a recoger todo lo que me he encontrado a lo largo de los días y que es de ella, cosas que dejo atrás en su afán por irse.

Lo único que no soy capaz de guardar son esas horribles pantuflas que tanto le gustaban, le preguntaba siempre de donde habría sacado semejante horror, ella solo sonreía, es entonces cuando recuerdo que fue un regalo, lanzo una maldición al aire, se las compré en una tiendita de recuerdos mucho antes de imaginarme siquiera que sería mi esposa, apenas nos conocíamos en ese entonces, ella era mi asistente y me tenía completamente fascinado, así que no resistí la tentación de acercarme a ella, coquetearle, jugar un poco, hasta que me dio esa mirada del cazador que ha conseguido a su presa y sí, caí.

Resulta que mientras pensaba que la estaba seduciendo, ella ya me tenía justo donde quería, entonces ninguno de los dos renegó de la ardua atracción o de las chispas que saltaban entre nosotros, esas horrendas pantuflas, se las había regalado en una escapada.

- Ahora sé por qué las dejaste… -digo a la nada antes de salir cargando la caja.

- Trevor\, por favor llévame al departamento de Irina\, ese al que ella solía ir de vez en cuando a regar las plantas.

Así lo hace, llegamos al sitio en menos de una hora, tengo copias de sus llaves, así que simplemente entro y dejo la caja sobre la primera mesa que encuentro, ella dejó todo como si hubiera salido al supermercado o a trabajar, hay un abrigo tejido olvidado en el sofá, un par de sandalias junto a la puerta, un vaso medio lleno de agua sobre la encimera, y portarretrato volteado sobre la mesita del recibidor, lo tomo y es una foto nuestra, nunca antes la había visto, estábamos de pie frente al altar, mirándonos el uno al otro antes de decir nuestros votos.

Me da algo de curiosidad y comienzo a recorrer las habitaciones, todo está ordenado, el olor de su champú invade mis fosas nasales al entrar a la habitación principal, me siento en la cama y trato de rememorar todas las veces que estuvimos juntos en esa misma cama.

Miro la mesita de noche y veo su anillo de matrimonio, ella no lo llevo consigo, realmente se fue decidida a borrarme de su vida, estoy a punto de irme cuando veo una caja tirada en su papelera, la saco y tiene mi nombre escrito con su caligrafía en una pequeña tarjeta.

Yo nunca recibí esa caja.

La abro y lo primero que veo es un llavero en forma de zapatito, seguido de una paletita blanca que marca dos rayitas paralelas, caigo sobre mis rodillas mientras trato de procesar lo que veo, Irina… Irina estaba embarazada, lo último en aparecer es una tarjeta con las letras ¡Felicidades, vas a ser papa! Pintadas en color azul brillante.

No sé cuánto tiempo me quedo viendo esas palabras, lo único en lo que puedo pensar es en Irina embarazada de un hijo mío.

Siempre he dicho que no quiero tener hijos, mi padre nos abandonó cuando yo tenía seis años, Joseph recién iba a cumplir un par de meses de nacido, el hombre simplemente encontró una mujer más joven, sin hijos, y decidió marcharse sin siquiera pensar en nosotros.

Mi madre estuvo sumida en una gran depresión por años, mientras nosotros entrabamos y salíamos de diversos internados que mi abuelo pagaba, cuando cumplimos la mayoría de edad, volvimos a casa, una casa carente de afecto, con una madre que apenas nos podía mirar a la cara y un abuelo que nos manejaba como marionetas.

Es cierto que el tiempo cicatrizo muchas de esas heridas, pero siempre hubo un rastro de resentimiento en mi corazón, acompañado del miedo de un día ser lo que ese hombre había sido, hacerle a un niño inocente lo mismo que me habían hecho, las historias tienden a repetirse y yo prefería no arriesgarme.

Pero en este momento, el solo imaginar a Irina con una panza enorme, o cargando un bebé nuestro, hace que mi piel se erice, lágrimas caen por mi rostro y estoy confundido, enojado y cargando con la culpa de que ese niño ya no exista.

Irina decidió borrón y cuenta nueva, y es completamente mi culpa.

Aun así, no soporto la idea de haber perdido la oportunidad de ser padre, de haberla visto con una barriga enorme, de hablarle a mi bebé a través de su vientre cada noche.

Tomo mi celular, la caja y su anillo y me voy a casa, esta vez con el único propósito de hablar con ella. La llamo y no contesta, son las seis de la tarde y allá es media noche, es simple.

Compro un boleto para volar en media hora.