Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Seguridad
Ernesto la miró con una mezcla de confusión, celos y temor, tratando de medir lo que podía decir sin perder completamente el control.
—Elysia… —comenzó, con voz vacilante—. ¿Y el conde? ¿Qué son ustedes? ¿Es solo un juego para él, o… crees que hay algo real entre ustedes?
Elysia respiró hondo, sosteniendo la mirada de su hermano con firmeza. Sabía que, aunque él tenía derecho a preocuparse por ella, también debía marcar límites claros.
—Ernesto… —dijo, con calma—. Hans no juega conmigo. No es un juego. Él me protege, me respeta y me cuida. Y… sí, hay algo real entre nosotros. Pero eso no te quita a ti como mi hermano. No se trata de posesión, sino de confianza y respeto.
Ernesto tragó saliva, la mezcla de alivio y celos haciendo que su corazón latiera con fuerza. —Entonces… no está solo jugando… —murmuró, casi para sí mismo.
—No —asintió Elysia—. Pero también debes entender algo: no voy a permitir que nadie, ni tú ni nadie más, decida por mí. Hans y yo somos responsables de lo que sentimos y de lo que hacemos.
Ernesto cerró los ojos un momento, dejando que las palabras calaran en él. La realidad lo golpeaba con fuerza: no podía controlar a su hermana, y Hans no era alguien con quien pudiera competir de manera sencilla.
—Entiendo… —dijo finalmente, con un hilo de voz—. Solo… quiero que seas feliz, Elysia. Y si Hans te hace feliz… entonces… lo acepto.
Elysia sonrió levemente, con un poco de alivio mezclado con cariño hacia su hermano. —Gracias, Ernesto. Eso es todo lo que podía pedir.
A pesar de la disculpa y la aceptación parcial de Elysia, el orgullo de Ernesto seguía vivo y activo. Mientras permanecía en su despacho, empezó a trazar planes, tratando de recuperar algo de control sobre la situación.
—No puedo permitir que ese conde Greenville entre a esta casa a su antojo —murmuró para sí, mientras revisaba los planos de la residencia y anotaba nombres de guardias—. Necesito reforzar la vigilancia. Cada entrada, cada pasillo… todo debe estar bajo mi supervisión.
Mandó llamar a los capitanes de los guardias, ordenando que duplicaran la seguridad en cada acceso principal y secundario. También contrató hombres adicionales, conocidos por su lealtad y eficiencia, para patrullar los alrededores de la mansión día y noche.
—No quiero que ningún extraño entre sin mi autorización —les instruyó, la voz firme, su mente aún estaba dominada por el recuerdo de Hans y la proximidad de su hermana a él—. Y que cualquier intento de acercamiento del conde Greenville sea reportado de inmediato.
Mientras daba estas órdenes, un hilo de preocupación se colaba en su mente: sabía que Hans no era un hombre cualquiera. No podía simplemente impedirle la entrada sin arriesgar un enfrentamiento que no estaba seguro de ganar. Pero la idea de perder el control sobre Elysia lo consumía, y su orgullo no le permitía dejar pasar la oportunidad de al menos intentar proteger “su casa” y su honor.
En la sala principal, los sirvientes notaron los cambios: nuevas llaves, guardias más atentos, puertas cerradas con candados adicionales. La atmósfera de la mansión comenzó a tensarse, reflejando el intento de Ernesto de imponer orden frente a una situación que ya se le escapaba de las manos.
Mientras tanto, Elysia observaba de lejos, consciente de que los movimientos de su hermano eran inútiles contra Hans, pero dejando que su orgullo tomara sus propias medidas. Sabía que muy pronto todo sería decidido por ella y por quien verdaderamente la protegía.
Después de cenar con su hermano, Elysia regresó a su habitación, aún con el brillo de la velada en los ojos y una sonrisa discreta. Al abrir la puerta, lo encontró: Hans, reclinado en un sillón, con las piernas cruzadas, leyendo unos documentos que claramente él mismo había traído.
—¿Qué haces aquí con tantos papeles? —preguntó ella, arqueando una ceja mientras se acercaba.
Hans levantó la mirada, sin perder la concentración sobre los documentos. —Revisando algunos detalles… nada que te interese, brujita.
Elysia no pudo evitar soltar una risita —¿Ah, no? —se burló, caminando lentamente hacia él—. ¿Sabías que la mansión está invirtiendo mucho dinero en seguridad últimamente? Guardias extra, candados nuevos, patrullas dobles… y tu estas aquí como si nada...
Hans cerró el documento con calma, dejando que su dedo marcara la página. Luego la miró con esa sonrisa torcida que la hacía suspirar. —¿En serio? —dijo, dejando entrever diversión en su voz grave—. Parece que el barón está desesperado… tratando de impedir lo inevitable.
Elysia se sentó en el borde de la cama, cruzando las piernas y apoyando el codo en la rodilla. —Si supiera lo fácil que me resulta entrar y salir cuando quiero… —dijo, con un toque de picardía—. Y además, no le digas que te lo conté, pero es un esfuerzo inútil.
Elysia sonrió, acercándose un poco más, disfrutando de esa sensación de complicidad que solo existía entre ellos...
Hans desde que le declaró sus sentimientos lo hizo con hechos y no con palabras, pero también entiendo un poco a Elysia, ella necesita que él le confirme su amor de viva voz🤔