Ángeles Y Demonios 2 La Sombra De La Verdad

 Confidentes - Parte 2

Aithana

Cierro la puerta de mi habitación y me deshago de los zapatos. Hoy ha sido un día pesado en la empresa, tanto así que no pude tomarme el tiempo para venir a comer con el resto de la familia.

Por lo menos, el trabajo me sirvió para mantener la cabeza en otro lugar que no fuera lo que ocurre ahora: las nuevas reglas que nos puso papá, y sobre todo, lo que compartí con Jared.

No es que me arrepienta, porque claro que jamás lo haré, solo que ahora siento que hay algo mucho más grande que nos une, algo que rebasa ese bendito juego que hemos tenido desde que teníamos cuatro años.

Me meto en el cuarto de baño y dejo que los cristales se empañen con el vapor del agua caliente que me cubre por completo.

Creo que soy un poco estúpida por sentirme así, pero no puedo dejar de pensar en ello, y en las otras cosas que traerá consigo para el rubio y para mí.

No sé cuánto tiempo me paso bajo la regadera, dejando que el agua saque el jabón de mi piel.

Media hora después, me pongo ropa cómoda para estar en casa; para ser más específica, una pijama de pantalones largos y una camisa ancha. Solo me seco el cabello y me lo recojo en una coleta sin tanto esmero.

La hora titila en el reloj que reposa sobre la pared; apenas son las seis de la tarde. Es hora de la cena aquí, pero antes me he disculpado con papá y mamá por no acompañarlos a la mesa el día de hoy, diciéndoles que me he sentido indispuesta de salud.

No me gusta mentirles, pero no quiero que me vean rara y comiencen a bombardearme con preguntas.

Decido ponerme a ver un poco de televisión, y en esa misma posición, se hacen las once de la noche.

Salgo de la cama para estirar un poco el cuerpo. La brisa fría, pero fresca que se cuela por las ventanas abiertas me incita a salir.

El hermoso paisaje que ofrecen los jardines que rodean la casa se despliega ante mí. También puedo ver a los guardias que ha traído papá caminar por el alféizar como perros de caza.

—Aithana Al Jaramane, ¿viendo el paisaje? —la voz de mi hermano llega como una ráfaga de viento detrás de mí.

Me giro hacia él y este sostiene la bolsa que trae entre las manos. Reconozco el logo y adivino ya lo que es.

—He quedado con hambre —dice, sacudiendo la bolsa—, y no tuve mejor idea que comprar unas hamburguesas de doble carne, las favoritas de mi compañera de vientre. —No puedo evitar sonreír.

—Tu hermana favorita, querrás decir —lo corrijo, y él suelta una risa.

Nos sentamos en la banqueta que hay en el jardín. Sé que detesta comer hamburguesas, y que solo está buscando las maneras de saber qué me pasa.

Se sienta frente a mí y le da un pequeño mordisco a la hamburguesa. No puedo evitar reírme por la cara que pone; es una mezcla de sorpresa y desagrado, como si estuviera probando algo completamente nuevo.

—¿Y bien? —le pregunto, disfrutando de su reacción.

—No sé cómo puedes comer esto —responde, frunciendo el ceño—. Pero, por ti, lo haré.

—Eres un buen hermano —le digo, sintiendo que, sin duda es el mejor.

Termino de comer la mía y él apenas lleva menos de la mitad.

—¿Me contarás qué te pasa, o debo terminar de comer esto? —pregunta, sacándome una sonrisa.

Suelta lo que ya sabía, dejo las servilletas en la bolsa y me centro en él.

—He dado un paso importante con Jared —suelto sin más, y él no disimula el asombro, pero no dice nada.

—¿Han oficializado lo suyo? —pregunta, y niego con la cabeza.

—No, pero... el día de nuestro cumpleaños me dio un regalo —comienzo a contarle, y él me escucha con atención—. Me regaló la casa de mis sueños.

—¡Oh, Dios santo!

—Eso no es todo. Tuvimos relaciones por primera vez —mi hermano se endereza, pero no me juzga.

—¿Te sentiste bien con eso? —pregunta con preocupación.

—Fue la cosa más maravillosa del mundo, Axel —aseguro, sintiendo cómo el rubor tiñe mis mejillas.

—¿Entonces por qué estás así?

—Siento que haberlo hecho es un paso sin retorno en lo que tenemos. Yo quiero a Jared; tengo más de 18 años haciéndolo —soy sincera—, pero no me siento lista para una relación formal.

—¿Te está presionando con eso? —me pregunta.

—No, claro que no. Jared es la persona más difícil de desistir que hay. Me ha asegurado que me esperará todo el tiempo necesario, pero hay momentos en los que me pregunto si se cansará. Según yo, eso no pasará; sin embargo, no puedo dejar de darle vueltas al tema.

—Hey —toma mis manos entre las suyas—. Ese chico está enamorado de ti como nunca lo estará de alguien. ¿Crees que si estar cuatro años fuera del país sin tener ningún contacto más que un par de llamadas no lo alejo de ti, lo hará tener que esperar unos meses ? —me pregunta, y no respondo.

—Quiero creer que no —soy sincera.

—Es así, Aithana. Sin embargo, debes ser consciente de que el tiempo es la única cosa que no se puede recuperar, por ende, debes hacer todo lo posible por aprovecharlo.

Sin decir nada más, se pone de pie para irse.

—Te adoro —me dice, dejándome un beso en la frente para despedirse—. Pasa buenas noches, hermosa.

Axel se aleja y me quedo allí por unos segundos, hasta que comienzo a sonreír como idiota cuando mi móvil suena y es mi rubio favorito.

El olor a tostadas con jalea, café y frutas inunda todo el comedor. Desde que crucé el umbral, escucho al resto platicando.

—¡Buen día, mi niña! —me saluda Eddi, apareciendo a mi lado—. He pedido que te hicieran tu desayuno favorito —dice con una sonrisa, y le agradezco. Él es como nuestro otro abuelo, igual de amoroso y consentidor que el abuelo Alessandro.

—¡Alexa, date prisa, cariño! —le dice papá—. Te llevaré yo hoy al instituto.

Alexa comparte miradas con Axel, y este se gira hacia papá, respondiendo.

—Tranquilo, papá, yo la llevaré —dice, lo que me parece muy sospechoso. No es el hecho de que la lleve, pues así es nuestro hermano, sino el hecho de cómo se ha puesto Alexa.

—De acuerdo, hijo. Así podré irme rápido a la empresa familiar; hay asuntos importantes que atender allí —dice papá mientras se apresura a comer.

—Hoy vendrán Lauren y Tamara —nos comenta mamá—. Quieren organizar un asado aquí el fin de semana —dice con una sonrisa, y me alegra verla más tranquila después de lo ocurrido.

Terminamos de desayunar y salimos de casa. Estando afuera, mamá se despide de papá y de nosotros antes de entrar a casa otra vez a atender no sé qué.

Aimara se despide de nosotros, pero antes, cuando me abraza, me pide que la vaya a ver a la clínica, ya que quiere contarme algo y necesita mi consejo. Por supuesto que acepto.

Alexa se apresura al auto de Axel cuando el de Aimara sale con la seguridad detrás.

—¿Se puede saber qué se traen ustedes? —pregunto al par de pelinegros de ojos azules que se miran con complicidad.

—Han suspendido a Alex —dice mi hermano—. Papá y mamá no lo saben; solo serán tres días —me informa.

—¿Eso por qué?

—Ya te lo contaré luego; ahora es hora de irnos —me dice Axel, guiñándome un ojo y subiéndose al auto.

—De acuerdo.

Yo hago lo mismo en el mío. Las camionetas me siguen durante todo el trayecto. A pesar de que no me acostumbro del todo aún, no me molestan, ya que los dos hombres que me cuidan son muy amables y tienen buena pinta.

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