Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 15
No empleados, socios
La madrugada se extendió como una cortina silenciosa sobre la ciudad,
pero dentro del laboratorio de D’Argent, las luces seguían encendidas.
El aroma a chocolate fundido, cítricos y especias se mezclaba con el murmullo de ideas, bromas y sugerencias.
Mariel trabajaba concentrada en una nueva versión de las tartaletas de durazno con vainilla de orquídea,
mientras Isac perfeccionaba una capa de hojaldre con relleno cremoso que había inventado hacía solo unas horas.
—Más mantequilla. —murmuró Isac con los ojos entrecerrados.
—Un poco más y esto será magia.
—O una bomba calórica. —bromeó Marcos desde la mesa de emplatado.
—Eso también es magia. —respondió Dana con una carcajada.
Las opiniones iban y venían,
y Thierry, a pesar de no meterse en la cocina,
observaba con atención desde un rincón, tomando nota mental de cada detalle, cada interacción.
No solo era el proyecto lo que lo intrigaba,
sino la energía única que desprendía el equipo cuando Mariel y su hermano estaban al frente.
Cuando el reloj marcó las 3:42 a.m., Thierry fue el primero en ponerse de pie.
Su voz fue serena pero firme.
—Basta por hoy.
Mañana… o mejor dicho, en unas pocas horas, necesitamos todos estar con la mente fresca.
Ya hablé con el conductor. Los llevará a casa uno por uno.
Es una orden.
Nadie protestó. Todos estaban exhaustos.
Uno por uno, salieron entre bostezos,
agradeciendo la noche productiva.
Thierry se aseguró de que todos subieran a los vehículos correctamente antes de dar la última instrucción al chofer que dejaría a Mariel e Isac.
Cuando por fin llegaron a casa, ambos apenas cruzaron palabras:
—Baño, cama.
—Sin debate.
Y así fue.
El agua tibia les alivió los músculos tensos,
y el sueño llegó como una manta cálida que no dio espacio a sueños… solo descanso.
A la mañana siguiente, el sol ya se filtraba por la ventana cuando Mariel abrió los ojos.
Isac ya estaba de pie, preparando algo ligero para almorzar.
Comieron tranquilos, se cambiaron,
y cuando apenas estaban saliendo, el sonido del claxon frente a la casa los hizo asomarse por la ventana.
Era Thierry, otra vez, en el mismo auto elegante del día anterior.
Ambos bajaron.
Mariel saludó con una sonrisa, pero fue Isac quien, al subir al auto, preguntó lo que llevaba días en la punta de la lengua:
—¿Tienes por costumbre pasar a recoger a todos tus empleados?
Thierry miró a través del retrovisor, y sin perder su tono tranquilo, respondió:
—No.
Pero ustedes no son empleados.
Son socios importantes en el proyecto Dulce Herencia.
Y a mis socios… los cuido personalmente.
Isac lo miró con los ojos entrecerrados, evaluando.
Mariel bajó la vista, pero en sus labios se dibujó una sonrisa imposible de ocultar.
—Entonces… vamos, socio. —dijo Isac con una leve sonrisa en las comisuras,
mientras el auto se ponía en marcha rumbo a una nueva jornada donde el azúcar y las emociones no dejarían de mezclarse.**
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La jornada había comenzado con la misma energía que los días anteriores:
Mariel e Isac ya estaban en la cocina revisando temperaturas, texturas y preparaciones,
el equipo afinando detalles para la degustación oficial,
y Thierry… subió a su oficina con pasos tranquilos, como cada mañana.
Sin embargo, al acercarse a la puerta, escuchó voces.
No eran las de su equipo ni una reunión de rutina.
Reconoció de inmediato a su abuela, Amara,
y la segunda voz… su hermana, Ailín.
Se detuvo en seco, sin intención de espiar,
pero la frase que alcanzó a escuchar lo inmovilizó un segundo.
—“Sé cuál es tu intención en que mi hermano pase tiempo con Mariel.”
La voz de Ailín no era acusadora, sino curiosamente cálida,
como quien no está en desacuerdo, pero necesita entender.
Dentro de la oficina, Amara rió suavemente, ese tipo de risa que solo las mujeres sabias saben hacer.
—“¿Tan evidente soy?”
—“Un poco…” —respondió Ailín, con una sonrisa que se adivinaba por el tono—
—“Pero abuela… ¿estás segura?
Sabes cómo es mi hermano.
Ese muro que se construyó con los años no cae tan fácil.
¿No temes que su frialdad termine por lastimar a Mariel?”**
Thierry, apoyado con disimulo en el marco de la puerta cerrada,
ladeó la cabeza con una leve sonrisa.
No de burla.
Sino de ternura.
De sorpresa.
Adentro, Amara se tomó unos segundos antes de responder.
Lo suficiente para que Thierry sintiera el peso de cada palabra que vendría.
—“Thierry puede parecer frío, pero no lo es.
Solo aprendió a no mostrar lo que le duele.
Y Mariel… ella es fuego suave.
No lo quemará, Ailín.
Lo va a derretir.
Y si hay alguien que puede entrar en ese corazón blindado… es ella.”
El silencio que siguió fue breve,
pero fue el tipo de silencio que dice todo.
Y afuera, Thierry cerró los ojos un segundo,
como si las palabras de su abuela hubieran tocado algo que no quería admitir.
Luego, con una sonrisa apenas visible,
enderezó la espalda y, antes de entrar, murmuró para sí mismo:
—“Fuego suave… ¿eh?”
Y entonces, tocó la puerta con suavidad antes de abrirla,
ya listo para enfrentar su jornada…
aunque, por dentro, algo en él ya no era el mismo.
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Los días avanzaban con rapidez, envueltos en aromas dulces, diseños de empaque, pruebas de sabor y una emoción creciente.
La presentación oficial de Dulce Herencia estaba cada vez más cerca,
y con ella, el inicio de una nueva etapa para Mariel e Isac.
Pero no estarían solos.
Porque cuando la familia llama… no hay distancia que detenga el corazón.
Mariel había hablado con su madre unos días antes.
Luciana, aunque feliz por los logros de su hija, no podía ocultar su tristeza por no poder acompañarla.
Su vientre, nuevamente lleno de vida, la mantenía en reposo.
Garrik, fiel a su promesa de protegerla siempre, también optó por quedarse a su lado, vigilante y atento.
Pero otros no lo dudaron.
Ciel, con sus ojos azul profundo brillando de emoción, fue el primero en ofrecerse.
Valen, Victor, Faelan y Lyra le siguieron con la determinación de quien entiende la importancia de los momentos únicos.
Y Kael, el jefe de la aldea, el pilar del linaje, no iba a dejar que su hija enfrentara sola uno de los días más importantes de su vida.
Rhazan, silencioso pero firme, también decidió acompañarla, como una sombra protectora… y como un padre.
Mariel, al recibir la noticia, sintió que su pecho se llenaba de algo cálido y poderoso.
Ya no solo era una presentación.
Era un reencuentro.
Una promesa de apoyo tangible.
Un recordatorio de que sus raíces eran fuertes… y su linaje, inquebrantable.
El portal se abriría en un lugar apartado, cerca de la casa que alguna vez fue de Luciana.
Isac lo preparó con cuidado, mientras Mariel dejaba en orden los últimos detalles con Thierry y el equipo.
La emoción en sus ojos era imposible de disimular.
No por los postres.
Sino por el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, estaría rodeada por quienes la conocían por completo.
Thierry notó el brillo especial en su mirada cuando ella mencionó:
—Mi familia estará conmigo el día de la presentación.
Y no hablo solo de Isac.
Vienen… mis hermanos.
Y mis padres.
Él no preguntó más, pero en su mente algo se activó.
La imagen de Mariel, siempre tan centrada, tan serena, rodeada de su familia…
iba a ser algo que no podía perderse.
Y así, con cada día que pasaba, Dulce Herencia se acercaba a su revelación oficial.
Y con ella…
el mundo estaba por presenciar no solo postres únicos,
sino la fuerza de una joven que no caminaba sola,
sino con todo un linaje marcando su paso.
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El aire se tornó denso, vibrante, cargado de esa energía antigua que solo los que nacen entre dos mundos pueden sentir.
Mariel cerró los ojos y concentró cada fibra de su ser.
Sus dedos se movieron con suavidad, como si tejiera hilos invisibles entre dimensiones.
Y entonces… el portal se abrió.
Un resplandor azulado llenó el jardín trasero de la casa, iluminando los rostros expectantes de Mariel e Isac.
Un suave viento cruzó el umbral, y la familiaridad del mundo semibestia los abrazó como un perfume que no se olvida.
El primero en cruzar fue Ciel, de cabello azul profundo y mirada curiosa.
Corrió directamente hacia Mariel y la abrazó con fuerza, sin decir una palabra.
Después vinieron Valen y Victor, con sus pasos decididos y sonrisas idénticas a la de su madre.
Faelan apareció con su andar sereno, mientras Lyra casi brincaba de emoción al ver a su hermana.
Uno a uno, como piezas perfectas de un rompecabezas, llegaron.
Kael fue el siguiente. Alto, imponente, con esa mezcla de sabiduría y fuerza que imponía sin hablar.
Sus ojos se encontraron con los de Mariel y, sin más, la abrazó con la firmeza de un padre orgulloso.
Rhazan cruzó en último lugar. Silencioso, sus ojos de fuego buscaron el rostro de su hija, y al hallarlo, una leve sonrisa curvó sus labios.
El portal se cerró detrás de él con un leve zumbido, como un suspiro que se guarda.
Mariel no tuvo tiempo de prepararse.
Sus hermanos se abalanzaron sobre ella entre risas y bromas.
La abrazaban, la tocaban, la rodeaban como si quisieran asegurarse de que era real.
Isac observaba desde un lado, con una sonrisa en los labios y los brazos cruzados.
Estaba acostumbrado al caos dulce que implicaba su familia.
—Hermana, estás más hermosa que nunca. —dijo Faelan, tomando una de sus manos.
—¿Y ese vestido? —preguntó Lyra—¡Pareces una princesa de la Tierra!
—Madre estará orgullosa… —agregó Ciel con dulzura.
Kael se acercó después de que la algarabía bajó.
Colocó una mano sobre su cabeza y la miró con ese orgullo silencioso que no necesita palabras.
—Tu madre no está aquí… pero yo sí.
Y eso es suficiente para los dos.
Mariel tragó saliva conmovida y asintió.
Por dentro, su corazón latía con más fuerza que nunca.
No solo por la emoción del reencuentro…
sino porque sabía que con ellos ahí, no había nada que pudiera salir mal.
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Era un día más en la sede principal de D’Argent.
Isac había sido asignado temporalmente a visitar otra sucursal junto con Dana y Marcos para coordinar la logística de una nueva línea de distribución,
dejando a Mariel encargada de supervisar los últimos detalles del montaje para la presentación oficial de Dulce Herencia.
La jornada había transcurrido sin complicaciones, pero Mariel, aunque profesional y centrada, sentía esa pequeña nostalgia de no tener a su hermano al alcance de la mirada.
Cuando finalmente terminó su turno, caminó por los pasillos con su carpeta bajo el brazo, saludando a algunos empleados que ya salían del edificio.
El cielo estaba tornándose dorado y la ciudad tenía ese brillo especial que la envolvía al atardecer.
Pero nada de eso la preparó para lo que vería en la puerta.
Ahí estaba.
Valen.
De pie, apoyado ligeramente contra una columna, con ropa moderna que parecía sacada de una revista de moda urbana,
pero sin perder ese aire natural y salvaje que siempre lo acompañaba.
Su cabello recogido con un estilo desenfadado,
sus ojos brillando como el sol reflejado en agua cristalina.
Y gracias al hechizo que ocultaba sus rasgos semibestia,
pasaba por un joven común… aunque demasiado atractivo para no voltear a verlo dos veces.
En cuanto la vio, abrió los brazos con esa sonrisa cálida que siempre la había hecho sentir protegida.
—¡Hermana!
Mariel no lo pensó.
Corrió hacia él como cuando eran niños.
Se lanzó entre sus brazos, riendo, y Valen, con fuerza y cariño, la alzó del suelo y giró con ella en un abrazo completo que desbordaba emoción y amor fraternal.
—¡Te extrañé tanto! —dijo Mariel entre risas, escondiendo el rostro en su hombro.
—Y yo a ti.
**Ambos reían como si fueran los únicos en la ciudad.
Y a unos metros de distancia, junto a la entrada de la empresa,
Thierry observaba la escena en silencio.
No entendía por qué su pecho se apretaba un poco.
No era enfado.
Tampoco tristeza.
Era… algo más.
Algo molesto y cálido a la vez.
Ese abrazo era… demasiado largo.
Y la risa de Mariel, demasiado feliz.
Mariel bajó al fin de los brazos de Valen y lo tomó de la mano con cariño.
Sus risas aún colgaban en el aire cuando Thierry se giró para entrar al edificio de nuevo, sin darse cuenta de que estaba apretando los labios con más fuerza de la necesaria.
Mariel, por su parte, aún no notaba nada.
Solo sentía alegría.
Y eso significaba que todo iba a estar bien.