nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 15
El aire fuera del templo era frío y húmedo. El grupo emergió de la oscuridad con las ropas rasgadas, cubiertos de polvo y pequeñas heridas, pero con la Corona del Cuervo en manos de Nix. La luna llena bañaba el claro del bosque con su luz plateada, como si los propios dioses estuvieran observando su éxito.
–Deberíamos movernos –dijo Ivar, su voz baja pero urgente–. Lo que sea que proteja este bosque seguramente habrá sentido lo que hicimos.
Nix asintió, guardando la corona en un saco de cuero que colgaba de su cinturón. Aunque el peso del objeto era físico, también sentía una carga espiritual. La corona había elegido permanecer con ella, pero no sin un precio. Un leve zumbido en su mente parecía susurrarle cosas incomprensibles, como si la reliquia misma tuviera voz.
Drystan se acercó a ella con mirada crítica.
–¿Estás bien? –preguntó, observando cómo Nix mantenía la mano cerca de su costado, donde un corte la hacía moverse con rigidez.
–Estoy viva, eso es lo que importa –respondió ella con sequedad.
Drystan alzó una ceja, sin perder su tono ligeramente burlón.
–Siempre tan estoica. Pero no engañas a nadie, reina. La herida necesita ser tratada.
–Tendré tiempo para sanar cuando haya recuperado mi trono –replicó Nix, comenzando a caminar hacia adelante.
Reinar, que cerraba la marcha con su báculo, lanzó una mirada preocupada hacia los árboles oscuros que los rodeaban.
–Hay algo raro en este bosque. No deberíamos acampar aquí. La sombra del templo aún nos persigue.
Nix detuvo su paso. Miró a sus compañeros: agotados, heridos, pero firmes. Necesitaban descansar, aunque el bosque susurrara amenazas invisibles.
–Solo unas horas –decidió–. Ivar y Reinar, preparen una fogata. Drystan, vigilarás el perímetro conmigo.
El semidiós no objetó. Con un gesto rápido de su espada, comenzó a limpiar la zona de ramas y hojas. Nix lo siguió, sintiendo el peso del cansancio en cada músculo. Mientras lo observaba trabajar, una punzada de molestia y algo más extraño se instaló en su pecho. Drystan era eficiente, fuerte, y su actitud despreocupada parecía impenetrable… pero algo en sus ojos oscuros sugería un pasado tan turbulento como el de ella.
–Deberías dejar de mirarme así, Nix –dijo él de pronto, sin girarse–. No soy tan interesante como piensas.
Nix cruzó los brazos.
–No te estaba mirando.
Drystan soltó una risa suave, casi divertida.
–¿Siempre eres tan orgullosa?
–¿Siempre eres tan molesto? –replicó Nix, aunque una sombra de sonrisa amenazó con dibujarse en su rostro.
Drystan finalmente giró hacia ella, dejando su espada clavada en el suelo. La luz de la luna delineaba su figura con precisión, sus rasgos afilados y el brillo de desafío en su mirada.
–Ser molesto es mi mejor arma –dijo él–. Te mantiene alerta.
–No necesito que nadie me mantenga alerta –respondió Nix con firmeza, y se dio la vuelta para regresar al campamento. Pero la voz de Drystan la detuvo.
–Lo que ocurrió ahí dentro… con la Guardiana de Sombras… No fue solo la corona la que te aceptó, Nix. Fue algo más.
Ella se giró ligeramente, sin enfrentarlo del todo.
–¿A qué te refieres?
–Vi la forma en la que luchaste –respondió Drystan con calma–. No solo fue fuerza o habilidad. Fue tu voluntad. Ese tipo de fuerza atrae tanto aliados como enemigos. Los dioses no son ciegos a lo que estás haciendo.
Nix sintió un escalofrío recorrerle la columna.
–No necesito el favor de los dioses. Solo necesito mi venganza.
Drystan la miró durante un momento largo y silencioso.
–A veces, la línea entre venganza y destrucción es más delgada de lo que crees.
Antes de que Nix pudiera responder, un grito resonó desde el campamento. Ambos reaccionaron de inmediato, desenfundando sus armas y corriendo hacia el lugar donde los demás preparaban el fuego.
Al llegar, encontraron a Ivar y Reinar en guardia, mirando hacia las sombras del bosque. El fuego parpadeaba con nerviosismo, como si temiera lo mismo que ellos.
–¿Qué ocurre? –exigió Nix, mirando alrededor.
–Algo nos está rodeando –respondió Reinar, su voz tensa–. Lo siento. Múltiples presencias. No son humanas.
Un gruñido bajo y gutural rompió el silencio. Desde las sombras emergieron figuras espectrales, cubiertas de piel oscura y ojos blancos sin pupilas. Eran sombras vivientes, bestias que, según las leyendas, nacían del dolor y la oscuridad de los lugares malditos.
–No deberíamos habernos quedado aquí –murmuró Ivar, desenfundando dos dagas–. Esto es culpa del templo.
–Ya no importa –dijo Nix, plantándose frente a las criaturas con su espada lista–. ¡Formen un círculo! No las dejen separar la formación.
Las sombras avanzaron con movimientos antinaturales, como si sus cuerpos estuvieran hechos de niebla sólida. El primero saltó hacia Nix, pero ella giró sobre sí misma y cortó su torso, dispersándolo en una nube oscura. Otro intentó atacar a Reinar, pero el hechicero levantó una barrera de luz que hizo retroceder a la criatura con un siseo agudo.
–¡Esto no va a detenerse! –gritó Ivar–. Necesitamos alejarnos del templo.
Drystan, con su espada envuelta en llamas negras, se plantó junto a Nix.
–Yo cubro la retirada. ¡Llévalos al claro!
–¡No voy a dejarte! –gritó Nix, sus ojos encendidos por la ira.
Drystan la miró directamente, con esa misma sonrisa arrogante, pero con un toque de sinceridad que la desconcertó.
–No te preocupes, reina. No puedes deshacerte de mí tan fácilmente.
Antes de que Nix pudiera objetar, Drystan cargó contra las sombras, creando una línea de fuego oscuro que los separó del grupo.
–¡Corran! –rugió él.
Nix apretó los dientes y obedeció, conduciendo a Ivar y Reinar hacia el claro donde la luna era más fuerte. Las sombras titubearon al llegar a la luz, retrocediendo lentamente, como si la presencia de la luna las debilitara.
Finalmente, tras varios minutos de tensión, Drystan emergió de la oscuridad, cubierto de heridas y con una sonrisa triunfante.
–¿Te dije que no te preocuparas?
Nix lo fulminó con la mirada, pero en el fondo, una extraña sensación de alivio creció en su pecho.
–Algún día, esa arrogancia te matará –murmuró ella.
Drystan le dedicó una sonrisa pícara.
–Pero no hoy.
Mientras el grupo recuperaba el aliento bajo el manto protector de la luna, Nix miró hacia las sombras del bosque. Las palabras de Drystan resonaron en su mente: la línea entre venganza y destrucción.
Por ahora, su objetivo seguía claro: Elara y Kael pagarían con sangre. Pero en lo profundo de su corazón, un
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias