Todo iba al plan de Morgana, un hombre cualquiera, guapo, con exelente carácter y suficiente borracho para darle lo que necesitaba.
Un hijo.
Solo eso necesitaba para conseguir todo lo que la vida le ofrecía.
Sin embargo después de años, la vida le devuelve lo que tanto quitó y pidiéndole aún más.
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Capitulo 14
En un santiamén Edgar estaba en un pequeño cubículo con una intravenosa entre su brazo que conectaba directamente a una bolsa.
Aquel hombre desde niño había odiado los hospitales, sus peores recuerdos de niñez los había vivido en una sala de espera y ahora mismo, que se encontraba ahí, fue en lo menos que pensó.
Porque su hijo, Jacob se encontraba en terapia intensiva luchando por su vida.
Edgar no sabía que pensar, ni tampoco que mencionarle a su madre. Margaret Meredith Smith era la mujer que alguna vez le salvó la vida. Aquella mujer noble lo adoptó cuando tenía tan solo seis años, no vivía lleno de lujos ni tampoco con carencias, ella y su esposo le daban lo suficiente para mantenerlo feliz.
Y el le devolvió con creces lo que ella había hecho por él.
Por eso la tenía viviendo como se merecía, entre lujos y joyas.
Pero ella siempre decía que no le interesaba el dinero, lo que ella quería era familia, sus hijos. Lo cual para Edgar era algo sin importancia, primero estaban los lujos y las riquezas para mantener a su futura esposa e hijos con las mayores comodidades.
Pero él nunca esperó que todo le saliera al revés.
Así que tomo su celular con la mano disponible y marco al único número que se sabía de memoria. Él amaba a su madre y no le importaba si no llevaban la misma sangre, para él Margaret era la única mujer que conocía.
—Hola, querido... estoy precisamente pensando en ti... estoy con Dhapne, la hija de...
—Mamá, toma un vuelo a Manhattan. Hay algo que necesito mostrarte, paga el próximo vuelo. No es necesario que tomes ropa, aquí podemos comprar lo suficiente. Compre un Penthouse...
El estruendo de platos se escuchó detrás de la llamada y una silla cayó al suelo, después de todo su madre estaba preocupada por él.
—¡Espera! ¿Cuando volviste a Manhattan?—Ella saco un largo suspiro y escucho como sus dientes rechinaron— Edgar, te haz vuelto adicto al trabajo... ya te dije que la familia es primero.
—Por eso, necesito que vueles.
—Oh, no. Dime que no es lo que estoy pensando, Edgar Donovan Smith.
—Es difícil de explicar, mamá. Solo te necesito, por favor.
Él reprimió una sonrisa cuando escuchó la línea cortada, Morgana Smith era una mujer única y siempre le sacaba una sonrisa.
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Después de un rato Edgar había donado un litro de sangre para su hijo y se encontraba perfecto pero cuando entro a la sala de emergencias pudo ver como Ronald platicaba con un policía y mantenía su brazo dañado cubierto con su mano descubierta. Había otras personas, que ni siquiera giraron en su dirección y miraron a Morgana con desprecio.
Era evidente que en aquella familia lo que menos existía era amor.
La chica cuando lo vio camino hacia la puerta cercana a la sala de espera, Edgar intentó seguirle el paso pero cuando entró y vio al niño quiso desmoronarse ahí mismo. El pequeño niño rubio era idéntico a él, su cabellera castaña y sus largas pestañas le recordaban al niño juguetón que su madre siempre le hablaba. No había ningún rastro de Morgana pero no importaba, aquella prueba le daba lo suficiente para que dentro de su corazón creciera algo que jamás había conocido.
El amor de un padre hacia su hijo.
Morgana camino hacia su pequeño bebé y quiso gritar a los cuatro vientos, su dolor era inexplicable. Morgana se caracterizaba por ser una mujer fuerte, lo suficiente para aguantar cualquier prueba. Pero al ver a su hijo en ese estado lo único que podía hacer era esperar lo cual la hacía sentir inútil.
—El es mi pequeño Jacob—Dijo entre llanto—Mi niño ama los deportes, el color azul y su dibujo animado es Paw Patrol. Odia las injusticias y hasta hace unos días me exigía que lo acompañara a la escuela y me presentara a sus amigos. A ninguno conocía. Y ahora está aquí... luchando por su vida.
Edgar miró a la chica como se aferraba a sus manos, como si quisiera pasarse al lugar donde se encontraba el niño en su lugar. Y por vez primera la envidio, quiso conocerlo lo suficiente para sentir aquel amor incomparable que ella misma sentía por Jacob.
Pero simplemente encontró un amor banal que no le ayudaba a sentir el dolor que demostraba el rostro de Morgana.
— Jacob estará bien, Morgana. En mi familia nos caracterizamos por tener fuerza y sé que el pequeño lo heredó de mi. Te lo prometo.
—Sé que me merezco que me trates mal, Edgar. Que alejes a Jacob de mi vida, pero no podré soportarlo. Ese niño se volvió parte de mi, sin el me moriré.
—No hablemos de eso, Morgana. Quiero la custodia legal de Jacob y no me iré sin mí hijo.
Pero de un momento a otro, Morgana se dejó llevar por el dolor que la embargaba, después de todo, sin su hijo, no había nada por el cual luchar.