Wicked Desires

—¿Entonces, César, la señora Elena te gustó?—, pregunté con una sonrisa traviesa mientras caminábamos por el pasillo hacia la sala de estar.

César se encogió de hombros con indiferencia fingida. —No es asunto tuyo, Hal. Además, ¿por qué te importa tanto?—, respondió, tratando de mantener su habitual compostura.

—¡Oh, vamos, César! Te he visto sonreír como un idiota cada vez que ella te lanzaba un cumplido—, bromeé, dándole un ligero golpe en el hombro. —¿Estás desarrollando un pequeño crush?—.

César rodó los ojos y soltó una risa leve. —Lo dudo. Solo soy educado y sé cómo aceptar cumplidos—, contestó con su habitual frialdad, aunque su tono dejaba entrever cierta incomodidad.

—Vamos, César, ¡muévete! Estoy deseando sentarme en ese maldito sofá—, le dije entre risas, tratando de disimular mi propio nerviosismo.

Justo cuando me apresuraba, tropecé con algo en el suelo, pero antes de caer, César me agarró firmemente por la cintura, evitando mi desplome. Me quedé mirándolo con una mezcla de sorpresa e incomodidad, agradecido por su ayuda.

—¡Ups! ¡Lo siento, César!—, me disculpé, enderezándome con su ayuda.

Él me miró con calma y asintió. —No te preocupes, Hal. Estás bien—, respondió con tranquilidad.

Después de aclararme la garganta, le propuse: —¿Qué te parece si nos tomamos unos tragos? Sé que tienes una buena colección de licores en la alacena—.

—¿Tomar? No creo que sea una buena idea, Hal—, respondió César con cautela, su mirada reflejaba preocupación.

—¡Vamos, César! ¿Desde cuándo te has vuelto tan mojigato? Solo un trago, ¿qué puede salir mal?—, repliqué, intentando convencerlo con un tono juguetón.

César frunció el ceño, claramente indeciso. —No sé, Hal. Aún eres joven para esto—.

—¡Oh, por favor! No me veas como tu hijo ahora. Solo por esta vez, ¿sí? Hace tanto que no tomo nada, necesito relajarme un poco—, le rogué, tratando de apelar a su compasión.

Después de un suspiro resignado, César cedió. —Está bien, pero solo por esta vez. Sígueme—.

Con una sonrisa triunfante, asentí y seguí a César hacia la alacena, emocionado por la perspectiva de un trago después de tanto tiempo.

El aroma del vodka llenó la habitación mientras César servía los shots con elegancia. Me senté en la barra, observando con anticipación cada movimiento de César. Cuando me entregó el primer vaso, lo tomé con entusiasmo y lo saboreé lentamente, dejando escapar un suspiro de satisfacción.

César se sentó a mi lado con una expresión de desaprobación apenas perceptible en su rostro. —¿De verdad crees que es una buena idea, Hal?— preguntó, su tono lleno de preocupación.

—Relájate, César. Solo estamos tomando un poco para despejarnos—, respondí con una sonrisa traviesa, ignorando su mirada de advertencia.

Él suspiró, resignado. —Solo asegúrate de no exagerar—, advirtió.

—¡Por supuesto, siempre bajo control!—, aseguré, levantando el siguiente shot en un brindis silencioso antes de beberlo de un solo trago.

—¿Sabes, César?— comencé, sintiendo el calor del vodka deslizarse por mi garganta. —A veces me pregunto cómo sería nuestra vida si no te hubieras casado con mi mamá—.

César frunció el ceño, claramente incómodo con el tema. —Bueno, no podemos cambiar el pasado—, respondió evasivamente, sirviendo otro shot.

—Claro que no—, asentí, pensando en lo diferente que habría sido todo. —Pero quién sabe, tal vez habría tenido una infancia menos... complicada—.

César me miró con seriedad, tomando otro trago antes de responder. —Lo importante es cómo enfrentamos las cosas ahora—, dijo en voz baja, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

—Supongo que tienes razón—, murmuré, sintiendo un nudo en la garganta mientras el alcohol comenzaba a hacer efecto.

Después de varios tragos, me sentía lo suficientemente valiente como para hablar sobre cosas que normalmente guardaba para mí mismo.

—¿Sabes, César?—, dije, mi voz un poco más alta de lo normal. —Mi mamá era una verdadera perra. Nunca se preocupó por nadie más que por sí misma—.

César me miró con sorpresa, evidentemente incómodo con el giro de la conversación. —Hal, no creo que sea apropiado hablar así de tu madre—, respondió con cautela, sirviendo otro trago.

—Pero es la verdad—, insistí, sintiendo la ira burbujeando dentro de mí. —Ni siquiera merecía que alguien como tú estuviera con ella. Eras demasiado bueno para una imbécil como ella—.

César suspiró, evitando mi mirada. —Hal, ya es suficiente—, dijo con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente.

—No, no es suficiente—, continué, sintiendo la necesidad de sacarlo todo. —Cuando murió, ni siquiera hubo nadie más en su funeral aparte de mí y un vagabundo. Eso es lo que realmente era para la gente, ¿sabes?—

—A ver, Hal, ya es suficiente—, dijo César con una nota de firmeza en su voz, su rostro mostrando un leve rastro de preocupación.

—No, no, no es suficiente—, respondí, balanceando mi cabeza de un lado a otro de manera exagerada. —Todavía tengo mucho que decir. Mi mamá... mi mamá era una... ¡una perra!—.

César frunció el ceño, claramente frustrado. —Hal, ya basta—, insistió, levantándose de su asiento. —Creo que ya tuviste suficiente—.

—No, no puedo tener suficiente—, respondí, negándome a soltar el vaso. —Quiero más... ¡quiero más!—.

César se acercó a mí, su expresión ahora más seria. —Hal, suelta el vaso—, ordenó, su tono de voz más duro esta vez.

—No... no quiero—, murmuré, aferrándome al vaso con más fuerza.

—Esto es ridículo—, dijo César, agarrando mi muñeca con determinación y quitándome el vaso de la mano. —Vamos, déjame ayudarte a levantarte—.

—No puedo... no puedo caminar—, respondí entre risas, sintiendo una oleada de euforia. —¡Ja, ja, ja! ¿Por qué no me cargas, César? ¡Sería tan divertido!—.

César suspiró, pero accedió a mi solicitud. Me levantó en sus brazos con facilidad y me llevó al sofá, donde me dejó con suavidad antes de sentarse a mi lado.

—Hoy sentí muchos celos ¿sabes?— confesé

—¿Celos?—, preguntó César con sorpresa, mirándome con una mezcla de confusión y curiosidad.

—Sí, celos—, respondí, mirando hacia abajo, incapaz de enfrentar su mirada directamente. —De Elena... me sentí celoso de cómo la tratabas, de cómo le sonreías...—.

César pareció acorralado por mi confesión, pero mantuvo la compostura. —Hal, entiendo que te sientas así, pero a veces las cosas tienen que seguir su curso—, dijo con calma, su voz cargada de resignación. —Incluso si eso significa enamorarse y comenzar otra vez—.

Fruncí el ceño, sintiendo una mezcla de incredulidad y desesperación. —¿Enamorarse y comenzar otra vez?—, repetí, agitando la cabeza con incredulidad. —¿Qué estás tratando de decir, César? ¿Que... que debería...?—.

César suspiró, su mirada desviándose por un momento antes de volver a encontrarse con la mía. —Lo que quiero decir es que cada uno tiene su propio camino, Hal—, explicó. —Y a veces, ese camino nos lleva a lugares inesperados, incluso si al principio no lo esperábamos—.

—¿Por qué no puedo estar en ese camino?—, le espeté, sintiendo la frustración y la amargura burbujeando dentro de mí.

César frunció el ceño, visiblemente confundido por mi arrebato. Se levantó de su asiento, aparentemente queriendo evitar la conversación, pero lo detuve en seco, interponiéndome en su camino.

—¡Eh, César, detente!—, exclamé, parándome frente a él y bloqueando su salida. —¿Por qué me evitas tanto?—.

César se apartó de mí con un gesto de disgusto, su expresión mostrando claramente su incomodidad. —Hal, estás borracho—, respondió bruscamente. —Deberías relajarte y dejar de pensar en tonterías—.

—No lo entiendes, ¿verdad?—, mi voz resonó en la habitación, cargada de emoción contenida y desesperación. —He intentado acercarme a ti de todas las formas posibles, César. Pero nunca lo notas, ¿verdad? Nunca te das cuenta de cuánto te necesito—.

César intentó apartar la mirada, pero mis manos encontraron su rostro, obligándolo a mirarme directamente a los ojos. Su expresión era de sorpresa y confusión total, como si estuviera luchando por comprender lo que estaba sucediendo.

—¿Qué demonios estás haciendo, Hal?—, su voz temblorosa reflejaba la incredulidad y la confusión que estaba experimentando.

Ignorando su pregunta, me levanté de puntillas, mi respiración entrecortada por la anticipación. Acerqué mi rostro al suyo, sintiendo la electricidad entre nosotros mientras nuestros labios se aproximaban.

El beso fue intenso, cargado de emociones reprimidas y deseos ocultos. Pero mientras yo me entregaba al momento con toda la pasión que había estado guardando, César parecía incapaz de procesarlo adecuadamente. Su respuesta fue vacilante, sus labios apenas respondieron al contacto, como si estuviera en shock.

Por un breve instante, todo pareció detenerse mientras nos sumergíamos en ese torbellino de emociones encontradas. Pero pronto me di cuenta de que César no correspondía al beso como yo esperaba. Su reacción era de confusión y desconcierto, y en ese momento supe que había cometido un error al dejar al descubierto mis sentimientos de esa manera tan abrupta.

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...𝐍𝐎𝐓𝐀...

...Que enfermo, pero bueno, si yo tuviera a alguien como César en mi vida tampoco me contendría en besarlo....

...¿Debí de haber puesto alguna advertencia al principio? Estoy algo confusa....