Lucia tiene que vivir bajo el odio de su propia familia sin saber el porqué, toda su vida ha sido así. En la escuela conoce a Liam, un chico que parece interesarse en ella, pero para su sorpresa, Fernanda, la hermana de Lucia, está enamora de Liam, lo que causara mayores problemas para Lucia…
NovelToon tiene autorización de Romina Lourdes Escobar Villamar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Confesiones bajo presión
(Narra Liam, con pensamientos enmarañados)
Después de besar a Lucía, me fui directo a mi departamento. El calor de ese beso aún ardía en mis labios, aunque lo intentara negar. No sabía si arrepentirme o volver por más… pero preferí meterme en la cama. Envié un mensaje rápido a los chicos, avisándoles que estaba en casa. Respondieron que luego pasarían, excepto Jeremy —claro, él aún no tenía celular. Los demás prometieron decírselo en persona.
Eran las 12:30 p. m. Cerré los ojos, dejando que mi mente hiciera lo suyo… y vaya que hizo. Todo lo que había pasado ese día parecía una película. Nueva compañera. Fernanda desatada. Jeremy descontrolado. ¿Y yo? Besando a una chica que conocí hace horas. Maldita sea.
Una hora y media después, los pasos conocidos de mis amigos resonaron al otro lado de la puerta. Me levanté con decisión: es ahora o nunca… tengo que aclarar esto antes de que se vuelva un enredo emocional.
—Pasen, chicos —dije apenas abrí.
—Hola, ¿para qué nos llamaste? —preguntó Jeremy, algo serio pero con esa sonrisa suya siempre lista.
—¿Qué más, amigo? —saludó Alan, dándome un leve golpe en el hombro.
—Hola, Liam —dijo Max con una sonrisa ligera.
—¿Y por qué llegan a esta hora? —pregunté, cruzándome de brazos.
—Pasé a dejar a la pequeña Lucí a su casa —respondió Jeremy, como si eso fuera lo más normal del mundo—. Me dio su número y luego fui a comprar un celular para registrarla —añadió, con una sonrisa boba que no se le escapa ni a un ciego.
—Yo fui a casa y mis padres me llamaron… así que me quedé viéndolos a través de la pantalla —dijo Max, alzando los hombros.
—Yo solo di unas vueltas —interrumpió Alan—. Contento con el interrogatorio.
—No me hablen así —advertí, ya con el humor un poco arruinado—. No estoy de ánimos para bromas.
Jeremy me miró de reojo, serio.
—¿De qué querías hablar?
Respiré profundo. Este era el momento.
—Sé que es muy temprano, que recién entramos a clases… —empecé, pero mi tono se endureció—. Pero quiero saber qué te traes con la tal Lucía. ¿Acaso te gusta?
Jeremy se tensó. Lo conozco demasiado.
—¿Por qué la pregunta, Liam?
—¡No me hagas el idiota, Jere! —le solté sin pensarlo—. ¡La conociste hoy y ya estás actuando como si fuera tu todo! Te hiciste su amigo en segundos, le llevaste una camiseta, casi matas a Fernanda, supiste exactamente dónde estaba... ¡y la llevaste a casa como si fuera tu novia! Encima actúas como si no fueras tú. ¿Crees que no lo notamos? ¡Hasta los chicos lo notaron!
—Es verdad —dijo Alan—. Reíste con alguien más que no fuéramos nosotros. Eso no pasa todos los días.
—Y ni se diga la escena de la camiseta —añadió Max—. Te agarró como si fueras su osito de peluche, ¡y tú ni rechistaste! Pero Liam, tú también...
—Primero Jeremy —dije, alzando la mano—. Luego hablaremos de mí. Ahora, Jere, siéntate y cuéntanos todo. Para eso estamos, ¿o no?
Jeremy nos miró por un momento, como si estuviera buscando palabras entre emociones que no comprendía.
—Bueno, les voy a decir… pero no me interrumpan.
Todos hicimos silencio.
—Hoy, cuando Lucía entró al salón y se presentó… algo en ella me atrapó. Solo dijo: “me llamo Lucía”. Estaba seria, como molesta, y cuando el profesor le pidió que se sentara a mi lado, yo levanté la mano sin pensarlo. Cuando me miró… sentí algo. No sé cómo explicarlo. Fue bonito. Esos ojos me dieron paz y felicidad en un solo instante. Era raro… ¿amor? Tal vez no amor, no aún, pero… fue una sensación tan pura, tan familiar, como si ya lo hubiera sentido antes.
Jeremy bajó un poco la cabeza, recordando.
—Y cuando me habló… sentí ganas de llorar. Me invadieron mil emociones. Su voz… su voz era cálida, tierna, distinta a esa frialdad con la que llegó. Sentí un impulso irrefrenable de protegerla. De cuidarla. De no permitir que nadie la volviera a herir.
El silencio en la sala se volvió más denso que el humo.
—Y cuando ella habló… esas palabras fueron…
(Continuará...)