En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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Encuentros y Recuerdos
Capítulo 14:
Alan apretó el volante con frustración mientras el tráfico lo hacía prisionero. Observó cómo el automóvil donde estaba Susan desaparecía en la distancia, llevándose con él todas las respuestas que tanto deseaba obtener. Apretó los dientes, decidido a no rendirse. Subió el volumen de la música en su auto, tratando de acallar el torbellino de emociones que lo embargaba, pero el eco de su propia impotencia resonaba más fuerte.
Cuando llegó al restaurante donde pensaba que ella estaría, la ausencia de su auto lo dejó desolado. Susan ya había seguido con su día, ajena a la tormenta que había desatado en Alan.
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Mientras tanto, en el restaurante, Susan observaba a sus tres niños devorar el almuerzo con entusiasmo. Héctor, sentado a su lado, también sonreía, contento de estar con ellos, después de terminar la comida fueron a un lugar extrañado por Susan.
—Carlos: Mamá, ¿entonces este también es nuestro hogar?
—Ulises: No es una casa, es un departamento.
Susan les acarició la cabeza con ternura, orgullosa de los pequeños hombres en los que se estaban convirtiendo.
—Susan: Así es. Este departamento lo compré cuando empecé a trabajar como sobrecargo, antes de mudarme a Francia. Cuando me fui, lo renté a unos estudiantes, pero hace dos semanas terminaron su contrato. Ahora es nuestro de nuevo.
—Carlos: ¡Guau! Mamá, cuando crezca quiero ser como tú.
—Ulises: Yo quiero comprarte una casa más grande para que no tengas que trabajar tanto y llegues cansada.
—Mateo: Yo le regalaré un avión a mi madrina.
Héctor soltó una carcajada, interrumpiendo el momento.
—Héctor: ¿Y qué le vas a regalar a mi hermana?
—Mateo: Otro avión. No deben ser tan caros, ¿no? Además, mamá siempre dice que quiere ser como mi madrina.
Susan rió con suavidad, sintiéndose agradecida por el amor que sus hijos y sobrino le brindaban.
—Susan: Bien, pequeños, vamos a bañarnos y a descansar un rato. Así no nos afectará tanto el jet lag.
Los niños respondieron al unísono y corrieron al departamento. Entre juegos, risas y agua salpicando, Susan los bañó, los arropó y los dejó dormir mientras ella se preparaba para su cita con los Zúñiga.
Frente al espejo, Susan escogió un atuendo formal. Su figura, esbelta y definida, reflejaba el esfuerzo de años. Aunque la maternidad la había cambiado, aún quedaba algo de la mujer que Alan había conocido. Se perfumó ligeramente y, tras besar a los niños en la frente, salió.
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Alan, por su parte, no podía apartarse del pasado. Vagó en su auto hasta llegar al edificio donde Susan había vivido antes de casarse. Lo que encontró al entrar lo dejó sin palabras: Susan, impecable y radiante, salía del ascensor. Su cabello aún húmedo desprendía ese aroma que él recordaba tan bien, una mezcla de frescura y nostalgia que lo transportó a otro tiempo.
—Alan: Vaya... qué coincidencia.
Susan lo miró con una mezcla de sorpresa y cansancio.
—Susan: Sí, ¿verdad? ¿Ahora vives por aquí?
—Alan: No, nada de eso. Yo... solo...
—Susan: ¿Venías a visitar a alguien?
Alan vaciló, sintiendo que las palabras se le atragantaban.
—Alan: No, Susan. Ya estoy cansado de fingir. Estoy divorciado. Y aunque me haya dado cuenta tarde, sé que la única persona que quiero en mi vida eres tú.
Susan lo miró con una calma inquietante, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y firmeza.
—Susan: Eso me sorprende, Alan. Pero como puedes ver, ahora no te necesito. Te necesité antes, pero ya no sé lo que siento por ti. Definitivamente amor… no lo creo. Y, sinceramente, tengo cosas importantes que hacer.
Alan, desesperado, tomó su brazo con suavidad pero firmeza.
—Alan: Susan, espera. Déjame llevarte a donde necesitas ir. Hablaremos después.
Susan suspiró, como si las palabras de Alan no pudieran atravesar las barreras que había construido.
—Susan: Está bien, pero solo porque tengo prisa. Llévame a la empresa de los Zúñiga.
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El camino fue silencioso. Susan, agotada, se quedó dormida en el asiento del copiloto. Alan la observó de reojo, incapaz de apartar la mirada de la paz que emanaba su rostro. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si pudieran volver a ser ellos mismos, aunque solo fuera por un momento.
Cuando Susan despertó, frunció el ceño al reconocer el lugar al que Alan la había llevado.
—Susan: ¿Por qué me traes aquí? ¿Crees que es gracioso?
El edificio, su antigua casa matrimonial, se erguía frente a ellos como un monumento a los recuerdos que compartieron.
—Alan: No es eso. Solo quería que recordaras los buenos momentos que pasamos aquí.
Susan soltó una risa sarcástica.
—Susan: ¿Buenos momentos? ¿Cómo hiciste siquiera para entrar aquí?
—Alan: Lo compré. A los extranjeros a quienes se lo vendiste.
Susan lo miró, incrédula.
—Susan: ¿Y eso qué importa ahora? Dime, Alan, ¿qué quieres hablar conmigo?
Alan respiró profundamente, buscando las palabras que pudieran expresar el caos en su interior.
—Alan: Solo quiero una oportunidad para demostrarte que puedo ser diferente. Que puedo ser el hombre que mereces.
Susan negó con la cabeza, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y determinación.
—Susan: Alan, lo que quiero ahora no depende de ti. Estoy en paz con mi vida, y no necesito volver al pasado para seguir adelante.
Se bajó del auto, dejando a Alan sumido en un silencio abrumador. Desde la distancia, Susan parecía más fuerte que nunca, una mujer que había renacido de sus propias cenizas.