Richard Ford, el Ceo de Industrias Ford, es un hombre acostumbrado a tener el control, nadie le dice que no, pero todo cambió cuando aquella pelirroja de ojos azules se atravesó en su camino robando una de sus pertenencia y aunque la ha buscado por cielo y tierra para castigar su insolencia, su paradero es todo un enigma. Lo que desconoce Richard, es que será ella quien toque a su puerta en busca de un empleo, luego de eso podrá recuperar el sueño, o tal vez esta vez le roben algo más valioso... su corazón.
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Por las dos.
Tres meses, contra todo pronóstico, mi madre ha seguido a mi lado, tal como se lo había dicho a Richard, me presenté a trabajar, pero él me dio una semana para reincorporarme y así lo hice, pero ahora mis horarios son más flexibles, ingreso al igual que todos mis compañeros a las ocho de la mañana y salgo a las cinco de la tarde, en ocasiones mucho antes, Richard, Fabricio y Raiza visitan continuamente a mamá, en cuanto a mi jefe y a mí, no ha habido más acercamientos, en ocasiones lo escucho hablar con su amigo Larry acerca de salir con amigas y no es que esté pendiente de sus conversaciones, pero él decidió que yo debía quedarme en su oficina y es imposible no escuchar las citas, aventuras y anécdotas relatadas por su amigo, aunque cuando de estos temas se trata, por lo general, mi jefe es más reservado.
— Chanel, hoy me tomaré la tarde libre, de modo que puede volver a su casa. Solo asegúrese de confirmar luego del almuerzo las citas programadas para mañana.
— De acuerdo señor.
— Salude a Jazmín de mi parte.
— Así lo haré. — Respondo mientras recojo mis pertenencias para salir. La puerta es abierta y entra la amiga de mi jefe, Mariam y tras ella Lidia tratando de explicar que la señorita no esperó a ser anunciada.
— Señor, le dije a la señorita que debía esperar a ser anunciada, pero se negó a hacerlo. — Se apresura a explicar Lidia.
— Pierda cuidado Lidia, está bien. — Responde mi jefe amablemente. Tal parece que la llegada de la "señorita Mariam" lo ha dejado de buen humor. No entiendo por qué, es una mujer realmente insoportable, déspota y mal educada.
— Te lo dije. — Le dice la aludida a Lidia elevando una ceja en forma triunfal.
— Con permiso. — Dice Lidia y procede a retirarse, mientras aquella mujer se lanza a devorar la boca de Richard ignorando mi presencia, y odio tener que admitirlo, pero siento un pinchazo en mi corazón, sacudo levemente la cabeza y me dispongo a salir de la oficina, inconscientemente me giro para cerrar la puerta y mis ojos se encuentran con los de mi jefe quien acaba de separarse de aquella mujer con la que seguramente pasará el resto del día, lo Ignoro y cierro la puerta.
— Hasta mañana Lidia. — Le digo al pasar por su puesto de trabajo.
— ¿Hasta mañana? — Me detiene con su pregunta.
— Sí, el gran jefe se tomará el resto del día y yo podré estar con mamá. — Lidia conoce la situación de mi madre, en el tiempo que llevamos trabajando juntas nos hemos hecho buenas amigas.
— Me alegro por ti, ve y aprovecha que la garrapata lo capturó.
— Sí, seguro. — Finjo una sonrisa para disimular que realmente no me agrada la idea, pero da igual, no tiene por qué afectarme.
Al llegar a casa me encuentro con mamá sentada en la silla de ruedas en la terraza del pequeño jardín, a un lado de ella, la bala de oxígeno que es indispensable para ella.
— Hola mamá, que bueno ver que estás aquí.
— Quiero ver las flores, ya que no puedo disfrutar de su olor me conformo con eso. — Suspiro al escucharla, cada vez es más débil, ya queda poco de la mujer alegre y carismática que siempre ha sido.
— ¿Sabes que? Hoy, prepararé lo que quieras de cenar, tengo toda la tarde para estar contigo, vamos a hacer lo que quieras, veremos cincuenta sombras de Gre...
— No.
— ¿Quieres ver otra película?
— Estoy realmente cansada, ya no disfruto de las comidas, no me apetece hacer nada, ya no puedo esperar a que te sientas preparada, te amo, pero siento que mi cuerpo ya no resiste, cuando pedí venir a ver las flores pensé que podría disfrutarlo, que encontraría un poco de paz, pero no es así, la única paz que necesito la encontraré en esos hermosos ojos azules iguales a los de tu padre con quien quiero reencontrarme, déjame ir. Promete que vas a estar bien, que vas a seguir adelante, es lo mejor que puedes hacer por las dos. — Respiro profundo y busco el valor que necesito para decir estas palabras. Me coloco en cuclillas frente a ella y tomo sus manos entre las mías.
— Prometo que voy a estar bien, que voy a ser tan fuerte como tú, voy a seguir adelante por las dos, nadie podrá truncar mis sueños, que son nuestros sueños, te amo mamá y estas lágrimas no son de dolor, son de amor, de felicidad al saber que tengo a la mejor mamá del mundo.
— Ven aquí. — Dice mi madre con una sonrisa dando ligeros golpes a sus piernas, la miro dudosa. — No me quites el privilegio de cargar una vez más a mi bebé. Sonrío y hago lo que me pide. — No tengas miedo, reposa tu cabeza sobre mi hombro. — Hago lo que me pide y es como si por este momento volviera al pasado cuando mamá me cargaba en su regazo, en este mismo lugar mientras esperábamos la llegada de papá. Por primera vez en mucho tiempo no siento el miedo a estar sola.
— Gracias mamita, gracias por regalarme la vida y cuidar de mí.
— Gracias a ti por ser la luz de mi vida, mi niña, mi pequeño gran amor, nuca tengas miedo, siempre voy a estar donde tú estés, no importa si es de día o de noche, si sufres o eres feliz, nada ni nadie puede separarme de ti, tú y yo tenemos una conección que está por encima de todo.
— Lo sé, siempre ha sido así.
— No dejes escapar el amor.
— No sé a que te refieres.
— Mi pequeña, lo sabes bien. — Siento su sonrisa y me contagia.
— Sigues queriendo ser celestina.
— Hasta el último suspiro. — Volvemos a reír.
— Voy a extrañar esto. — Ella acaricia mi cabello.
— Amo tu cabello... amo tus ojitos... amo ser tu madre... estoy aquí y siempre voy a estarlo... Siempre, nunca lo dudes... estoy orgullosa... muy orgullosa... — Cierro los ojos escuchando su voz que poco a poco se va haciendo más débil hasta apagarse por completo.
Me niego a levantarme de sus piernas y enfrentarme a la realidad, mis lágrimas corren silenciosas al sentir que su mano ya no acaricia mi cabello. Así me quedo durante no sé cuanto tiempo, tomo su mano y la beso una y otra vez hasta que siento unos brazos que me rodean para ayudarme a poner en pie, brindándome la fuerza de la que carezco en este momento.
...Nota Autora:...
Sin palabras, me ha costado reproducir esta escena en mi mente.
Nos leemos más tarde.