Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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###**Capitulo 12: Vergüenza en estado líquido **
La luz del amanecer iluminaba la habitación, proyectando sombras suaves sobre las sábanas revueltas. Jay se despertó con el cuerpo pesado, como si le hubieran pasado por encima. Su primera reacción fue quejarse internamente, su segunda reacción fue intentar moverse…
Y ahí fue cuando sintió la incomodidad entre sus piernas.
Frunció el ceño y trató de ignorarlo mientras iba al baño para darse una ducha rápida. Sabía exactamente por qué se sentía así, pero su cerebro no estaba listo para procesarlo todavía. Se vistió con movimientos torpes, su camisa estaba medio desabotonada y su corbata mal puesta cuando se subió los pantalones. Pero justo cuando terminó de acomodárselos en su cintura…
Lo sintió.
El calor espeso que resbaló lentamente desde su interior, escurriéndose por su muslo en un sendero húmedo.
El cerebro de Jay se quedo cargando por un segundo.
No…
No, no, no…
Miró hacia abajo con horror y vio cómo la mancha comenzaba a formarse en su pantalón perfectamente limpio.
—¡GIOVANNI!
Su grito resonó por todo el departamento.
Desde el dormitorio, Gio —que se estaba buscando su bata blanca en el perchero— alzó la vista con una expresión tranquila.
—¿Qué pasa ahora?
Jay apareció en la puerta con la cara completamente roja, pero esta vez no era solo de vergüenza, sino de pura rabia.
—¡Eres un maldito cerdo!
Gio parpadeó un par de veces, pero cuando bajó la mirada y vio la mancha, su sonrisa se expandió lentamente.
—Oh… ya veo.
Jay lo vio levantar una ceja con obvio interés.
—Estás… ¿goteando?
Jay apretó los dientes con fuerza.
—¡Cierra la maldita boca, Giovanni!
Pero Gio ya estaba dejando su estetoscopio sobre la cama y acercándose con una sonrisa ladina.
—Déjame ver…
—¡No me toques!
—Vamos, amor, es mi responsabilidad.
—¡Eres TÚ quien me dejó así!
Jay intentó alejarse, pero justo en ese momento, sintió cómo el calor entre sus piernas se deslizaba aún más rápido. El movimiento hizo que una nueva oleada de líquido resbalara lentamente por su piel, haciéndolo estremecer involuntariamente.
—Mierda… —susurró para sí mismo, paralizándose de horror.
Gio, por supuesto, lo notó.
Y sonrió con pura satisfacción.
—Oh, cariño… creo que sigue saliendo más.
Jay lo miró con furia, pero justo cuando iba a insultarlo, otra gota caliente recorrió su pierna, provocándole un escalofrío.
—¡Cállate!
—¿Por qué? Estoy fascinado.
—¡Eres un enfermo!
—No, solo soy un hombre que ama ver cómo su esposo no puede retener ni una gota de lo que le di anoche.
Jay sintió que la cabeza le iba a explotar.
—¡Maldito degenerado!
Gio rió, inclinándose hasta su oído.
—¿Quieres que te ayude a limpiarlo?
—¡No!
—Podemos darnos una ducha rápida…
Jay se cruzó de brazos con terquedad.
—No pienso volver a ducharme.
Gio suspiró teatralmente.
—Bueno, entonces camina con las piernas apretadas y reza para que nadie en la oficina note lo que escurre entre tus muslos.
Jay sintió un escalofrío de puro horror.
—¡GIOVANNI!
Gio estalló en carcajadas y se giró para recoger su maletín con una expresión completamente relajada.
—Anda, apresúrate. No quiero que llegues tarde.
Jay lo fulminó con la mirada antes de regresar al baño para cambiarse de pantalón por segunda vez.
Mientras se ajustaba la corbata, Gio revisó su teléfono con una sonrisa divertida.
—¿Debería comprarle un pañal de camino?
Desde el baño, Jay le lanzó una advertencia furiosa:
—¡Te escuché, imbécil!
Y Gio solo rió más fuerte.
Jay salió del baño con el ceño fruncido y una expresión de pura irritación. Se había cambiado de pantalón, se ajustó la corbata correctamente y tomó su maletín con movimientos bruscos.
Gio, como si nada, seguía revisando su teléfono, completamente relajado, disfrutando mucho más de lo que debería.
—Listo —gruñó Jay, dirigiéndose a la puerta.
Gio alzó la vista con una sonrisa tranquila.
—¿Seguro? Porque podríamos…
Jay lo fulminó con la mirada.
—Ninguna. Otra. Maldita. Palabra.
Gio se rió entre dientes y levantó las manos en señal de rendición.
—Como digas, amor.
Jay resopló, abrió la puerta y salió con toda la dignidad que pudo reunir. Gio lo siguió, aún con esa sonrisa divertida en los labios.
El ascensor descendió lentamente, y Jay cruzó los brazos, tamborileando los dedos contra su maletín. El silencio era tenso.
Cuando las puertas se abrieron en el lobby, Jay inspiró hondo.
Jay caminó con paso firme por el lobby del edificio, o al menos intentaba parecer firme. A su lado, Gio iba despreocupado, con su bata del hospital doblada sobre un brazo y su maletín en la otra mano.
Jay aún sentía los efectos de la noche anterior y de esa maldita mañana, donde su esposo había decidido aprovecharse de su vulnerabilidad.
“Maldito degenerado…”
Solo quería llegar al auto sin incidentes. Pero justo cuando estaban por cruzar las puertas automáticas…
—¡Giovanni, hijo!
Jay se quedó de piedra.
Gio también frenó en seco, parpadeando al ver a sus padres en la entrada del edificio, con sus maletas al lado y sonrisas alegres.
—Mamá, papá… ¿qué hacen aquí? —preguntó Gio, sorprendido.
Jay sintió cómo la sangre se iba su rostro.
Chris se adelantó con una sonrisa radiante.
—¡Vinimos a quedarnos unos días contigo antes del cumpleaños de Jongin!
Elia, su suegro, lo miró con una ceja levantada.
—No me digas que lo olvidaste.
Gio se rió incómodamente.
—¡No, claro que no! Solo… no esperaba que llegaran tan temprano.
Jay, por su parte, estaba luchando contra una crisis existencial.
Porque en ese preciso momento…
Sintió una sensación cálida y húmeda bajando lentamente por su entrada.
“NO, NO, NO, NO—”
Apretó los muslos con disimulo, pero la gravedad no tenía piedad.
Chris lo miró con ternura.
—Jay, querido, luces un poco… sonrojado.
Jay sonrió con una rigidez inhumana.
—E-es el calor… —murmuró, sintiendo cómo el líquido se deslizaba aún más.
Dios bendito.
Su suegro frunció el ceño.
—¿No hace frío hoy?
Jay tragó saliva.
—...
Gio, el muy desvergonzado, lo miró con una sonrisa llena de maldad.
—¿Seguro que estás bien, amor?
El hijo de puta lo estaba disfrutando.
Jay le clavó la mirada, con la rabia de mil soles ardiendo en su interior.
“Voy a matarlo. No hoy, pero sí pronto.”
—Estoy perfectamente bien.
—Si tú lo dices —respondió Gio con una sonrisa descarada.
Chris aplaudió con alegría.
—¡Qué bueno! Vámonos juntos entonces. No podemos esperar a ver su casa, hace mucho que no vengo.
Jay sintió un escalofrío de terror puro.
“Días enteros con mis suegros en la casa.”
Sintió otra gota caliente bajar.
“MALDITO SEA, GIOVANNI.”
Y con la cabeza en alto, disimulando su miseria, caminó con pasos rígidos y calculados, mientras su esposo reía bajo su maldita respiración.
Este iba a ser el peor inicio de día de su vida.
Jay avanzó con pasos tensos hacia el ascensor, tratando de ignorar la presencia de sus suegros y el desastre interno que todavía lo torturaba.
Los cuatro entraron en la cabina de metal, y Jay inmediatamente presionó el botón de su piso con demasiada agresividad.
El ascensor subió en silencio.
Jay no se atrevía a mirar a Gio. Sabía que estaba disfrutando cada segundo de su sufrimiento.
Pero entonces…
El teléfono de Jay vibró en su bolsillo.
Jay frunció el ceño y sacó el celular, viendo el mensaje de su esposo.
Gio: Amor…
Gio: Acabo de recordar que anoche dejamos un desastre en el sillón.
Gio: Un GRAN desastre.
Jay sintió cómo la sangre le abandonaba el cuerpo.
Parpadeó lentamente y tecleó con furia.
Jay: ¿QUÉ?
Jay: DIME QUE LIMPIASTE, GIOVANNI.
Gio sacó su propio teléfono y tecleó con calma, sin dejar de sonreír.
Gio: No.
Gio: Lo olvidé.
Gio: Y mis papás están a punto de entrar.
Jay sintió que su alma abandonaba su cuerpo.
Soltó un jadeo ahogado y levantó la vista hacia Gio con puro pánico.
El bastardo se veía demasiado entretenido.
El ascensor se detuvo.
Las puertas se abrieron.
Chris y Elia sonrieron con alegría y avanzaron hacia el hogar de su hijo.
Jay sintió que su vida entera pasaba frente a sus ojos.
Y Gio, el muy maldito, solo se rió bajo su respiración.
Esto iba a ser un desastre.
Jay vio con satisfacción cómo la sonrisa confiada de Gio se desvanecía en tiempo récord cuando sus padres caminaron directamente hacia la puerta del departamento.
La llave giró en la cerradura.
El pomo se movió.
Y entonces, Gio se congeló.
“Mierda.”
Jay lo vio endurecerse, su postura cambiando de relajada a completamente tensa.
“Oh, qué bonito.”
“¿Ahora sí te das cuenta de la cagada en la que estamos?”
Gio, sin embargo, entró en modo crisis.
Con un movimiento ágil, se colocó frente a sus padres, bloqueando la puerta con los brazos abiertos.
—¡E-esperen! —exclamó con una sonrisa nerviosa—. Déjenme entrar primero, quiero… ¡uh! Asegurarme de que todo esté en orden.
—¿Por qué harías eso?
—¡Porque…! —Gio buscó una excusa desesperadamente—. Porque tuvimos una fuga de gas anoche.
Jay se atragantó.
“¿QUÉ MIERDAS, GIO?”
Elia lo miró con desconfianza.
—¿Una fuga de gas?
—Sí, sí —Gio asintió frenéticamente, sin atreverse a mirar a su esposo—. Y no quiero que inhalen nada peligroso, ya saben… los vapores… tóxicos.
Chris, sin embargo, no se lo tragó ni por un segundo.
—Giovanni, cariño, ¿por qué mientes?
Gio se tensó.
—¡No estoy mintiendo!
—Siempre te rascas la nuca cuando lo haces.
Jay bajó la vista.
Y sí, Gio se estaba rascando la maldita nuca.
Antes de que Gio pudiera reaccionar, Elia lo empujó ligeramente a un lado.
—Ya basta de tonterías. Tenemos que entrar.
Gio abrió la boca para detenerlos, pero ya era demasiado tarde.
Chris y Elia abrieron la puerta y entraron al departamento.
Jay esperó.
Tres…
Dos…
Uno…
—¡DIOS SANTO! —gritó Chris.
Jay cerró los ojos con resignacion
El desastre en la sala de estar era peor de lo que recordaban.
El sofá de cuero todavía tenía rastros evidentes de lo que habían hecho anoche. La manta que Gio intentó usar para cubrirlo estaba hecha un revoltijo a un lado, demasiado sospechosa. Y lo peor… el maldito frasco de lubricante seguía en la mesa de centro, brillando a la luz del sol como una evidencia de crimen.
Elia se llevó una mano a la boca.
—Oh, Dios.
Chris soltó un largo suspiro.
—Voy a fingir que no he visto nada. Ni entendido nada. No quiero saber.
—¡Exacto! —Jay gritó, aferrándose fuerte a Gio. —¡Finjan que no entienden nada! ¡Es lo mejor para todos!
Elia parpadeó varias veces, como si su cerebro intentara protegerlo de la verdad.
—Oh… Oh… Dios mío.
Jay cerró los ojos con resignación.
Gio estaba temblando.
¿De vergüenza? No.
De la fuerza con la que intentaba contener su risa.
—Bueno… —Elia se frotó la cara con cansancio. —Supongo que no podemos sentarnos en el sofá.
Jay casi colapsa ahí mismo.
Gio, el maldito degenerado, finalmente dejó escapar una carcajada.
Jay lo golpeó en las costillas.
Chris sacudió la cabeza rápidamente.
—¿Por qué no mejor… nos instalamos en la habitación de huéspedes?
—¡EXCELENTE IDEA! —gritó Jay antes de que alguien más pudiera hablar.
Y así, con su dignidad destruida y sus suegros mentalmente traumatizados, Jay vio cómo sus suegros tomaban sus maletas y se dirigían a la habitación de visitas, murmurando cosas que prefería no escuchar.
Cuando las puertas se cerraron, Jay giró lentamente hacia Gio.
El idiota tenía la peor sonrisa en su cara.
—Cariño… —murmuró Gio, fingiendo ternura.
Jay apretó los dientes.
—Dime una sola palabra y te entierro bajo el sofá.
Gio rió con pura satisfacción.
Jay exhaló profundo.
—Voy a comprar un sofá nuevo.
Gio rió, dándole una palmada en el trasero.
—¿Para qué? Igual lo volveremos a arruinar.
Jay agarró el frasco de lubricante y se lo lanzó a la cabeza.