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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:192
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Viaje de Conversación

La carretilla avanzaba lenta, crujiendo bajo el peso de las tres brujas, con las ruedas golpeando las piedras del camino. El caballo bufaba, resoplando nubes de vapor mientras los campos se extendían hacia el horizonte.

Syra respiró profundo, dejando caer su espalda contra la madera.

—Qué bueno que logramos escapar de ellos… —dijo, con un tono que mezclaba alivio y cansancio.

Syra soltó una pequeña risa.

—Pues claro, si creaste un muro de piedra alrededor de toda la ciudad. Tenía un grosor tan grande que romperlo no iba a ser inmediato.

El loro, sobre el hombro de Tora, batió sus alas con orgullo.

—¡Qué bueno que logramos escapar, amo!

Las dos brujas lo miraron con atención. Meli arqueó las cejas, mientras Syra ladeaba la cabeza con desconfianza.

—¿Cómo es que ya conoces a este espíritu? —preguntó Syra con cautela—. ¿No nos hará daño?

Tora, con la mirada tranquila, respondió mientras acariciaba suavemente al ave:

—Descubrí algo interesante. Este es Zifini, y funciona con maná. Lo sorprendente es que creo que ya entendí por qué hay tantos enfermos. Este mundo apenas está entrando en una línea evolutiva: los cuerpos aún no se adaptan al maná que brindan los espíritus. Pero debería haber ya quienes lo toleren… los “despertados”.

Meli, encogida en posición fetal dentro de la carretilla, murmuró con voz quebrada:

—Siento que no debieron salvarme… Mi maná corrompe a los demás. Es veneno, hace enfermar, mutar…

Tora se rascó la cabeza, suspirando, y luego, con calma, le contestó:

—Es cierto. Tu maná rojo trae enfermedades y deformidades, es como si forzara mutaciones. Pero, juzgando tu comportamiento… y lo que nos contaste… eres realmente inofensiva. Solo tienes el aura, no la intención.

Mientras hablaba, Tora comenzó a hacerse una trenza en el cabello.

—¿Así que es eso? —preguntó Meli, levantando la mirada por un instante.

—El maná rojo está más ligado a la materia orgánica —explicó Tora—, mientras que el azul lo está a la materialización de objetos… como lo es la magia.

Syra parpadeó, sorprendida de sus conocimientos.

—¿Qué estuviste haciendo durante tu época como espíritu?

Tora sonrió con sencillez.

—Estuve explorando el más allá. Vapz, el loro, fue mi guía en ese tiempo. Yo me dedicaba a pasear, básicamente. Aunque… no hay nada demasiado interesante en esa historia.

El loro, sin embargo, pareció recordar otra cosa. Sus ojos brillaron con una chispa peculiar y una imagen se filtró en la mente de Tora: con un traje de esquí morado, gafas de surf, en medio de un mundo helado donde emergía un espíritu gigantesco con forma de oso polar, de pelaje blanco atravesado por líneas negras como runas vivientes.

En ese instante, el suelo se estremeció bajo la carretilla. La tierra crujió, se resquebrajó, y de las grietas emergió una oleada de escarcha. Con un rugido profundo, la figura colosal de un oso polar se alzó ante ellas. Su pelaje blanco estaba atravesado por líneas negras que se movían como cicatrices vivientes, y su aliento gélido helaba el aire.

—Humanos… ustedes ya no tienen el paso permitido. —la voz del espíritu retumbó como una tormenta de invierno.

Syra, con un gesto decidido, se arrancó el collar del cuello. Su cabello se agitó al viento, revelando el mechón negro que había permanecido oculto.

—No somos humanos… somos brujas.

El oso soltó un gruñido ensordecedor, indiferente a la revelación.

—¿Y qué? ¿Qué me importa que los espíritus vomiten maná y que las brujas sean las únicas que puedan absorberlo?

Tora bajó lentamente de la carretilla. El coloso giró sus ojos hacia ella, y un destello de reconocimiento atravesó su mirada.

—…¿Te conozco? —el rugido se transformó en una voz grave, desconfiada—. Sí… ya te conozco. Eres tú. El espíritu que invadió mi territorio. Así que… conseguiste un nuevo cuerpo.

Tora dio un paso al frente, firme, con una sonrisa tranquila.

—Hola. Me alegra que me recuerdes. Gracias por recibirme aquel día.

El oso retrocedió apenas, sus zarpas levantando nieve donde antes había polvo. Con un bufido, apartó el camino.

—El siguiente pueblo está a una gran distancia… pero no creo que les guste lo que encontrarán allí. Les recomiendo que se devuelvan.

Tora miró a Syra, quien le sostuvo la mirada sin titubear.

—Creo que seguiremos.

Subieron de nuevo a la carretilla, y el caballo, nervioso, reanudó la marcha. Pasaron a escasos metros del titán de hielo, que las vigilaba con ojos como lunas opacas.

—Por cierto… —gruñó de repente el oso—. Ten cuidado. Noté que los espíritus nuevamente tienen un sistema de registro.

En ese instante, una notificación brilló en la visión de Tora:

Has conseguido un nuevo anfitrión.

El oso ladeó la cabeza.

—Por lo usual… los espíritus pueden ver el interior de los otros.

Otra notificación apareció, proyectándose como un resplandor azul.

¿Quieres hacer un nuevo registro?

Tora aceptó con un leve movimiento de cabeza. Al instante, varias pantallas surgieron frente a ella: imágenes en tiempo real, fragmentos de información imposible de comprender en su totalidad. Sin embargo, en lugar de explorarlas, las ignoró. Su cuerpo comenzó a difuminarse, volviéndose casi transparente, hasta desvanecerse en un parpadeo.

El oso resopló con dureza.

—El sistema de comunicación espiritual… es interesante. Muchos registros pueden actualizarse y cambiar la perspectiva de todo. Pero recuerda esto, bruja: es un arma de doble filo. Una vez registrado, no importa lo que hagas… será más fácil encontrarte, sin importar el aspecto que poseas.

Apenas Tora aceptó el registro, las pantallas suspendidas frente a ella dejaron de ser meros destellos de información. Una a una comenzaron a enfocarse, como si tuvieran vida propia. En ellas aparecieron ojos: decenas, centenares, de todos los colores y tamaños, flotando en un vacío oscuro. No parpadeaban; solo observaban.

Syra, al notar el cambio en la expresión de Tora, preguntó con cautela:

—¿Qué sucede?

Tora no respondió al instante. Sus pupilas parecían reflejar aquellos ojos invisibles, como si estuviera siendo atravesada por sus miradas.

El loro se agitó en su hombro, erizando las plumas.

—¡No los mires! —advirtió con voz temblorosa—. Son espíritus mayores… observadores. Cuando aceptas un registro, ellos ya saben dónde estás.

Las imágenes se multiplicaron. Ahora no eran solo ojos: se vislumbraban siluetas titánicas, apenas esbozadas, y un murmullo grave resonaba desde las pantallas, como un coro de voces en un idioma imposible de traducir.

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Ninja Tigre Lobo
hola
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