Cuando sabemos que la vida nos tiene deparado un futuro, pero somos nosotros mismos quienes creamos los caminos que nos llevan ya sea a la toma de buenas o malas decisiones, todas las que he tomado de ninguna me arrepiento me han hecho el hombre que soy y llegar a ser lo que soy y nada ni nadie me hará cambiar de parecer eso era lo que creía hasta que supe que jamás tendría una oportunidad en su vida
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La presentación a la junta fue un desafío en sí mismo. Cada miembro evaluaba con ojo crítico cada una de mis ideas, buscando tanto las fortalezas como los puntos débiles. Sabía que no podía permitirme fallar, no en este momento tan crucial. El ambiente en la sala era tenso, pero yo confiaba en mi preparación y en la solidez del proyecto. Era mi oportunidad de demostrar que no solo estaba preparado para dirigir la empresa, sino que podía hacerlo de manera innovadora y valiente.
Las semanas que siguieron fueron de una espera intensa. Sabía que las otras empresas también estaban pujando fuerte, y que la decisión final no dependería solo del mérito de las propuestas, sino también de las conexiones, las estrategias políticas y los acuerdos que se pudieran tejer entre bambalinas. Sin embargo, me mantuve firme en la convicción de que, si queríamos ganar, lo haríamos por la calidad de nuestro trabajo.
Mi proyecto era ambicioso, sí, pero también lo era yo. Había llegado tan lejos y no pensaba detenerme ahora.
La sala de conferencias estaba llena de una energía palpable, una mezcla de expectativas, tensión y competitividad. Las empresas más importantes del sector estaban allí para una sola cosa: presentar sus proyectos y luchar por el contrato de remodelación. Mi corazón latía con fuerza, no solo por la magnitud de lo que estaba en juego, sino porque sabía quién más estaría allí. Había oído rumores de que un influyente empresario de Pekín también estaba pujando, alguien con una reputación impecable y recursos ilimitados. Sabía que su propuesta sería la más fuerte rival para la nuestra.
Sin embargo, nada me había preparado para lo que sentí cuando él entró a la sala. Era imponente, con una presencia que irradiaba poder. Su caminar era firme, su mirada aguda, y su vestimenta impecable reflejaba una elegancia que sólo podía venir de alguien que había conquistado el mundo de los negocios. Pero no fue él lo que me impactó más. A su lado, de la mano, venía una mujer que jamás pensé volver a ver.
El tiempo pareció detenerse cuando nuestros ojos se cruzaron. Ella, con ese porte elegante y una serenidad que sólo se podía describir como majestuosa, me miró fijamente. Su sonrisa, esa dulce curva en sus labios que una vez había visto en circunstancias completamente distintas, se formó de nuevo, trayendo de inmediato recuerdos que había intentado mantener en el fondo de mi mente. Sólo un "hola" apenas audible salió de sus labios, acompañado de una sonrisa cálida, esa misma sonrisa que meses atrás había tenido el gusto de ver.
El hombre a su lado, su esposo, parecía ajeno a lo que se cocinaba en ese breve encuentro visual entre nosotros. Estaba concentrado, hablando con uno de sus asistentes, revisando algunos documentos. Sin embargo, ella no dejó de mirarme, y luego, inclinándose suavemente hacia él, le susurró algo al oído. ¿Le estaría contando que yo era el hombre que había salvado la vida de sus hijos? No sabía qué pensar. El recuerdo de ese día seguía tan vivo en mi memoria, y ahora, el hecho de que nos encontráramos en una situación tan diferente y competitiva me llenaba de un desconcierto que no esperaba sentir.