Divorciada

Alessandro:

Fue divertido compartir con Sofía la rutina. Verla derretirse por el sudor, no tiene idea de lo sexi que se ve toda mojada. También graciosa, su desaliento al ver que no sudo tanto como ella, verla murmurar cosas mientras hacia los ejercicios. Definitivamente lo he pasado genial.

En el momento que la ayude a estirar casi dejo que la bestia aflore y tome el control de mi cuerpo, la necesidad de sentirla casi me vuelve loco. Poner mis manos en su cuerpo húmedo solo hacia imaginarme escenarios diferentes, situaciones diferentes. Fue un leve recordatorio del primer dia, cuando entro a mi oficina y me encontró con las manos en la masa. Solo quería que se vaya, era confuso y lo sigue siendo sentir esta atracción por ella luego que haya pasado tanto tiempo.

La ducha fue un alivio, el agua helada ayudo mucho con la necesidad visceral de tenerla entre mis brazos. Si Laura lo supiera estaría haciendo de todo para que eso suceda a como dé lugar.

Según ella, prácticamente soy virgen y necesito una mujer de verdad que saque todo lo contenido de mí. Una mujer, no una loca manipuladora. Ella nunca menciona mi condición, según ella mi problema es la falta de confianza y una vez que venza esa barrera podré hacer una vida normal. Se que tiene razón, pero todos sabemos que la mente es el mayor enemigo de uno mismo.

Sea como sea, necesitaba enfriar mis pensamientos lujuriosos con el agua fría, pero todo se fue al diablo cuando salí de la ducha y ahí está ella. La personificación de todos mis delirios.

Me quede de pie, como un idiota viéndola. Desnudo, para cuando me disculpe ella dijo algo que me dejó más duro si cabía lugar. Luego se fue y me quedé ahí parado sintiendo como me latía el corazón desenfrenado y una necesidad renacida que solo conseguí dormir con el frio del agua.

Me miro y el maldito parece que me saluda cuando se sacude detrás de la toalla. Gruño incomodo con esta situación y decido volver a la ducha. Volteo y veo un montón de ropa húmeda. Su ropa.

Algo tira de mi cuando me acerco al pequeño montón, lo toco. Esta mojado y cuando lo tomo entre mis dedos para acerarlo a mi nariz el deseó me hace sentir cómo un animal en celo. Aspiro y casi pierdo la razón. Dejo las prendas y prácticamente corro a las duchas. Necesito un alivio urgente y solo hay una forma de lograrlo.

Uno, dos y sigue firme como un soldado el muy bastardo.

¿Que se necesita para que baje? Pregunta idiota porque sé muy bien lo que necesito, lo que quiero.

Pierdo la batalla y salgo de la ducha nuevamente, las piernas me tiemblan de tantas veces que descargue tratando de aliviarme completamente en vano, cuando vuelvo a ver la ropa húmeda, siento el tirón.

Es como si fuera un afrodisiaco, un hechizo, un embrujo. Debo deshacerme de ello.

Lo tomo como si se tratara de la propia peste negra y cruzo el gimnasio para dirigirme a mi departamento y meter todo en la lavadora. Solo así se borrará el objeto ofensivo contra mi libido insaciable.

La perversión ocupa su cuarto y meto junto con su ropa sudada, la mía. Que las fibras hagan lo que yo no puedo. Que se mezcle y se rocen entre ellas como si fuéramos nosotros o una propia extensión de nosotros mismos.

Diablos, estoy enfermo.

El deseo me está volviendo delirante.

Lo peor de toda esta situación es que parece que el condenado se burla de mí y no deja de hacer carpa en mis pantalones. Parezco un adolescente en vez de un hombre hecho y derecho, apuntando hacia el frente. Miro mi guardarropa y busco un pantalón que me ayude a contener cierto personaje secundario que insiste en tomar el papel principal de la historia.

Saco unos pantalones de mezclilla negros que ya ni recordaba que tenía. Me lo pongo y es como si me estuvieran ahorcado con él, tanto tiempo usando ropa cómoda me hace olvidar que existe otro tipo de vestimenta. Tomo una camisa y dejo mis zapatillas deportivas a un lado para vestir unos zapatos.

Parece que soy el nuevo payaso del circo.

Me miro al espejo y siento que me falta algo.

Perfume.

No recuerdo cuando fue la última vez que use, además del típico desodorante inoloro. Se que mi hermana me regalo para las fiestas un perfume y lo guarde en algún lugar de mi cuarto. Remuevo todo para dar con él en el fondo de uno de los estantes del guardarropa.

Lo saco y antes de clocarme, huelo su fragancia y me siento ridículo haciendo algo como esto. Dejo de lado las incomodidades y me doy unos toques con el dichoso perfume.

Ahora sí que ya estoy listo para volver a la acción. El pantalón ajustado disimula muy bien al actor de segunda categoría y supongo que el perfume distraerá a cualquiera de la notoria excitación que hay en mí.

Eso es lo que creo.

Bajo nuevamente dispuesto a comenzar con el día, me dirijo a la cocina, necesito asegurarme de que Sofia reciba una colación luego de tal arduo trabajo físico. Se que su cuerpo no está acostumbrado al trabajo físico y no quiero que se desmalle a mitad de la mañana.

Preparo una compotera con yogurt, cereales y frutos rojos. También le agrego nueces y almendras. Tengo preparado una jarra con te helado al que le agrego unas rodajas de limones y sirvo dos grandes vasos con la infusión fría y refrescante. Lo coloco todo en una fuente para llevárselo a su nueva oficina.

Estoy por salir con la bandeja en mano cuando me topo con ella en la entrada de la cocina.

La incomodidad ocupa su lugar. Recuerdo el momento exacto en el que ambos nos miramos en el baño y no puedo evitar recorrerla con la mirada, añorando ver su piel clara y lechosa libre de tanta ropa.

—Te prepare una colación, estaba por llevártelo —digo para romper el silencio.

—¡Oh! Gracias —dice y tiende la mano para tomar la bandeja. A duras penas la dejo alcanzarla y cuando se voltea para salir de la cocina, nuevamente la recorro con la mirada.

A esta altura voy a morir apuntando como San Martin. Con la única diferencia que no se trata de mi dedo índice.

Contengo un gemido de angustia ante el dolor que se está volviendo desesperante y decido tomarme un vaso de ese te helado para ver si de ese modo puedo bajar la temperatura de mi cuerpo.

Sofia:

Prácticamente corro a mi nueva oficina con la bandeja en la mano. Entro y respiro. Dejo la bandeja sobre la mesa y me siento en la silla que esta frente al escritorio. Mi corazón late como un loco y me quedo un momento tratando de respirar mientras mi mano acompaña los latidos frenéticos.

Miro la bandeja cargada con lo que Alessandro a preparado para mí y sonrío.

No soy una jovencita, soy una mujer y estos detalles me hacen sentir como una adolescente que recién está descubriendo el amor, la atracción física y el deseo.

Le saco una foto y le mandó un mensaje a mi amiga. Necesito compartir esto con alguien y ella siempre está para alentarme y levantarme el ánimo así me mande hacer cosas descaradas con mi boca.

“Tu primo es un encanto cuando quiere”

Escribo al marguen de la foto y se la mando.

“Hay amiga, quiere contigo”

“Puede que yo igual”

“Me estoy perdiendo de algo, esta noche cena de confesionario en tu casa. ¿Vino o cerveza?”

“Ninguno, mi alergia”

“Lo sé, pregunto por la intensidad del chisme. De esa manera sabre que tengo que tomar”

Mi amiga es única. Respondo que las dos cosas pueden ser, pero que el vino me parece sexi y el tema a contar tiene mucho que ver con ello.

Dejo mi celular a un lado y rápidamente termino todo lo que está en mi bandeja. Luego me hundo en el trabajo y como cada día, a la hora del almuerzo me dirijo a la cocina.

Preparo lo que está en el menú para el día de hoy y me quedo pensando un momento en que hacer.

Ir a buscarlo a la cocina para tomar la comida junto me pone nerviosa. La sola idea me recuerda el momento incomodo de los vestidores y el recuerdo de semejante manjar no deja de dibujarse en mi retina.

Suspiro y pienso en que soy una persona adulta y que no debo darle tanta importancia al asunto por lo que a paso. Firme me dirijo a su consultorio para avisarle que la comida ya esta lista. Mientras avanzo por el pasillo, el valor que junte antes de dirigirme hacia aquí desaparece y me encuentro indecisa frente a su puerta.

Mi mano se detiene justo en frente antes de golpearla y cierro los ojos conjurando algún poder para reunir el valor y verlo a la cara sin que esas imágenes potentes vuelvan a mis recuerdos.

Debo de estar en un nivel de aprendiz, porque no puedo invocar ningún conjuro que me ayude a no visualizar a mi gruñón jefe en toda su gloria.

—¡Mierda! —balbuceo reprendiéndome a mí misma y golpeo de una vez la puerta.

—¡Adelante! —responde Alessandro desde el otro lado y rápidamente abro la puerta para asomar la cabeza y tratando de no ver nada más que mis pies, le hago saber que el almuerzo está listo.

Misión cumplida, hora de regresar a la cocina lo más rápido posible.

Lo consigo, pero siempre sintiendo los pasos pesados detrás de mí. Casi se me contractura el cuello de tanto retener las ganas de girar mi cabeza y ver hacia donde sé que el esta, detrás de mí.

Algo diferente se percibe en el ambiente cuando llegamos a la cocina y sé que es el.

Me concentro o trato de hacerlo, mientras le sirvo la comida en su plato y luego hago lo mismo con el mío. Al acomodarme frente a él en la mesa enseguida noto el aroma amaderado que viene de mi gruñón jefe.

Es tan rico el aroma que surge la necesidad de acercarme y hundir mi nariz en su cuello, morder su barbilla y probar sus carnosos labios.

—Mmm... —escucho su murmullo y levanto la mirada—. Necesito que dejemos de pensar en lo que paso, de lo contrario todo será incomodo entre nosotros y la verdad es que me siento demasiado cómodo trabajando contigo como para que todo se vuelva de esa manera.

Me quedo mirándolo, antes, cuando me dio la bandeja estaba tan avergonzada que no repare en su persona y ahora que lo tengo en frente diciendo que nada paso y que continuemos con nuestras vidas me doy cuenta de que esta diferente.

Lo inspecciono más a fondo y me percato que no lleva su habitual ropa deportiva, sino que viste más formal. Si verlo cómodo con su ropa holgada lo hace ver sexi no encuentro palabra adecuada para describir como se ve ahora.

Caliente, esa sería una buena descripción.

—Ok —respondo luego de comérmelo con la mirada por varios minutos y finalmente puedo concentrarme en mi plato.

No pasa mucho en que la conversación vuelve a surgir como hasta hace unos días y cuando el almuerzo finaliza puedo decir que me siento nuevamente cómoda en su presencia.

Eso y algo más.