Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 11: Más allá de las palabras
La mañana siguiente, Ariadna despertó con una sensación inquietante en el pecho. Las palabras de Eryx resonaban una y otra vez en su cabeza: "No quiero lastimar a nadie." Había algo en su tono, en la profundidad de su mirada, que la dejaba inquieta.
Mientras desayunaba, Nikos y Theo discutían sobre fútbol, como siempre. Sin embargo, Ariadna no podía concentrarse en la conversación.
—¿Todo bien? —preguntó Theo, observándola con el ceño fruncido.
—Sí, estoy bien —respondió ella, forzando una sonrisa.
—Últimamente estás en las nubes, hermanita. ¿Tiene que ver con ese chico? —preguntó Nikos, sin rodeos.
Ariadna lo miró con una mezcla de sorpresa y molestia.
—¿Qué chico?
—El misterioso Eryx, claro. No te hagas la desentendida —insistió Nikos, cruzando los brazos—. Sabes que no me gusta que andes con él.
Theo interrumpió antes de que la conversación escalara.
—Déjala tranquila, Nikos. Ariadna sabe lo que hace.
—¿En serio? Porque no parece —murmuró Nikos, pero se quedó en silencio cuando vio la mirada que le lanzó su hermana.
Ariadna dejó el tenedor sobre el plato y se levantó.
—No tengo que darles explicaciones —dijo con firmeza antes de marcharse al jardín.
El jardín era su refugio. Se sentó bajo el gran árbol que había al fondo y cerró los ojos, intentando calmar sus pensamientos. Sin embargo, la paz que buscaba se vio interrumpida cuando escuchó un suave crujido de ramas. Al abrir los ojos, vio a Eryx parado a unos metros, con las manos en los bolsillos y una expresión seria en el rostro.
—¿Cómo entraste? —preguntó, sorprendida.
—La puerta del jardín estaba abierta —respondió él, encogiéndose de hombros.
Ariadna suspiró, todavía algo molesta por la discusión con Nikos, pero la presencia de Eryx tenía un extraño efecto en ella: lograba calmarla y, al mismo tiempo, acelerar su corazón.
—¿Qué haces aquí?
Eryx se acercó lentamente, hasta sentarse frente a ella.
—Quería devolverte esto —dijo, sacando el paraguas que había dejado el día anterior.
—Podrías habérmelo dado en la escuela —respondió ella, arqueando una ceja.
—Quería verte a solas.
El tono de su voz hizo que el aire entre ellos se volviera más pesado. Ariadna lo miró, esperando que dijera algo más, pero Eryx parecía luchar con las palabras.
—Ayer... —comenzó él, mirando hacia el suelo—. Tal vez no debí decir lo que dije.
—¿Por qué no?
—Porque complico las cosas.
Ariadna no sabía cómo interpretar sus palabras. Por un lado, sentía que Eryx intentaba protegerla, pero por otro, su constante misterio la hacía querer saber más.
—Eryx, si hay algo que quieras decirme, hazlo. No me gusta este juego de pistas.
Eryx levantó la vista y la miró con intensidad.
—No es un juego, Ariadna. Es... complicado.
—Entonces, hazlo sencillo —respondió ella, sintiendo que su paciencia comenzaba a agotarse.
Eryx suspiró profundamente, como si estuviera tomando una decisión importante.
—Ariadna, no soy el tipo de persona con la que deberías involucrarte.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Eso es todo? ¿Ese es tu gran secreto? —preguntó, cruzando los brazos—. Porque, honestamente, no parece suficiente razón para alejarme.
—No entiendes...
—Entonces, explícamelo.
El silencio que siguió fue largo y tenso. Finalmente, Eryx habló, pero su voz era casi un susurro.
—He cometido errores, Ariadna. Errores que no puedo borrar.
Ella lo miró con suavidad.
—Todos hemos cometido errores, Eryx. Eso no te hace diferente a los demás.
—Mis errores son distintos. Pueden lastimar a las personas que me rodean.
Ariadna se inclinó hacia él, colocando una mano sobre la suya.
—Eryx, no sé qué es lo que llevas encima, pero quiero que sepas que no tienes que cargarlo solo.
El contacto pareció desconcertarlo. Eryx la miró como si no supiera cómo responder, pero no retiró la mano.
—¿Por qué haces esto? —preguntó él, con una mezcla de curiosidad y desesperación.
—Porque creo en ti.
Sus palabras parecieron quebrar algo en Eryx. Por primera vez, Ariadna vio una vulnerabilidad en él que lo hacía más humano, más real.
La conversación quedó interrumpida cuando la voz de Nikos resonó desde la casa.
—¡Ariadna! ¡Theo quiere hablar contigo!
Eryx se levantó rápidamente, volviendo a ponerse en guardia.
—Será mejor que me vaya.
—¿Por qué?
—No creo que tus hermanos estén muy contentos de verme aquí.
Ariadna suspiró, pero no discutió.
—Está bien. Pero, por favor, no desaparezcas otra vez.
Eryx asintió y comenzó a caminar hacia la salida del jardín, pero antes de cruzar la puerta, se giró hacia ella.
—Gracias, Ariadna.
Ella no respondió, pero su sonrisa fue suficiente.
Esa noche, mientras cenaban, Nikos no dejó de observar a su hermana con sospecha.
—¿Por qué sigues tan callada?
—No estoy callada —respondió Ariadna, cortando su comida con más fuerza de la necesaria.
—Claro que sí. Y no me mientas, ¿tuviste algo que ver con ese Eryx hoy?
Theo intervino antes de que la conversación escalara.
—Nikos, ya basta. Déjala en paz.
—Solo digo que no me gusta ese chico. Tiene algo raro.
—Pues a mí me parece que deberías confiar en mí un poco más —dijo Ariadna con firmeza, levantándose de la mesa—. Buenas noches.
Cuando se marchó, Theo miró a Nikos con desaprobación.
—¿Por qué eres tan duro con ella?
—Porque quiero protegerla.
—A veces, protegerla significa dejarla equivocarse por sí misma.
Nikos no respondió, pero las palabras de Theo quedaron grabadas en su mente.
Mientras tanto, Ariadna estaba en su habitación, mirando por la ventana. La noche estaba clara, pero el viento agitaba las hojas de los árboles con fuerza.
Pensó en Eryx, en su mirada, en sus palabras. Había algo en él que no podía ignorar, algo que la atraía y la intrigaba al mismo tiempo.
Sin importar lo que Nikos dijera, Ariadna sabía que no podía alejarse de él. Había algo especial en Eryx, algo que merecía descubrir.
Y estaba dispuesta a correr el riesgo.