En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Rutinas
El sonido del despertador destroza mi sueño en mil pedazos. Alargo la mano entre las sábanas y lo apago a ciegas.
Solo cinco minutos más. Solo cinco…
—¡Isabella! —La voz de mi mamá atraviesa la puerta como un misil.
—¡Vas a llegar tarde otra vez!
Suelto un suspiro y miro el techo. Tengo sueño. Nada nuevo. Me acosté tarde estudiando, como siempre. Entre clases, trabajos y exámenes, la universidad me tiene en modo automático.
Con un esfuerzo sobrehumano, me giro y busco mi móvil en la mesa de noche. 7:30 a.m.
—Ya voy… —respondo con voz de ultratumba.
Con toda la pereza del mundo, me arrastro hasta el baño y me lavo la cara. Me miro en el espejo. Ojeras. Ojos hinchados. Un clásico. Nada que un poco de agua fría y corrector no puedan arreglar.
Salgo del baño y abro el armario. Agarro lo primero que veo: jeans ajustados y una blusa sencilla. No es que me mate por la moda, pero tampoco quiero parecer un desastre. Me ato el cabello en una coleta rápida y bajo a la cocina.
Mamá ya está lista para salir. Su uniforme de oficina impecable, aunque su cara grita "necesito vacaciones". Me mira de reojo mientras toma su café.
—¿Dormiste bien?
—Más o menos. —Me dejo caer en la silla frente a ella—. Me quedé estudiando hasta tarde.
Ella suspira y niega con la cabeza.
—No quiero que te mates con la universidad. ¿Por qué no sales un poco? Diviértete.
—Luego.
Le sonrío, pero ambas sabemos que es mentira. Nunca salgo. No me gustan las fiestas ni los bares llenos de gente. Prefiero quedarme en casa viendo series o leyendo. Mis amigas dicen que soy una aburrida, pero me da igual.
—Prométeme que, al menos, vas a tomarte un descanso este fin de semana.
—Lo pensaré.
Mamá me revuelve el cabello con cariño antes de levantarse.
—Nos vemos en la noche, hija.
—Nos vemos.
Ella sale apresurada mientras yo termino mi café. Miro el reloj. 7:55 a.m.
¡Mierda! ¡Si no salgo ya, pierdo el autobús!
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El autobús está hasta el tope, como siempre. Consigo un asiento en la parte de atrás y me pongo los auriculares. Afuera, la ciudad sigue con su caos de siempre. coches tocando la bocina, vendedores gritando ofertas, oficinistas apurados con café en la mano.
A veces, Valmont es un lugar intenso.
Cuando llego a la universidad, el día transcurre como siempre: clases, apuntes, conversaciones sobre exámenes y trabajos. En medio de todo esto, a veces me pregunto cómo será el futuro. ¿Siempre va a ser así?
—Isa, ¿vienes con nosotras al centro después de clase? —pregunta Camila.
—No puedo. Tengo que terminar un ensayo.
—Siempre tienes algo que hacer —se queja Valeria, cruzándose de brazos—. Un día de estos te vamos a secuestrar.
—No creo que mi mamá lo apruebe —bromeo.
—A tu mamá no le diríamos nada —responde Valeria, guiñándome un ojo.
Me río y niego con la cabeza.
—Otro día, lo prometo.
—Eso dices siempre.
—Esta vez lo digo en serio, si no tienen permiso para secuestrarme—Digo con una sonrisa.
—Si nos das permiso entonces ya no es un secuestro boda—Dice Valeria y las tres nos echamos a reír.
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Cuando salgo de mi última clase, el sol ya está bajando. Me despido de mis amigas y tomo el mismo camino de siempre a casa.
Las calles de Valmont cambian en la tarde. Durante el día son caóticas, pero cuando el sol se esconde, es como si la ciudad mutara. Aparecen más sombras, más luces de neón. Las tiendas cierran, los bares despiertan.
Camino con tranquilidad, hasta que algo me hace detenerme. Es una extraña sensación de que alguien me está mirando. Miro a mi alrededor. Gente caminando, tráfico, lo de siempre. Nada raro. Sacudo la cabeza y sigo andando.
No seas paranoica, Isabella, me digo a mí misma. Seguro es solo otro día normal.