LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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2. Hoy es un día de renacer.
"¡Mierda! Hice un pacto con el diablo", pienso mientras entro a mi habitación. Me coloco frente al tocador, busco el rimel y me aplico un poco en las pestañas, seguido de un poco de brillo en los labios.
De repente, Marla entra detrás de mí, sus ojos recorriendo mi figura de arriba abajo. Sigo su mirada, pero no logro entender ese gesto de desagrado en su rostro, como si algo en mí le molestara.
Se acerca a mi clóset y empieza a revisar mi ropa. La veo pasar las prendas una por una, frunciendo el ceño cada vez más.
—¿Cuándo perdiste el buen gusto y empezaste a vestirte como mi abuela? —dice, antes de dirigirse a las gavetas de mi ropa interior. Saca uno de mis panties, lo observa de cerca, girándolo como si intentara descifrar qué es, y luego rueda los ojos—. Ahora entiendo por qué llevas diez años sin un hombre a tu lado.
La miro sin comprender.
—Mis panties son clásicos, diseñados para la comodidad.
—Esto es un atentado contra tu feminidad —declara, sacando todo el cajón de mi ropa interior y arrojándolo a la basura.
—¿¡Pero qué te pasa!? —exclamo, agachándome para rescatarlos.
—No te atrevas a sacarlos —me amenaza con voz autoritaria, señalándome con un dedo como si fuese a cometer un sacrilegio.
Como una niña asustada, me alejo, mirando con tristeza mis panties tirados en la basura.
—Definitivamente, creo que la reina Isabel, a sus 90 años, tenía mejor gusto que tú —dice con sus palabras sin ningún remordimiento.
—¿Pero qué tiene de malo mi ropa? Son sastres clásicos y formales —me acerco al clóset, defendiendo mis prendas con firmeza.
Ella me fulmina con la mirada y saca un conjunto azul celeste: una chaqueta larga y un pantalón de tiro alto, sus cortes son clásicos.
—La verdadera pregunta es, ¿qué tienen de bueno? Ese modelo paso de moda hace 20 años, el color te hace parecer una anciana de ochenta años, y el entallaje es una talla más grande. Debes parecer una ñoña.
Frunzo el ceño y abro los ojos como platos. Nadie me había insultado así antes.
—Ay, no me vengas a decir que estás ofendida. Mírate: ese saco beige con cuello tortuga y ancho junto con esa falda larga hasta los tobillos, sacada de los años 50... ¡es un horror!
Miro mi buzo, uno de mis favoritos, y mi falda, cómoda y práctica.
—Y ni hablemos de tu peinado de mujer frustrada, ¡Dios mío! Salgamos de aquí antes de que tanta fealdad me dé un infarto.
Me miro al espejo. Llevo el cabello peinado y recogido en un moño, pensando en proyectar seriedad.
—¿Y cómo quieres que me vista o me peine? Por si lo olvidas, soy una mujer madura con dos hijos adultos —le respondo mientras la sigo, tratando de defender mi estilo.
Ella se gira y me lanza una sonrisa maliciosa que me hace retroceder, deseando haber mantenido la boca cerrada.
—Vamos, hoy es un día de renacer: un cambio de look, de clóset... ¡Te amo! No sabes cuánto me encanta ir de compras —exclama emocionada, estirando sus brazos hacia arriba.
—No tengo dinero —me excuso, pero ella vuelve a dibujar una sonrisa burlona en sus labios.
—No te preocupes, primita. Tengo una tarjeta ilimitada cortesia del idiota de mi marido. Así que, se te acabaron las excusas… ¡ahora mueve tu trasero!
Respiro profundo. Sé que cuando a Marla se le mete algo en la cabeza, no hay poder humano que la detenga.
Subimos al coche y el chófer arranca mientras ella teclea algo en su teléfono.
—Listos los turnos. Luis, por favor, al spa de Brenda —ordena al conductor.
Minutos después llegamos y una señorita muy atenta nos da la bienvenida. Nos entrega unas batas junto con supuesta ropa interior desechable.
Al detallarla observó que los panties son un triangulo pequeñisimo al frente, con dos cordones a los lados, y en la parte trasera… un cordón que se bifurca hacia los lados.
El brasier no es mejor: dos diminutos triángulos apenas sostenidos por cordones.
—Yo no me voy a poner esto. ¡Esto y nada es lo mismo! —digo muy segura mostrándolos con indignación.
—Bueno, si prefieres no usarlos y quedarte desnuda, es tu decisión — me responde encogiéndose de hombros, con una tranquilidad odiosa, mientras yo muero de vergüenza.
Al final no tuve más opción. Maldito contrato que firmé hace más de 20 años, aceptando recibir sus regalos sin protestar en mi cumpleaños 45.
Gracias al cielo nos dieron una bata, aunque es extremadamente corta y mis pompis se alcanzan a ver.
Iniciamos con un masaje, supuestamente relajante, pero juro por Dios que es todo lo contrario. Cada músculo de mi cuerpo duele y se tensa como si estuvieran desenterrando piedras.
—Relájese, señora, para que lo pueda disfrutar —dice el masajista con voz calmada.
—¡Ay! Eso duele —gimoteo entre dientes.
—Tiene la espalda llena de nudos, parece que lleva el mundo a cuestas —comenta mientras sigue presionando. Yo solo suplico en silencio que termine rápido.
—¡Ayayai! —grito cuando frota mis manos con fuerza.
—Señora, no entiendo cómo sobrevive con tanto estrés. Es evidente que jamás se había realizado un masaje —añade. Y, aunque me duela admitirlo, tiene razón.
—¿Dónde está la relajación si me duele hasta el pelo? —protesto con amargura.
—Es normal. Su cuerpo está demasiado tensionado, pero en dos días notará los cambios —me explica. Yo solo pienso que preferiría no sentir nada.
—Deja de ser tan quejumbrosa —me reprende Marla desde su camilla, relajada como si estuviera en el paraíso.
Ruedo los ojos, ignorándola. Desde ya, estoy planeando qué regalarle en seis meses cuando sea su cumpleaños... algo para vengarme.
Por fin, el masaje termina, pero el alivio dura poco: pasamos a la sesión de depilación. ¡Madre mía, odio a mi prima!
Me quitaron hasta el último pelo, incluso de mi panocha. Mi rostro estaba rojo como un tomate, no sabía si por la vergüenza o el dolor.
—Primis, relájate. Ellos son profesionales, ninguno saldrá diciendo que les tocó rapar a un oso —dice Marla entre carcajadas.
Mis piernas estaban un poco velludas, y mi centro... bueno, algo, pero no era para tanto.
El siguiente proceso fue un corte de cabello, seguido de una despigmentación facial. Cuando me vi en el espejo me sorprendí, mi rostro estaba bello, parecía haberme quitado unos cuantos años de encima y mi cabello tenía un brillo espectacular. Ahora sí creo que estaba fatal antes.
—Quedaste hermosa, solo falta cambiar esos trapos...