El aire frío se colaba por las ventanas rotas de la habitación, silbando una melodía fantasmal mientras Ivonne regresaba en busca de ropa para dormir. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir la gélida brisa que se filtraba, erizando los vellos de sus brazos y obligándola a abrazarse a sí misma. La tenue luz de la luna, colándose entre las nubes, se reflejaba en los vidrios rotos como lágrimas de cristal, proyectando sombras danzantes y grotescas en el suelo de madera. Algo había cambiado en la atmósfera de la habitación; una opresión invisible, como un fantasma al acecho, se aferraba a cada rincón, helando el aire y pesando sobre sus hombros.
Ivonne se detuvo en seco, el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Sus ojos se posaron en su cama, donde un sobre negro destacaba entre las sábanas revueltas como un cuervo en la nieve. El papel tenía una textura gruesa y áspera, como si hubiese sido arrancado de un libro antiguo y olvidado. Símbolos dorados, grabados con una precisión inquietante, parecían brillar con una luz propia, pulsante, viva, como si el sobre contuviera un corazón latiendo en su interior.
Un escalofrío más intenso recorrió su espalda. La curiosidad y la inquietud se entrelazaron en su interior, creando un nudo en su garganta.
—Violeta... —llamó en voz baja, la voz apenas un susurro tembloroso. Pero la respuesta no llegó de inmediato.
Afuera, en la sala de estar, las voces de Violeta, Claus y Jarlen resonaban amortiguadas, discutiendo acaloradamente sobre qué hacer a continuación. Ivonne podía oír el eco distante de sus palabras, pero en su habitación, el silencio se había vuelto más profundo, más opresivo. Era como si la oscuridad misma se hubiese colado por las grietas, envolviéndola en un manto de sombras y secretos.
Sintió una necesidad imperiosa de tocar el sobre, de abrirlo y descubrir su contenido. Sus dedos temblaban mientras deslizaba la uña por el cierre, el papel crujiendo bajo su presión. El corazón latía con fuerza en sus oídos, como un tambor frenético.
Una sola palabra estaba escrita en el interior del sobre, trazada con tinta roja oscura, como si hubiese sido escrita con sangre fresca:
"Recuerda"
De repente, los símbolos dorados en el sobre comenzaron a moverse, retorciéndose y contorsionándose como si tuvieran vida propia. Un escalofrío recorrió la espalda de Ivonne cuando las letras en el papel vibraron y, como si fuesen criaturas vivientes, se elevaron en volutas de humo negro. Las palabras danzaban y giraban a su alrededor en espirales hipnóticas, formando un torbellino oscuro que engullía la escasa luz de la habitación, sumiéndola en una penumbra aún más profunda.
El pánico se apoderó de Ivonne como una ola, helando su sangre y paralizando sus músculos.
—¡Violeta! —gritó con todas sus fuerzas, pero su voz sonó lejana, ahogada por el extraño fenómeno que la envolvía.
El humo danzante, compuesto por las mismas letras que había leído, se acercaba cada vez más, invadiendo su espacio personal, hasta deslizarse hacia su rostro. Ivonne trató de retroceder, de escapar, pero sus piernas no respondieron. Su cuerpo estaba paralizado por un terror primitivo, sus pies anclados al suelo como si hubiesen echado raíces. Intentó cerrar la boca, pero fue inútil. El humo se filtró por sus labios entreabiertos, descendiendo por su garganta con una frialdad abrasadora, quemando sus pulmones como hielo líquido.
Y entonces...
Todo se desvaneció.
Ivonne sintió como si una fuerza invisible la arrastrase hacia un abismo de recuerdos perdidos, un laberinto de memorias fragmentadas que se arremolinaban a su alrededor como hojas de otoño arrastradas por el viento.
Un círculo de velas parpadeantes, proyectando sombras danzantes en las paredes.
Una voz susurrante, entonando un cántico prohibido en un idioma antiguo y desconocido.
Una marca grabada a fuego en su tobillo, un símbolo que nunca había comprendido, una cicatriz que pulsaba con un dolor fantasma.
Su madre, con los ojos llenos de lágrimas, protegiéndola con sus brazos extendidos, su rostro pálido como la luna, su cuerpo temblando de miedo.
Un grito desgarrador, un alarido de agonía que heló la sangre de Ivonne.
Sombras alargándose y retorciéndose, surgiendo de la nada, envolviéndolas a ambas en un torbellino de oscuridad, tragándolas en su negrura.
Y un rostro.
Unos ojos totalmente negros, vacíos y penetrantes, observándola desde la penumbra con una intensidad helada, como si pudieran ver a través de su alma.
El pánico la paralizó por completo. Su respiración se volvió errática, su corazón latía con fuerza en sus oídos, su visión se nubló, el suelo desapareció bajo sus pies, y luego...
El vacío absoluto.
Pero, en lugar de la oscuridad, Ivonne despertó en un mundo diferente.
El aire era fresco y puro, la luz del sol acariciaba su piel con suavidad, y el dulce aroma de las flores la envolvía en un abrazo perfumado. Pétalos de colores vibrantes danzaban en el aire, cayendo lentamente a su alrededor como si el viento los meciera con delicadeza. Ivonne parpadeó confundida, sus ojos adaptándose a la luz, y miró a su lado.
Una larga y abundante cabellera castaña, igual a la suya, se agitaba suavemente con la brisa. Su mirada se posó en un rostro familiar, unos ojos verdes que observaban la distancia con serenidad y dulzura.
Era su madre.
El corazón de Ivonne se detuvo por un instante. Un torbellino de emociones la invadió: incredulidad, alegría, alivio, esperanza. Su madre estaba allí, a su lado, sosteniendo su mano con fuerza, en medio de un campo de flores silvestres que se extendía hasta el horizonte. Era primavera, la estación del renacimiento, y la naturaleza parecía celebrar su regreso a la vida.
—¿Ves eso, Ivonne? —susurró su madre con voz dulce, una sonrisa cálida iluminando su rostro.
Ivonne siguió su mirada y descubrió, entre el mar de flores, la silueta etérea de una mujer translúcida que se movía con gracia y ligereza entre los pétalos. Su figura era apenas visible, como si estuviese hecha de luz y aire, pero su presencia era inconfundible.
—¿Qué es eso, mamá? —preguntó Ivonne con voz infantil, sintiendo una extraña calidez en su pecho, una sensación de paz y seguridad que no había experimentado en mucho tiempo.
—Es un espíritu, Ivonne —respondió su madre, girando para mirarla a los ojos. Sus ojos estaban llenos de ternura, sus manos delicadas desprendían una luz cálida que acarició la frente de Ivonne, dejándola con una sensación de bienestar y protección—. Es el espíritu de las flores. Tu padre me pidió que hiciésemos un contrato para que te protegiera, para que te guiara en el camino de la vida. Y le hice caso. Quizás no recuerdes esto cuando seas mayor, pero Terra te cuidará siempre, desde el otro lado del velo. Ella será tu ángel guardián, tu luz en la oscuridad.
De repente, una ráfaga de viento helado sacudió el campo de flores, haciendo que los pétalos danzaran con violencia. La luz del sol se oscureció, y una sombra siniestra se proyectó sobre el rostro de la madre de Ivonne. La sonrisa desapareció, y sus ojos se llenaron de tristeza.
—Recuerda, Ivonne —susurró con voz débil, la voz apenas un eco—. Recuerda quién eres.
Y luego, todo se desvaneció...
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Updated 46 Episodes
Comments
MARIA ELENA PEREZ DE PALMAR
por qué no salió a buscar a Violeta
2025-04-16
0
Ashley Alcántara
Gracias por la actu, autora, estoy en la espera de más 💗
2025-03-30
1