El olor a té y galletas llenaba el pequeño apartamento, pero el ambiente no era del todo cómodo. La sala, un espacio que mezclaba estilos y tenía un toque de desorden, reflejaba la personalidad de sus habitantes: libros con tapas gastadas se codeaban con frascos llenos de hierbas secas y amuletos que colgaban de la pared, en marcado contraste con el sofá de cojines deshilachados y la mesa de madera, marcada por el uso. No era común que la sala estuviera tan iluminada, ya que las chicas casi no la usaban para recibir visitas.
Ivonne y Jarlen estaban sentados a la mesa, mientras que Violeta y Claus se habían acomodado en el sofá. A pesar de la sencillez del lugar, se respiraba una energía especial en el ambiente. Los chicos, sin necesidad de hablarlo, lo supieron desde el momento en que se vieron en el bar. Violeta no era una mujer común. Su mirada profunda y el brillo peculiar de sus ojos dejaban entrever un conocimiento ancestral, algo que iba más allá de lo evidente. Violeta era una bruja. Sin embargo, lo que más intrigaba a los presentes era el enigma que representaba Ivonne, cuya verdadera naturaleza permanecía oculta para ellos.
Ivonne sentía una curiosidad especial por Jarlen. En él se combinaban la autoridad y el misterio de una forma irresistible; sus miradas se cruzaban constantemente y, en el destello de sus ojos, ella sentía que él leía sus pensamientos en silencio. Esa sensación, inquietante y fascinante a la vez, la hacía temblar por dentro sin comprender del todo por qué.
Mientras tanto, Violeta observaba la escena con calma. Tras un largo silencio, apoyó su taza de té en la mesa con suavidad, como si quisiera aliviar la creciente tensión en el ambiente. Con voz tranquila, comentó:
—Miren, ya que estamos todos juntos, ¿qué les parece si hablamos con total honestidad?
Ivonne parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?
—No quiero presumir, pero desde que los vi, supe que había algo diferente en ustedes. Aunque tampoco es que lo disimulen muy bien. Y, bueno, es evidente que yo tampoco soy como los demás —dijo, dejando escapar un suspiro—. Lo mejor para todos aquí es que nos sinceremos y, antes de que intenten negar nada... ¿por qué no simplemente lo dicen?
Jarlen y Claus se miraron en silencio, compartiendo una complicidad tácita que revelaba que, desde hacía tiempo, habían notado que Violeta no era completamente humana. Sin embargo, ninguno se atrevía a abordar el tema abiertamente, y mucho menos a preguntar sobre Ivonne. Las palabras de Violeta parecían dar a entender que ella, quizás, no estaba tan alejada de la realidad como aparentaba.
Tras una breve pausa, Jarlen se dirigió a Ivonne y, con voz pausada pero llena de una extraña seguridad, le preguntó:
—¿Te gustaría saber la verdad sobre lo que somos?
El corazón de Ivonne empezó a latir con fuerza. Una parte de ella dudaba en adentrarse en aquellos oscuros secretos, pero, a pesar de las reservas, murmuró:
—Sí...
Jarlen intercambió una mirada con Claus, quien se encogió de hombros, como si eso no le importara en lo más mínimo.
Entonces, con una tranquilidad inquietante, Jarlen dijo:
—Somos hombres lobo.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse. El bullicio de la ciudad se volvió lejano y, en la sala, el único sonido era el acelerado latido del corazón de Ivonne. La revelación quedó suspendida en el aire, sumiendo a todos en un silencio cargado de asombro y, para ella, de una profunda incertidumbre.
Ivonne no se asustó; en el fondo ya lo sospechaba. Sin embargo, sintió un vuelco en el estómago, una mezcla de asombro y extraña aceptación, como si su instinto le confirmara algo que su mente aún reacia a admitir.
—Eso es... —balbuceó, sin encontrar las palabras adecuadas, mientras su mente se llenaba de dudas y recuerdos de miradas furtivas y gestos inexplicables.
—Inaceptable —soltó Violeta, aunque su tono no sonó tan firme como esperaba—. Y supongo que crees que yo... —se interrumpió a sí misma, su voz temblando levemente por el nerviosismo.
Claus sonrió con picardía y, inclinándose hacia ella como si buscara acercarla, añadió:
—No lo creo, lo sé. Vamos, gatita. Sabes que es cierto. Lo sentiste en cuanto nos vimos, ¿verdad?
Violeta desvió la mirada, incómoda. No podía negarlo por completo. Algo en Claus la inquietaba; una sensación extraña en el pecho que se rehusaba a disiparse.
—No significa nada —murmuró, frunciendo el ceño, mientras un leve sonrojo delataba su tensión interna.
Claus sonrió entre dientes y replicó:
—O tal vez significa todo.
De repente, Violeta se levantó de golpe.
—Ya tuve suficiente por hoy. Me voy a mi habitación —dijo sin esperar respuesta y desapareció tras la puerta.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Jarlen y Claus captaron la señal y, sin querer forzar más la situación, decidieron marcharse. Antes de salir, Jarlen se acercó a Ivonne y, con voz suave pero enigmática, le dijo:
—Descansa esta noche, Ivonne.
Su mirada, a pesar de la calidez en el tono, la dejaba inquieta, como si escondiera secretos inconfesables.
Con cautela, Ivonne se dirigió a la habitación de Violeta en busca de respuestas. Al entrar, la habitación seguía sumida en penumbras; la vela en la mesa de noche proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. Violeta estaba sentada en el suelo, con la espalda contra la cama y la mirada perdida. Erasmos posaba su cabeza en su regazo mientras ella lo acariciaba, en un gesto que delataba el peso de recuerdos dolorosos.
—Violeta... ¿puedo pasar? —preguntó Ivonne, dejando que sus suaves golpeteos quebraran el silencio.
No hubo respuesta.
—Sé que estás ahí. No me iré hasta que hablemos o me demuestres que estás bien —apoyó su frente contra la puerta con un suspiro.
La manija giró lentamente y, con pasos cautelosos, Ivonne entró dejando la puerta entreabierta. El lugar se mostraba diferente, impregnado del aroma a incienso y a libros viejos, pero la tensión en el ambiente era innegable. Violeta seguía sin mirarla, con la vista fija en el suelo.
—¿Me puedes explicar qué pasa? —preguntó Ivonne, con genuina preocupación, mientras su mente se debatía entre la lógica y un innegable presentimiento.
—Nada que deba preocuparte —respondió Violeta en voz baja.
—Iré a sentarme contigo —dijo Ivonne, acomodándose a su lado—. Te conozco, Violeta. No es "nada". Desde que volvimos, te has mostrado enojada y molesta, y tú no eres así.
—No fue anoche. Fue hace siglos —murmuró Violeta, y en su voz se notaba la melancolía del pasado.
Ivonne frunció el ceño, sintiendo que cada palabra abría viejas heridas.
—¿Qué quieres decir?
Violeta sacudió la cabeza y, cambiando de tema bruscamente, comentó:
—No viniste solo a preocuparte por mí, ¿verdad? Hay algo que quieres saber.
Ivonne dudó un momento, sintiendo cómo la incertidumbre la envolvía, pero asintió:
—Es sobre ellos. Sobre los hombres lobo.
Violeta cerró los ojos un instante y suspiró:
—Lo supuse. ¿Qué quieres saber?
—Todo. Quiero entender por qué me siento tan atraída hacia Jarlen... Siempre he sospechado que no son humanos, pero su aura, su energía, no es como la tuya —dijo Ivonne, apartándose levemente, como si cada palabra encendiera una chispa de duda y deseo a la vez.
—No, no lo son —respondió Violeta con una sonrisa triste—. Los lobos son... distintos. Viven en los bosques, divididos en tribus. Algunos son pacíficos, otros no tanto, pero lo que realmente importa es su jerarquía.
Ivonne asintió, absorta en la conversación, mientras su mente se debatía entre el miedo y la fascinación.
—Existen tres tipos —continuó Violeta—. Los alfas son los más raros y fuertes, nacen con la capacidad de someter a cualquier lobo solo con su voz o su presencia.
—Jarlen... —murmuró Ivonne, sintiendo un escalofrío recorrerle la piel, como si esa revelación desvelara algo que siempre había estado latente en su interior.
—Sí. Él es un alfa.
—¿Y los demás?
—Los betas son quienes mantienen unida a la manada, los que la sostienen. Algunos pueden transformarse, otros no, pero todos poseen habilidades extraordinarias. Claus es uno de ellos. Y, bueno, los omegas son los más raros, silenciosos, esquivos... fértiles. No te preocupes por eso ahora —dijo, haciendo un leve gesto con la mano—. Antes había pocas tribus; ahora son muchas y, aunque son más pacíficos, de vez en cuando surgen disputas.
—¿Una guerra entre ellos? —murmuró Ivonne, su voz apenas audible, mientras su mente se llenaba de imágenes de batallas ancestrales y duelos de instintos.
—Así es —respondió Violeta, apretando la mandíbula—. Pero los lobos no pelean solo por territorio; también lo hacen por sus almas gemelas.
Ivonne parpadeó, sintiendo que cada palabra penetraba en lo más profundo de su ser:
—¿Qué...?
—El alma gemela es la otra mitad de un lobo, sin importar de dónde venga o si es humana. Cuando un lobo encuentra a su pareja, su fuerza se multiplica, y su instinto le ordena protegerla.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ivonne, y por un instante, sus dudas se mezclaron con una atracción casi irresistible.
—¿Y si la pierden?
—Entonces dejan de ser ellos mismos —la voz de Violeta se endureció—. Algunos se debilitan hasta morir; otros... enloquecen.
El silencio se instaló entre ambas, pesado y revelador. Ivonne, con la mente colmada de preguntas, casi podía sentir el peso de un destino ineludible.
—Sabes, Jarlen te dedica esa mirada intensa, la de un alfa enamorado —comentó Violeta con una sonrisa amarga.
Ivonne sintió que el aire se volvía aún más denso, y su mente se llenó de interrogantes. La duda se mezclaba con el deseo, y en su interior se formaban preguntas que no encontraba cómo callar.
—Si me dices que yo soy el alma gemela de Jarlen, ¿es así? Porque, de serlo, tú serías el alma gemela de Claus. Y si ese es el caso, ¿por qué te alejas de él? —preguntó Ivonne, ladeando la cabeza, su voz cargada de incertidumbre y una creciente angustia.
Los hombros de Violeta se tensaron, y por un largo instante, el silencio lo llenó todo.
—Si el alma gemela es la otra mitad de un lobo, sin importar de dónde venga —insistió Ivonne, poniéndose de pie—, ¿por qué rechazas esa idea?
—Porque no creo en eso —apretó los puños Violeta, con un tono amargo y resignado.
—No es cuestión de creencia, Violeta. Dijiste que es algo que simplemente... es —Ivonne la observó con el ceño fruncido, intentando descifrar el dolor detrás de cada palabra.
—¿Y qué si lo es? —la voz de Violeta se volvió casi desafiante, impregnada de un dolor profundo.
—¿Por qué te duele tanto aceptar que Claus es tu alma gemela? —preguntó Ivonne con suavidad, dejando entrever su genuina preocupación y el peso de sus propios temores.
Finalmente, Violeta la miró. En sus ojos se reflejaba un cansancio insondable y una tristeza que parecía haber marcado su existencia.
—Porque ya tuve a alguien. Y me arrancó todo lo que amaba.
Ivonne sintió un nudo en la garganta, mientras su mente se llenaba de recuerdos y preguntas sin respuesta.
—Amé a un hombre, Ivonne —la voz de Violeta se quebró en un susurro—. Confié en él, creí en él. Juntos tuvimos un hijo... un niño hermoso —murmuró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Con delicadeza, sus dedos hicieron aparecer en el aire un retrato: un pequeño de cabellos castaños sonreía ampliamente. Era un bebé de apenas un año.
—Y mi esposo, uno de la tribu de los elfos, lo sacrificó —exhaló Violeta con un suspiro tembloroso, mientras el retrato se desvanecía lentamente—. Lo entregó a un demonio a cambio de conocimiento y, por esa ambición, murió.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ivonne, mezclándose con una compasión que no podía evitar sentir. Al mismo tiempo, un miedo sutil le recorría la mente: ¿acaso era este un destino inevitable?
—No quiero esto, Ivonne —dijo Violeta, mirando hacia la puerta, como si revivir el pasado la hiciera tambalear—. No quiero volver a atarme a alguien solo para que, un día... me lo arrebaten todo de nuevo.
Ivonne, con ternura y preocupación, apoyó su mano sobre el hombro de Violeta.
—¿Y crees que Claus... no es él? —preguntó, su voz temblorosa por la incertidumbre.
Violeta desvió la mirada, y sus labios temblaron ligeramente. Con una sonrisa amarga, casi en un susurro, replicó:
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque tú misma me dijiste que él te esperaría toda la eternidad si eso es lo que necesitas. Es un hombre lobo; no podría hacerte daño —contestó Ivonne, con la convicción de quien anhela proteger a quien ama.
Por primera vez, en el reflejo de los ojos de Violeta, Ivonne vislumbró algo distinto... un destello de miedo, un temor que desvelaba heridas profundas y secretos del pasado que aún la atemorizaban.
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Comments
Abel Torres
Ora, muchos detalles 🫦 amo
2025-03-21
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