Capítulo 18

La oscuridad se extendía como un velo pesado, ahogando cualquier atisbo de luz. Ivonne se encontraba en medio de un bosque sombrío, envuelto en una niebla densa que parecía susurrar secretos olvidados. Cada paso que daba crujía bajo sus pies, resonando en el silencio sepulcral. La humedad del aire se adhería a su piel como un presagio, y, en cada sombra, sentía la mirada de algo que no pertenecía a este mundo.

Algo... se movía entre los árboles. Rápido. Silencioso. Nunca en el mismo lugar dos veces. Un escalofrío le recorrió la espalda.

De pronto, la niebla se arremolinó frente a ella, y de entre las sombras emergió una figura. Un hombre alto, de presencia imponente y aura inquietante. Su rostro, sereno pero marcado por líneas antiguas, parecía esculpido en mármol antiguo, con pómulos altos y mandíbula definida, como si llevara consigo la memoria de civilizaciones perdidas. Sus ojos, profundos y sin pupilas visibles, resplandecían con una luz tenue y espectral, llenos de un conocimiento abrumador que desafiaba la comprensión humana.

Su cabello, corto y oscuro, parecía haber sido cortado por manos inexpertas, con mechones rebeldes que caían desordenados sobre su frente. La piel translúcida parecía hecha de humo entrelazado con destellos de luz plateada, como si en su interior ardiera una energía contenida por pura voluntad. Vestía un manto oscuro, que no parecía hecho de tela, sino de sombras mismas, fluctuando con cada movimiento, como si la noche estuviera viva a su alrededor.

Sus ojos se fijaron en ella con una intensidad sobrenatural.

—"Tú eres la Observadora." —Su voz no resonó en el aire... sino dentro de su mente, vibrando en cada rincón de su ser.

Ivonne sintió que su garganta se cerraba. El miedo la mantenía inmóvil, pero había algo más: una atracción inexplicable, un magnetismo primitivo que la impulsaba a no apartar la vista, como si una parte de ella reconociera su presencia. Recordó las palabras de Terra: "Eres una Observadora. Puedes ver y manipular almas." Aunque no sabía exactamente cómo usar sus habilidades, esas palabras le dieron el valor para hablar.

—¿Quién eres? —logró preguntar, su voz apenas un susurro.

El ser inclinó ligeramente la cabeza, como si la estuviera midiendo.

—"Soy Theos, el espíritu mensajero. Un enviado de Terra." —Su voz mental era grave, densa, como un eco antiguo que arrastraba consigo la esencia del tiempo mismo.

El aire se volvió más pesado a su alrededor, y cada respiración se sintió como un esfuerzo monumental.

—¿Terra? ¿Qué quieres de mí? —Su corazón se calmó ante sus palabras, pues pensó que Terra ya no podría ayudarla, y el hecho de que enviara a alguien parecía significar que no la estaba dejando a su suerte.

Theos dio un paso hacia adelante, aunque sus pies no tocaron el suelo. El ambiente se estremeció con su movimiento, y la niebla parecía ceder a su paso.

—"El mensaje que te envía es: Ivonne, sé que dije que ya no podría ayudarte, pero por el amor que le tuve a Esmeralda prometo respaldarte al menos a la distancia. Envío a Theos; te recomiendo que hagas un trato con él. Si necesitas ayuda, no dudes en enviar un mensaje por medio de él." —Su tono seguía siendo tranquilo y sereno, como si estuviera acostumbrado a hacer eso.

Ivonne lo miró, curiosa al entender que ya no había peligro.

—Entonces, ¿eres un espíritu mensajero?

—"Se equivoca." —Dijo con un tono ligeramente irritado. —"Soy el espíritu mensajero. Y como sé que necesita poder, puedo dárselo... pero todo en este mundo tiene un precio."

La duda se apoderó de Ivonne, sin saber con exactitud qué podría querer de ella.

—¿Qué precio...? —Su voz se quebró, apenas capaz de contener la desesperación.

Pero no llegó a terminar la pregunta.

El bosque se desvaneció. La niebla se disipó.

Ivonne jadeó violentamente al abrir los ojos, el sudor empapando su frente. El pecho le subía y bajaba con fuerza, como si acabara de escapar de una revelación aterradora. Sus manos temblaban, aferradas a las sábanas, mientras el eco de aquella voz seguía resonando en lo más profundo de su mente: "Todo tiene un precio..."

Y entonces lo sintió. Los brazos fuertes y protectores de Jarlen la envolvían, cálidos y seguros. Su aroma terroso la ancló a la realidad. 

 Se había acostumbrado a su presencia en la cama después de varios días durmiendo a su lado en forma de lobo. Un día, se despertó a su lado en su forma humana, y aunque al principio la idea la avergonzó, no sintió ganas de apartarlo; sabía que tarde o temprano pasaría. Él, por su parte, ya se había acostumbrado a que ella lo despertara de madrugada a causa de las pesadillas. 

 Jarlen le dedicó una mirada de preocupación cargada de sueño, pero con una ternura que solo reservaba para ella. 

 —¿Qué pasa? —Su voz era baja, ronca por el sueño interrumpido, pero cargada de ansiedad—. ¿Otra pesadilla? 

 Ella negó con la cabeza, aún confundida. Sus manos se movían inquietas, aferradas a las sábanas blancas que la cubrían, como si soltarlas significara perder el último lazo con la realidad.—No... —Lo pensó por un momento, tratando de encontrar las palabras—. Esta vez fue diferente. Vi a un espíritu... Se llamaba Theos. Dijo que era un enviado de Terra... Quería hacer un pacto conmigo. 

 Jarlen frunció el ceño, mostrando pura confusión en su rostro, mientras el poco sueño que aún le quedaba lo abandonaba en cuestión de segundos. Se sentó a su lado en la cama. 

 —¿Un pacto? Eso suena extraño. 

 —Creo que... —Ivonne bajó la mirada, insegura—. No sentí maldad en él. Era... sereno. Pero había algo antiguo en su presencia, como si llevara siglos observando, esperando el momento justo.Jarlen deslizó una mano por su espalda, reconfortándola con suavidad. 

 —No me gusta. Aunque no sea malicioso, los espíritus no son mi especialidad, pero no es algo que debas enfrentar sola. Deberías hablar con Violeta y Erasmos. Ellos sabrán qué hacer. —Jarlen desvió la mirada por un segundo. Confiaba en Violeta y Erasmos, pero cada vez que debía dejar a Ivonne en manos de otros, una punzada de impotencia lo atravesaba. Era su responsabilidad protegerla... ¿Por qué sentía que no estaba haciendo lo suficiente?

Ivonne asintió. Se recostó con calma, envolviéndose en las sábanas, y volvió a cerrar los ojos después de sentir los brazos de Jarlen envolverla por encima de las sábanas. 

 El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles cuando Jarlen, aún preocupado por la pesadilla de Ivonne, rompió el silencio mientras compartían el desayuno. El ambiente seguía cargado por la inquietud de la noche anterior. 

 —Tengo asuntos que resolver con Claus sobre la manada —dijo con el ceño fruncido, sin disimular su preocupación—. Pensé en llevarte a su casa. Violeta y Erasmos están allí, podrían ayudarte a entender lo que viste anoche. 

 Ivonne asintió, mirando su taza sin realmente verla. Aunque el amanecer había llegado, la sombra de Theos seguía acompañándola, no como una amenaza, sino como un eco suave que parecía esperar su respuesta. 

Después de recoger todo, ella y Jarlen salieron, comenzando a caminar entre los árboles. El aire fresco de la mañana acariciaba su piel, impregnado del olor a tierra húmeda. Cada paso hacía crujir las hojas secas bajo sus pies, mientras el canto lejano de un ave rompía el silencio con notas suaves y melancólicas. La niebla se enredaba entre las ramas altas, como si el bosque aún no despertara del todo.

 —Sabes, los hombres lobo solemos vivir alejados los unos de los otros —dijo Jarlen con tranquilidad—. Es normal que la distancia sea notable, ya que todos tratamos de mantener nuestro espacio propio. 

 —¿Así que es normal que las casas estén a kilómetros de distancia? —dijo Ivonne mientras intentaba no tropezar entre las ramas. 

 —Es correcto. Aun así, si sigues más adelante, encontrarás un poblado con supermercados, bares y demás. 

 —Así que es como si fuera una ciudad normal, la diferencia es que, a la hora de descansar, intentan hacerlo a kilómetros de distancia y, en el proceso, se transforman en lobos. —Ambos soltaron una risa ante el comentario mientras, finalmente, veían lo que parecía ser una casa.

La casa de Claus no era lo que Ivonne había imaginado. Rodeada por altos pinos y una verja de madera tallada con símbolos antiguos, la construcción se alzaba con una rusticidad elegante. Era una estructura de madera oscura y piedra, sólida y acogedora, pero con una presencia casi mística.

Las paredes interiores estaban cubiertas por estantes llenos de libros viejos, frascos con ingredientes misteriosos, y velas que parecían consumir algo más que cera. Las ventanas dejaban entrar una luz suave que se deslizaba sobre tapices antiguos y muebles de madera tallada, con detalles que contaban historias de generaciones pasadas.

Una chimenea crepitaba en una esquina, llenando el aire con el aroma cálido del roble quemado. Había un equilibrio perfecto entre lo hogareño y lo arcaico, como si el tiempo allí se moviera de forma distinta.

Jarlen y Claus, tras dejarla instalada, intercambiaron una mirada preocupada. El deber los llamaba, y sin más demora, se marcharon, dejándola sola con Violeta y Erasmos.

—¿Así que viste a un espíritu en tus sueños? —preguntó Violeta con seriedad mientras preparaba una infusión. El aire se llenó de un aroma a tierra húmeda y lavanda, envolviendo la habitación en una calma casi ritual.

Ivonne asintió, nerviosa, abrazándose a sí misma.

—Dijo que era un enviado de Terra... y que podía darme poder. Pero todo tiene un precio.

Violeta dejó caer una ramita en el agua hirviendo. Sus ojos oscuros, cargados de una sabiduría antigua, se clavaron en los de Ivonne.

—Los pactos espirituales son simples en teoría —dijo con voz serena—. Aunque, en tu caso, no sé si las reglas se aplican igual. Si Terra envió a ese espíritu, hay algo más en juego. Antes de decidir cualquier cosa, debes entender las reglas de la magia.

Ivonne frunció el ceño, atrapada por la intriga.

—¿Qué reglas?

—La magia no es solo un don, Ivonne, es equilibrio —explicó Violeta—. Las brujas y los magos nacen de la unión entre un ser mágico y un humano que ama de verdad. El poder depende de dos cosas: la pureza de ese amor y la fuerza mágica de sus progenitores. Esa energía puede amplificarse mediante la unión con un familiar mágico o un contrato con un ser sobrenatural.

—¿Como tú? —preguntó Ivonne, recordando la presencia imponente de Violeta cuando la vio por primera vez.

—Sí —asintió Violeta, bajando la mirada con un dejo de nostalgia—. Mi padre, un humano, amó con devoción a mi madre, una bruja de la noche. Esa intensidad me hizo poderosa... y más aún al unirme con Erasmos.

Ivonne absorbía cada palabra con atención.

—¿Y los espíritus?

—Los espíritus nacen de muertes marcadas por una voluntad inquebrantable —respondió Violeta—. Son solitarios y poderosos, pero a veces buscan pactos para cumplir el deseo que los retuvo entre los mundos.

—¿Por qué?

—Porque su existencia misma está atada a aquello que no lograron en vida —Violeta sirvió una taza humeante a Ivonne—. Y, por desgracia para ti, tus poderes parecen estar ligados a ellos.

Ivonne tragó saliva, inquieta.

—¿Y qué reglas debo seguir si hago un trato?

—Primera: el ser con el que pactes debe tener poderes afines a los tuyos. En tu caso, los espíritus podrían ser tus aliados naturales, aunque nunca he conocido a alguien con tu habilidad.

—¿Y la segunda?

—Ambos deben obtener un beneficio. Los espíritus suelen querer cumplir su última voluntad.

—¿Y la tercera?

—Cuando ambos deseos se cumplen, el trato se disuelve... a menos que decidan continuar. Para sellar o romper el pacto, es necesario pronunciar el verdadero nombre de ambos. Solo puede romperse si ambas partes están de acuerdo o si uno muere.

El silencio se extendió mientras Ivonne intentaba digerir todo. Finalmente, una pregunta emergió en su mente.

—¿Y tu pacto con Erasmos?

Violeta sonrió con melancolía.

—Solo le pedí compañía. Ambos estábamos solos, huyendo de nuestras casas... solo quería alguien que me entendiera.

Ivonne arqueó una ceja, sorprendida.

—¿Eso es todo?

—Sí. A cambio, él solo pidió un favor en el futuro... uno que aún no sé cuándo llegará. Pero confío en él.

Ivonne miró por la ventana al joven dragón que surcaba el cielo con tranquilidad.

—Si un espíritu me ofreciera limpiar la casa a cambio de un poco de poder... yo aceptaría sin pensarlo.

Violeta soltó una carcajada.

—No es momento de bromas.

Ivonne esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Cómo puedo entender mi energía?

Violeta la observó con detenimiento antes de asentir.

—Empecemos por algo simple. Dijiste que hace tiempo evitaste ver las auras de las personas. Intenta hacerlo de nuevo. Cuanto más observes, más espíritus podrás percibir. No necesitas soñar para verlos.

Violeta se acomodó en el amplio sofá frente a la chimenea, mientras Ivonne permanecía junto a la ventana, inquieta.

Un suspiro escapó de Ivonne; la idea le parecía agotadora, pero debía hacerlo. Cerró los ojos, buscando ese eco adormecido en su interior. Al abrirlos, el mundo parecía haber cambiado: todo vibraba con una energía apenas perceptible, como si cada objeto y ser tuviera una melodía secreta.

Cuando sus ojos se posaron en Violeta, la vio. De verdad. Su aura se desplegaba como un manto etéreo, una danza lenta de tonos púrpuras profundos, enredados con sombras negruzcas que absorbían la luz circundante. No era oscuridad pura, sino una energía antigua y poderosa, marcada por cicatrices invisibles. Entre esas sombras, destellos violáceos brillaban como chispas de magia contenida, vibrando con una intensidad serena.

Pero Ivonne no solo vio el aura. La sintió. Una emoción, suave como un susurro, se deslizó en su mente. Un deseo escondido, enterrado bajo capas de dolor y miedo: "Tal vez... debería dejarme sentir. Claus no es como él. Quizá merezca una oportunidad."

Ivonne se quedó inmóvil, el corazón golpeando con fuerza. No había querido escuchar, pero la energía de Violeta se había abierto a ella como un libro sin cerradura. Aquella confesión silenciosa no era para ser oída... y sin embargo, ahora la llevaba consigo.

—Y bien... —susurró Ivonne, todavía afectada, mientras se sentaba junto a ella—. Parece que alguien ha decidido quedarse con Claus.

La reacción de Violeta fue instantánea. Sus mejillas se tiñeron de rojo, y su aura se agitó con violencia, dejando escapar destellos carmesí que delataban su vulnerabilidad.

—¿Estás usando tus poderes conmigo? —preguntó, con una voz que intentó sonar firme, pero que se quebró al final.

Ivonne apartó la mirada, apenada.

—No fue intencional... Lo sentí sin querer.

Por un momento, Violeta guardó silencio, su energía volviendo poco a poco a su flujo sereno. Entonces, habló en un susurro, sin mirar a Ivonne:

—Ten cuidado con lo que escuchas, Ivonne. A veces, los deseos más profundos son también los más dolorosos.

Ivonne asintió, sintiendo el peso de la intimidad que acababa de invadir. 

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