Capítulo 7

Había pasado casi una semana desde que Ivonne descubrió la existencia de los hombres lobo. Desde entonces, había evitado cualquier conversación con Jarlen. Aunque él por su parte, había ido a la biblioteca a verla en varias ocasiones. Los primeros días buscaba darle explicaciones, pero ella se había mostrado distante, respondiendo con frases cortas o fingiendo estar demasiado ocupada. Eso le indicó que Violeta ya le había dicho algo.

Ivonne estaba sentada en el balcón de su habitación, la mirada perdida en la inmensidad del bosque que se extendía a sus pies. La brisa nocturna jugaba con su cabello, mientras que su mente se debatía en un mar de preguntas. ¿Quién era ella en realidad? ¿Por qué tenía el don de ver las auras? ¿Por qué su madre nunca le había hablado de ello? Y, sobre todo, ¿por qué sentía que Jarlen podía cambiarlo todo?

Un sonido la sacó de sus pensamientos.

—Señorita Bellarose, ¿podemos hablar? —Escuchó una voz familiar.

Ivonne bajó la mirada y lo vio allí, de pie en su jardín con los brazos cruzados. La luz de las farolas que la señora Thompson había colocado de manera decorativa le daba un aire misterioso, mientras que el bosque oscuro lleno de árboles deshojados se extendía a sus espaldas. A pesar de la distancia, su presencia la envolvía de una manera que la inquietaba.

—No tengo nada que decirle —respondió con frialdad.

Jarlen dejó escapar un leve suspiro y, antes de que ella pudiera reaccionar, flexionó las piernas y saltó, aterrizando con facilidad en el borde de su balcón.

Ivonne se sobresaltó. —¿Suele hacer entradas tan dramáticas? —Preguntó, cruzándose de brazos.

Él mantuvo la expresión serena, pero en su mirada brillaba un atisbo de diversión.

—Solo cuando me ignoran por días.

Ivonne apretó los labios, rehusándose a caer en la calma que emanaba de él. Se apartó un poco mientras el pelinegro descendía del borde oxidado con la misma elegancia con la que había llegado. Se apoyó en la barandilla, dejando espacio entre ambos.

—No deseo incomodarla —dijo con cortesía—. Pero si me lo permite, me gustaría saber por qué me evita y no me permite explicarme.

Ella lo miró durante un largo instante. Había esperado cierta arrogancia en su tono, pero en su lugar solo encontró paciencia y una genuina intención de entender.

—Porque esto no tiene sentido —respondió al fin—. No deseo que mi vida esté dictada por una conexión impuesta o por un lazo creado con magia.

Él asintió, como si hubiera anticipado esa respuesta.

—Lo comprendo —dijo con tranquilidad—. Pero el lazo entre almas destinadas no es una atadura, señorita Bellarose. Es un vínculo que se fortalece si ambos lo aceptan.

—Blade, yo deseo ser libre, deseo vivir mi día a día como hasta ahora —Ivonne lo miraba desde su asiento, inquieta y con el ceño fruncido.

—Podemos ser libres juntos —dijo Jarlen con cierto brillo en los ojos—. No quiero amarrarla, con el fin de que me haga más fuerte.

Ivonne sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Y si no lo acepto?

Los ojos del señor Blade se oscurecieron apenas, pero su voz se mantuvo firme y templada.

—Nada cambiará... pero tampoco podré alejarme.

Sus palabras se quedaron suspendidas entre ellos. Ivonne sintió un nudo en el estómago. La intensidad de su mirada la desarmaba, pero no estaba lista para ceder.

Durante un largo rato, ninguno de los dos dijo nada. Finalmente, ella desvió la mirada hacia el bosque.

—Desde que tengo memoria, mi madre me advirtió sobre la magia —murmuró—. Siempre me dijo que no debía confiar en nadie.

—¿Por qué?

—No sé cómo, pero creo que usted ya ha adivinado que no soy del todo humana —Jarlen apretó la mandíbula y suspiró—. Puedo ver las auras de las personas. Mi madre siempre me habló sobre la magia y todas esas cosas que te rodean, pero jamás me explicó de dónde venía.

El señor Blade la observó con atención.

—La magia no aparece de la nada. Siempre hay un origen.

Ivonne tragó en seco.

—¿Y si mi origen es un problema?

Por primera vez, él frunció levemente el ceño.

—Si desea respuestas, tendrá que buscarlas en el mundo que ha evitado toda su vida.

Ella cerró los ojos un instante. Sabía que tenía razón. No podía seguir ignorando su pasado si quería entenderse a sí misma.

—¿Y qué pasa con los hombres lobo? —preguntó Ivonne con voz temblorosa. Tratando de cambiar el tema.

Jarlen se acercó a ella, colocó una de sus rodillas en el suelo mientras la otra le servía de apoyo a su brazo. Buscaba sus ojos azules y ella la profundidad de los ojos negros de Jarlen.

—Los hombres lobo son seres antiguos, conectados con la naturaleza y la luna. Algunos son pacíficos, otros no tanto.

—¿Y qué hay de usted? —preguntó Ivonne con la mirada fija en sus ojos.

—Yo soy un Alfa —respondió Jarlen con una sonrisa enigmática—. Soy el líder de una de las manadas más grandes del mundo. Vivo para proteger lo que es mío

Ivonne lo miró intrigada. —¿Usted era el lobo que vi hace unos días?

—Sí —dijo Jarlen—. Quiere verme en esa forma.

—Creo que no es el momento,—Ivonne soltó una pequeña risa que se fue tan rápido como llegó. Se quedó en silencio, procesando toda la información que Jarlen le había dado.

—Quiero conocerla y que usted sepa quién soy.

Ivonne sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La mirada de Jarlen era intensa y apasionada.

—No estoy segura de estar lista para esto —dijo Ivonne con voz temblorosa.

—Lo entiendo —dijo Jarlen—. Pero no me rendiré.

Jarlen se levantó y se acercó a Ivonne. La tomó de la mano y la miró a los ojos. Ivonne Sentía electricidad en el contacto, quería más, la calidez de esa mano hizo que su corazón se acelerara, agradecía que no lo hubiese hecho mientras estaba en cuclillas, pues tanta cercanía la habría puesto aún más nerviosa. Su rostro se calentó. Jarlen le dio un casto beso en los nudillos y con delicadeza soltó su mano.

—Tengo que irme —dijo—. Pero volveré mañana.

—¿Por qué? —preguntó Ivonne.

—Porque quiero volver a verla. —respondió Jarlen con una sonrisa.

Él altó del balcón y desapareció en la oscuridad del bosque. Ivonne se quedó en silencio, mirando el lugar donde había estado.

Ivonne regresó a su habitación con el corazón acelerado, un torbellino de emociones encontradas danzando en su interior. No estaba segura de si dejar que los sentimientos por Jarlen florecieran, si permitirse sentir la calidez de su cercanía. Y sobre todo, no comprendía del todo lo que sentía, pero una parte de ella, una parte que creía dormida, había despertado, clamando por algo más. Se sentó en su cama un momento, las manos inquietas, la mirada fija en sus rodillas, analizando todo lo que había pasado en los últimos días, cada encuentro, cada palabra, cada roce.

Tras unos momentos, buscando una distracción, encendió la lámpara de su escritorio a fin de continuar un libro de romance que había tomado de la biblioteca hacía unos días.  Pero apenas la luz iluminó la superficie de madera, su corazón dio un vuelco.

Sobre la mesa, descansaba un sobre negro. No era un negro común, sino un negro profundo, casi abismal, con detalles dorados que brillaban tenuemente en los bordes, como si estuvieran grabados con polvo de estrellas.

Lo tomó con manos temblorosas, la yema de sus dedos rozando la superficie fría y lisa.  Analizó los símbolos grabados, intrincados y desconocidos, que parecían tener una vida propia, una energía que palpitaba en la oscuridad. Un escalofrío le recorrió la espalda.  Suspiró, tratando de calmar su respiración agitada, pensando que quizás era una broma pesada, un mensaje de Violeta con su peculiar sentido del humor.  Con una mezcla de curiosidad y temor, abrió el sobre.

En su interior, una hoja de papel de un negro aún más intenso que el del sobre, revelaba un mensaje escrito con tinta oscura, casi invisible a simple vista, como si las palabras se hubieran materializado desde la propia sombra:

"Corre pequeño conejito, sigue corriendo hasta verdad. Las auras a tu alrededor te indicarán el camino que has de tomar.

Corre conejito blanco que a su madre perdió. La Esmeralda del bosque te mintió. Nos traicionó. Y ahora en manos de los lobos te dejó.

Corre de ellos conejito blanco, ven, vuelve a mis brazos. Tengo una pequeña jaula de oro para ti, sobre mi regazo."

El aire se volvió más denso a su alrededor, opresivo, como si la habitación se hubiera encogido, atrapándola en un espacio claustrofóbico. Un escalofrío helado le recorrió la espalda, erizando los vellos de sus brazos. Recordó, como un eco lejano, la voz suave y cariñosa de su madre acariciando sus mejillas —"Conejito blanco"—Esa forma de llamarla, tan íntima, tan personal, solo la conocían ellas, un secreto compartido entre madre e hija.  ¿Quién, entonces, había escrito esas palabras? ¿Cómo conocía ese apodo?

El ruido del viento, antes un murmullo relajante, ahora sonaba como un susurro siniestro, una voz que la llamaba desde la distancia.  Se acercó lentamente a la ventana, las piernas temblorosas, y miró hacia el bosque. Lo había visto tantas veces como un refugio, un lugar de paz y tranquilidad, un manto oscuro que la protegía del mundo exterior. Pero ahora...  una sensación extraña la invadió.  Sentía que algo la observaba desde la oscuridad, desde las profundidades del bosque, con una mirada penetrante y maliciosa.  El bosque, antes un amigo, ahora se erguía ante ella como una amenaza, un laberinto de secretos y peligros.

El bosque la llamaba, sí, pero ya no con la promesa de paz, sino con la voz del misterio, del peligro, de la verdad que había estado evitando durante tanto tiempo.

Ivonne sintió una opresión en el pecho, un nudo apretado que le dificultaba respirar. Las palabras del mensaje resonaban en su cabeza, como un mantra oscuro, llenándola de dudas y temor. ¿Quién había escrito esas líneas crípticas y amenazantes? ¿Qué querían de ella? ¿Quién era mas que ella sabía de su madre "Esmeralda"?

Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta, un caos de pensamientos que chocaban entre sí. No entendía el significado del mensaje, no comprendía las referencias ni los símbolos, pero presentía, con una certeza helada, que era una advertencia, una amenaza directa, un presagio de un futuro incierto y peligroso.

Volvió a mirar hacia el bosque, y una sensación extraña la invadió, una mezcla de miedo y fascinación, de repulsión y atracción. Ya no veía el manto oscuro como un lugar seguro, un refugio contra el mundo, sino como un abismo de misterios y peligros, un lugar donde la verdad, por mucho que la temiera, la aguardaba, agazapada entre las sombras, lista para revelarse.

La verdad la aguardaba en la oscuridad, sí, y ahora, Ivonne sabía que ya no podía seguir huyendo de ella.

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stefi.

stefi.

cuanto misterio

2025-04-11

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