La chica ya se había resignado. No había tiempo ni posibilidad de escapar antes de que Pax disparara de nuevo. El zumbido creciente de la pistola era como un anuncio inminente de su final, y Meave, agotada y con el cuerpo ardiendo por el impacto anterior, apenas pudo moverse. Cerró los ojos por un momento, aceptando que no podía escapar.
Sin embargo, un estruendo repentino sacudió el suelo frente a ella. Algo pesado, como un meteorito, aterrizó con violencia, levantando una nube espesa de polvo y escombros que oscureció todo a su alrededor. La presión del impacto hizo vibrar el suelo, y por un instante, el zumbido del arma de Pax se silenció.
—¿Qué…? —Meave intentó abrir los ojos, parpadeando contra el polvo que le picaba la vista pero solo pudo distinguir siluetas difusas hasta que una voz familiar retumbó con autoridad.
—¡Estilo de Libra… Gliese! —La voz de Leon resonó en la escena, cargada de enojo y determinación. Era grave y poderosa, como si con cada palabra también liberara parte de su magia. El aire alrededor se tensó de inmediato, volviéndose más denso, como si un peso invisible cayera sobre todo el campo de batalla.
De repente, la gravedad cambió con una presión aplastante. Pax, que estaba flotando con elegancia segundos atrás, cayó como una roca, golpeando el suelo con un ruido sordo que estremeció la tierra. La pistola de energía en su mano se apagó momentáneamente, soltando pequeñas chispas mientras se desestabilizaba por la repentina fuerza gravitacional.
A unos metros de distancia, el ser del bajo astral también fue arrastrado hacia el suelo. Aunque intentó resistirse, sus extremidades temblaron bajo la presión creciente. Sus dos brazos sobrantes se clavaron en el suelo, hundiéndose en la tierra destrozada mientras la criatura soltaba gruñidos guturales de frustración. Su postura ahora era la de alguien forzado a arrodillarse ante una fuerza superior.
En medio del caos, Meave sintió cómo los grotescos brazos que la retenían perdían fuerza. La presión de Leon había obligado al ser a liberar su agarre. Con un jadeo profundo, Meave cayó al suelo, apoyándose sobre sus rodillas mientras trataba de recuperar el aliento. —Leon — susurró, alzando la vista entrecerrada hacia la figura que había llegado justo a tiempo.
—Perdóname, me he tardado demasiado— Habló Leon desde la lejanía.
La silueta de Leon comenzó a definirse a medida que el polvo se disipaba. Allí estaba él, de pie con firmeza, su brazo extendido con un gesto dominante y el ceño fruncido en una expresión de furia contenida. Alrededor de su cuerpo, una ligera aura blanca con un centro dorado, irradiando poder, como si la gravedad misma respondiera a su voluntad. Cada uno de sus movimientos parecía controlar el entorno, sometiéndolo.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —rugió Leon, dirigiendo su mirada hacia Pax y el ser del bajo astral. Sus ojos brillaban con intensidad, calculando la situación al instante, pero al no notar respuesta alguna, Leon se lanzó hacia adelante. Su velocidad era tan abrumadora que dejó una estela de polvo y energía luminosa a su paso, como si la tierra misma se encogiera ante su movimiento. El aura blanca que lo rodeaba no solo era grande; era colosal. Brillaba con una intensidad imposible de ignorar, casi cegadora, como una llamarada que parecía consumir el espacio alrededor de su figura.
A su paso, Meave sintió una sensación de alivio recorrer su cuerpo adolorido, como si el aura de Leon tuviera un efecto sanador o purificador. Por primera vez desde que todo había comenzado, pudo tomar una respiración más profunda, aunque el dolor aún persistía, pero para el ser del bajo astral, aquella luz era todo lo contrario: una amenaza mortal y palpable.
El ser rugió con una furia desesperada, sus múltiples brazos arañando el suelo en un intento por liberarse de la gravedad opresiva que aún lo mantenía anclado. Pero cada movimiento era lento y pesado. El pánico comenzó a reflejarse en sus movimientos frenéticos, pero ya era demasiado tarde. Leon ya había lanzado un ataque desde el aire. —¡Hnnngh! —El ser gruñó con un sonido gutural al sentir el ataque sobre él, pero no pudo evitarlo.
El suelo debajo crujió y se fracturó en ondas expansivas, como si una bomba hubiera estallado en el punto de contacto. El golpe fue tan potente que uno de los brazos del ser salió despedido, arrancado como si no fuese nada y sin darle tiempo a reaccionar, Leon cayó y giró sobre sí mismo continuando con un segundo ataque: esta vez su mano atrapó una de las piernas del monstruo con un agarre de hierro, sosteniéndola desde el tobillo y con una facilidad escalofriante; La criatura emitió un chillido desgarrador, un sonido inhumano que retumbó en el aire. Sin inmutarse, Leon enterró sus dedos en el abdomen del ser y con un tirón violento y seco, la pierna fue arrancada de su cuerpo, y un líquido oscuro y espeso brotó.
—¡jo…! —murmuró Meave, boquiabierta mientras observaba la escena.
No solo Meave estaba paralizada por la sorpresa; Ariel, quien había llegado a la zona hacía poco, también miraba con incredulidad. Este no era el Leon que conocían. Siempre había sido el más estratégico, el que luchaba con precisión quirúrgica, evitando innecesaria violencia. Pero ahora, cada movimiento suyo era despiadado, cada golpe parecía estar diseñado para destruir en lugar de incapacitar.
El ser del bajo astral lanzó un ataque desesperado con sus brazos restantes, agitando sus extremidades como cuchillas, pero Leon los esquivó con movimientos fluidos, casi danzantes. No había esfuerzo aparente en su defensa; era como si los ataques del ser fueran inútiles, meras distracciones. Y cada vez que Leon esquivaba, aprovechaba para devolver dos o tres golpes más, cada uno más devastador que el anterior. Los gritos del ser se volvían más débiles con cada impacto, su cuerpo empezando a temblar.
—¿Es por... mí? —susurró Meave, sin apartar la mirada.
Entonces, una nueva presencia irrumpió en la escena. De repente, un destello morado iluminó el campo de batalla, y un sonido metálico, como el choque de una armadura, retumbó con fuerza. Pax había logrado liberarse del peso de la gravedad, su escudo brillando con el mismo resplandor ardiente que antes.
—¡Leon! —gritó Meave al verlo.
Pax no perdió tiempo y se lanzó hacia él con una velocidad impresionante, su escudo materializándose en su brazo como una pared impenetrable. La forma en que se movía era igual a cuando había atacado a Meave: una carga directa y agresiva, como si fuera una flecha disparada hacia un blanco fijo.
Leon giró la cabeza ligeramente, notando la amenaza inminente, pero no mostró ni un atisbo de sorpresa o temor.
—Como estás disfrutando esto, ¿verdad? —La voz de Pax resonó, cargada de un tono burlesco, pero había algo más allí. Su voz temblaba ligeramente, como si una fina grieta estuviera rompiéndose —Tú siempre tuviste éste resentimiento…
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