En medio del aire, Meave ayudaba a Leon, ofreciéndole su mano de vez en cuando para asegurarse de que no cayera. De repente, con un movimiento decidido, la pelirroja tiró con fuerza de él, y ambos aterrizaron suavemente sobre un lomo suave y cálido. Era una ballena celestial que surcaba los cielos con una elegancia sorprendente, aun con sus casi doscientos metros de largo. Su piel, de un gris perla que cambiaba a azul intenso en las zonas más iluminadas, parecía brillar con luz propia. Las nubes se arremolinaban a su alrededor, formando remolinos con algunas nubes que contrastaban con el negro azabache del cielo. La ballena exhalaba un vapor que se condensaba en el aire, formando arcoíris minúsculos que se desvanecían al instante. Era como un sueño, una visión de un mundo mágico y desconocido.
—Me pregunto cómo es que te pudo atacar uno de estos amigos —dijo la pelirroja mientras estaba de cuclillas acariciando el lomo de la criatura.
—¿Sabías que si atacas a alguno, vendrá toda la manada? —Habló Leon mientras se sentaba al lado de Meave —Solíamos molestar a algunos junto con Gideon para que nos persiguieran y, mmh bueno, ya sabes.
Meave río al imaginar a Leon tonteando y solo lo miró expectante a lo que decía.
—Es por eso que hace rato tardé tanto; dañarlo implicaba más problemas, por eso decidí purificarlo.
—Pero la purificación erradica la energía cuando es de una fuente directa, ¿no?
—Sí… eso me parece raro. Significaría que fue por magia de un onironauta o, lo que es menos probable, influencia del Ser del bajo astral.
Meave frunció el ceño y después se dejó caer hacia atrás, acostándose sobre el cálido lomo de la criatura. La textura era firme pero cómoda, y el rítmico movimiento de la ballena mientras surcaba las corrientes celestiales tenía un efecto calmante.
—Es impresionante que sigan siendo tan pacíficas, a pesar de todo —murmuró Meave, mirando las estrellas que ahora se asomaban entre las nubes.
Leon asintió, pero su rostro reflejaba preocupación.
—Si fue influencia del Ser del bajo astral… eso podría significar que su poder está creciendo más rápido de lo que pensamos. Y si es un onironauta… ¿Quién sería tan imprudente?
Ambos quedaron en silencio por un momento, sumidos en sus pensamientos. La ballena exhaló de nuevo, llenando el aire con una bruma suave que reflejaba destellos de luz.
—Bueno, Gideon estaría feliz de saber que no perdimos la costumbre de meternos en problemas —bromeó Meave, tratando de aliviar la tensión.
Leon soltó una leve carcajada, aunque su mente seguía trabajando rápidamente.
Meave se sostuvo las rodillas, meditando lo que había dicho Leon, hasta que su cara se iluminó, aunque pronto puso un gesto airado. —¿Crees que pudo ser Pax? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y la sospecha.
—Mmh, lo dudo. Hasta donde sé, no tiene ese tipo de magia —respondió Leon, manteniendo la mirada fija en el horizonte, como si buscara algo más allá de las nubes.
—Comprendo —dijo suavemente Meave antes de tragar saliva, su voz bajando a un murmullo mientras reunía valor para continuar—. ¿Me vas a contar sobre cómo terminaste entrenándola?
Leon se rió para sus adentros, un sonido breve y contenido, mientras agachaba la cabeza. La sombra de una sonrisa cruzó su rostro. —Supongo que te lo debo.
Meave se sonrió al escuchar aquello, una expresión que iluminó su semblante. Con un movimiento fluido, se acercó más a Leon, acomodándose frente a él. Mientras lo miraba, notó cómo su atención se deslizaba hacia algo invisible para ella. Reconoció esa expresión al instante: las cejas ligeramente fruncidas, los ojos entrecerrados, la boca apenas entreabierta y su cabeza inclinada hacia atrás. Meave había visto esa mirada muchas veces antes, una señal clara de que Leon estaba percibiendo algo más allá de su realidad inmediata. Para ella, aquello era casi habitual; después de todo, Leon era uno de los onironautas más fuertes y buscados del mundo. Esa conexión constante con otros planos hacía que momentos como ese fueran una rutina inquietante.
—¿Percibes algo? —preguntó Meave en un tono calmado, ladeando ligeramente la cabeza mientras intentaba captar su mirada.
Leon parpadeó lentamente, como si regresara de un trance. Su voz fue baja pero firme cuando respondió: —Parece que sí. ¿Te parece si te veo en nuestro bosque?
El aire a su alrededor parecía cargarse de una energía sutil. Meave asintió, su mirada reflejando una mezcla de curiosidad y preocupación. El “bosque” que mencionaba no era un lugar común; era un rincón especial, un refugio en el plano onírico que ambos compartían.
—Claro, me adelanto entonces.
Dicho esto, Meave se puso de pie con ligereza y comenzó a volar, mientras Leon desaparecía de la superficie de la majestuosa ballena celestial. La criatura emitió un último resoplido de vapor que se desvaneció en el aire como un susurro antes de sumergirse entre las nubes.
Meave sobrevolaba una ciudad en calma, un entramado de luces doradas que serpenteaban entre calles y edificios bajo el cielo estrellado. A pesar de la belleza que la rodeaba, su mente estaba en otra parte. Su vuelo era casi automático, sus movimientos suaves, pero ausentes mientras su mirada permanecía perdida.
“Supongo que será interesante saber toda la historia… Aunque, realmente, me será difícil...”
Sus pensamientos flotaban con la misma levedad que ella mientras reflexionaba sobre lo que acababa de ocurrir y lo que podría venir. Sin embargo, su meditación se vio abruptamente interrumpida.
Sin previo aviso, un impacto brutal la alcanzó. Sintió un dolor agudo y la fuerza de algo que la empujó con violencia. Su cuerpo atravesó la fachada de una casa cercana, destrozando un par de árboles en el proceso, antes de caer pesadamente en un pequeño lago que salpicó agua hacia todas direcciones. La superficie del lago se agitó con violencia, y un eco resonante del choque reverberó en el aire.
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