Un Plan Arriesgado

El hombre asintió, esbozando una sonrisa astuta.

—De acuerdo, chica. Hagámoslo.

María sintió cómo una oleada de alivio la invadía. Por fin, parecía que su plan tendría una oportunidad de funcionar.

—Muchas gracias, señor Javier. Se lo agradezco infinitamente —dijo, con sinceridad.

—Sí, sí, ya veremos si realmente funciona —respondió el chef, con un tono pragmático—. Por ahora, concéntrate en tu trabajo. Hoy tendrás una tarea especial.

María asintió, esperando ansiosa las instrucciones de Javier.

Durante el resto de su turno, se mantuvo alerta y atenta a las indicaciones del chef. Cuando llegó la hora de cerrar el restaurante, Javier la llamó a su oficina.

—Bien, chica, es hora de poner en marcha tu plan —dijo, entregándole una tarjeta con una dirección anotada—. Ve a esta dirección mañana a las ocho de la noche. Ahí encontrarás a un grupo de hombres influyentes que podrían estar interesados en tu "propuesta".

María tomó la tarjeta, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—¿Y qué debo hacer exactamente? —preguntó, con un deje de preocupación en la voz.

Javier la miró con seriedad.

—Simplemente sé tú misma, pero resalta tu belleza al máximo. Deslúmbralos con tu encanto y deja que ellos hagan el resto —explicó, con una sonrisa ladina—. Recuerda, mientras más interesados estén, mejor será el trato que podrás negociar.

María tragó saliva, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la espalda. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era arriesgado y peligroso, pero no tenía otra opción. Haría lo que fuera necesario para darle a Zabdiel una vida mejor.

—Entiendo, señor Javier. Estaré ahí mañana sin falta —aseguró, con determinación.

—Eso espero, chica. Recuerda, si todo sale bien, los dos podremos beneficiarnos de esto —dijo el chef, palmeándole el hombro.

Esa noche, María le contó a doña Clementina sobre su plan. La anciana mujer la miró con preocupación, pero entendía la desesperada situación en la que se encontraba.

—Hija, sabes que esto es muy peligroso, ¿verdad? —dijo, tomándole las manos con cariño—. No quiero que termines lastimada de nuevo.

María asintió, con lágrimas en los ojos.

—Lo sé, doña Clementina. Pero no tengo otra opción. Tengo que hacer esto por Zabdiel —respondió, con voz firme—. Prométame que cuidará de él mientras no esté.

La mujer mayor la abrazó, con una expresión de profunda tristeza.

—Claro que sí, mi niña. Estarás en mis oraciones. Que Dios te proteja.

Al día siguiente, María se arregló con esmero, resaltando su belleza natural. Zabdiel la miraba con curiosidad, sin comprender del todo lo que estaba pasando.

—Mami, ¿a dónde vas tan bonita? —preguntó el niño, con inocencia.

María lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo su corazón se estrujaba.

—Voy a hacer algo importante, mi amor. Pero volveré pronto, te lo prometo —respondió, besando su frente.

Dejó a Zabdiel al cuidado de doña Clementina y se encaminó hacia la dirección que Javier le había indicado. Conforme se acercaba, su pulso se aceleraba, y un nudo de ansiedad se formaba en su garganta.

Cuando llegó al elegante edificio, tomó aire profundamente y empujó la puerta. Un hombre de traje la recibió en la entrada.

—Buenas noches, señorita. La estábamos esperando —dijo, con una sonrisa complaciente.

María asintió, siguiéndolo por los lujosos pasillos hasta llegar a una sala privada. Allí, un grupo de hombres de aspecto distinguido la observaban con evidente interés.

—Bienvenida, señorita —dijo uno de ellos, poniéndose de pie—. Permítame presentarme, soy el señor Álvarez. Estamos encantados de tenerla aquí.

María esbozó una sonrisa cálida, procurando mantener la compostura.

—Gracias, señor Álvarez. Es un placer conocerlos.

El hombre se acercó a ella y le ofreció una copa de vino.

—Por favor, siéntase cómoda. Vamos a discutir una propuesta que creemos que podría beneficiarnos a todos.

María asintió, aceptando la copa y rezando en silencio para que su plan funcionara. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no le quedaba otra opción si quería asegurar un futuro mejor para ella y su hijo.

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