Reconstruyendo

Zabdiel se mantuvo rígido en los brazos de la anciana, sin corresponder el abrazo.

—Pero eso no justifica lo que hizo —replicó, con voz temblorosa—. Ella se ha rebajado a vender su cuerpo a esos hombres.

María, aún de rodillas, lo miró con profundo dolor.

—Zabdiel, por favor, entiende que yo lo hice por ti —suplicó, con desesperación—. Yo solo quería que tuvieras una vida mejor, que no pasaras por las mismas penurias que yo.

El niño negó con la cabeza, alejándose aún más de ella.

—Pero eso no es vida, mami —replicó, con amargura—. Prefiero vivir en la pobreza y conservar mi dignidad, que tener que cargar con esta vergüenza.

Doña Clementina suspiró con pesar, consciente de la dificultad de la situación.

—Cariño, sé que es muy duro aceptar esto, pero tu madre ha hecho un gran sacrificio por ti —dijo, con una mirada compasiva—. Ella ha puesto su bienestar en segundo plano con tal de darte una vida mejor.

Zabdiel la miró con ojos acusadores.

—Pero usted también lo sabía, ¿verdad? —reclamó, con frustración—. ¿Por qué no me lo dijo?

La anciana mujer bajó la mirada, sintiéndose avergonzada.

—Yo... yo pensé que era lo mejor para ti y tu madre —respondió, con voz queda—. Sé que no es la decisión correcta, pero entiendo que ella estaba desesperada por mejorar su situación.

El niño se alejó de ella, negando con la cabeza.

—Ustedes dos me han fallado —murmuró, con decepción—. No puedo confiar en nadie.

María se acercó a él, con lágrimas en los ojos.

—Zabdiel, por favor, déjame explicarte —insistió, con desesperación—. Yo sé que lo que hice está mal, pero te juro que solo quería darte un futuro mejor.

Zabdiel la miró con dureza.

—Pues lo has arruinado todo —espetó, con amargura—. Ahora no sé si puedo volver a confiar en ti.

María sintió cómo su corazón se partía en mil pedazos. Verlo así, tan decepcionado y herido, era lo peor que le había pasado.

—Hijo, por favor, dame una oportunidad —suplicó, con voz quebrada—. Prometo que haré todo lo posible por recuperar tu confianza.

Zabdiel la observó en silencio por unos instantes, y luego desvió la mirada.

—No lo sé, mami —respondió, con voz apagada—. Necesito tiempo para pensar en todo esto.

María asintió, sintiendo cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Está bien, mi amor —dijo, con una sonrisa triste—. Te daré todo el tiempo que necesites.

Doña Clementina se acercó a Zabdiel y le tomó la mano con suavidad.

—Cariño, sé que esto es muy difícil, pero tu madre te ama más que a nada en este mundo —insistió, con ternura—. Dale una oportunidad para que pueda explicarte todo.

El niño permaneció en silencio, absorto en sus pensamientos. Finalmente, asintió con desgana.

—Está bien —murmuró, sin mirar a su madre—. Pero necesito tiempo.

María se sintió aliviada al ver que, al menos, su hijo no la había rechazado por completo. Sabía que tendría que trabajar duro para recuperar su confianza, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario.

Los días siguientes fueron tensos y llenos de incertidumbre. Zabdiel se mostraba distante y reservado con su madre, evitando hablar sobre el tema. María, por su parte, se esforzaba por ser paciente y comprensiva, dejándole el espacio que necesitaba.

Doña Clementina, actuando como mediadora, intentaba acercar a madre e hijo, pero la herida parecía demasiado profunda. Zabdiel aún no podía perdonar a su madre por haber recurrido a semejante acuerdo.

Una noche, mientras cenaban en un silencio incómodo, Zabdiel finalmente rompió el hielo.

—Mami, ¿por qué no me dijiste la verdad desde el principio? —preguntó, con voz queda.

María lo miró con tristeza, dejando a un lado su plato.

—Porque tenía miedo de que me odiaras, mi amor —respondió, con sinceridad—. Sabía que ibas a reaccionar así, y no quería perderte.

Zabdiel la observó en silencio por unos instantes, antes de volver a hablar.

—¿Acaso no confías en mí? —inquirió, con dolor—. Yo soy tu hijo, se supone que deberías poder contarme todo.

María tomó su mano con suavidad, mirándolo con ojos llenos de súplica.

—Oh, mi vida, claro que confío en ti —dijo, con voz temblorosa—. Pero tenía tanto miedo de que me rechazaras si te contaba la verdad.

El niño desvió la mirada, visiblemente afectado.

—Pues me has mentido todo este tiempo —murmuró, con amargura—. ¿Cómo puedo confiar en ti ahora?

María apretó su mano con delicadeza, sintiendo cómo se le encogía el corazón.

—Zabdiel, por favor, déjame demostrarte que puedes confiar en mí —suplicó, con lágrimas en los ojos—. Haré lo que sea necesario para recuperar tu confianza.

Zabdiel la miró con una mezcla de resentimiento y duda.

—No lo sé, mami —respondió, con voz cansada—. Necesito más tiempo para pensar en todo esto.

María asintió, resignada.

—Está bien, mi amor. Te daré todo el tiempo que necesites —dijo, con una sonrisa triste—. Pero quiero que sepas que te amo más que a nada en este mundo, y que jamás haré nada que pueda lastimarte.

Zabdiel no respondió, y el resto de la cena transcurrió en un silencio tenso y doloroso. María se sentía impotente, deseando poder retroceder el tiempo y evitar todo este sufrimiento.

Esa noche, mientras Zabdiel dormía, María se sentó en la improvisada sala, con la mirada perdida. Doña Clementina se acercó a ella y le ofreció una taza de té.

—Tranquila, hija, todo va a estar bien —dijo, con voz maternal—. Zabdiel solo necesita tiempo para procesar todo esto.

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Comments

Sioly Perez

Sioly Perez

El capítulo anterior y este es muy confuso, como un niño inocente, pequeño reclama, juzga y es tan duro con su madre de este modo...

2024-12-08

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