Recuerdos que Lastiman

María tomó la bolsa con gratitud y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas de emoción nublaban su vista.

—Muchas gracias, doña Clementina. No sé qué haríamos sin usted —dijo entre sollozos.

La mujer mayor le palmeó suavemente la espalda, comprensiva.

—No tienes que agradecer, hija. Sé que lo estás pasando muy difícil, pero quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que necesites.

María asintió, secándose las mejillas con el dorso de la mano.

—Lo sé, y se lo agradezco de corazón. Es sólo que a veces me siento tan impotente al ver cómo Zabdiel y yo tenemos que vivir.

Doña Clementina le dedicó una mirada llena de empatía.

—Entiendo, mi niña. Pero debes ser fuerte, por ti y por tu pequeño. Sé que lograrás salir adelante. —Le apretó cariñosamente el brazo—. Ahora vamos, acompáñame a guardar estas cosas.

Juntas entraron a la humilde vivienda y acomodaron los alimentos en el pequeño espacio que servía como cocina. María se sintió reconfortada por la compañía de su vecina, quien siempre lograba infundirle un poco de esperanza.

Cuando doña Clementina se despidió, María se quedó sola, contemplando el interior de la choza. Sus ojos se detuvieron en una fotografía gastada que reposaba sobre una repisa improvisada. En ella, se veía a una joven María, radiante y sonriente, junto a Rodrigo, su ahora fallecido esposo.

Un nudo se formó en su garganta al recordar aquellos tiempos. Jamás imaginó que su belleza, que una vez le había abierto tantas puertas, se convertiría en una maldición que la arrastraría a un infierno de violencia y sufrimiento.

Recordó cómo Rodrigo la había cortejado con regalos costosos y promesas de una vida llena de lujos. Ella, ingenua y soñadora, había caído rendida ante sus encantos, ignorando las advertencias de sus seres queridos sobre la verdadera naturaleza de aquel hombre.

Poco a poco, la imagen de Rodrigo que María tenía en su mente fue distorsionándose. De aquel hombre apuesto y gentil que la conquistó, pasó a convertirse en un ser despiadado y abusivo, que la sometía a constantes maltratos físicos y psicológicos.

Recordaba con horror cómo él la golpeaba y la humillaba, culpándola por su belleza y celos enfermizos. Cada vez que intentaba escapar, Rodrigo la encontraba y la forzaba a regresar, amenazándola con quitarle a Zabdiel.

María se abrazó a sí misma, sintiendo cómo los recuerdos la atormentaban. Aquel infierno parecía no tener fin, hasta que finalmente Rodrigo falleció, liberando a María de su cruel cautiverio.

Pero la libertad le había llegado demasiado tarde. Ahora se encontraba sola, sin recursos y con un hijo pequeño a su cargo, luchando por sobrevivir en la más absoluta pobreza.

Dejó escapar un profundo suspiro, intentando alejar esos dolorosos recuerdos. Se acercó a la ventana improvisada y observó cómo los vecinos transitaban por la calle, ajenos al sufrimiento que ella y Zabdiel enfrentaban día a día.

De pronto, una idea cruzó por su mente. Tal vez aún quedaba una pequeña esperanza. María se apresuró a buscar entre los pocos objetos que poseían, hasta que encontró lo que buscaba: una fotografía de su boda.

Con manos temblorosas, acarició la imagen, recordando aquel día que le había parecido el más feliz de su vida. Tal vez, si lograba vender ese recuerdo, podría obtener suficiente dinero para mejorar las condiciones de vida de ella y de su hijo.

Decidida, guardó la fotografía en un bolsillo y salió de la choza. Caminó con paso firme, ignorando las miradas de lástima que le lanzaban los transeúntes. Llegó hasta la plaza central, donde solía haber un mercado de antigüedades y objetos de segunda mano.

Se detuvo frente a un puesto y, con voz tímida, le ofreció la fotografía a un hombre que parecía ser el encargado. Él la examinó con detenimiento, acariciando el desgastado papel.

—¿Cuánto quiere por ella? —preguntó el hombre con seriedad.

María titubeó, no sabía si el precio que tenía en mente sería el adecuado.

—Bueno, yo... yo pensaba en mil pesos —respondió, conteniendo la emoción.

El hombre la miró con cautela y luego negó con la cabeza.

—Lo siento, pero no puedo darle más de quinientos. Es una fotografía antigua, pero en mal estado.

María sintió cómo su corazón se hundía, pero en el fondo sabía que debía aceptar la oferta. Necesitaba desesperadamente ese dinero.

—De acuerdo, me parece justo —aceptó, entregándole la fotografía al hombre.

Éste le entregó un fajo de billetes que María contó con ansiedad. Quinientos pesos, suficiente para comprar algo de comida y pagar el alquiler atrasado de la choza.

Con el dinero en mano, María se apresuró a regresar a su hogar. Al entrar, se encontró con Zabdiel, quien la miraba con curiosidad.

—¿Mami, dónde estabas? —preguntó el niño.

María lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

—Fui a arreglar unas cosas, mi amor. Ahora tenemos un poco de dinero y podremos comprar algo rico para cenar.

Zabdiel sonrió, emocionado ante la idea de tener una comida decente. María le devolvió la sonrisa, pero en su interior se sentía desgarrada.

Había vendido uno de los pocos recuerdos felices que le quedaban, condenándose a cargar con el peso de esa decisión. Sin embargo, haría lo que fuera necesario para darle a su hijo una vida mejor.

Mientras preparaba la cena, María observó a Zabdiel jugar en un rincón de la choza. Su corazón se llenó de determinación. Sacaría adelante a su pequeño, sin importar el costo.

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Comments

Melina Acosta

Melina Acosta

no entiendo porque no busca trabajo.. así es de la única manera que podrá sacar adelante a su hijo.

2024-07-14

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