María se detuvo y miró a su hijo con firmeza.
—Zabdiel, ese dinero no lo vamos a volver a tocar —dijo, con determinación—. Quiero que entiendas que nunca más voy a aceptar nada de esos hombres.
El niño la observó con atención, visiblemente sorprendido.
—Pero, mami, ¿cómo vamos a vivir entonces? —preguntó, con preocupación—. Ese dinero nos ha ayudado mucho.
María asintió, consciente de la realidad de su situación.
—Lo sé, mi amor, pero prefiero que vivamos con menos y mantener nuestra dignidad —respondió, con convicción—. No quiero que sigamos dependiendo de algo que me hace sentir tan avergonzada.
Zabdiel la miró con una mezcla de respeto y comprensión.
—Está bien, mami —dijo, con una tímida sonrisa—. Te apoyo en esa decisión.
María sintió cómo su corazón se llenaba de orgullo y alivio. Saber que su hijo la apoyaba en este nuevo rumbo le daba la fuerza que necesitaba para seguir adelante.
—Gracias, mi vida —murmuró, abrazándolo con ternura—. Juntos vamos a salir de esta, te lo prometo.
De camino a casa, María se detuvo frente a la choza de doña Clementina, decidida a compartir con ella la nueva decisión.
—Doña Clementina, ¿podemos hablar? —preguntó, con determinación.
La anciana mujer asintió, sonriéndole con amabilidad.
—Claro, hija, pasen —respondió, haciéndolos entrar.
Una vez dentro, María tomó asiento junto a Zabdiel y se dirigió a la mujer mayor.
—He tomado una decisión —dijo, con firmeza—. No voy a volver a aceptar nada de esos hombres. Quiero que sepan que prefiero vivir con menos y mantener nuestra dignidad.
Doña Clementina la miró con una mezcla de sorpresa y orgullo.
—Me parece una excelente decisión, María —respondió, apretándole suavemente la mano—. Sé que no será fácil, pero estoy segura de que juntos podrán salir adelante.
Zabdiel asintió, mostrando una expresión decidida.
—Yo la apoyo, doña Clementina —dijo, con determinación—. No quiero que mi madre siga dependiendo de esos hombres.
La anciana mujer les dedicó una cálida sonrisa, sintiéndose orgullosa de la valentía y la fortaleza de madre e hijo.
—Me alegro mucho de escuchar eso, pequeño —dijo, con ternura—. Sé que no será sencillo, pero estoy segura de que juntos encontrarán la manera de salir adelante.
María se sintió aliviada y fortalecida por el apoyo de doña Clementina y Zabdiel. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero estaba decidida a afrontarlo con valentía.
En los días siguientes, la familia enfrentó diversos desafíos. Con el dinero que María había recibido de los hombres, habían podido mejorar un poco su situación, pero ahora tendrían que volver a las penurias de la pobreza.
Zabdiel, a pesar de la inicial decepción, se mostró comprensivo y dispuesto a acompañar a su madre en esta nueva etapa. Juntos, buscaban maneras de generar ingresos, sin perder de vista la importancia de mantener su dignidad.
Una tarde, mientras limpiaban la pequeña choza, Zabdiel se acercó a María con una idea.
—Mami, ¿qué tal si yo también empiezo a trabajar? —propuso, con determinación—. Así podríamos tener un poco más de dinero.
María lo miró con preocupación, negando con la cabeza.
—No, mi amor, tú tienes que centrarte en tus estudios —respondió, con firmeza—. No quiero que te veas obligado a trabajar, eres un niño y debes disfrutar de tu infancia.
Zabdiel la miró con decisión.
—Pero, mami, quiero ayudarte —insistió, con convicción—. No quiero que sigamos pasando por necesidades.
María se acercó a él y lo abrazó con ternura.
—Lo sé, mi vida, y te lo agradezco —dijo, con suavidad—. Pero tu prioridad ahora debe ser tu educación. Yo me encargaré de que tengamos lo necesario, te lo prometo.
El niño la miró con una mezcla de orgullo y preocupación.
—Está bien, mami —respondió, con resignación—. Pero si necesitas algo, por favor, dímelo.
María le dedicó una sonrisa sincera, besando su frente con cariño.
—Lo haré, mi amor. Gracias por estar a mi lado.
Mientras tanto, doña Clementina les había conseguido algunos trabajos esporádicos, como lavar ropa o ayudar en la cosecha, para que pudieran generar ingresos de manera honesta.
María se esforzaba al máximo en cada tarea, consciente de que todo el dinero que ganaban era crucial para su supervivencia. Zabdiel, por su parte, la ayudaba en lo que podía, demostrando su determinación por salir adelante.
Una mañana, mientras desayunaban, Zabdiel le hizo una pregunta que María no esperaba.
—Mami, ¿qué pasará si esos hombres vuelven a buscarnos? —inquirió, con preocupación.
María lo miró con seriedad, tomando su mano con suavidad.
—No te preocupes, mi amor —respondió, con firmeza—. Yo no voy a volver a aceptar nada de ellos, y si insisten, no dudaré en denunciarlos.
Zabdiel asintió, pero aún se veía inquieto.
—Pero, ¿y si te hacen daño? —preguntó, con angustia—. No quiero que te pase nada.
María lo abrazó con ternura, acariciando su cabello con cariño.
—Tranquilo, mi vida —dijo, con voz reconfortante—. Doña Clementina y yo nos encargaremos de mantenernos a salvo. No dejaré que nada ni nadie nos haga daño, te lo prometo.
El niño se aferró a ella, sintiéndose un poco más tranquilo.
—Está bien, mami —murmuró, con voz queda—. Confío en ti.
María se sintió aliviada al escuchar esas palabras. Sabía que aún faltaba mucho camino por recorrer para recuperar plenamente la confianza de su hijo, pero este era un gran paso en la dirección correcta.
Días después, mientras María y Zabdiel regresaban del mercado, se encontraron con una desagradable sorpresa. El señor Álvarez y sus hombres les bloqueaban el paso, con expresiones amenazantes.
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