Cap. 6: De encuentros y desencuentros (II) - Dave und Lisa

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Año 2012, Costa Carlota, ES. Sin dudas el mejor lugar para veranear con amigos; un hermoso paraíso turístico. Es conocida por su animada vida nocturna en el epicentro de la ciudad, donde importantes clubes nocturnos europeos abren sus puertas de par en par durante todo el año. También cuenta con villas tranquilas, lugares de retiro espiritual y esbeltas playas, desde la Playa del Fogón, bordeada por hoteles, bares y tiendas, hasta las ensenadas de arena más tranquilas con colinas cubiertas de frondosos pinos, distribuyéndose los mismos a lo largo de la parte posterior de la costa.

Sin lugar a dudas – reitero – un verdadero paraíso terrenal – para un vil y sediento vampiro – para millones de turistas tanto nacionales como extranjeros que buscan divertirse sin importar la época del año en la que se encuentran. Y allí, entre tanto despliegue de humanos, estaba yo disfrutando – si saben a lo que me refiero, ¿verdad? –.

Llegué a Costa Carlota por casualidad. Después de haber huido de Grecia, en 2010, – por motivos personales – de la estancia de mí condesa, la imponente Dione Fengári Karagiannis, a la cual yo servía – donde trabajaba y también vivía –, decidí refugiarme en Suecia. Allí permanecí durante casi 2 años cuando supe por fuentes cercanas a la misma que ésta había dejado de buscarme debido a sus compromisos laborales, puesto que tanto ella como su consorte, el conde Adonis Ílios Dimitrios – ambos vampiros ancestrales –, eran grandes terratenientes y empresarios, dueños de una finca vitivinícola de una importante marca griega, pero era ella la que llevaba las riendas de la empresa, quien se encargaba de los asuntos relevantes porque ella era la jefa.

Para entonces yo había cambiado mi identidad; por supuesto que contaba con falsos papeles y documentaciones que lo avalaban. No siempre fui Blake para empezar.

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Una agradable noche de primavera había salido yo de paseo, en busca de alguna presa que interceptar en el trayecto; tenía mucha hambre, mi estómago ardía con cada paso que propinase al avanzar, e incluso pareciese que éste dolía cada vez más; punzadas letales, ya no lo podía soportar, necesitaba beber de alguien, aunque sea una pizca de su sangre para aplacar este tormento infernal. La bestia estaba a punto de soltarse, sucumbiendo ante aquél instinto voraz.

Como de costumbre, solía escabullirme entre los árboles de las grandes plazas y parques naturales, esperando el momento para atacar si veía la oportunidad. También ­– y para variar – era de asistir a bares, fiestas de electrónica y ciberpunk, beber un par de tragos en la barra y observar el panorama en general, para luego llevarme conmigo a varios jóvenes hipnotizados y trasladarlos a Moteles escondidos (a las afueras de la ciudad), o a lugares tranquilos donde pudiera realizar con éxito y sin interrupciones mi accionar – beber de ellos, claro está –.

Por cada noche solía llevarme conmigo de 2 a 3 jóvenes, – para no levantar sospechas ni causar revuelos en la ciudad – sin importar el género, el color ni la edad. Y para evitar dejar evidencias de mis colmillos sin alertar a la comunidad, contaba con un pequeño pero filoso utensilio de cocina que llevaba bien escondido en mi bolsillo, el cual era lo suficientemente filoso como para realizar un corte limpio, sin necesidad de insertar en profundidad, ya que no asesinaba a mis víctimas, sino que simplemente los hipnotizaba, alimentándome cuidadosamente de cada una de ellas para luego dejarlos inconscientes y escaparme del lugar. – Lo sé, también es muy evidente dejar tantas marcas de cortadas en la gente dentro de una misma ciudad, por eso me trasladaría hacia otro lugar al cabo de una semana, para repetir el proceso de alimentarme en mi andar. –

Procedía en recostar a mis víctimas sobre la cama – como estaban bajo mi control producto de la hipnosis que les aplicaba, era sencillo mantener la calma – por lo que cortaba y punzaba delicadamente dentro del triángulo omoclavicular (subclavio) del cuello para beber rápidamente al momento de retirar el utensilio de la carne, puesto que la sangre brotaba al instante. Una vez que bebía lo suficiente de uno de ellos, desinfectaba el área de la herida colocando una compresa en la misma, la cual presionaba cuidadosamente para evitar la salida de más sangre del orificio, culminando con el recubrimiento de la zona afectada, colocando un poco de vendaje para que no se infectara. Luego proseguía con el siguiente, de la misma manera que hice con el primero y así sucesivamente.

Con mi hábil capacidad mental – propia de los vampiros –, también les aplicaba un eficaz lavado de cerebro a mis víctimas para que al siguiente día éstas no recordasen absolutamente nada de lo que había sucedido y, a su vez, contarían con vagos recuerdos de haberse embriagado y terminado con desconocidos en un Motel. Cabe mencionar que, además, – sepan entender el porqué de tan ruin accionar – me aprovechaba de algunos de ellos, robándoles sus tarjetas de crédito y el dinero de sus carteras, ya que me encontraba sola y desempleada – tenía que vestir bien y estar conectada –.

En mi recorrido nocturno, y como de costumbre, después de haberme alimentado de un par de jóvenes y haberlos dejado inconscientes en un Motel, de camino rumbo hacia el lugar donde me hospedaba, escuché distantes unos gritos provenientes de un estacionamiento público, a las afueras del centro de la ciudad, alejados de las luces y de la muchedumbre.

Lentamente me acerqué para observar la situación y debo decir que, desde donde me encontraba, no me tomó mucho tiempo percibir el asqueroso y hediondo olor que emanaban 2 sedientas bestias descontroladas. Me fui acercando cada vez más hasta ver como estos atroces vampiros atacaban despiadadamente a una joven pareja de turistas que, lamentablemente, no pudieron resguardarse dentro de su vehículo a tiempo, y que habían quedado muy mal heridos, tendidos en el suelo. Ya era muy tarde para ayudarles; ya no podía salvarles. La mujer yacía inconsciente, desangrándose lentamente en el pavimento, con una brutal herida en su cuello, mientras que el hombre, y al clamor del miedo, con heridas graves en todo su cuerpo, gritaba por ayuda en un español con acento extranjero, mientras aún se defendía de los agresores que frenéticos se encontraban encima de su cuerpo.

Ese fue el momento en que hice mi aparición frente a ellos. De dos movimientos aéreos, logré derribar muy fácilmente a ambos, apartándolos de su víctima, que del pánico se había desmayado.

Al primer agresor me le abalancé velozmente por la retaguardia, quebrantándole la espina dorsal con la presión de mi rodilla en medio de su espalda, empujando con fiereza su columna hacia delante, mientras jalaba de ambos brazos hasta arrancarlos de su lugar. Posteriormente lo arrojé al suelo y de un golpe final quebré su cuello, pero para asegurarme de que este muriera por completo, saqué una de mis letales navajas con punzante hoja de plata – la cual tenía bien guardada debajo de mis prendas – y reciamente se la inserté justo en medio de su pecho – más precisamente en su corazón –; al cabo de unos segundos sus cenizas se esparcieron por los aires del nocturno cielo.

Lentamente me fui reincorporando sin sacarle los ojos de encima al segundo infernal que, en lugar de atacarme, permaneció pasmado mirándome.

Al ver mis ojos zarcos mientras iba acercándome hacia él, el condenado dio algunos pasos hacia atrás. Supuso que no sería sencillo derrotarme e intentó escapar.

Al presenciar tan caótica escena, en su intento de huida, pude interceptarlo de un gran salto hacia atrás, reapareciendo delante de sus ojos en un parpadear. Quiso atacarme y apartarme de su camino, pero nuevamente logré derribarle con una gran embestida y, mirándolo fijamente a sus salvajes ojos rojos, comencé a reír al ver la estúpida expresión que tenía en su rostro; éste sintió temor al verse reflejado en mis cristalinos – pero mefistofélicos – inertes ojos, que diferían al del resto de los demás vampiros que el tipo jamás había visto.

El agresor qué, con su enorme contextura buscaba librarse, logró zafarse y sujetarme de ambas manos comprimiéndome, intentando quebrantarme. Y sin pensarlo mordí su brazo, insertando mis colmillos profundamente hasta arrancarle un pedazo; el tipo me soltó gritando del dolor pues su brazo ardía como si le quemase, incluso hasta del mismo brotaba mucho vapor, como si realmente se tratase de una gran quemazón. – Mi mordida era la clave, mi arma secreta, la cual empleaba salvajemente según la intensidad del problema –.

Escupí su asquerosa sangre y, bruscamente brinqué hasta su cuello, mordiéndolo hasta paralizarle por completo; el tipo gritaba mientras se sujetaba y comprimía con ambas manos la zona del cuello que le había de extirpado, emergiendo del mismo un caliente y constante vaho. Gracias a eso bloqueé su cuerpo con una fuerza inmensurable; rápidamente subí a su espalda y sacando, esta vez, mis dos afiladas navajas de plata – de ambos lados de mis caderas –, crucé las mismas sobre su cuello y velozmente corté su cabeza, reduciendo en cenizas al infernal; las cenizas se esparcieron por el aire entre brasas que aun ardían.

Después de aquello, voltee para dirigirme a gran velocidad hacia donde yacían las malheridas víctimas. El hombre aún seguía con vida y, aunque algo inconsciente, pudo murmurarme en alemán que salvara a su mujer mientras éste con sus últimas fuerzas logró extenderme su brazo para alcanzarme las llaves de su vehículo, pero desafortunadamente la mujer estaba muriendo. El hombre aún no lo sabía.

En ese momento no dudé en hacerlo, la única manera de "salvar sus vidas" era convirtiéndolos. – Tal vez se debió al hecho de que me sentía muy sola en este averno y, de cierta manera, buscaba quien comprendiera mi sufrimiento. Además, la compañía de otros infernales como yo sería de gran ayuda para sobrevivir, ocultarse y huir en estos tiempos. Lo cierto es que, todos aquellos pensamientos y sentimientos que me abrumaron en el momento, me llevaron a cometer un acto muy egoísta del cual sinceramente no me arrepiento, convertir a ambos jóvenes sin su consentimiento –.

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