Capítulo 5

Quizás Marti era maduro, pero le importaba un bledo su trabajo, o sólo le gustaba hacer maldades de vez en cuando para divertirse o hacer que lo despidan. Probablemente sólo lo hacía para molestar, era amigo del jefe y se pensaba que hacer su trabajo como un niño era gracioso.

—Lo dejo en tus manos.— Charlie hace un gesto con sus manos como si le entregara algo invisible. Parece causarle gracia ver el rostro confuso y frío como hielo de Richard y ríe un poco. Entra por la puerta y vuelve a hacer su trabajo adentro.

—¡Kosolowick!— Grita un hombre con ánimo atrás de él, se acerca y apoya su mano al rededor de su cuello hasta dejarla quieta en su hombro.

—Kozłowski.— Corrige, sin mirar al hombre. Odiaba esos toques por parte de gente que no le agradaba, bueno, realmente no le gustaba ser tocado por nadie.

Sabe que su apellido es difícil de pronunciar para los extranjeros, en Polonia nunca tenía inconvenientes, pero en Estados Unidos hasta le habían preguntado si hablaba español luego de escucharlo hablar con un acento extraño. Les daba una mirada de total fastidio, y les decía que su país de origen era Polonia, y de inmediato le preguntaban como hablar polaco. No es que le molestara hablar de su país, pero no le agrada que lo llamen por su apellido. Ya se había quitado el apellido de su madre y se había quedado con el de su padre, tenía pensado cambiarlo a un apellido yankee más fácil de pronunciar, pero no tenía ganas de hacerlo. Ya ha tenido varios problemas con su padre, pero eran menos que los que tenía con su madre. Aguantaba ver en su documento su apellido paterno, pero no le agradaba decirlo en público o que lo llamaran a cada rato con él.

—Sí, cómo sea. ¿Qué hiciste el fin de semana?

Richard ni quiere volver a pensar en sus recuerdos. Ya ha tenido suficiente esta mañana con recordar su infancia de mierda. En el fin de semana se había quedado despierto hasta altas horas de la noche, sólo durmió cuatro horas de las seis que normalmente dormía. Sus ojeras eran muy notables, pero como desde el primer día las tenía, nadie le preguntaba qué tan bien había dormido.

—Nada, sólo dormir.— miente de la forma más fácil que se le ocurre, ya lo ha dicho varias veces y en todas le han creído. En la oficina, él era el chico aburrido que se preocupaba únicamente por el trabajo. Jamás se había escuchado algún rumor de él que fuera interesante, en parte porque era como una estatua y también porque se llevaba bien con el grupo de viejas chismosas de la oficina, quienes se enteraban de todo por sus contactos.

Con sólo sentarse junto a ellas en el almuerzo era suficiente para que se abrieran con él y le contaran los chismes. Las ancianas le tenían aprecio porque conocían la versión amigable de su madre, le hacían recordar la buena mujer que era, y eso lo odiaba, pero con sus dientes rechinando aguantaba las ganas de golpearlas y trataba de ser lo más amable posible.

—¡Oh, vamos! ¿Es lo único que haces, hombre?— pregunta con burla y diversión. Así es Thomas Peterson, un tipo burlón y considerado amigable para la mayoría de trabajadores del edificio. A diferencia de otros, el tenía un alto rango y hacía bien su trabajo. Se llevarían bien si no fuera por su personalidad y actitud. Desde el momento que cruzaron miradas supo que no se llevarían bien.

La mirada de océano que tenía Thomas, llena de vida y color, contrarrestan con la mirada vacía, sin vida y oscura de Richard. Los ojos azules de Thomas parecían ver su alma, ya sabia que su mirada marrón estaba muerta, pero parecía no dejarlo en paz. Intentó integrarlo desde el primer día, pero nunca lo logró porque Richard jamás quiso ni siquiera que se acercara a él.

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