Confusión Nuestra

Kei la atrapó en la puerta, besándola, mordisqueando sus labios, haciéndola temblar de deseo. Pero no pensó que Kei no esperaría a que ella se duchara o que primero cenaran, antes de entregarse a la lujuria. Él ya había metido la mano bajo su falda, levantándola hasta su cintura, dejando al descubierto sus piernas y su ropa interior de color negro.

-Kei – trató de pararlo, pero él no parecía escuchar – Kei… aún… aún no he tomado una ducha.

-Nos ducharemos luego.

Acalló sus protestas bajo el saqueo de su boca y la abrazó, haciendo que sus piernas le rodearan la cintura. Sintió su necesidad restregarse en su intimidad a través de la tela de su ropa interior, provocándola solo con su roce. No supo cuándo él ya había dejado al descubierto su necesidad, escondiéndolo en ella al instante en cuanto hizo a un lado su ropa interior.

Su cuerpo convulsionó al momento de sentirlo, pero él no tuvo tregua a pesar de su evidente espasmo, porque continuó asediándola con furia, sacudiendo la puerta donde se encontraban apoyados, hasta que él mismo alcanzó su propia liberación y Dalia se encontraba en el limbo de haber visto el paraíso.

Él no le dio tiempo de hablar, la cargó y la llevó al baño, donde continuaron su pasión, y el jadeo y los gemidos se hicieron eco en el baño a través de la cortina de agua, que caía sobre sus cuerpos, hasta alcanzar la liberación una vez más.

Dalia se desplomó cansada en los brazos de Kei y éste la cargó de nuevo para llevarla a la bañera con agua tibia y sales de baño. La acomodó con suavidad que contrastaba con lo rudo que había sido en su acto amatorio; regresó a la ducha y la cerró, para luego volver y sumergirse con ella en la bañera, abrazándola, descansando luego del ejercicio que habían hecho.

Dalia se recostó en su pecho mientras escuchaba el latido de su corazón acelerado que se calmaba lentamente, dándole también el sosiego, y por un instante sus labios se abrieron, casi dejando escapar la confesión secreta que la consumía. Pero se detuvo a tiempo. No quería arruinar el momento, ni ejercer presión a Kei porque no hubo promesa de nada, así que, como en los últimos días, se tragó sus palabras e intentó espantar la tristeza que se había alojado en su corazón.

Luego de un rato sumergidos, en donde Dalia comenzaba a dormitar, Kei se levantó, llevándosela consigo, trasladándose hacia la recamara.

La somnolencia de Dalia se espantó al notar las intenciones de él, pero no se negó y dejó que le hiciera el amor, intentando enterrar sus emociones que crecían desmedidamente en su corazón, por él.

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Kei se quedó mirando el rostro dormido de Dalia que descasaba en sus brazos, meditando sobre su desmedida lujuria hacia ella. Es cierto que llevaba bastante tiempo sin comer carne, pero jamás se había sentido como si fuese un animal en celo, copulando como un maniaco desmedido. Lo más extraño de todo, es que, en lugar de sentir que su anhelo por ella se desvaneciera, crecía descomunalmente.

Era increíble que gracias a ella, su inspiración había regresado y con resultados más que excelentes, sus cuadros tenían mucha más vida que cuando empezó a pintar, pero así como su inspiración había vuelto, la ansiedad crecía también.

Había algo en su pecho que se desbordaba como un río, le apretaba, se agitaba, dejándolo ansioso, pero esto comenzó a ocurrir justo cuando hizo suya a Dalia.

Las emociones estaban a flor de piel que lo ayudaron a crear una colección de pinturas en cuanto regresaron de la playa. Estaba feliz de poder escapar de la apatía y recobrar su energía, pero también la preocupación lo estaba matando, porque empezaba ansiar ver a Dalia, anhelaba su cuerpo como un loco, no podía apartar la mirada cuando ella estaba absorta cocinando en la cocina de su departamento. Cada gesto, cada acción, por mínima que fuese, lo dejaba aturdido; ella parecía brillar con luz propia en su casa. Y cuando no estaba, cuando se marchaba, parecía que la luz también se desvanecía sin su presencia, y la soledad lo invadía de nuevo, poniéndolo nervioso, haciendo que fumara más de lo que alguna vez hizo.

Podía tranquilizarse cuando ella se quedaba en su casa los fines de semana, cuando ella no iba a trabajar. Y no podía dejar de comerla a cada instante porque su cuerpo, su pecho parecía gritar de desesperación por procurarle caricias y arrancarle gritos de placer, pero sobre todo, verla apacible en sus brazos, como ahora.

Su calor, su presencia, alejaba la soledad que había estado obstaculizando su entusiasmo a la pintura, y también empezaba a sentir que ese vacío que lo atormentaba desde niño, se llenaba. Lo que lo asustaba. Él, un hombre de treinta años, estaba asustado de sus propias emociones, de lo que sentía, de lo que lo descontrolaba.

Miró el rostro de Dalia y la agitación de su pecho se calmó, llevándolo instintivamente a acariciar las mejillas suaves de ella con su mano. Llevó sus dedos suavemente hasta los labios de ella, que aún estaban hinchados por los besos apasionados que se habían dado, y regresó a sus mejillas para luego inclinarse y depositar un beso en su frente cargado de confusión y una emoción creciente que no entendía, pero que tenía que descubrir, porque, no le gustaba caminar a oscuras.

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------Nota------

Hola!

Agradezco las vistas y los pulgares arriba.

Solo quería decir que el capitulo 8 era +21 y no me dejaron publicarlo por lo que tuve que cambiarlo por el siguiente, sin embargo, si quieren leerlo sin censura podría crear una página de facebook para subirlo. Dejen comentarios o sugerencias.

Gracias.