La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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la comida en palacio
Elaiza se sintió ligeramente intimidada al ser conducida a la mesa principal, donde el Rey y la Reina presidían una larga hilera de nobles. El marqués la guió hasta un asiento estratégicamente ubicado a su lado y bastante cerca de los reyes.
Las miradas curiosas de algunos de los presentes no pasaron desapercibidas para ella, especialmente las de algunas damas que habían estado mostrando interés en el marqués. La conversación durante la comida fue animada, pero Elaiza se mantuvo en un segundo plano, solo cuando se dirigían directamente a ella. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que el Rey, con una amable sonrisa, la incluyera en la conversación.
"Señorita Medina", comenzó el Rey con un tono inquisitivo pero jovial, "el marqués nos ha hablado maravillas de su labor con sus hijos. Cuéntenos, ¿cuáles son sus métodos de enseñanza? ¿Cómo logra mantener a esos jóvenes tan bien educados, especialmente considerando la... vivacidad del joven Tomás?"
Elaiza sintió un ligero rubor en sus mejillas ante la mención de Tomás, recordó incluso el exorcismo que los hizo pasar en su primera semana para darles un escarmiento por sus travesuras. Respondió con calma y profesionalismo.
"Majestad, mi objetivo principal es fomentar en los niños la curiosidad por el aprendizaje y el respeto por los demás. Intento adaptar mis lecciones de forma individual y creo firmemente en la importancia de la disciplina combinada con la comprensión." Evitó entrar en detalles sobre los recientes incidentes con Tomás, manteniendo un enfoque general en su filosofía educativa.
"Señorita Medina", continuó preguntando la reina, con un aire de genuino interés, "me intriga su enfoque en la disciplina con comprensión. En nuestra experiencia, la nobleza joven a veces se resiste a cualquier forma de restricción. ¿Cómo maneja usted las... digamos, las tendencias más enérgicas?"
Elaiza eligió sus palabras con cuidado. "Majestad, creo que la clave está en comprender la raíz de esa energía. A menudo, se trata de curiosidad sin canalizar o frustración por no ser comprendidos. Ofrecerles desafíos intelectuales y oportunidades para expresar sus opiniones de manera respetuosa puede marcar una gran diferencia."
"Me intriga más ¿Cómo logra mantener a esos jóvenes tan bien educados, especialmente considerando la... vivacidad del joven Tomás?" El Rey hizo una pausa dramática, guiñándole un ojo al marqués. "Se sabe que tiene la energía de un potro salvaje. Díganos ¿Lo encierra en la torre más alta?"
Elaiza sonrió levemente ante la broma del Rey. "Majestad, si bien el joven Tomás tiene una energía considerable, creo que compararlo con un potro salvaje sería injusto para los potros. Digamos que su curiosidad a veces supera su paciencia por las normas." La corte soltó algunas risas ante la respuesta ingeniosa de Elaiza.
El Rey, divertido, se inclinó hacia adelante. "¡Ah, veo que tiene usted un ingenio rápido, señorita! Eso es esencial para tratar con niños de la nobleza. A veces creo que nacen con un manual de 'cómo exasperar a los adultos'."
La Duquesa de Aremberg intervino con su habitual tono altivo: "Sin duda, señorita Medina, sus métodos deben ser muy... innovadores. En las clases de esgrima hemos notado una marcada diferencia en el comportamiento de los jóvenes Robledo desde su llegada. El joven Tomás, antes tan... indomable, parece haber adquirido una cierta moderación, aunque aún se le percibe un espíritu... fogoso."
El marqués lanzó una mirada fugaz a la duquesa, imperceptible para el Rey, pero cargada de advertencia.
Elaiza, sin inmutarse, respondió con serenidad. "Agradezco su observación, Duquesa. Tomás es un joven inteligente y sensible. Mi labor ha sido guiar esa energía hacia intereses constructivos."
El Rey, intentando calmar la situación, con una sonrisa pícara, añadió. "Por lo que sé, esa energía ha disminuido notablemente ¡Quizás la señorita Medina tiene algún libro de magia!."
Elaiza respondió con gracia: "Majestad, mis métodos son mucho más prosaicos. Intento mostrarle que el autocontrol puede ser tan gratificante como la libertad de acción."
El Conde de Valois, un anciano sentado junto al marqués, comentó suavemente riendo "Y debo decir, Marqués, que sus otros dos hijos hoy han sido ejemplares. La pequeña Rosalba se comporta con una gracia sorprendente para su edad, parece una pequeña dama en miniatura, y el joven Emanuel, aunque tranquilo, muestra una curiosidad encantadora. Es un testimonio de la buena mano de la señorita Medina. ¡Aunque me pregunto si no los manipula con cuerdas de seda cuando nadie mira!"
El marqués sonrió ampliamente, siguiendo el juego del Rey y el conde. "Conde, si tuviera cuerdas de seda tan efectivas, las usaría yo mismo en mi pelotón o contra mis enemigos, se lo aseguro. Pero todo el crédito es de la señorita Medina."
El Rey retomó la palabra, dirigiéndose nuevamente a Elaiza: "Es fascinante escuchar esto, señorita Medina. Muchos en la corte luchan por inculcar disciplina en sus herederos sin sofocar su espíritu. ¿Podría compartir algún ejemplo concreto de cómo aborda usted una situación de... comportamiento inapropiado? ¡Pero tenga cuidado! ¡No queremos darle ideas a nuestros propios pequeños demonios!"
Elaiza reflexionó un instante, con una sonrisa en los labios ante el humor del Rey. "Majestad... Se detuvo un momento, consciente de la mirada del marqués. "En general, cuando surge un comportamiento inapropiado, intento primero comprender la razón detrás de la acción. A veces, una simple conversación y una explicación clara de las consecuencias son suficientes. Otras veces, una redirección de la energía hacia una actividad más constructiva puede ser la solución. ¡Aunque confieso que la amenaza de privación de postre a veces obra maravillas!"
La mesa principal estalló en risas, aliviando la tensión inicial de la conversación. El Rey parecía genuinamente encantado con la desenvoltura y el ingenio de Elaiza. La conversación continuó en un tono más ligero y ameno, aunque las miradas curiosas y los comentarios discretos sobre la presencia de la institutriz junto al marqués no cesaron por completo.
Durante la comida, Elaiza notó cómo el marqués desviaba sutilmente la atención de algunas damas que intentaban acercarse a él con insinuaciones y halagos. Parecía utilizar la presencia de Elaiza a su lado como un escudo discreto contra estas atenciones no deseadas. Elaiza, aunque consciente de esta táctica, se comportó con la misma compostura de siempre, manteniendo una conversación educada con el Rey y otros comensales cercanos.
En el salón de los niños, la comida también llegaba a su fin. Emanuel, aunque necesitó un poco de ayuda al principio, había comido con una compostura sorprendente, siguiendo las indicaciones de la nana con atención. Rosalba, por su parte, no había descuidado sus modales ni un instante. Las nanas y los empleados del palacio observaron con aprobación el comportamiento general de los niños.
"Los hijos del marqués son un ejemplo de buena educación", comentó una nana mientras supervisaba la mesa. "Incluso el pequeño Emanuel, a pesar de su corta edad, se ha portado de maravilla." Mientras Lucas observaba a Rosalba y Emanuel desde una esquina, con el ceño fruncido, los comentarios sobre sus buenos modales y la aparente admiración que despertaban no habían pasado desapercibidos para él. Su orgullo herido y su envidia crecían con cada elogio que escuchaba.
"Así que los perfectos niños del marqués", murmuró para sí mismo con sarcasmo. "Ya veremos cuánto duran esas fachadas.
Mientras los niños comenzaban a levantarse de sus mesas en el salón infantil, Lucas observaba con atención el movimiento de los criados que recogían los restos de la comida. Su mirada se detuvo en una joven sirvienta que llevaba una bandeja particularmente llena de restos de comida, incluyendo salsas y migas pegajosas. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
Se movió discretamente, colocándose justo en el camino de la sirvienta sin que ella lo viera venir. En el momento preciso en que la joven pasaba cerca de la mesa donde Rosalba aún estaba sentada, ajustándose la diadema de flores, Lucas extendió ligeramente el pie. La sirvienta tropezó, perdiendo el equilibrio. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras la bandeja se inclinaba.
Antes de que pudiera recuperar el control, el contenido entero se volcó, cayendo directamente sobre Rosalba. Los restos de comida, una mezcla desagradable de salsas grasientas, trozos de carne a medio masticar y verduras blandas, empaparon a la niña desde la cabeza.
Rosalba gritó de sorpresa y asco al sentir la masa pegajosa y maloliente sobre su delicada muselina y en su cabello recién recogido. Algunas migas y trozos de comida incluso le recorrían la cara.
Sin embargo, con una compostura sorprendente, y antes de que las lágrimas pudieran brotar, Rosalba se dirigió a la temblorosa sirvienta "No se preocupe, no ha sido tan grave. Solo ha sido un accidente."
El silencio se apoderó del salón infantil, roto solo por las disculpas repetidas de la sirvienta mientras intentaba limpiarla torpemente y las exclamaciones ahogadas de los otros niños que presenciaron el incidente.
Emanuel, que estaba cerca de una de las nanas, miró la escena con los ojos muy abiertos, sin comprender completamente lo que había sucedido, pero sintiendo la angustia de su hermana. Intentó ir a ayudarla, pero la nana lo detuvo, temiendo que se manchara también.
Lucas, fingiendo sorpresa e indignación, se acercó a Rosalba con una falsa expresión de preocupación. "¿Oh, cielos! ¡Qué torpeza la de esta criada! Mira cómo te ha puesto, Rosalba. ¡Qué asco das ahora!" Su tono, sin embargo, tenía un matiz de burla apenas disimulado.
La niña lo miró con enojo, se sentía humillada y asqueada, cubierta de suciedad, aunque sus palabras habían intentado tranquilizar a la sirvienta. Pensó que su hermoso vestido estaba arruinado.
Otra criada, al ver la magnitud del incidente y la angustia que comenzaba a reflejarse en el rostro de Rosalba, a pesar de sus palabras, se apresuró a buscar ayuda. "¡Necesitamos a alguien aquí! ¡La señorita de Robledo está hecha un desastre!"
No tardó mucho en llegar una de las empleadas de mayor rango, visiblemente alarmada por la situación. Después de evaluar rápidamente lo sucedido y escuchar las explicaciones nerviosas de la sirvienta tropezada, su mirada se dirigió a Rosalba, cuya ropa seguía goteando restos de comida.
"Pobre niña", murmuró la empleada antes de ordenar a una de sus asistentes: "Ve inmediatamente a buscar a la institutriz de la joven. Ella sabrá qué hacer." La empleada asintió y salió corriendo del salón infantil, dejando a Rosalba temblando de enojo y a punto de llorar, rodeada de la preocupación de las nanas y la fingida consternación de Lucas, así como de otros niños, algunos que se reían a sus espaldas.
En el salón principal, La Reina, genuinamente interesada en los métodos educativos de Elaiza y quizás buscando consejo para su propia hija, Margaret, la había retenido y se encontraban sentadas en un rincón del salón, charlando mientras la reina acariciaba su vientre abultado.
Habían pasado unos minutos hablando sobre la importancia de la paciencia, el fomento de la curiosidad intelectual y el equilibrio entre la disciplina y la libertad en la crianza de los jóvenes nobles.
Elaiza, sintiéndose cada vez más cómoda en presencia de la Reina, había respondido con honestidad y calidez, compartiendo algunas anécdotas sobre sus diferentes trabajos, siempre manteniendo el respeto y la discreción apropiados para su posición.
Fue en medio de esta conversación confidencial cuando una criada agitada irrumpió en el salón principal, buscando desesperadamente a la institutriz de los niños del marqués. Su rostro pálido y su tono de voz urgente interrumpieron la tranquilidad del momento.
"¡Señorita Medina, disculpe la interrupción! Ha habido un accidente... la señorita Rosalba... " dijo la criada
" ¿Qué sucede?" preguntó Elaiza con mirada preocupada " ¡Oh, cielos! ¿La niña del marqués? ¿Está bien?", preguntó la reina genuinamente consternada
"Un sirviente tropezó... le cayó toda la comida encima" explicó atropelladamente la joven.
El incidente en el salón de los niños, mencionando a Rosalba cubierta de comida, la expresión de Elaiza cambió inmediatamente de calma a profunda preocupación.
"Majestad, le ruego me disculpe. Debo ir a verla." La Reina, mostrando una empatía genuina, se mostró comprensiva y ofreció acompañar a Elaiza para ver cómo se encontraba la niña.
Así, ambas mujeres, la Reina en su majestuosa vestimenta y Elaiza con su habitual compostura ahora teñida de urgencia, se dirigieron rápidamente al salón apartado donde habían llevado a Rosalba, dejando atrás la formalidad del salón principal y adentrándose en la escena del pequeño drama infantil.
Al llegar al salón infantil, Rosalba estaba sentada, rodeada de criados que intentaban limpiarla con paños húmedos. La niña tenía el cabello despeinado y la ropa completamente estropeada, pero lo que más llamaba la atención era su rostro, en el que se mezclaban la indignación y el esfuerzo por contener las lágrimas
Elaiza se acercó rápidamente y abrazó a Rosalba. "¡Oh, Rosalba, mi niña! ¿Estás bien?" preguntó con suavidad, inspeccionando visualmente a la niña en busca de posibles heridas.
Rosalba, quien hasta ese momento había guardado totalmente la compostura, al sentir el cálido abrazo de Elaiza, rompió a llorar desesperadamente. "¡Elaiza! ¡Estoy sucia! ¡Qué asco!... Mi vestido nuevo." intento calmarse un poco "Estoy bien. Solo... solo me siento sucia y humillada" las lágrimas no dejaban de brotar de los ojos de la niña
La Reina observó la conmovedora escena con una expresión de profunda comprensión. El contraste entre la compostura inicial de la niña y el torrente de lágrimas que ahora fluían en el abrazo de su institutriz no pasó desapercibido.
La Reina se acercó un poco más, su expresión maternal y preocupada. "Pobrecita mía, ven aquí", dijo, ofreciéndole un pañuelo delicado para limpiar suavemente una mancha de salsa en la mejilla de Rosalba. "No te preocupes por la ropa, amor. Lo que importa es que estás bien. Un baño caliente y ropa limpia te harán sentir como nueva."
Asintió levemente a una de las empleadas cercanas, indicándole discretamente que prepararan un baño y buscaran un cambio de ropa para la joven. Mientras Elaiza consolaba a Rosalba con palabras suaves y caricias en el cabello, la Reina se acercó con una gentileza maternal, ofreciendo una mano reconfortante en el hombro de la institutriz, quien agradeció su apoyo y comprensión.
Su preocupación por el bienestar de los jóvenes invitados de la corte era sincera, y además, sentía curiosidad por presenciar la reacción de la institutriz en una situación de crisis.