Mí Sirvienta.

No pude negarme, no podía permitirme ser despedida. Acepté ir con mí jefe a su reunión, mientras estaba sentada en su coche, él conducía en silencio.

De pronto noté mí vestimenta, mí uniforme de sirvienta no era adecuado para ningún lugar al que me llevara.

—Señor, ¿Está bien si lo espero en el auto? –mi voz salió en apenas un murmullo, una cosa era que me humillaran dentro de la mansión, pero algo muy diferente es que me humillen delante de otras personas desconocidas–.

Él se detuvo en un semáforo en rojo y me miró directamente a los ojos. Su mirada esmeralda me atravesaba el alma, pero debía ser valiente, de lo contrario siempre me pasarían por encima.

—¿Por qué quieres quedarte en el auto, Rowellin? –Me sorprendió que quisiera saber el motivo de mí negativa, no era algo propio de él, esa simple acción me dió esperanza. Quizás pueda entender mí punto de vista–.

—E-Es que... –guardé silencio un momento, odiaba esto. Mientras vivía en el orfanato, nunca me sentí realmente inferior a nadie, porque allí todos éramos iguales. Pero ahora las cosas eran diferentes, estaba rodeada de personas que son y siempre serán superiores a mí, pero eso no importa lo que haga, siempre se siente incorrecto–. Es que no me parece correcto asistir a una reunión importante con usted, mí ropa no es adecuada y no quiero humillarlo... Tampoco quiero hacer el ridículo –Lo último prácticamente lo murmuré para mí misma, pero sabía que él me había oído perfectamente–.

Artemis volvió a encender el auto, debido a que ahora él semáforo daba verde. No me respondió, me sentí estúpida por contarle mis inseguridades. Quería llorar, pero me contuve, odio a los ricos, siempre me hacen sentir mal. Ojalá pudiera estar de regreso en el orfanato con Chris.

El auto se detuvo en una boutique de élite, no me sorprendió eso, debido a que el señor Winchester siempre usaba cosas de calidad. Lo que me sorprendió es que estuviéramos ahí, porque se supone que él ya estaba con su hermoso traje hecho por su propio sastre. Lo miré con confusión, buscando una respuesta. La única explicación es que quería comprar un vestido para su mujer, pero no estaba segura de nada.

—Ven conmigo, Rowellin –El señor bajó del auto y rápidamente lo seguí al interior de la boutique. El lugar era hermoso, olía delicioso, a ropa nueva. Observé los hermosos vestidos con absoluta admiración, porque sabía que nunca volvería a poder ingresar a una tienda como esa por mí cuenta–.

—Bienvenido, señor Winchester –Una empleada del lugar vino directamente hacia mí jefe tan pronto como ingresamos al lugar–. ¿En qué podemos ayudarle hoy? ¿Viene a buscar algo bonito para su esposa? –Su voz estaba cargada de coquetería y falta de profesionalismo, ésta mujer sabía perfectamente que el señor Artemis estaba casado, pero aún así no perdía oportunidad de coquetear con él. Eso me molestó, porque puedo odiar a mí jefa, pero no por eso quiero que ella sea una cornuda–.

El señor Winchester la observó con aburrimiento, se giró hacia mí y me llamó.

—Rowellin, ¿Ves algo que te guste? –Aquélla pregunta me dejó anonadada, ¿Él estaba por comprar algo para mí? No podía permitirlo, porque todo era tan caro que no me alcanzaría la vida para poder pagárselo–.

La mujer me fulminó con la mirada y retrocedí, no quería pelear con nadie, porque si la golpeara, estaría en desventaja.

—Señor Winchester, no creo que sea necesario y tampoco correcto que le compre algo a una simple sirvienta... –La voz de esa mujer estaba cargada de burla y desdén, me mordí la lengua para no responder una grosería, porque no era el momento, ni el lugar–.

Aún así no entendía por qué todos son tan malos y sobradores, sólo tienen un poco más que los demás, eso no los hace dioses, pero actúan como si lo fueran.

—Rowellin –él volvió a llamar mí nombre, ésta vez lo mire a los ojos, queriendo saber qué quería–. Te pregunté algo, ¿Ves algo en ésta tienda que te guste?

Me gustaba todo, todos los vestidos en éste lugar eran hermosos. Pero no podía decirlo, simplemente decidí mentir. Negué con la cabeza y sonreí falsamente.

—No, señor. No me gusta nada de aquí.

Artemis se cruzó de brazos y simplemente asintió, tomó asiento en un sofá y dio golpecitos a su lado, invitándome a sentarme junto a él. Obedecí, por supuesto.

—Quiero que llames al dueño de éste lugar, dile que Artemis Winchester quiere hablar con él.

Tan pronto como dió esa orden, la mujer se fue corriendo en busca del dueño de la boutique.

—La próxima vez que una mujer sin valor como esa, se dirige a ti de forma tan despectiva, quiero que la golpees ¿Entendido? Y no, no es una petición, es una orden, Rowellin.

No podía creer lo que escuchaba, ¿Quería que golpeara a cualquiera que me irrespete? ¿Eso incluye también a su esposa y a él mismo?

—Entendido, señor...

Esperamos en silencio hasta que un hombre de aspecto afeminado, pero con mucho estilo se acercó a nosotros.

—¡Artemis, querido! Me hubieras avisado que venías, así no te hubiera hecho pasar un mal rato con mis empleados –Abrazó a mí jefe, cosa que me dejó desconcertada porque el señor Winchester no era un hombre de contacto físico, mucho menos con las personas de la comunidad LGBT–.

—No importa, quiero que hagas en éste mismo instante un vestido para Rowellin –Me estremecí cuando lo escuché, mis mejillas se pusieron rojas al instante. Los ojos del otro hombre me recorrieron de arriba a abajo, creí que iba a decir algo para hacerme sentir mal, pero no fue así–.

—Oh, pero que belleza de peliroja, ven aquí, querida. Creo que algo rosa te quedará hermoso.

Tomó mí mano y me hizo pararme sobre una pequeña plataforma, comenzó a tomar mis medidas y, como si fuera un tipo de mago, agarró una hermosa tela y comenzó a perfeccionarla muy rápidamente y en silencio.

Yo no podía creer lo que estaba ocurriendo, mí jefe me estaba comprando un vestido. No cualquier vestido, era uno especial, directamente de una de las boutiques más famosas del mundo.

«¿Qué dirá la señora Malenka cuando se entere? Van a despedirme, lo sé»

En menos de dos horas, el vestido estaba listo. Era la cosa más hermosa que nunca antes había visto, el rosa más fino y elegante del mundo, largo hasta los pies, tenía algunos diamantes rosas incrustados, era hermoso, completamente perfecto, era mío.

Fuí al vestidor y, por primera vez, decidí actuar por impulso. Me puse aquél vestido que dije no querer, me quedé hipnotizada cuando me vi al espejo, completamente hermosa, perfecta y fina... Parecía igual a ellos, como si no existieran nuestras diferencias sociales, me sentí una princesa. No podía subir el cierre del vestido, pero la puerta se abrió, revelando al señor Winchester.

Me sonrojé al verlo, rápidamente intenté correr, pero él no me lo permitió. Puso sus manos en mis hombros y con mucha delicadeza me volteó, haciendo que volviera ver mí reflejo en el espejo. Sus dedos acariciaron mí espalda, su tacto me hizo temblar, tomó el cierre y lo subió.

Levantó la vista, aquéllos ojos fríos me miraron desde el reflejo, de su bolsillo sacó un hermoso collar de oro, el cual contenía un precioso diamante rosa, colgando en el centro.

Rodeó mí cuello y lo abrochó, al terminar, besó con absoluta suavidad mí hombro, mientras sus manos acariciaban mis delgados brazos.

—Eres hermosa, Rowellin... –Su voz era un delicioso susurro ronco en mí oído, yo sabía que estaba mal, no debía sentir esto por alguien mayor y, además, casado. Pero el señor Winchester es el único que ha sido bueno conmigo, hasta me ha comprado un vestido, eso es porque me tiene afecto, ¿Verdad?–.

—Señor, ésto no es correcto... No puedo aceptar éstos obsequios, si la señora Malenka lo supiera, me echaría...

—Rowellin, mereces esto –dijo, interrumpiendome–. No me importa mí mujer, ella no va a echarte, no si puedo impedirlo. En cuanto al vestido y el collar, son un regalo de mí parte, no los rechaces...

Dudé, lo cierto es que sabía que estaba mal, pero no quería soltar aquél vestido, mucho menos el collar. Son míos, son mis obsequios, los primeros que he recibido en mí vida.

—Promete que usarás el collar siempre.

Me mantuve en silencio un momento, pensando en que hacer realmente, luego suspiré.

—Lo prometo...

—Buena chica... –susurró, mientras su pulgar acariciaba mí labio inferior–. No puedes caminar descalza con tal vestido –miró al diseñador–, trae un par de tacones que hagan juego.

El hombre obedeció, trajo unos zapatos color rosa que hacían juego con toda mí vestimenta. Eran hermosos, pero yo no sabía caminar con ellos, ahora me tambaleaba para todos lados. El señor Winchester rodeó mí cintura con su mano, y comenzó a guiarme.

—Yo voy a guiarte de ahora en adelante, Rowellin.