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El Calabozo De Moff.

El Calabozo De Moff.

Status: En proceso
Genre:Yaoi / Comedia / Ángeles / Mundo mágico / Mitos y leyendas / Fantasía LGBT
Popularitas:6.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Xie Lian.

BL.

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Capítulo 9: ...ni el Loco es tan Loco.

🌼

22/05/2025

Un constante picoteo en su mejilla lo hizo abrir los ojos con algo de fastidio. La luz estaba encendida, por lo que inmediatamente los cerró e intentó cubrirse con la manta, pero una mano tomó su muñeca y lo detuvo con suavidad.

—La comida —dijo la voz de un infante.

Lo despertó por completo, y se sentó en la pequeña cama. Todo el rastro de molestia que tenía al ser despertado de tal manera se desvaneció. Miró al niño que parecía de alrededor de ocho años; estaba vestido con un chistoso marinerito color amarillo.

—Oh, hola —saludó con suavidad.

El niño le sonrió y movió su regordeta mano.

—Mamá me dijo que te despertara —murmuro, mientras tomaba su mano y lo jalaba, intentando ponerlo de pie—. No hay que desobedecer a las madres.

Alfred se puso de pie y no pudo evitar mirar nuevamente al pequeño. ¿Qué hacía un niño en un barco de contrabando? ¿Era hijo de alguna tripulante?

—¿Quién es tu madre?

—Mamá Mairy y Mami Sonia —respondió.

Dedujo que Sonia era la esposa de Mairy. El niño lo sacó del camarote. El viento frío y salado se precipitó contra su rostro, llevándose cualquier rastro de cansancio. Ya más despierto que antes, alzó la mirada al cielo nocturno. Era una noche sin luna, y las estrellas titilaban en lo alto, como luciérnagas de plata.

Fue llevado hasta la cabina, que estaba iluminada tenuemente. Al entrar, las risas y charlas animadas llegaron hasta sus oídos. El niño se separó de él y corrió hasta la mujer de cabello naranja, el cual resplandecía gracias a la luz. Alfred podía jurar que parecía fuego.

—Lo traje.

—¡Alfred! —exclamó su hermano, sonriéndole y señalándole un asiento vacío con la mano.

Fue hasta allí, bajo algunas miradas risueñas de los tripulantes.

—No sabía que la hora de comer era tan animada.

—En altamar, todo es una experiencia —dijo Mairy. Hugo estaba sentado a su lado, y Alfred, cerca de ella.

La mujer tomó una cuchara con puré de papas y se la dio a su pequeño hijo.

—La comida sabe mejor cuando uno está en familia, ¿no lo crees?

Alfred asintió, encontrando sus palabras muy razonables. A él siempre le agradó comer junto con Hugo. Después de todo, era su hermano. Siempre charlaban de cosas triviales en la mesa, pero esta vez estaba callado mientras comía. Aún estaba algo enojado con ese hermano imprudente que tenía, por no avisarle de antemano lo que cargaba este barco.

Cargó la cuchara con puré y se la llevó a la boca. No sabía mal; estaba condimentado con algunas especias picantes, por lo cual rápidamente desapareció de su plato. Sus oídos se agudizaron, escuchando las conversaciones de la mesa. Hugo y Mairy hablaban sobre cortinas y cuál color sería ideal para la casa que compartía con su esposa. Otros marineros hablaban sobre lo que harían al llegar a casa después del viaje, y otros eran más picarones al mencionar a las mujeres de Moet. Alfred instintivamente comenzó a sentirse aburrido y continuó concentrándose en la comida que aún le quedaba.

—¿Quiere oír la historia? —una voz bastante carrasposa lo hizo levantar la cabeza. Le recordó a Ara, solo que esta provenía de un hombre.

La mirada de Alfred se encontró con la de un anciano. Tenía un ojo blanco y el otro de un azul indescriptible.

—Holgón empieza otra vez.

—Cállate, viejo loco.

—¿Aún sigue vivo? Increíble. ¿No me habían dicho que había muerto la semana pasada?

Las carcajadas estallaron en la mesa, y este tal Holgón no parecía molesto ante los comentarios. Ya era demasiado viejo para preocuparse por los jóvenes. Al parecer, nadie lo había notado en la mesa hasta que habló.

Alf no pudo evitar fruncir el ceño y mirar a los otros tripulantes.

—¿Qué historia? —no planeaba ignorar a una persona, y menos si era un abuelo.

—Amigo, ¿en verdad lo dejarás hablar? Me temo que no se callará jamás —le preguntó la persona sentada frente a Alfred. Su tono era algo tosco. Los orbes color miel lo observaron sin decir nada, y gradualmente se sintió un poco inquieto. Así que, agarrando su plato, cambió de lugar con el viejo, de modo que ahora él estaba sentado frente a Alfred.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con calma, mientras su ojo azul destellaba y una sonrisa suave se extendía sobre las arrugas de su rostro.

—Alfred.

—Oh, me resultas familiar. ¿Ya nos hemos visto?

—Me temo que no —negó, y el hombre mayor suspiró con algo de melancolía.

—Holgón cuenta las mejores historias en este barco —comentó Mairy mientras los miraba—. Aunque no lo creas, es muy respetado por la tripulación.

¿Respetado? Pareciera como si en verdad desearan su muerte.

Alfred solo asintió, en reconocimiento de que la había escuchado.

—¿Alguna vez has oído hablar del capitán Lenarold?

—No.

—Ey, viejo. ¿Quiere algo de vino? —el ojo ciego y el ojo azul se dirigieron hacia Hugo, quien expresaba una negativa. Alfred pudo ver que su hermano forzaba una sonrisa—. ¿Por qué mejor no le cuenta otra historia?, una verdadera, que no trate sobre un capitán fantasioso.

Alfred le dio un codazo a Hugo. ¿Por qué de repente se comportaba así?

—Quiero oírlo.

El anciano ignoró a Hugo y volvió su atención a Alfred. En cuanto comenzó a hablar, las voces de la mesa se fueron sofocando poco a poco. Todos le estaban prestando atención.

—Dicen que hace muchos años, demasiados para contarlos con los dedos de las manos y los pies, un ataúd de cristal fue pescado en alta mar —comenzó—. Los marineros de Ler, así se llamaba el barco en ese entonces, no pudieron evitar soltar vítores y cantar de alegría al haber encontrado el tesoro que les había sido encomendado.

En ese entonces, la tarde era muy lluviosa; el océano parecía enojado por haber perdido un tesoro tan valioso. El barco se zarandeaba de un lado a otro debido a las violentas olas. Muchos de los marineros se sujetaron de las espigas para evitar caer al mar ante tanto movimiento.

Lenarold, el Capitán, se acomodó la capucha mientras su cabello mojado filtraba el agua hasta sus ropas secas dentro de la gabardina. Se llevó un catalejo al ojo mientras buscaba algo de tierra donde pudieran parar hasta que la tormenta terminara. Desgraciadamente, solo podía ver el mar turbio. De repente, mientras se quitaba el catalejo, su mirada captó algo brillante que cayó al mar. Los gritos de sorpresa se escucharon. Su rostro se puso aún más pálido. Tomando una cuerda del mástil, bajó apresuradamente, ignorando el dolor que producía el roce de su piel sobre el material áspero de la soga. Cayó en la línea de crujía con gracia y corrió hasta la amura de babor, en donde apreció cómo el ataúd se hundía en las aguas, para después ser escupido por estas.

—¡No podemos perderlo! —gritó por sobre el viento. ¡No permitiría que todos los esfuerzos de sus camaradas fueran en vano!—. ¡Traigan las redes de malla!

Su tripulación no tardó en traer las redes, pero maldición... ¡Su objetivo estaba muy lejos!

Lenarold no estaba dispuesto a rendirse tan fácil. Con pasos ágiles y rápidos, se posicionó detrás del timón y comenzó a girarlo hacia babor. Las venas se abultaron en su mano mientras ejercía fuerza; el mar hoy no lo detendría. ¡Y en realidad pudo llevar el barco aún más cerca!

—¡Ahora! —bramó, y las redes volaron hacia el mar, ¡enredándose en el objeto de gran tamaño con éxito!

Un marinero que se había unido a la tripulación hacía dos años miró a su Capitán con orgullo mientras jalaban las redes al unísono con sus otros camaradas.

Meeks.

Lenarold no pudo evitar devolverle la sonrisa a su segundo al mando. Ese muchacho de piel oscura y ojos cafés se había ganado rápidamente su confianza.

Fue solo un segundo en el que el chico se distrajo. El barco se zarandeó aún con más fuerza, el objeto se hundió en las aguas de manera repentina, haciendo más fuerza por su lado. Algunas de las redes abandonaron las manos de varios marineros y Meeks cayó al agua.

—¡Meeks! —su grito resonó, y extendió la mano como si pudiera atraparlo a esa distancia. Desgraciadamente, eso no ocurrió y el cuerpo esbelto del muchacho desapareció frente a sus ojos. El salvaje viento aullaba y se burlaba a su alrededor. Sus ojos se volvieron rojos.

—¡Rápido, sáquenlo del agua!

Obedeciendo, trajeron con rapidez gruesas cuerdas, las cuales arrojaron al agua. El ataúd volvió a aparecer; el mar lo había vuelto a escupir y, para sorpresa de Lenarold, Meeks seguía aferrado a él con la red.

—¡Suelta esa cosa! —le ordenó. Ya no le importaba si podían conseguir el ataúd o no, él mismo se encargaría de las consecuencias por no cumplir una orden.

Jamás pondría una vida humana por sobre un objeto.

El muchacho pareció escucharlo sobre el ruido del viento y el fuerte oleaje. Lo miró significativamente, y el Capitán entendió de inmediato.

¡Maldita sea, ese hombre!

Meeks no planeaba soltar ese objeto. Estaba desobedeciendo directamente una orden del Capitán; no le temía al castigo. Sabía que Lenarold era de corazón blando con él, y esta reprimenda que se ganaría sería algo suave como cocinar por un mes o lavar la ropa de todos por medio año. No estaba preocupado en lo absoluto.

Extendió una de sus morenas manos y sostuvo una cuerda con fuerza, mientras la otra se aferraba a la red que envolvía el cristal del objeto.

—¡Tirad!

Mientras los tripulantes se centraban en salvar a su camarada y conseguir el preciado ataúd de cristal, no sabían por qué, pero de un momento a otro se escuchó un fuerte sonido. Después, la espiga se partió. Una gran ola golpeó el barco, astillando el palo mayor, el cual se balanceó inestablemente por el viento antes de partirse del todo y caer hacia atrás, hacia donde estaba el timón y Lenarold.

El fuerte palo de madera robusta golpeó, todo el barco se sacudió.

—¡Capitán! —gritaron al unísono, y al momento siguiente el barco se inclinó. Nadie esperaba este giro en los acontecimientos y la mitad de los tripulantes cayeron al agua. Meeks se soltó de la cuerda cuando ya no pudo sostenerse de ella. El ataúd se hundió en el agua y volvió a salir. Escupió una gran bocanada de agua salada. Sus ojos oscuros apreciaron con terror cómo el barco se volteaba de costado por completo.

Muchos de sus hermanos marineros trataron de agarrarse a la madera rota que flotaba a su alrededor, otros no tuvieron tanta suerte y fueron tragados por las furiosas aguas.

—¡Mi Capitán! —gritó con desesperación—. ¡Capitán! ¡Lenarold! —Miró a su alrededor con frenesí. ¿Dónde estaba ese hombre? ¿No había tenido tiempo de reaccionar cuando el palo mayor cayó sobre él?

Intentó tumbarse sobre el ataúd, como si estuviera sobre una tabla de madera, e impulsarse con sus brazos hasta el barco caído, pero el peso no estaba a su favor. El objeto de cristal era pesado y a cada segundo se hundía en las aguas y volvía a salir. Así que se vio más arrastrado que cerca de llegar a donde quería.

De repente, algo golpeó su cabeza. Sujetó esa cosa, notando que era una cuerda, y rápidamente fue jalado hasta un gran trozo de madera.

— ¡Aquí está el Capitán! —le gritó Will. El cocinero tenía un fuerte brazo alrededor del inconsciente Lenarold mientras trataba de mantener el equilibrio sobre el pedazo de madera.

El corazón de Meeks se encogió al ver la sangre que brotaba de alguna herida en la cabeza de su Capitán; esta recorría sus sienes y mejillas hasta su gabardina.

—¿Cómo está él? —preguntó cuando ya estaban lo suficientemente cerca. Miró al cielo; los rayos del sol comenzaban a hacerse paso a través de las nubes grises.

—No lo sé —el cocinero parecía inquieto—. Lo llamé muchas veces, pero no despierta.

Rápidamente los demás sobrevivientes lucharon contra las olas, que comenzaban a amainar un poco, dándoles un respiro... Era como si el mar o algo más no quisiera que obtuvieran el ataúd de cristal.

Los demás marineros se acercaron hasta el gran tablón de madera. Observaron a su Capitán con los ojos aguados y rojos, ajados y flojos...

—¿Estará bien?

—Lo estará.

—Sin el capitán estamos perdidos.

Todos guardaron silencio y bajaron sus miradas.

Lenarold les había dado una segunda oportunidad en la vida cuando nadie más lo hizo, todos juntos formaron una familia. Sin él, todo estaba acabado.

Estaban empapados hasta no dar más y con heridas. Tenían que encontrar tierra lo más rápido posible y dejar que ahora este mar desquiciado los llevara a algún lado, rezando para que ese lado sea un sitio seguro.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

Las horas pasaron al igual que la tormenta. El sol se asomó finalmente, tímidamente, bañándolos con sus cálidos rayos del atardecer, dándoles un poco de calor ante la frialdad de sus corazones. Lenarold seguía dormido, sus ojos fuertemente cerrados, sus pestañas proyectaban sombras debajo de ellos; su tez estaba muy pálida. Will le había quitado la gabardina al darse cuenta de que, finalmente, sus ropas estaban tan mojadas por haberse sumergido en el mar que ese pedazo de nailon no cubriría a su Capitán; es más, lo molestaba.

—¿Qué es eso?

Meeks estaba sumergido en sus pensamientos mientras miraba el cristal resplandeciente. Lenarold aún no había despertado. ¿Qué tal si no volvía a despertar? Y sus compañeros de vida... solo quedaban unos pocos vivos ahora.

Sintió sus ojos calentarse cuando las emociones dentro suyo comenzaron a fluir desesperadamente.

Giró su rostro al oír la pregunta. Estaba de espaldas a Will, sobre el gran tablón de madera, mientras que una de sus manos sujetaba la red que tenía el ataúd. Muchos de sus compañeros habían muerto debido a esta pequeña expedición. No se atrevería a dejar ir el objeto ahora que estaba en sus manos.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y felicidad, también con algo de alivio.

—Luz.

—¡Un muelle! —exclamó alguien más.

—Realmente es un muelle —el cocinero suspiró aliviado mientras bajaba la mirada a su Capitán—. Estamos a salvo.

Unos cinco minutos después lograron arrimarse hasta el muelle. El ataúd era un impedimento constante para moverse. Will trató de convencer a Meeks de que lo soltara, pero este se negó reiteradas veces y no volvió a hablar con nadie más hasta que todos estaban ya sobre el muelle.

Desvió su mirada. Lenarold estaba tendido sobre la madera; su cuerpo húmedo no tardó en mojarla. La amargura nuevamente lo asedió y se acercó a su inocente Capitán para asegurarse de que aún respiraba.

—Recibió un fuerte golpe —declaró Shal luego de que Meeks se asegurara de la respiración lenta y constante de su Capitán.

El moreno miró al muchacho de piel amarillenta y suspiró. Will le dio un apretón en el hombro.

—Tenemos que movernos, no podemos quedarnos aquí —habló una de las chicas de la tripulación mientras se acercaba a ellos. Su expresión era peor que la de las demás personas vivas; un gran corte en su brazo había rasgado la manga de su camisa negra.

Al escucharla, todos estuvieron de acuerdo. Entre cinco cargaron el ataúd y Will se encargó de llevar a Lenarold en su espalda. Así comenzaron a aventurarse en un lugar que les parecía completamente desconocido. Su única compañía eran ellos mismos y las estrellas que cubrían el cielo.

Meeks alzó la mirada y comenzó a observar las lejanas luces en ese manto de negrura.

Una estrella para Erla.

Otra para Lino.

Hiks.

Ximena.

Lion.

Harem.

Oscar.

Amanda.

Paildo.

Nora.

Ñilo.

Bioy.

Jul.

Y otra para todos nosotros, los vivos desamparados.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

Unas horas después, llegaron a un pueblo. La calle estaba completamente vacía, pero bien iluminada por las farolas exteriores de los hogares, que proyectaban su luz hasta la vereda.

—Busquemos un lugar para descansar —pidió alguien.

Will se ofreció a cambiar su lugar para que esta vez él llevara el ataúd. La otra parte accedió y se unió a los otros. Hace una hora, el cocinero le había confiado a Lenarold al segundo al mando. Meeks podía sentir el corazón del Capitán latiendo a través de su pecho mientras golpeaba su espalda. Eso lo tenía más tranquilo, aunque seguía algo inquieto: la respiración del hombre se había hecho algo superficial.

—Aquí —dijo al girar a la derecha y adentrarse en un callejón.

Los demás lo siguieron y, finalmente, con un suspiro de alivio, dejaron el ataúd en el suelo, mientras él mismo dejaba a Lenarold recostado contra una pared.

Sus ropas húmedas les causaban fuertes temblores.

—Me preocupa —habló cuando se acercó a Will. Los otros desviaron la mirada hacia su Capitán.

—Jamás le había sucedido algo así.

—Jamás nos había pasado algo así, perder a tantos... en un solo día —Shal se pasó una mano por el cabello.

—Tenemos que buscar a un médico.

—No —habló la chica—. Si se llega a saber que estamos aquí, será el final por completo para todos.

—Todo por este maldito ataúd, es ridículo.

—El Capitán acató una orden directa de ya sabes quién —siempre trataban de evitar nombrar el título del innombrable—. Era imposible para él desobedecer.

Will se pasó una mano por el rostro, para después mirar hacia afuera del callejón.

—Nuestro Capitán. Oh... —la voz del gran hombre se quebró después de tanto en este horrible día—. Enfrentó a ese solo para no involucrarnos, pero al final todo acabó así. ¿Cómo se sintió cuando se enteró de lo que debía hacer? ¿Qué habrá pasado por su mente cuando se dio cuenta de que no podía dejarnos de lado?

Los ojos rojos del cocinero finalmente miraron, uno por uno, el rostro de sus camaradas, de su familia. Todo había terminado tan mal. Lenarold era un hombre tan reservado, siempre intentando animar a todos, cuando ni él mismo sabía qué le pasaba, el destino que les esperaba.

La vida era tan cruel con los que menos se lo merecían.

Ante la atenta mirada de Will, el corazón de Meeks se encogió y se llevó una mano al pecho. Sentía un gran nudo en la garganta al tan solo imaginar las respuestas.

—Ha hecho mucho por nosotros —su voz salió como un fino hilo—. Nos dio cobijo, no nos juzgó cuando nos conoció y nos tendió la mano.

Cada uno sabía muy bien lo que había hecho en el pasado; todos eran excriminales dejados de lado por la sociedad. Nadie quería ayudar a asesinos o asaltantes. Solo Lenarold les dio una segunda oportunidad, dándoles un poco de su confianza.

—En este momento, nuestro Capitán nos necesita. Que nos importe una mierda si ese nos mandó a capturar o a matar, ¡lo que sea, no importa! Vayamos a buscar a un maldito médico.

Al final, ya nadie se opuso a su idea. Sabían que Meeks tenía razón, así que se prepararon para agarrar nuevamente el ataúd, mientras él mismo se acercaba a Lenarold. Miró al hombre por unos segundos y su corazón latió con fuerza; sentía que algo no iba muy bien al ver sus labios adquirir un tono azul, casi transparente, así que se puso en cuclillas a su lado y puso uno de sus dedos debajo de la nariz del contrario.

Nada.

No sintió nada.

—No, no.

Tomó el cuerpo flácido entre sus brazos y lo recostó en el suelo. Pegó su oreja al pecho del hombre, que ya no subía ni bajaba. No logró oír ningún sonido.

—¡WILL! —atinó a gritar mientras comenzaba a realizar compresiones. Sin que él se diera cuenta, las lágrimas se desplazaban por su rostro, calentando su fría piel.

Esto no podía estar pasando. No a Lenarold.

Will hizo que los otros se encargaran de sostener el ataúd mientras se acercaba a Meeks. Este estaba desesperado. Detuvo las compresiones para darle aire de boca a boca al hombre que ya no mostraba signos de vida.

—Niño —susurró Will—, déjalo descansar.

Por primera vez en su vida, miró con odio al hombre amable delante de él.

—¿Qué? ¿¡Después de todo lo que él hizo por ti lo dejarás morir!?

—El Capitán... sabes que de todas maneras no podría vivir al ver a su tripulación así —susurró la chica, antes de dejar escapar un grito ahogado.

Meeks y Will rápidamente miraron lo que se estaba desarrollando frente a ellos. Shal, el más joven de la tripulación, se inclinó hacia adelante, sus ojos muy abiertos y desorbitados. Se desplomó sobre el ataúd y la sangre empapó el cristal. Tenía una flecha clavada en la espalda.

—¡Corred!

—¿¡Qué!?

Sin perder más tiempo, soltaron el ataúd y huyeron con pavor. Will sostuvo a Meeks por la cintura, se lo puso sobre el hombro y también se unió a la huida. El muchacho le golpeaba la espalda con los puños mientras gritaba una y otra vez:

—¡Él todavía está allí! ¡Regresa! ¡Regresa!

Sus gritos desesperados se convirtieron en sollozos amargos cuando se alejaron lo suficiente de sus perseguidores, del ataúd y de Lenarold.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

—Maldición, nos encontraron —chilló uno de los chicos mientras pateaba una roca. Habían logrado correr hasta un gran descampado lleno de árboles.

—No nos perseguirán por ahora, ya tienen lo que querían.

—¿Meeks? —Will volteó a ver al muchacho que comenzaba a alejarse de ellos—. ¿A dónde vas?

—Lejos, traidores —sus palabras cortaron el aire como un viento helado. Nadie habló, tampoco nadie lo detuvo. La culpa florecía en sus corazones. Sabían que Meeks tenía razón.

Eran traidores.

¿Pero qué más podrían hacer?

Ellos querían vivir...

El moreno se alejó más y más, adentrándose en la oscuridad. Finalmente se detuvo y se apoyó en un árbol; su espalda se deslizó a lo largo del tronco hasta que se sentó sobre la tierra. Su vista se alzó hacia el cielo estrellado y rompió en llanto. Se sentía como un niño abandonado, perdido.

Lenarold había muerto, muerto...

No pudo salvarlo. No pudo salvar a la persona más importante de su vida, a la persona que más amaba en este mundo.

Y jamás se lo había dicho a su Capitán.

Aún recordaba cuando lo conoció. Él estaba en un vertedero buscando qué comer y Lenarold le ofreció una comida. No estaba seguro de aceptarla, pero al final tenía demasiada hambre y siguió al hombre hasta una posada en donde había ordenado diversos platos.

—De ahora en adelante serás parte de mi tripulación. Jamás te faltará nada.

Esas palabras le había dicho, tan suaves y cálidas, pero ahora parecían desvanecerse con el viento.

Ahora ya no le quedaba nada. Había retrocedido dos años, a cuando su única compañía era la basura y su propia miseria.

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Niiiniiiiiiii👋
😔😅
Niiiniiiiiiii👋
Hugo me confunde, no sé si son celos de hermano o le gusta Alfred 😔😀😧
Niiiniiiiiiii👋
Totalmente lo es
Niiiniiiiiiii👋
HSOSKSK, es tu bebé 🥰🥰💋
Niiiniiiiiiii👋
¡Este capítulo me gustó mucho!
Niiiniiiiiiii👋
Si eso no es una propuesta de casamiento, no sé que sea 😍😍😍😍😍😍
Niiiniiiiiiii👋
Que hermosa imagen mental!
Niiiniiiiiiii👋
Ya cásense 🥺🥰😍
Niiiniiiiiiii👋
Jaoanalakajaj🥰🥰🥰🥰🥰🥰🥰💋
Niiiniiiiiiii👋
AY, COSITA/Sob/
Niiiniiiiiiii👋
Autor, no me dejas ser feliz ni cinco segundos/Sob/
Niiiniiiiiiii👋
Elast le tiene más ganas que a un pan recién salido del horno 🌚
Niiiniiiiiiii👋
Buena pregunta...
Niiiniiiiiiii👋
Me encantan los exorcistas 🥰😱
Niiiniiiiiiii👋
Umh /Scare/
Niiiniiiiiiii👋
Que lindooooo
Niiiniiiiiiii👋
Esto no me lo esperaba! 😧
Niiiniiiiiiii👋
😀
Niiiniiiiiiii👋
Diablos!!!
Niiiniiiiiiii👋
Que ☠️
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