Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Las Reglas No Escritas
Capítulo 9
A la mañana siguiente, Elena despertó al sonido familiar de Gabriel caminando por el ático. No era una persona ruidosa, pero su rutina estaba tan cronometrada que Elena podía saber la hora con solo escuchar sus pasos.
Se estiró perezosamente en la cama antes de levantarse. Aunque compartían el mismo espacio, Gabriel había dejado claro que tendrían habitaciones separadas. No era un problema para Elena, quien disfrutaba de su propio rincón, pero no pudo evitar notar que, por muy grande que fuera el ático, a veces se sentía demasiado pequeño cuando ambos estaban cerca.
Bajó a la cocina y encontró a Gabriel, impecable como siempre, sentado frente a su computadora con una taza de café en la mano.
“¿Nunca tomas un día libre?” preguntó Elena, sirviéndose su propia taza.
Gabriel levantó la vista, dándole una mirada neutra. “Los negocios no se detienen, Elena. Y tampoco deberías hacerlo tú. Tenemos cosas que discutir.”
“¿Otra reunión aburrida?” respondió, sentándose frente a él.
“No. Esta vez se trata de establecer algunas reglas.”
Elena arqueó una ceja, divertida. “¿Reglas? Esto suena interesante. ¿Qué tienes en mente, oh gran dictador?”
Gabriel ignoró el sarcasmo y sacó un pequeño cuaderno de cuero. “He estado pensando en cómo podemos hacer que este acuerdo funcione mejor. Así que, para evitar malentendidos, he creado una lista.”
“Por supuesto que hiciste una lista,” dijo Elena, tomando un sorbo de su café. “Adelante, ilumíname.”
Gabriel abrió el cuaderno y comenzó a leer en voz alta:
“Primera regla: respetar los horarios. Mis días comienzan temprano, y prefiero que nuestras actividades conjuntas estén programadas con anticipación.”
“¿Quieres que programe mi espontaneidad?” bromeó Elena.
“Es cuestión de eficiencia,” respondió Gabriel sin inmutarse.
“Claro, claro. Sigue.”
“Segunda regla: mantener las apariencias en público. Necesitamos proyectar una imagen de pareja estable, lo cual incluye asistir juntos a eventos importantes y evitar conflictos delante de los demás.”
Elena asintió, aunque no pudo evitar añadir: “¿Eso incluye no burlarme de tu obsesión por las corbatas perfectamente alineadas?”
Gabriel cerró los ojos un momento, como si estuviera acumulando paciencia. “Preferiría que lo evitaras.”
“Anotado.”
“Y la tercera regla,” continuó, “es ser honestos sobre nuestras intenciones. Sé que no te interesa este mundo, y yo no espero que cambies, pero al menos necesitamos ser claros sobre nuestras expectativas.”
Elena lo miró fijamente, sorprendida por la seriedad en su tono. “Eso suena… razonable.”
“¿Eso es todo lo que tienes que decir?” preguntó Gabriel, arqueando una ceja.
“¿Qué esperabas? ¿Una pelea?”
“No. Pero tampoco esperaba que lo aceptaras tan fácilmente.”
Elena sonrió. “No dije que cumpliría las reglas. Solo dije que suenan razonables.”
Después de esa conversación, el día transcurrió de manera inesperadamente tranquila. Gabriel se sumergió en su trabajo, mientras Elena decidió salir a explorar un poco la ciudad.
Aunque había vivido en Nueva York durante años, esta vez se sintió diferente. Tal vez porque sabía que estaba casada, aunque fuera en un matrimonio falso, o tal vez porque, de alguna manera, Gabriel estaba empezando a ocupar más espacio en su mente del que estaba dispuesta a admitir.
Caminó por Central Park, disfrutando del aire fresco, y decidió pasar por su antiguo restaurante para saludar a sus compañeros. Era extraño regresar después de todo lo que había cambiado en su vida, pero también le resultaba reconfortante estar en un lugar donde las cosas parecían normales.
“¡Elena! ¿Qué haces aquí?” preguntó Sofía, su mejor amiga y colega, mientras salía de la cocina con una bandeja en la mano.
“Solo quería pasar a saludar,” respondió Elena con una sonrisa.
“¿Y cómo va la vida de casada?”
Elena se rió. “Es… complicada, como todo lo que tiene que ver con Gabriel.”
Sofía arqueó una ceja. “¿Complicada cómo? ¿Es un tirano en casa también?”
“Es más bien un robot con un corazón humano que intenta esconder. Pero, para ser sincera, no es tan malo como pensaba.”
Sofía la miró con curiosidad. “Eso sonó casi como un cumplido.”
Elena negó con la cabeza. “No te emociones. Todavía tengo mis dudas sobre cómo sobreviviremos sin matarnos en el proceso.”
Esa noche, de regreso en el ático, Gabriel estaba en la sala, revisando unos documentos cuando Elena entró.
“¿Saliste?” preguntó sin levantar la vista.
“Sí. Fui a ver a unos amigos,” respondió ella, dejándose caer en el sofá. “¿Te molesta?”
“No. Mientras cumplas con nuestras obligaciones, puedes hacer lo que quieras en tu tiempo libre.”
“Qué generoso de tu parte,” dijo ella, rodando los ojos.
Gabriel finalmente levantó la vista y la miró. “Elena, esto puede funcionar si ambos hacemos un esfuerzo. No espero que sigas todas mis reglas al pie de la letra, pero sí necesito que entiendas la importancia de este acuerdo.”
Elena lo miró, más seria de lo habitual. “Lo entiendo, Gabriel. Pero si vamos a fingir ser una pareja, no podemos ignorar el hecho de que somos personas completamente diferentes. Tal vez deberías empezar a considerar que no todo puede ser planificado.”
Gabriel no respondió de inmediato, pero algo en sus ojos mostraba que estaba reflexionando sobre sus palabras.
“Quizás tengas razón,” admitió finalmente.
Elena sonrió. “Eso fue casi un cumplido.”
“Casi,” dijo Gabriel, volviendo a sus papeles.
El pacto comenzaba a tomar forma, pero los cimientos eran más frágiles de lo que ambos estaban dispuestos a admitir.