Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Pánico en las alturas.
Había pasado una semana desde el vergonzoso incidente en su apartamento, y Bárbara había hecho todo lo posible por evitar a Dominic. Cambió turnos con una colega, evitó la cafetería en las horas que sabía que él estaría, e incluso evitaba los pasillos donde podía cruzárselo. Sin embargo, cada mañana encontraba un vaso de su café favorito en su escritorio, con una nota que decía: "Para alegrarte el día".
Bárbara asumió que era un gesto amable de alguna amiga, tal vez Paula, o quizás el pasante nuevo que siempre parecía nervioso a su alrededor. Jamás se le ocurrió que Dominic pudiera estar detrás de eso.
Esa noche, Bárbara se quedó trabajando hasta tarde, atrapada en un mar de papeleo que no podía posponer más. El edificio estaba casi desierto, el murmullo de las computadoras y el sonido distante del personal de limpieza eran su única compañía.
—Por fin ya terminé, ahora a casita para un baño relajante u una deliciosa cena.
Cuando finalmente terminó, se estiró con un suspiro y recogió sus cosas, lista para irse. Subió al ascensor con prisa, presionando el botón del lobby mientras repasaba mentalmente lo que tenía que hacer al día siguiente.
De repente, un temblor sacudió el edificio, apagando las luces por un segundo antes de que el sistema de emergencia las encendiera con un parpadeo débil. El ascensor se detuvo bruscamente, y Bárbara perdió el equilibrio, cayendo de espaldas contra la pared metálica.
—¡No, no, no! ¡Carajos!—murmuró, presionando frenéticamente los botones, pero nada sucedía.
El panel de control estaba muerto, y el aire comenzaba a sentirse pesado. Bárbara miró hacia arriba, sintiendo el corazón martillándole en el pecho mientras la cabina crujía, como si los cables estuvieran a punto de ceder.
—¡Ayuda! —gritó, golpeando la puerta con ambas manos—. ¡Por favor, alguien!
Desde el otro lado, Dominic acababa de llegar al edificio para recoger unos documentos que había olvidado. Había visto las luces parpadear y oído el ruido del ascensor atascándose. Cuando escuchó los gritos, se apresuró hacia la fuente del sonido.
—¡Bárbara! —exclamó al reconocer su voz.
—¡Dominic! —respondió ella, el alivio en su tono mezclado con el pánico—¡Santos cielos!¿Que a pasado?
—Tranquila, voy a sacarte de ahí.
Dominic inspeccionó rápidamente la situación y encontró una caja de herramientas de un técnico de mantenimiento en un cuarto de máquinas cercano. Con determinación, comenzó a trabajar en la puerta del ascensor, luchando contra el sudor que le perlaba la frente.
—¿Que haces? Me estás poniendo nerviosa. —La voz de Bárbara llegó con un intento débil de humor, pero estaba teñida de miedo.
—¿Yo? —respondió Dominic, esforzándose por mantener su tono ligero—. Estoy perfectamente tranquilo. Claro, esto es algo que hago todos los días: rescatar damiselas en apuros.
—¡No soy una damisela!
—No —murmuró él con una sonrisa, mientras lograba forzar la puerta un poco—. Eres una Fiona en apuros toda una ogra.
La broma no alcanzó su objetivo; Bárbara dejó escapar un sollozo, y Dominic sintió un nudo en el pecho.
—Hey, hey, lo siento —dijo con suavidad, dejando las herramientas un momento—. No quise asustarte más. Todo va a estar bien, ¿de acuerdo? Confía en mí. Estoy tratando de abrir la puerta.
Ella no respondió, pero su respiración se volvió más controlada mientras él continuaba trabajando. Después de lo que pareció una eternidad, logró abrir la puerta lo suficiente para extender una mano hacia ella.
—Ven, te tengo —le dijo, sus ojos buscando los suyos a través de la tenue luz.
Bárbara dudó un segundo antes de tomar su mano. En un movimiento rápido pero cuidadoso, Dominic la ayudó a salir del ascensor. Tan pronto como estuvieron a salvo, ella se desplomó contra él, sus sollozos contenidos liberándose de golpe.
—Tranquila, estás bien. —Su voz era baja, tranquilizadora, mientras la rodeaba con sus brazos—Ya pasó...¿Te llevo a casa? No creo que puedas conducir en ese estado.
Bárbara enterró el rostro en su pecho, aferrándose a su camisa como si fuera su única ancla.
—Pensé que iba a morir ahí dentro... Un susto de mierda—susurró, su voz apenas audible.
Dominic la sostuvo más cerca, acariciando su espalda con movimientos lentos y reconfortantes.
—No iba a dejar que eso pasara. Nunca. ¿A quien voy a molestar si te mueres?
Cuando sus lágrimas comenzaron a cesar, Bárbara levantó la vista, encontrándose con sus ojos. Había algo en su mirada, algo que la hizo olvidar el miedo por un momento. Su respiración se detuvo cuando él bajó la vista hacia sus labios, se dio cuenta de la postura, ella sosteniendose de su pecho y con la otra mano posada en su muslo, ella puede sentir su colonia, y su champú, su cuerpo reaccionó al instante, pero antes de que algo pudiera suceder, Bárbara se separó rápidamente, limpiándose la cara con las manos.
—Gracias —dijo, evitando mirarlo directamente.
—De nada —respondió él, ocultando una sonrisa. Sabía que, aunque ella se resistiera, algo había cambiado entre ellos esa noche.
Y aunque Bárbara no quería admitirlo, algo en su corazón también lo sabía.
/Shy/