"El lío de Carlos" es una novela inspirada en una historieta escolar que narra las aventuras de Carlos, un joven carismático, despreocupado y amante de la diversión. Con su espíritu libre, disfruta explorando sus relaciones, coqueteando sin límites tanto con las chicas, pero tal parece que el destino cambiara el rumbo de su vida.
Por otro lado, se encuentra Janeth una joven trabajadora y determinada que enfrenta una lucha personal por encontrar una cura para su abuelo. En medio de los enredos y dramas que rodean la vida de Carlos y Janeth, sus caminos se cruzarán de formas inesperadas. ¿Logrará el amor triunfar entre tantas dificultades? Acompaña a estos personajes en una historia llena de emociones, retos y descubrimientos.
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Capítulo 8: Desiciones en la oscuridad
El teléfono de Janeth vibró en su mano, el sonido de los tonos de llamada retumbando en su oído mientras lo miraba con incertidumbre. Finalmente, después de unos cuantos tonos, la llamada fue atendida. Al otro lado de la línea, una voz masculina y suave resonó en el silencio.
—Diga, ¿quién habla? —dijo el Señor Miller, con un tono neutral pero firme.
—Buenas noches, soy Janeth Bustamante —respondió ella, intentando que su voz sonara tranquila, aunque por dentro estaba completamente nerviosa.
—Ah, Janeth, qué gusto escucharte —dijo él con una entonación alegre, casi como si nada de lo que había hablado antes pesara en el aire. —¿Cómo estás?
Janeth se acomodó en su cama, rodeada por la quietud de la noche. Sintió el peso de la conversación que iba a tener, y aunque ya había tomado una decisión, su corazón seguía agitado.
—He estado pensando sobre lo que me propuso... —dijo Janeth, mirando al techo con un suspiro. —Y creo que he llegado a una conclusión.
El Señor Miller guardó un breve silencio, esperando escuchar lo que ella tuviera que decir.
—¿Entonces? ¿Qué has decidido? —preguntó con curiosidad.
Janeth tragó saliva antes de hablar, su mente repasando las palabras cuidadosamente.
—Quisiera hablar con usted en persona, —dijo finalmente. —Necesito explicarte mi decisión cara a cara.
El Señor Miller, que parecía no haber dudado ni un segundo en que la decisión de Janeth iba a llegar, respondió con calma.
—Perfecto. Nos veremos este sábado a las 8 de la noche en el mismo restaurante donde nos encontramos la última vez. ¿Te parece bien?
Janeth no dudó y asintió, aunque él no podía verlo.
—Está bien, allí estaré. Nos vemos el sábado.
La llamada terminó y Janeth se quedó en silencio, con el teléfono aún en la mano, mirando la pantalla oscura. Sus pensamientos la abrumaban, pero al final, no pudo evitar sentirse aliviada de que al menos una parte de la incertidumbre se hubiera resuelto. Se recostó en la cama, apagó la luz y, aunque la noche era tranquila, su mente seguía dando vueltas, como si no pudiera desconectarse del peso de la decisión que había tomado.
POV Carlos:
Había tenido un día largo, y al llegar a casa lo último que esperaba era escuchar a mi padre hablando por teléfono a esas horas. Al principio, pensé que tal vez era algo urgente de trabajo, pero algo en el tono de su voz me hizo detenerme. Estaba claro que no era una llamada cualquiera. Me quedé quieto, tratando de no hacer ruido, mientras escuchaba atentamente.
Lo que alcanzaba a escuchar me dejó helado: le preguntaba a la otra persona si ya había tomado una decisión. Y luego, se ponían de acuerdo para verse en ese restaurante. El mismo donde se habían visto antes. La intriga me consumió. ¿Con quién demonios estaba hablando? ¿Qué decisión tan importante estaba tomando mi padre, y por qué no me decía nada?
Mi corazón empezó a latir más rápido. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se escondía tanto de mí? Después de unos segundos, la llamada terminó. Salí de mi escondite y me dirigí a mi habitación, pero la ansiedad me carcomía por dentro. No podía dejarlo pasar. No podía quedarme con las ganas de saber qué diablos estaba pasando. Me acerqué a él, decidido a enfrentarle.
– ¿Con quién hablabas, papá? – le pregunté, tratando de sonar calmado, pero la rabia me salía en cada palabra.
Él me miró con esa expresión fría, esa que siempre ponía cuando algo no le gustaba. – No tienes porqué saberlo, Carlos. No tienes que meterte en todo lo que hago.
La respuesta me hizo hervir la sangre. Estaba acostumbrado a que mi padre me controlara, a que siempre estuviera pendiente de mi vida, pero ahora, cuando quería saber algo, me lo negaba. ¡Me lo estaba negando!
– ¿Ah, no? – le respondí, molesto. – ¿Y tú qué? ¿Siempre te metes en todo lo que hago, pero yo no puedo saber nada de ti?
Él se cruzó de brazos, como si todo eso no fuera importante. – Soy tu padre, y eso es diferente.
La rabia subió por mi cuello, y el calor me invadió. – ¡No es diferente! – le grité. – ¡Deja de tratarme como si fuera un niño!
Nos quedamos ahí, mirándonos. Yo tratando de calmarme, él con su actitud de siempre, como si nada estuviera pasando. No podía más. No quería seguir discutiendo. Así que, sin decir una palabra más, me di media vuelta y me fui a mi habitación, dándole un portazo a la puerta.
Me dejé caer sobre la cama. La incertidumbre me devoraba. ¿Con quién iba a encontrarse mi padre? ¿Qué decisión tan importante había tomado? Lo único que sabía con certeza es que no podía quedarme con las manos cruzadas. Algo estaba pasando, y yo necesitaba saber qué era.
En la sala, el Señor Miller observó en silencio cómo Carlos se dirigía hacia su habitación, una ligera sensación de inquietud lo recorrió. “Casi me descubre”, pensó para sí mismo, el ceño fruncido. No podía permitir que su hijo interfiriera en sus planes. Alzó la vista hacia el teléfono en la mesa junto a él, tomó el aparato con firmeza y marcó un número.
Al otro lado de la línea, Joaquín, su asistente de confianza y mano derecha, contestó de inmediato.
– Joaquín, necesito que hables con mi abogado y que redacte un documento para entregárselo a Janeth. – La voz del Señor Miller sonó firme, cargada de determinación. – Dile que lo necesito para el sábado por la mañana, y que no quiero excusas. Si es necesario, ofrécele más dinero. Que no haya fallos, ¿entendido?
– Entendido, Señor. – Respondió Joaquín sin dudar, sabiendo que el trabajo debía cumplirse con la máxima discreción y rapidez.
La llamada terminó, y el Señor Miller dejó caer el teléfono sobre la mesa. Se recostó en su silla, cerró los ojos por un momento y dejó escapar un suspiro. No quedaba mucho tiempo para que todo tomara su curso. Finalmente, apagó las luces de la sala, y con la mente llena de planes, se retiró a dormir.
La semana parecía alargarse más de lo normal, pero tenía todo bajo control, o al menos eso quería pensar.
Janeth caminaba por la calle el jueves por la tarde, con la cabeza llena de pensamientos y el peso del último encuentro con el Señor Miller sobre sus hombros. Había tenido un día largo, y a pesar de que intentaba mantener la calma, la incertidumbre seguía rondando. Justo cuando salía de la sala de impresión, donde su jefe Sebastián le había pedido algunos documentos, sus pensamientos la distrajeron por completo.
En un momento de descuido, chocó contra alguien. La sorpresa fue mutua, y ambos tropezaron un poco. Los papeles que Janeth llevaba en las manos volaron por los aires y cayeron al suelo, desordenándose en el camino. Al mismo tiempo, el celular del joven con el que había chocado también cayó, justo al lado de los papeles. Ambos se agacharon al mismo tiempo para recoger lo que se había caído, y al instante se escuchó la misma disculpa, pronunciada por ambos en un tono apurado.
– ¡Perdón! – Exclamaron al unísono.