Sinopsis: "La Felicidades No Está Hecha Para Mí" es la desgarradora historia de un joven que lo pierde todo. Después de que su familia muriera en un trágico accidente automovilístico, su mundo se derrumba por completo. Sumido en la desesperación y el dolor, el joven lucha por encontrar un sentido a su vida. Sin embargo, en medio de su sufrimiento, el joven encuentra un rayo de esperanza cuando conoce a alguien que logra despertaren él un sentimiento que creía perdido: el amor. A medida que su relación avanza, el joven comienza a vislumbrar un futuro más allá del abismo de la tragedia. Pero la felicidad que parecía al alcance de su mano se ve truncada cuando, de forma inesperada, su nuevo amor es brutalmente asesinado. Devastado por este nuevo golpe del destino, el joven se enfrenta a la dolorosa realidad de que la felicidad tal vez no esté hecha para él.
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La Carga del Estrés
Capítulo 8: La Carga del Estrés
Han pasado algunos meses desde que me mudé a esta nueva ciudad en busca de nuevas oportunidades. Al principio, me sentía emocionado y ansioso por enfrentar este nuevo reto, pero con el paso del tiempo, la realidad de mi situación ha ido acumulándose sobre mis hombros.
El trabajo en la empresa ha sido sumamente exigente, requiriendo de mí largas jornadas y una concentración casi absoluta. Si bien me siento satisfecho de poder demostrar mis capacidades y contribuir al éxito de la compañía, no puedo negar que el estrés se ha apoderado gradualmente de mí.
Recuerdo con nostalgia los tiempos en los que podía regresar a casa después de la jornada laboral y disfrutar de la compañía de Lucía y mi tía Mariana. Ellas siempre estuvieron allí para brindarme su apoyo incondicional, escuchando con paciencia mis preocupaciones y alentándome a seguir adelante.
Ahora, en cambio, me encuentro solo en este pequeño departamento, agotado mental y físicamente por las exigencias del trabajo. Mis llamadas a Lucía y mi tía se han vuelto cada vez más esporádicas, pues el cansancio y la culpa me impiden mantener una conversación fluida y sincera.
Siento que les he fallado al alejarme de ellas, priorizando mi carrera profesional por sobre mis obligaciones familiares. Sé que Lucía debe estar preocupada por mí, y que mi tía Mariana probablemente se esté cuestionando si tomé la decisión correcta al venirme a esta ciudad.
Pero el trabajo se ha convertido en una vorágine que me absorbe por completo, dejándome sin tiempo ni energía para dedicarme a mis seres queridos. Las reuniones, los informes, las decisiones que debo tomar, todo parece acumularse sin descanso, robándome la posibilidad de disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
A veces, cuando cierro los ojos al final del día, evoco los rostros sonrientes de Lucía y mi tía, y me asalta la culpa por no estar con ellas. ¿Cómo están? ¿Se habrán acostumbrado a mi ausencia? No puedo evitar sentir que les he fallado, que les he dado la espalda cuando más me necesitaban.
Incluso mis excursiones con los compañeros de trabajo, que en un principio me brindaban un respiro, se han convertido en una obligación más en mi apretada agenda. A menudo, me encuentro fingiendo una sonrisa y una actitud alegre, cuando en realidad lo único que deseo es encerrarme en mi departamento y llorar de frustración.
El estrés se ha apoderado de mí por completo, afectando incluso mi salud física. Duermo cada vez menos, y cuando lo hago, me asaltan pesadillas sobre la tragedia que marcó mi vida. Además, mi apetito se ha visto seriamente mermado, y a veces siento que simplemente no tengo fuerzas para nada.
En una de esas noches de insomnio, tomo la decisión de llamar a Lucía. Necesito escuchar su voz, sentir el apoyo y la comprensión que solo ella puede brindarme. Cuando su rostro aparece en la pantalla, veo la preocupación reflejada en sus ojos.
"¡Hermano! ¿Estás bien? Te ves cansado", exclama, y su voz delata la angustia que está sintiendo.
Yo intento forzar una sonrisa, pero sé que es inútil engañar a mi hermana. "Sí, Lucía, estoy bien. Perdóname por no haber podido llamar más a menudo", respondo, sintiendo cómo la culpa me aprieta el corazón.
Ella niega con la cabeza y me mira con esos ojos llenos de ternura y madurez más allá de sus años. "Hermano, sé que has estado trabajando mucho. Pero quiero que sepas que tía Mariana y yo te extrañamos mucho. Nos preocupa verte tan cansado."
Siento cómo las lágrimas amenazan con brotar de mis ojos, y me esfuerzo por mantener la compostura. "Lo siento, Lucía. No quiero que se preocupen por mí. Sé que he estado un poco distante, pero es solo que el trabajo me ha absorbido por completo."
Ella me mira con esa sabiduría que tanto me sorprende en alguien tan joven. "Martín, no puedes seguir así. Tienes que cuidarte, por favor. Nosotras queremos que seas feliz, no que te hagas daño."
Sus palabras me golpean con tanta fuerza que no puedo contener el llanto. Me derrumbo, dejando que las lágrimas fluyan libremente por mis mejillas, sintiendo cómo el peso que he cargado sobre mis hombros se hace cada vez más abrumador.
"Lucía, los extraño tanto. Siento que les he fallado al alejarme de ustedes. No sé cómo manejar todo esto", sollozo, sintiéndome más vulnerable de lo que he estado en mucho tiempo.
Ella me mira con infinita ternura y extiende sus manos, como si quisiera envolver mi rostro con ellas a pesar de la distancia. "Hermano, tú nunca nos has fallado. Sé que has tenido que hacer sacrificios, pero eso no significa que nos hayas abandonado. Tía Mariana y yo solo queremos que seas feliz."
Asiento en silencio, sintiendo cómo poco a poco las palabras de Lucía van calmando la tormenta que azota mi interior. Ella siempre ha sido mi roca, mi ancla en medio de la adversidad.
"Prométeme que vas a cuidarte, Martín. Que vas a tomarte un tiempo para ti, para recargar energías. Nosotras estaremos aquí, esperándote. Siempre", susurra con una sonrisa llena de amor y preocupación.
"Lo prometo, pequeña. Voy a hacer lo posible por equilibrar mi vida y no dejarme consumir por el trabajo. Los extraño demasiado", le respondo, sintiendo cómo un poco de la tensión abandona mi cuerpo.
Conversamos un rato más, y Lucía me transmite todo el cariño y apoyo que tanto necesito en este momento. Antes de despedirnos, me hace prometer que la llamaré con más frecuencia y que iré a visitarlos tan pronto como pueda.
Cuando finalizo la llamada, siento que una parte de la carga que llevaba sobre mis hombros se ha aliviado. Saber que Lucía y mi tía Mariana están allí, esperándome y apoyándome, me da la fuerza que necesito para enfrentar los desafíos que se avecinan.
A la mañana siguiente, me presento en la oficina con la determinación de poner un poco de orden en mi vida. Hablo con mi jefe y le expreso mi preocupación por el nivel de estrés al que me he visto sometido. Para mi sorpresa, él se muestra comprensivo y me ofrece la posibilidad de tomar algunos días de descanso.
Agradecido por su comprensión, acepto la oferta y me tomo una semana para recuperar el equilibrio. Durante ese tiempo, me dedico a desconectarme por completo del trabajo, centrándome en mi bienestar físico y mental.
