«El Secuestro» Unidos Por El Destino

Edgar se reclinó en el sillón y exhaló profundamente. Si bien, sentía un dolor inmenso en su pecho, pero no le iba a perdonar su traición. Se entregó a ella por completo, sin objeciones, y siempre estaba disponible para complacer sus más estúpidos y vanos deseos. Ante de ella, él no creía que el amor, puesto a que, en varias ocasiones, intentó tener una relación, pero lamentablemente, las mujeres lo veían como una chequera.

En la empresa de moda Versace, Madolyn fue premiada por su excelente participación en el desfile. La joven estaba muy emocionada, no solo por el reconocimiento, sino porque para ella era muy importante ser del agrado de muchas marcas de modas reconocidas.

Madolyn estaba negada al amor, por lo que le pasó años atrás. Después de modelar aquel vestido de novia, quedó encantada con el diseño. Lo quería para ella, así fuera para tenerlo de lujo. Había varias novias interesadas en adquirir ese glorioso vestido, pero lamentablemente, ya estaba vendiendo.

— ¿Quién lo compró?— le preguntó Madolyn al productor de moda.

— Una señora.— contestó sin querer dar más informaciones.

Madolyn no siguió indagando, perdió su oportunidad. Decidió olvidar el tema, total, tampoco tenía novio, y ni siquiera estaba enamorada.

El trabajo es la aplicación de las habilidades y talentos que la vida nos dio para ser útiles. Si mantenemos nuestra mente ocupada, las horas pasan de prisa.

Edgar volvió a la mansión, bastante cansado, y se encontró cara a cara con su primo Samuel. Este se alejó rápidamente, supuso que Edgar lo iba a agredir, o algo peor.

— ¿Por qué huyes?— preguntó Edgar. Notó el cambio de actitud de Samuel.

— No quiero problema, y sí.

Fue interrumpido por Edgar. — ¿Quién dijo que vamos a tener problema? ¿Por qué no te presentaste a trabajar?

Samuel se relajó, pensó que su primo estaba molesto, pero aparentemente, todo está bien entre ellos. Edgar se quitó el saco, y se acomodó en el sofá.

— Samuel… A partir de mañana llegas a las 7:00 AM, como todos los empleados de perforación. Pasa por el almacén, pide un overol y unas botas. Vas a trabajar como todos los empleados, con el mismo sueldo y con los mismos derechos.

Samuel sonrió sarcásticamente, fue un iluso al creer que Edgar se quedaría tranquilo después de lo que vio.

— Esa petrolera también es mía, no te confundas.

Está vez, él que sonrió satisfactoriamente fue Edgar. Se levantó y se sirvió un trago de vodka, después de un largo sorbo, le dijo. — Samuelito, si a la parte que te corresponde le resto lo que te he dado todos los meses durante cinco años, sin hacer nada, lo que le entregué a Lupita, y lo que te robas. No te queda nada.

— Prefiero renunciar, antes de ser un obrero, ¿Esa es tu venganza? ¿Tanto te duele que me la tire?— preguntó rojo de la rabia.

— Si renuncias, tendrás que irte del país para conseguir empleo, y sabes que hablo en serio. Sabes, siento pena por ti, supongo que no satisfaces a ninguna mujer con lo poco que te cuelgas entre las piernas. Ni siquiera a ella, porque podría jurar que esos gemidos, eran fingidos.

Samuel intentó golpearlo, pero Edgar de un empujón lo tiró al suelo.

— Hijo de puta, agradece que te voy a permitir trabajar y vivir aquí.

Samuel juró que se iba a vengar de él. Era la última vez que Edgar lo trataba como a un perro. “Veremos cuánto te dura esa postura de hombre correcto”, pensó con resentimiento.

Unos días después

La vida pública de Alondra se había reducido a nada. La corrieron de su trabajo, le cancelaron sus tarjetas, le quitaron su auto y nadie quería hablar con ella. Estaba pagando por su traición, y aún faltaba más.

Samuel acabó de salir del hospital, después de sufrir un accidente en la petrolera. Un hierro le cayó en un pie y le causó graves daños. Debido a esas contusiones le amputaron tres dedos.

Alondra todavía conservaba su apartamento. Samuel y ella se encontraban platicando de lo caótica que se volvieron sus vidas.

Los días que Samuel pasó hospitalizado, buscó una solución a sus problemas. Le contó sus planes a Alondra, pero ella estaba reacia a semejante locura.

— Es la única salida de este infierno. Lo secuestramos, te embaraza de él y lo desaparecemos. — dijo Samuel, con serenidad.

— ¿Quieres que matemos a Edgar? Estás loco, como se te ocurre.— le gritó ella, alterada.

— ¿Tienes una mejor idea? Te recuerdo que él nunca nos dejará tranquilos. Tú podrías volver a ser modelo, obtendría la herencia, recuperaría tu vida llena de lujos, y sería la madre del niño más rico de la ciudad. Te puedes vengar de la modelo que odias.

Era un buen plan. Saldrían de la miseria en la que Edgar los había hundido. Sin embargo, Alondra no podría ser capaz de acabar con la vida de él. Lo amaba y aún tenía una esperanza.

Había transcurrido un mes. Alondra estaba pidiendo pan para comer, y durmiendo en una pequeña casita abandonada. La desalojaron del apartamento, no tenía familiares y no quería molestar a sus conocidos. Samuel le daba alimentos y agua. No podía ofrecerle nada más, porque aún no se reincorporaba al trabajo, y tampoco ganaba un salario de lujo.

La familia Lewis no sabía nada de lo sucedido, ya que Edgar no quiso hablar del tema, y Samuel no quería molestar más a su primo.

Los Lewis estaban en el comedor, cenando en total silencio. Natalia miró a Edgar, y le preguntó.— Hijo, ¿cuándo regresa Alondra de su viaje?

Edgar tomó un sorbo de agua y miró a Samuel.— Pronto, si no, yo la voy a buscar. Samuel irá conmigo.

Samuel se atragantó con jugo, retomó compostura y dijo. — Claro, yo te acompaño, primo.

— Me da gusto que se empiecen a llevar bien.— dijo Luis.

— A mí me parece extraño tanto amor. — inquirió Kevin.

Al día siguiente.