Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
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Y resulta que no eres quien
Rowen seguía ahí, sentada en la cama, con el gorro en la mano, sus ojos aún llenos de ese miedo que me atravesaba como una daga. Yo, por otro lado, estaba tan incómodo que no sabía ni por dónde empezar. Nunca había sido bueno para estas cosas, para las conversaciones que importaban. Hablar de sentimientos... no era mi fuerte. Con Rowen siempre había sido directo, hasta sarcástico, pero ahora, viéndola así, no sabía qué demonios decirle.
Me acerqué despacio, con las manos levantadas, como si intentara calmar a un animal asustado.
—Tranquila... estás segura aquí —dije, usando ese tono que no era ni mío. Sonaba tan estúpido que casi me arrepentí al instante.
Ella me miró por un segundo, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, su voz, todavía grave, salió con un tono forzado.
—¿Por qué... me buscaste? —preguntó, intentando mantener esa fachada, como si aún no estuviera lista para bajar la guardia. Todavía seguía hablando como si fuera un chico, como si eso le diera algún tipo de protección.
Me rasqué la nuca, buscando las palabras correctas, pero acabé soltando lo primero que me vino a la mente, como siempre.
—Mira... actué mal. Muy mal. Lo sé. Me preocupé porque... —me trabé por un segundo, dudando si decir lo que realmente pensaba—. Porque somos familia, Rowen. Y la familia no se abandona.
Lo de "familia" fue lo único que logré sacar. No iba a mencionar lo del beso. Esa mierda era demasiado para lidiar ahora, y si me ponía a pensar en ello, iba a enredarme más de lo que ya estaba. Quizás fue culpa mía, no suya. Tal vez fui yo quien se acercó más de lo que debía, quien cruzó una línea que nunca debí cruzar. Lo que fuera, no iba a hacerle cargar con esa culpa. Había que borrar ese maldito episodio de nuestras cabezas.
Me aclaré la garganta y, sin saber bien cómo, decidí tomar un camino diferente.
—Mira, quise devolverte la broma y... se me fue de las manos. Por eso me enfadé, pero más conmigo que contigo.
Rowen se quedó callada unos segundos, como si estuviera tratando de entender lo que acababa de decir. Luego asintió, lentamente, como si esa explicación tuviera sentido. Al menos parecía haberlo aceptado. Bien, un problema menos.
Pero entonces noté algo en su mirada. Esa forma en que sus ojos evitaban los míos, cómo se aferraba al gorro como si fuera su única salida. Ella quería irse. Lo sabía. Podía verlo en la manera en que su cuerpo estaba tenso, en cómo apenas se atrevía a mirarme.
Ella respiró hondo y luego soltó las palabras que, honestamente, ya esperaba.
—No diré nada sobre ti a nadie. Lo prometo.
No me moví, pero internamente sentí un nudo en el estómago. Joder, lo estaba haciendo. Estaba preparándose para irse. Eso no me gustaba, no me gustaba un carajo. Me había quedado solo antes, pero esto... esto se sentía diferente. La única persona con la que me había abierto, con la que había compartido algo, iba a desaparecer.
Intenté mantener la calma, aunque por dentro, ya estaba jodido.
—No tienes que irte, Rowen. —Mi voz sonó más firme de lo que esperaba—. Está todo bien entre nosotros.
Ella me miró, con ese dolor en sus ojos, y negó lentamente.
—Pero te mentí... no te dije quién era en realidad.
Ahí estaba. El motivo. La maldita verdad que ella creía que lo arruinaba todo. Rowen había guardado su secreto porque no le quedaba otra opción, y yo, el idiota que la obligué a quedarse conmigo, nunca le di la oportunidad de ser honesta. Encontré las palabras, o al menos lo intenté.
—Rowen, si hubiera estado en tu lugar, habría hecho lo mismo. No podías confiar en mí... y con razón. —Me reí, aunque no era un tema gracioso, pero no sabía manejar la situación de otra manera—. ¿Cómo ibas a decirme la verdad si yo te obligué a quedarte conmigo para que no contaras mi secreto? No te di opciones, no te dejé salida.
Ella me observó, procesando mis palabras, y pude ver cómo algo en su expresión se suavizaba. Ya no estaba tan tensa, aunque seguía nerviosa. Yo la entendía. Joder, la entendía mejor de lo que ella creía.
Rowen bajó la mirada, sus manos jugueteando con el borde del gorro. Su voz, por primera vez en toda la conversación, salió más suave, más sincera.
—¿Puedo quedarme contigo?
Eso fue todo. Una pregunta tan simple, y me atravesó como un rayo. No supe cómo responder al principio, pero sentí algo en mi pecho que no esperaba: alegría. Sí, me alegró saber que no iba a irse, que no perdería a mi compañero. A mi familia.
Sonreí, o al menos lo intenté. No soy bueno con las sonrisas sinceras.
—Claro, Rowen. —Mi voz sonó más ligera, casi aliviada—. Sin ti, solo soy un vendedor gruñón que no vende nada.
Intenté hacer que el momento fuera menos grande de lo que realmente era, porque si no, las emociones me iban a aplastar. Pero ahí estaba: ella se quedaba.
Pero ella me miró fijamente, con esa misma intensidad que siempre me había desarmado. Esta vez, sin embargo, algo era distinto.
—Mi nombre no es Rowen, ese era el nombre de mi padre —dijo suavemente—. El mio es Clover.
Me quedé quieto por un segundo, y su nombre, Clover, resonó en mi cabeza como un eco. No estaba preparado para eso, aunque sabía que algo así vendría. Intenté no parecer nervioso, pero decir su verdadero nombre me había puesto raro.
—Clover... —repetí, mi voz sonando un poco más temblorosa de lo que esperaba. ¿Por qué diablos me ponía nervioso con una simple palabra? Para disimular, sacudí la cabeza y recuperé mi tono habitual—. Bueno, entonces... ¿mismo trato? Techo y comida a cambio de que no digas nada, y algunas monedas por ayudar en el negocio.
Clover arqueó una ceja, pero no dijo nada. Así que continué.
—Y yo te protejo —añadí, como si fuera lo más natural del mundo.
Ella me observó en silencio por unos segundos. Sus ojos, esos intensos ojos verdes que conocía tan bien, me atravesaban con la misma firmeza que lo habían hecho cuando la conocí como Rowen. Era la misma mirada, la misma persona que había llegado a ser mi compañero. En ese momento supe que, aunque su nombre hubiera cambiado, Clover seguía siendo Rowen en esencia.
—Entonces, en resumen... —dijo finalmente, con una media sonrisa—. Tú me cuidas, y yo te cuido.
Esa simple frase, tan directa, me golpeó más fuerte de lo que debería. Esas palabras me gustaron más de lo que estaba dispuesto a admitir. Era lo que siempre habíamos hecho: cuidarnos el uno al otro, incluso en medio de nuestras diferencias, secretos y peleas.
Asentí lentamente, sintiendo una conexión profunda que no podía explicar del todo. Este era Rowen. Mi amigo. Mi hermano. Mi compañero. Pero, por alguna razón, también sentía que quería algo más, aunque no tenía ni idea de qué era ese "algo".
No era el momento para averiguarlo, pero la sensación estaba ahí, flotando en algún rincón de mi mente.
—Exactamente —respondí, con una sonrisa forzada que intentaba no darle demasiada importancia a lo que acababa de pasar—. Yo te cuido, tú me cuidas. Trato hecho.
Mientras seguíamos hablando, no pude evitar notar lo tranquila que parecía Clover. Como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Era extraño... toda la situación había dado un giro inesperado, pero ella actuaba como si todo siguiera igual. La rutina que teníamos continuaba, con la misma naturalidad de siempre. Solo que ahora, yo intentaba ser menos yo. Medía mis palabras, mis acciones, y eso me estaba volviendo loco. No era bueno en este tipo de cosas.
Había algo curioso en todo esto: el gorro que había usado durante tanto tiempo. Resultaba que si pertenecía a su padre. Aunque ya no lo llevaba puesto todo el tiempo, lo seguía usando cuando atendía en la tienda. Le pregunté por qué mantenía esa apariencia de chico, y su respuesta fue directa, como siempre.
—No quiero dar explicaciones a gente que no importa.
La verdad, tenía sentido. Clover no debía explicaciones a nadie. Además, había algo más detrás de todo eso: solo tenía esas prendas, su ropa masculina. Pero me encontré imaginándola con vestidos o algo más femenino, algo que resaltara su verdadera identidad. La imagen de Clover con otra clase de ropa me rondaba la cabeza más de lo que debía.
Maldita sea, tenía que guardar esos pensamientos para mí. No era el momento ni el lugar para pensar en eso.
Tenerla cerca se sentía bien. Demasiado bien. Ella seguía ayudándome con los clientes, manteniendo la misma energía que siempre, solo que ahora... había algo diferente en mí. No sabía qué era, pero estaba ahí, latente. No quería verla demasiado cerca de ningún cliente, especialmente los que solían venir con miradas largas o comentarios innecesarios. Era un pensamiento estúpido, lo sabía, pero la sombra de los celos empezó a aparecer.
Y, por supuesto, me decía a mí mismo que era solo preocupación. Después de todo, era como un hermano mayor para ella, ¿no? Era normal protegerla. Cuidarla.