habla de la vida y los desafíos de un chico gay el cuál se desarrolla en medio de un país latinoamericano
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la cruel realidad escolar
El tercer año escolar avanzaba con nuevos desafíos para Matías, quien se encontraba atrapado en un laberinto de desafíos emocionales y académicos. La Sra. García, su profesora de Matemáticas y Disciplina, mostraba una actitud crítica hacia él desde el primer día de clases. Su severidad y falta de empatía eran evidentes para todos, especialmente para Matías, quien sentía que cada acción suya era sometida a un escrutinio injusto.
Matías enfrentaba constantemente el acoso de algunos de sus compañeros de clase, quienes aprovechaban cualquier oportunidad para burlarse de él y hacerle sentir fuera de lugar. A menudo, Matías se veía obligado a defenderse de estas burlas, lo cual la Sra. García interpretaba como actos de indisciplina. Esta situación generaba conflictos constantes entre él y la profesora, quien parecía no comprender la verdadera naturaleza de los problemas que enfrentaba.
Un día, durante una ceremonia en la que se entregaban banderitas como reconocimiento a los estudiantes destacados por su alto rendimiento académico y comportamiento ejemplar, la Sra. García sorprendió a Matías al entregarle una banderita. Con un gesto que parecía ser de apoyo y motivación, la maestra le dijo en voz alta frente a todos:
"Matías, aquí tienes tu banderita. Espero que esto te motive a esforzarte más y mejorar tu comportamiento en clase."
Sin embargo, en lugar de sentirse alentado, Matías se sintió humillado. Sabía que la banderita no era un verdadero reconocimiento de sus esfuerzos, sino más bien una forma de recordarle que no estaba a la altura de las expectativas de la maestra. La situación se volvió aún más embarazosa cuando la Sra. García continuó:
"Espero que entiendas que esto es un privilegio que debes ganarte, Matías. No es solo por cumplir con las reglas básicas, sino por demostrar un verdadero cambio en tu actitud."
Las palabras resonaron en la mente de Matías como un golpe emocional. Se sintió humillado y traicionado, no solo por la actitud condescendiente de la maestra, sino por la manera en que sus compañeros miraban con curiosidad y mofa la escena. Era como si confirmaran lo que él había temido durante mucho tiempo: que no pertenecía, que no era aceptado, ni siquiera por aquellos que se suponía debían guiarlo y protegerlo en la escuela.
La situación empeoró cuando Matías, desesperado por encontrar justicia y comprensión, decidió hablar con la rectora sobre el trato injusto de la Sra. García hacia él. Sin embargo, en lugar de encontrar apoyo, se encontró con la ira y el desprecio de la profesora. La Sra. García, en represalia, intensificó sus críticas y castigos en el salón de clases, asegurándose de que Matías sintiera el peso de su autoridad y desdén en cada interacción.
"Tu mamá no puede protegerte aquí, Matías", murmuraba la maestra con un tono venenoso mientras le entregaba otro aviso de conducta negativa. "No importa cuánto te quejes, nunca lograrás nada."
Las palabras de la Sra. García resonaron en los oídos de Matías como una sentencia. Se sentía atrapado en un ciclo sin salida, donde cualquier intento de buscar justicia o equidad solo resultaba en más sufrimiento y alienación. El peso de la injusticia y el rechazo se volvió cada vez más difícil de soportar, llevándolo a un estado emocional donde la desesperanza y la desolación parecían ser sus únicos compañeros constantes.
A medida que el año escolar avanzaba, Matías se encontraba más aislado que nunca. La soledad se convirtió en su compañera constante, envolviéndolo en una neblina de desánimo y dolor emocional. Cada día en la escuela se volvía una batalla para mantener la dignidad y la esperanza, mientras luchaba por encontrar un rayo de luz en medio de la oscuridad implacable que lo rodeaba.
La presión en la escuela no solo venía de los profesores y compañeros, sino también de la falta de apoyo en casa. Matías se enfrentaba a diario a los comentarios hirientes de su padre, quien no escatimaba en reproches por su desempeño académico y su comportamiento percibido como inapropiado. "¿Por qué no puedes ser como los demás niños?", solía repetirle su padre con voz severa. "Si te comportaras como un hombre, no tendrías todos estos problemas."
Estas palabras resonaban en la mente de Matías como una condena. Se preguntaba qué había hecho mal para merecer ese trato. Cada día se sentía más atrapado en un ciclo de autodesprecio y desesperanza, incapaz de encontrar una salida.
Las amistades que intentaba formar no ofrecían mucho consuelo. Jeherlis, la única persona que parecía acercarse a él, solo buscaba ayuda con las tareas y casi nunca le prestaba atención fuera de la escuela. Matías anhelaba una verdadera conexión, alguien con quien pudiera compartir sus preocupaciones y alegrías sin miedo al juicio.
El día del amor y la amistad fue un recordatorio amargo de su aislamiento. Mientras los demás estudiantes intercambiaban cartas y muestras de afecto, Matías no recibió ninguna. Los bolsillos designados para cada alumno permanecieron vacíos, una evidencia dolorosa de su exclusión. Se sentía invisible, como si su presencia en la escuela no importara para nadie más que para los que encontraban placer en su sufrimiento.
A medida que los días pasaban, la carga emocional y física de Matías se hacía más difícil de llevar. El estrés y la ansiedad se manifestaban en dolores de cabeza constantes y problemas para dormir por las noches. Se encontraba en un estado de constante alerta, anticipando el próximo comentario despectivo o la próxima muestra de desprecio.
A pesar de los desafíos que enfrentaba en la escuela, Matías encontraba consuelo en su refugio secreto: la biblioteca. Pasaba horas entre los estantes de libros, dejándose llevar por mundos de fantasía y aventura que ofrecían un escape temporal de su realidad. Los libros se convirtieron en sus compañeros silenciosos, ofreciéndole refugio cuando el mundo exterior se volvía demasiado abrumador.
Sin embargo, incluso en la biblioteca no podía evitar sentirse observado y juzgado. Los murmullos de los compañeros al pasar por su mesa resonaban en sus oídos como un eco constante de desdén. A veces, atrapaba miradas furtivas y risitas sofocadas, recordatorios dolorosos de su falta de aceptación entre sus pares.
Su desesperación por encontrar un sentido de pertenencia lo llevó a explorar diferentes actividades extracurriculares. Se unió al club de arte, donde encontró un espacio para expresarse a través de sus dibujos y pinturas. La creatividad se convirtió en su válvula de escape, permitiéndole liberar emociones que de otro modo estarían atrapadas en su interior.
Sin embargo, incluso en el club de arte, los problemas no desaparecieron por completo. Algunos de sus compañeros de club, influenciados por las actitudes negativas de otros estudiantes, lo trataban con desdén o lo excluían de conversaciones y actividades grupales. La sensación de ser un intruso persistía, sin importar cuánto intentara integrarse.
El peso de la discriminación y el rechazo se volvió cada vez más difícil de soportar para Matías. A menudo se encontraba preguntándose por qué no podía simplemente encajar, por qué sus esfuerzos por encontrar amistad y aceptación siempre parecían terminar en decepción. La soledad se había convertido en una compañera constante, una sombra que lo seguía a donde fuera que fuera.
estoy en secundaria y me va un poco mejor pero sigo con las inseguridades autoestima baja y ataques de ansiedad,la vergüenza y el pánico social,en fin,te comprendo